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  • José Gallardo, tonelero de Córdoba: "Cada barril depende de las manos de la persona que lo hace"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 25/05/2025 07:07

    El ritual comienza apilando la madera y termina bañándola en la bebida de los dioses. La madera, aquí, es simplemente el material sobre el que obran los elementos, el fuego y el agua, el tiempo y la maña del hombre. A este último se le puede ver girando en círculos alrededor de la construcción, alimentando la hoguera, hablando en una especie de idioma casi ininteligible, aplicando su fuerza contra la firmeza del material, golpeando rítmicamente los hierros que apresan las tablas. No es un chamán, es un artesano. Y esa figura, en Tonelería Cordobesa, una empresa de Montilla, tiene nombre: José Gallardo. Con apenas 22 años, este montillano comenzó a trabajar en uno de los oficios más tradicionales de Córdoba: la fabricación de toneles. Sin embargo, su verdadero aprendizaje, cuenta, empezó tres años después. Y no es que aquellos primeros años fueran infructíferos, sino que sustituyó las máquinas por sus propias manos al cambiar de empresa. Ahora, a sus 32 años, es capaz de realizar desde cero recipientes para almacenar caldos que viajan por todo el mundo y pueden durar hasta un siglo. Las manos del artesano El aroma a roble tostado, nada más entrar, despierta los sentidos. Los ojos buscan el humo y, sin embargo, se encuentran con el compás con el cual José mide el diámetro de un tonel que está achicando en medio de un taller lleno de serrín. No es magia, es lógica: José retira dos o tres duelas defectuosas y reduce en 50 litros la capacidad de una barrica de 300. Es uno de los trabajos que realiza para la empresa. También los arregla, pero, sin duda, es la fabricación el proceso que atesora los conocimientos más antiguos. Este trabajo "cada vez está más mecanizado por las partidas de producción que hay, pero esta es una de las tonelerías de Montilla en la que se defiende la artesanía". RAA_9663.jpg / Por eso, "desde que entra hasta que sale, cada barril depende de las manos de la persona que lo hace". En este caso, son las suyas las que agrupan, dentro de un aro, las duelas. Estas tablas, tan erguidas como irregulares en su forma, serán las paredes del barril. José introduce dos aros más. El ‘bojo’, de mayor tamaño, sujetará la panza y, por tanto, es el más importante. Cuesta imaginar, al verlas, que estas maderas de roble francés o americano, puedan retener el vino, por decir algo, y no se escurra por cada uno de sus huecos. Pero ahí es donde intervienen las fuerzas de la naturaleza. Cada vez más la artesanía de este oficio se está perdiendo Fuego, agua y maña José se pronuncia en un lenguaje incomprensible. Y es que la tonelería montillana tiene su propio vocabulario. Tras ‘agallar’ el tonel (poner las duelas al mismo nivel con un martillo), da un último rebatido, martilleando los aros para ajustarlos a la circunferencia del tonel. Entonces, se deja quince o veinte minutos en agua. Mientras tanto, el tonelero coge unas tablas rotas, las corta y las lleva a un habitáculo de paredes ennegrecidas donde llena una hornilla de virutas y prende una hoguera. Cuando la llama es fuerte y constante, y el barril ha estado el tiempo suficiente en remojo, lo coloca sobre el fuego. Las llamas arden en su interior y el calor, sumado a la tensión de dos cables metálicos movidos por un torno, que aprietan la parte inferior del futuro barril, dobla la madera. Esta parte del proceso requiere paciencia: el artesano alimenta poco a poco la candela, a la vez que humedece las duelas para que no se quemen. José clavando los remaches de un aro. / Ramón Azañón La acción del fuego y del agua no solo doblan la madera, también la sellan. Cuando la forma está tomada, se pega la tapa con barro, se hierra y se realiza el acabado. Tras limpiarlo con agua y dejar que seque, se lleva a la bodega para envinarlo. Allí permanece con unos quince litros de vino esperando a que el tiempo haga que la madera absorba la mayor parte. Una artesanía que "se pierde" En una hora, José dobla diez o doce barriles que, en su mayoría, son exportados. El 90%, según indican desde la empresa, a países asiáticos como China o India para almacenar whiskys y rones. El tonelero mide el diámetro de la parte superior del tonel, donde irá la tapa. / Ramón Azañón Montilla, por su tradición vinícola, es uno de los pocos lugares de Andalucía donde se siguen fabricando artesanalmente toneles. "Es una cosa que me encanta, todos los días se aprende algo", sostiene José. "Y por suerte seguimos teniendo trabajo". Este joven montillano es testigo de cómo "cada vez más la artesanía de este oficio se está perdiendo" por la mecanización. Y, convencido de ello, considera necesario "defender, sobre todo aquí en el pueblo" esta tradición, que, "con ganas, no es muy difícil de aprender". José puede decir que cada barril que pasa por sus manos es suyo de alguna forma. Y esa experiencia, por lo que expresa, debe de ser única. La jornada, para el tonelero, que trabaja con siete compañeros, termina, como no puede ser de otra forma, con una copa de vino de la tierra. Suscríbete para seguir leyendo

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