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    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 12/10/2025 06:40

    17 de octubre de 1945 El 17 de octubre de 1945 fue el día en que el pueblo encontró un jefe que lo expresara y salió a hacerse cargo del poder, un día que partió la historia de la Argentina. Yrigoyen nos dio el derecho al voto; Perón, la posibilidad de que los humildes se impusieran sobre las clases adineradas, las que siempre creyeron ser superiores y dueñas absolutas del poder. Aquel que parecía ser el siglo de las ideologías terminó siendo el de los grandes hombres, desde Gandhi a De Gaulle, Churchill, Adenauer, Eisenhower, Mao Tsé-Tung, Ho Chi Minh, Mandela. El “corto Siglo XX”, según la concepción del historiador británico Eric Hobsbawm, fue el período en el que esos hombres representaron la conciencia y la identidad cultural de cada pueblo. Los humildes saldrán a apoyar al General y levantarán los puentes. Eran obreros, no empleados públicos. Obreros, cabecitas negras, trabajadores, “descamisados”, los llamaría Evita, denominación que quedó instalada para siempre. En diez años construyeron la patria industrial, se fabricaron aviones, como el Pulqui, coches, como el Kaiser Carabela, o el Siam Di Tella, que era nacional, el Rastrojero o la “Camioneta Justicialista”, vagones, locomotoras, todo fruto del esfuerzo de nuestro pueblo. Obviamente, habría errores, porque toda reivindicación de una injusticia implica, en alguna medida, la instalación de abusos y los hubo: prohibiciones, persecuciones ideológicas, encarcelamientos a opositores, pero jamás con una violencia mínimamente comparable a la que ya habíamos conocido y padeceríamos más adelante. El Peronismo no tiene muertos, los generaron sus enemigos, desde siempre. Es un trágico rasgo propio del “antiperonismo”, desde lo verbal, con su “Viva el cáncer” hasta lo sangriento, con el fusilamiento del General Valle y del Teniente Coronel Cogorno y la ignominia de los asesinatos a mansalva de los basurales de José León Suárez, magistralmente narrados por Rodolfo Walsh en Operación masacre. Juan Domingo Perón Será el gran pensador Raúl Scalabrini Ortiz quien defina a aquel momento como " el sustrato de la patria sublevada”; será el enemigo quien lo apele " aluvión zoológico", clara concepción del desprecio de las clases altas por las bajas, vigente todavía. Aquella multitud era enorme, infinita, la fuente lavará sus pies como Cristo a sus discípulos, la Plaza quedará para siempre como el espacio de los vulnerables, de los oprimidos, de los necesitados. Evita expulsará a las Damas de Beneficencia, esas que hoy siguen en pie como demostración palmaria de que la generosidad es un hecho individual y no el resultado de una justicia social inherente a la responsabilidad del Estado. Eran tiempos de profundas reflexiones políticas y sociales. De nuestro lado, estaba Enrique Santos Discépolo, ese poeta extraordinario, acompañado de otros dos grandes, Homero Manzi y Cátulo Castillo y nuestro gran cantor de la marcha, Hugo del Carril. Ellos, como Nelly Omar, deberán hacer silencio hasta el retorno de Perón en el 72. La denominada Revolución Libertadora, el Golpe del 55, prohibirá el nombre del Peronismo como si de esa manera se pudiera arrebatarles a las mayorías una expresión política que las identificara. Hugo del Carril será su voz, también su cine, como Nelly Omar, y con el tiempo, Leonardo Favio retomará la síntesis de esas dos artes que, en manos del pueblo, serían más contundentes que nunca. Discepolín, con su tango Cambalache, definirá la estructura social de la Argentina, tan viva hoy y jamás superada. Tiempos de ideologías, de marxistas profundos, época en que nace un marxismo nacional, un liberalismo nacional, un conservadurismo. Cada una de esas visiones del mundo va a tener su división entre patriotas y antipatriotas. Al dar el golpe del 55, uno de sus autores fue capaz de pronunciar la frase imprescindible: “Ni vencedores ni vencidos”. Pero Lonardi será desplazado por los asesinos Aramburu y Rojas, quienes ya habían manchado sus manos arrojando bombas desde los aviones sobre una población civil que transitaba libremente la Plaza el 16 de junio de ese año y continuarían su sangrienta obra. Perón retornará 18 años después como el gran pacificador y gestará una epopeya que unirá a los patriotas y enfrentará a los violentos de ambos bandos. En su último cumpleaños, el 8 de octubre del 73, tuve ocasión de dialogar con él y un pequeño grupo de diputados. Era enorme su capacidad de comprensión del presente y del futuro de la patria. Ya nos había dado un documento ecológico, ya nos había planteado el tema de un desarrollo industrial ineludible, y ese proceso del Peronismo durará hasta el 76, cuando un golpe, que asesinará sin piedad, impondrá la Ley de entidades financieras, es decir, el estatuto de la dependencia económica más feroz. Han pasado 80 años y aquella división sigue vigente, expresando el verdadero Peronismo - no el deformado por los Menem o los Kirchner- la voluntad más clara del patriotismo de convocar a todos los pensamientos que se unen en una idea de destino colectivo, de un Estado eficiente. Cómo olvidar a aquel obrero que un día me dijo “después de Perón y Evita, nunca más tuve que bajar la vista frente al patrón y al policía”. Pocas definiciones tan manifiestas de que esa fuerza les había devuelto lo más importante del ser humano, su dignidad. Hace poco, le pregunté a un joven sobre el motivo de su amor por nuestra causa, y me respondió seguro: “Porque es el único retazo del pasado digno de ser recuperado”. Siempre se impuso la idea de un movimiento -no esa grosera simplificación sin fundamento de que se trata de una variante del fascismo- por la convocatoria a todos los pensamientos que tuvieran la misma convicción de un destino colectivo y de una inserción en el mundo a partir de lo esencial que es la producción y el trabajo de nuestro pueblo. “Gobernar es pacificar y dar trabajo” y Perón lo dejó en claro esencialmente en su retorno. Son dos etapas distintas, porque en la primera era necesario imponer un pensamiento, y en la segunda, dar el paso para terminar con la fractura y hacer de la Argentina una ambición más amplia que la de esa limitación llamada “peronismo”. Es esencial entender el lugar de su retorno, su interlocución con Balbín, aquellos Presidentes del Senado y de Diputados que pertenecían a la Democracia cristiana, la designación de un Ministro de Economía como José Ber Gelbard, completamente ajeno a nuestra historia, de una búsqueda de pluralismo ideológico que interpretara todas la ideas valiosas de un pensamiento que sueña ser patria, esencia que pueblos como Brasil o Chile, o el mismo Uruguay no cuestionan, mientras que en la Argentina la antipatria siempre ha perseguido su sueño de convertirnos en colonia. “Patria o colonia” no es algo que atrase, es tan profundo que adelanta y muestra que otros países han salvado su dignidad, cuando nosotros estamos hoy en la humillación del oportunismo rastrero y de la imposición de la concentración económica sobre las necesidades sociales. Es importante aclarar que aquel pensamiento de Perón fue deformado por Martinez de Hoz, al endeudarnos, por Menem al destruir el Estado, y por los Kirchner, al imponer los derechos humanos por encima de los derechos sociales. El Peronismo muere con Perón y si hay algo que debemos recuperar es la dignidad de aquel pueblo y la expresión del sueño de ser patria. El resto, la historia, hay que dejarlo al espacio de la autocrítica. El General decía “ni sectarios ni excluyentes”, y creo que ese nivel de grandeza no fue reiterado por ninguno de los que quisieron ser sus herederos. Suelo decir que es un recuerdo que da votos y, en rigor, así fue utilizado por los que intentaron gobernar en su nombre. Aquel 17 de octubre inauguraría el nivel de conciencia más alto de nuestra patria, punto de inflexión que habrá de durar hasta el 76, pero que implicaba asumir la revolución industrial e imponer el trabajo y la producción por encima de las rentas de los parásitos de siempre. Ese día fue el nacimiento de lo popular que, en su nombre, con el tiempo, algunos convertirían en “populismo”. Ese día, nosotros heredamos un amor invencible y ellos, un odio que no han logrado superar. Son marcas de la historia. Se cumplen 80 años de aquella gesta, y en esos 80 años podemos decir que esa impronta duró hasta el 76, cuando la caída de Isabel nos deja con una deuda externa mínima y una exigua desocupación. Aquel golpe es, sin duda, por encima de mis diferencias con Isabel -que las tuve-, el inicio de la degradación de la Argentina, con un nombre que se va a reiterar, liberalismo, pensamiento digno de respeto, siempre y cuando no sea utilizado para imponer los negocios, la renta financiera por sobre los esfuerzos de la ciudadanía. Un Golpe más que avalado por civiles antiperonistas, una dictadura que, en ese momento y en ese hecho, desnudaba su odio no al pueblo, sino a algo más profundo: a la democracia y a la patria. Fue Leopoldo Marechal, el gran poeta popular, quien supo decir que “la patria es un dolor que aún no tuvo bautismo”. Aquel 17 de octubre será su nacimiento. En el momento que logremos conciliar nuestras diferencias y tengamos un proyecto futuro en común, podremos responder a la memoria del poeta: “Hoy lo hemos bautizado”.

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