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» El litoral Corrientes
Fecha: 25/05/2025 02:20
Está la Argentina donde quiso estar. Esa es la premisa central de una realidad que muchos se niegan a considerar legítima desde aquella ajada convicción según la cual un gobierno que, habiendo llegado con un pregón anticasta, aplicó motosierra mediante un plan que convirtió a los sectores más desvalidos en instrumento del ajuste “más grande de la historia”, como se solaza el presidente Javier Milei, envalentonado por el triunfo de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Los argentinos votaron a Milei en 2023 y hace una semana los porteños volvieron a hacerlo, en el epicentro decisional que viene a ser la antigua Capital Federal, allí donde se consuman los negocios financieros más descarados y suculentos. Y quedó claro: los escalafones más acomodados de la burguesía nacional están más convencidos que nunca de que la opción por la liberalización económica y la eliminación de regulaciones es “el” camino para iniciar una dinámica de crecimiento que mantenga la inflación controlada, incite al crédito y reactive el consumo. El problema es que ese camino de libre mercado que pulveriza de un plumazo 10.000 puestos de trabajo en Tierra del Fuego, pisotea periodistas en una marcha y ataca la garantía constitucional del derecho de huelga mediante un simple decreto, no solamente abre la caja de Pandora de un autoritarismo impredecible, sino que conduce a la desigualdad profunda e irremediable entre los que necesitan del Estado para vivir de un sueldo o una jubilación y aquellos que definen al Estado como una cueva de vividores donde nadie trabaja lo suficiente para merecer lo que recibe. Pandora, la primera mujer de la existencia según la mitología griega, recibió como regalo de Zeus un ánfora sellada con la instrucción de jamás abrirla. Como Eva con la manzana en el antiguo testamento católico, Pandora no resistió a la tentación y abrió aquel jarrón, liberando así la suma de todos los males, desde las enfermedades hasta las guerras, desde el odio hasta la envidia. En el fondo de la caja -cuenta la literatura homérica- quedó la esperanza como herramienta para enfrentar tanta malicia. La interpretación moderna del simbolismo mitológico indica que, al ser la humanidad obligada a convivir con el mal, los hombres y mujeres adquirieron el temple necesario para enfrentar las adversidades hasta sobreponerse. Se trata una forma poética de definir la capacidad humana de adaptación, virtud innata reflejada en el instinto de supervivencia que, según la teoría darwiniana de la evolución, permite que las especies se automodifiquen morfológica y orgánicamente para sobrevivir a cambios cataclísmicos. Cuenta un experimento del siglo XIX que en la segunda revolución industrial, en el anillo factoril de Londres, las polillas grises características de la región se volvieron vulnerables a sus predadores como consecuencia del hollín adherido a los árboles adyacentes a las fábricas. Su coloración grisácea les impedía camuflarse en troncos que antes eran de la misma gama cromática, pero que a medida que las chimeneas inundaban de humo el ambiente viraron al negro. ¿Se extinguieron las polillas? No. Lo que sucedió fue una alteración genética que, después de varias generaciones, hizo que surgiera una subespecie de polillas “morochas”. Esas fueron las que pudieron adaptarse al entorno y se hicieron invisibles a las aves. Las que siguieron siendo grises, ya se sabe. Salvando las distancias, esas son las reglas de la naturaleza que el gobierno libertario utiliza como justificativo de los daños colaterales de sus decisiones. A caballo de tales argumentos, el presidente Javier Milei y sus managers del establishment internacional avanzan con la ventaja de un líder que carece de códigos morales en tanto aplica el poder con un criterio resultadista donde no importa si para que un cuerpo entre en el féretro hay que amputarle las piernas, pues lo importante es que el cajón cierre. Y los balances cierran en el gobierno de La Libertad Avanza, avalado por una mayoría que no solamente tolera o acepta el cambio de paradigma, sino que lo elige, opta por él y hasta lo aclama. El fenómeno de las redes sociales como herramienta medular de la comunicación multidireccional de la actual administración muestra con claridad meridiana este consenso legitimante de un ciudadano tipo que no entiende ni quiere entender el rol de los partidos políticos, que no entiende ni quiere entender los principios constitucionales erigidos en 1853 y que no entiende ni quiere entender el rol equilibrador del Estado. En las redes gana musculatura, si vale la expresión para describir el oxímoron de carnadura virtual, una corriente de opinión que rechaza la presencia del Estado en políticas como la ahora extinguida jubilación por moratoria. Se festeja la llegada de celulares, ropas y otros artículos importados porque -en teoría- son más baratos, aunque tal apertura aduanera hiera mortalmente a industrias que van camino a la desaparición. Y funcionarios como el gurú de la desregulación, Federico Sturzenegger, desdramatizan la realidad de los trabajadores prontos a la marginalidad con el simplismo discursivo de la lógica comunicacional de estos tiempos. Es decir, con tres palabras: “Tendrán que reconvertirse”. El punto es que los habitantes del hasta ahora generoso suelo argentino no son las polillas del cordón industrial londinense. Para que surgiera la subespecie “morocha” de aquellos insectos, fue necesario que millones de polillas murieran en el proceso de adaptación. Y el principio de la solidaridad entre iguales que caracterizó a las primeras comunidades gregarias de la humanidad, tomadas por la doctrina social de la iglesia y otras expresiones del pensamiento sociológico bajo la forma del constitucionalismo moderno, no contemplan que el sufrimiento de miles de seres humanos sea una condición necesaria para alcanzar determinadas metas económicas. La supresión del contralor estatal por la cual se estimula el consumo mediante los ahorros del colchón (sean dólares o pesos, poco importa) puede significar una bocanada de aire fresco para los que comercian en la dimensión informal y tienen ingresos sin declarar, pero también es una invitación al festival de dinero narco en una especie de blanqueo sui generis, sin normas que le confieran legalidad plena, en un marco de inseguridad jurídica que hasta los bancos miran con escepticismo. Reactivar el mercado interno con el dinero clandestino que muchos argentinos mantienen como reserva anticíclica personal equivale a un pedido desesperado de que pongan a circular esa plata porque de otra manera la economía seguirá deprimiéndose como consecuencia de salarios paralizados en nombre del sacrosanto déficit cero, objeto fetiche del Gobierno Nacional que le permitió su gran éxito de inflación domada y cepo minorista liberado. Porque ahora, en teoría, nada sube en la Argentina: ni los sueldos, ni el dólar, ni los precios. Pero eso en teoría. La realidad muestra a una amplia franja de caídos en desgracia que no pueden comprar lo necesario para vivir porque sí hay cosas que suben, como las tarifas por ejemplo. Un asalariado que pagaba 50.000 pesos de luz hace un año ahora paga 300.000. ¿De dónde obtiene ese dinero si no tuvo un aumento salarial significativo? De una readecuación de prioridades hogareñas: en esa casa ya no se compran camperas ni zapatillas, mucho menos televisores o celulares. Primero hay que pagar lo esencial y así el consumo se desploma. La caja de Pandora está abierta y Milei, cuya gran cualidad ejecutiva, despojada de todo escrúpulo, le permite hundir la cimitarra hasta el hueso sin pagar costos políticos que paralizaban a sus antecesores, no vacila. Su concepto de libertad extrema pareciera germinar incluso en el seno de las familias más humildes, que sin ayudas oficiales mandan a sus hijos a obtener dinero como deliverys, pordioseros o tortaparrilleros de ochava. ¿Se está adaptando la sociedad argentina a las nuevas no-reglas? Pareciera que sí, porque el oficialismo se consolida en los circuitos populares, muerde a la corporación sindical sin que los “gordos” reaccionen y domestica a sus humillados. Y si no creen que así sea, miren al otrora poderoso líder del Pro, Mauricio Macri, viniendo al pie de Milei después de que el libertario le enrostrara que “ya está grande para entender”. En la otra vereda ideológica agoniza un progresismo sin identidad, refugiado en las provincias y representado en el orden nacional por matices peronistas y radicales inmezclables, corroídos por culpas del pasado que dejaron a todo un pueblo sin representación política y vaciaron el sistema democrático hasta convertir al ausentismo en primera la fuerza electoral. ¿Se mezclarán para resistir al imperio de la solidaridad cero? Quizás en la caja de Pandora esté la respuesta, pues allí, en el fondo, lo único que queda es la esperanza.
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