12/10/2025 06:56
12/10/2025 06:49
12/10/2025 06:48
12/10/2025 06:46
12/10/2025 06:45
12/10/2025 06:44
12/10/2025 06:43
12/10/2025 06:42
12/10/2025 06:41
12/10/2025 06:40
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 12/10/2025 04:37
Los Pellegrini. En el centro el protagonista de una vida que combinó arquitectura, obras públicas y arte (Archivo General de la Nación) Carlos Enrique Pellegrini que había nacido el 28 de julio de 1800 en Chambéry, reino de Saboya, venía de una familia ilustrada. Era el octavo hijo del arquitecto italiano Bernardo Pellegrini y de la francesa Marguerite Berthet. Sus hermanos habían estudiado en el Instituto Politécnico de París, fundado por Napoleón Bonaparte para formar a los mejores. Pellegrini comenzó sus estudios en Turín, pero molestaban sus ideas liberales y su participación en disturbios estudiantiles. Creyó conveniente seguir formándose en la capital de Francia, donde en 1825 se graduó de ingeniero especializado en puentes y caminos. El Cabildo, tal cual se veía en 1829. Acuarela "Plaza de la Victoria (frente al norte)", de Carlos Enrique Pellegrini, 1829. Cuando el edificio se reconstruyó en 1940, esta imagen fue clave para guiar a los arquitectos Por intermedio de Juan Larrea, fue uno de los tantos extranjeros que fueron tentados a establecerse en nuestro país y trabajar en el gobierno de Bernardino Rivadavia. Cuando arribó el 12 de noviembre de 1828, Rivadavia ya era historia y fue empleado en el Departamento de Ingenieros Hidráulicos después de haberse entrevistado con el gobernador Manuel Dorrego. Su principal preocupación entonces fue la de armar una red de agua lo más potable posible. Ideó una estación de bombeo detrás del fuerte, junto al muelle, de donde se extraería agua del río, la que la haría pasar por un sistema de filtros y por un depósito de decantación. Y por un acueducto llegaría a la población. Una postal distinta: el Riachuelo como lo vio Carlos Enrique Pellegrini, por 1830 También estudió la construcción de un muelle y la instalación de baños públicos. En el medio Dorrego fue derrocado y fusilado por Juan Lavalle, y el país se sumió en el caos. A fin de 1829 se quedó sin trabajo cuando el gobernador Juan José Viamonte decidió cerrar ese departamento y suspender la obra pública. Era el momento de reinventarse. Gracias a su amigo Azcuénaga, en cuya casa, pegada a la sede episcopal, se alojó apenas llegó al país, fue presentado en los salones de Mariquita Sánchez de Mendeville. En una de esas reuniones, los asistentes se deslumbraron por su habilidad con el lápiz y a Pellegrini, quien rápidamente se había integrado a la comunidad de seis mil franceses que vivían en la ciudad, se le prendió la lamparita. A partir de su concurrencia a los salones porteños, donde las familias posición acomodada mataban el tiempo, empezó a retratarlas, y descubrió que poseía habilidad para ello, al punto que desplazó a muchos retratistas de la preferencia del público. “He perdido la costumbre de escribir por la de dibujar”, le confesaba por carta a su hermano Jean Claude. Muchos quedaron inmortalizados, como Antonio Escalada, Manuel Guerrico, el obispo Mariano Medrano, Manuela Suárez Lastra de Garmendia, Lucía Carranza de Rodríguez Rey, o un joven Alberdi. La lista es interminable. Un joven Juan Bautista Alberdi dibujado por el lápiz de Pellegrini Adoptó tal habilidad y ritmo de trabajo que cada retrato le llevaba hacerlo dos horas, y que, para su sorpresa, reflejaba tal cual a la persona que dibujaba. Todos alababan sus producciones, y en una carta confesaba que “el mango de mi pincel es la varita mágica que me proporciona esos tesoros”, aludiendo a los primeros quince mil pesos que había ganado. Se asoció con el litógrafo suizo César Hipólito Bacle, que tenía su negocio en la calle de la Catedral N° 17, y entre 1830 y 1831 vendió a muy buen precio dos centenares de estos trabajos. Se dedicó a la litografía hasta 1837. Cuatro años después fundó, junto a Luis Aldao, su propio negocio llamado “Litografía de las Artes”, sobre la entonces calle Cangallo. Sin saberlo, sus trabajos serían los primeros que sacaron a la superficie las costumbres y esa intimidad que se respiraba en las tertulias, en donde reflejó las modas de entonces. En primer plano la Pirámide de Mayo, a la derecha la Recova (demolida en 1884) y en el fondo el primer edificio del Teatro Colón, proyectado por Pellegrini, en una foto de 1881 (AGN) En el mismo sentido, pintaba acuarelas sobre los puntos característicos de la ciudad. Así sobrevivieron trabajos sobre cómo lucía el Cabildo, la Catedral, la recova vieja y la costa del río. Cuando un día se le ocurrió visitar el barrio donde vivía la población negra, copiaba el rostro de una mujer y sus hijos, espantados, lo apedrearon al grito de “¡Brujo! ¡Maten al brujo!” Con esas postales porteñas, se le ocurrió reunirlas en un libro, y un ejemplar el gobierno argentino se lo obsequiaría al rey francés en agradecimiento al reconocimiento de nuestra independencia. Si bien Juan Manuel de Rosas conocía las simpatías de Pellegrini por Rivadavia, no lo molestó y aquel se ocupó en mantener un perfil bajo, siguiendo con su trabajo y siendo uno de los referentes de la colectividad francesa en el país. Con lo ganado con el arte, en 1837 compró en Cañuelas el campo La Figura. Tenía 41 años cuando se casó en la parroquia del Socorro con María Bevans, conocida por todos como Mariquita, una chica rubia de 17 años hija de ingleses. Su papá era su antiguo jefe, Santiago Bevans, un londinense que había llegado al país en 1822 y que también había trabajado en proyectos de aguas corrientes y en la construcción de un puerto. Estaba casado con Priscilla Bright, y entre sus parientes se contaba a políticos de relevancia en gobiernos británicos. En 1843 nació Julia, Carlos en 1846, Ernesto en 1852, Anita en 1854 y Arturo en 1863. Todos fueron educados en la religión católica, porque Mariquita, si bien era protestante, se convirtió antes de contraer enlace. Cuando cayó Rosas y se respiraron aires de libertad, surgió una nueva sociabilidad, Pellegrini puso manos a la obra. Como miembro de una comisión integrada por Hilario Ascasubi, José Oyuela y Joaquín Lavalle, impulsó su proyecto de construcción del Teatro Colón, levantado en Rivadavia y Reconquista. Lo diseñó con una fachada italianizante y con un techo de hierro que hizo traer de Dublín. Tenía una superficie cubierta de 2744 metros cuadrados, capacidad para mil espectadores, con un foso de doce metros para la orquesta, iluminación a gas y con un sótano donde se almacenaba hielo para la refrigeración de la sala. Así lucía la costa del río, vista con los ojos de Pellegrini (Museo Nacional de Bellas Artes) Para entonces había adoptado la ciudadanía argentina. Era masón y proyectó el templo que hoy se ubica en la calle Perón, que finalizó el arquitecto italiano Francesco Tamburini. En 1852 fundó la “Revista del Plata”. Miembro del Consejo Municipal y del Consejo de Instrucción Pública, se asoció con los empresarios Blumstein y Larroche, para que aportasen capital para la explotación de un servicio de aguas corrientes y había dibujado los planos de una aduana, que sirvieron para lo que sería la Aduana de Taylor. En 1855 visitó Bahía Blanca, entonces un poblado con algo más de 800 habitantes. Se impresionó por la tarea llevada adelante por los inmigrantes italianos allí establecidos, que repartían el día entre sus obligaciones de soldados y de labradores. Dijo que Bahía Blanca estaba destinada a convertirse, antes de 100 años, en una ciudad floreciente y que puerto reunía condiciones inmejorables. Entre 1856 y 1857 ideó el tendido de dos puentes de hierro para cruzar el Riachuelo y en 1869 su proyecto de un matadero, donde funcionaban los corrales del sur, en Parque Patricios, se inauguró en noviembre de 1872. Carlos, su hijo que llegaría a presidente (Foto Archivo) Murió el 12 de octubre de 1875 cuando ya su hijo Carlos ya era un joven legislador y que había apoyado a Nicolás Avellaneda en su candidatura presidencial. Otro Pellegrini que también haría historia.
Ver noticia original