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  • Julio Chávez: “No me gusta que me digan ‘difícil’, me parece un adjetivo feo”

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/05/2025 04:57

    Personajes - Julio Chavez Cada personaje es un mundo en sí mismo para Julio Chávez, y aunque inició su carrera en los años ’70 y lo respalda una sólida trayectoria, la emoción y el cariño por su profesión persisten. Los nervios, las inseguridades y el deseo de hacerlo lo mejor posible para sorprender al público están intactos. En diálogo con Infobae, habla de su vocación actoral desde niño, revela su historia familiar, aborda el rumor de tener un “carácter fuerte”, y reflexiona sobre la temática de su nuevo protagónico teatral en la obra La ballena. Ensaya todos los días, y se comprometió física y emocionalmente para ponerse en la piel de Charlie, un profesor de letras que lucha contra la obesidad y su aislamiento, mientras intenta reconectar con su hija. Chávez hace su versión de The Whale, basada en una adaptación dirigida por el talentoso Ricky Pashkus. “Estoy muy contento, muy ocupado, y también a veces preocupado porque es una nueva exposición, un nuevo riesgo, y La ballena es un material teatral hermoso”, expresa Julio, que se presenta de jueves a domingo en el Paseo La Plaza. Eligió no ver la película, protagonizada por Brendan Fraser, y prefirió partir del origen en sí mismo, de la versión teatral escrita por Samuel Hunter. Le fue inevitable sentir identificación con algunos conceptos, y hacer su propia introspección. “Plantea algo universal, porque son los últimos días de un hombre que, como todo ser humano, ha cometido errores, y que como todo ser humano, siente culpa porque ciertas cuestiones de la vida no las pudo resolver”, indica. Julio Chávez protagoniza "La ballena" en el Paseo la plaza —Hay mucho de lo vincular en el texto, ¿no? —Absolutamente. Los seres humanos en general queremos hacer las cosas bien y por algún motivo no las hacemos. Y en ese acto sufrimos nosotros, sufren otros seres humanos y nos autocastigamos por la culpa, que parece ser un condimento que el ser humano no puede dejar de tener, y la responsabilidad, de la que a veces nos olvidamos. Este profesor intenta recuperar un vínculo dañado, que es el vínculo con su hija, afectado por muchas circunstancias personales, de su sexualidad, de la religión, circunstancias sociales, todo lo tiene que ver con nuestras creencias, con nuestro deber ser y con nuestros compromisos afectivos. —En la película, que yo sí la vi, aparece la temática de la sexualidad de Charlie. ¿aparece en el teatro también? —Si, por supuesto. Es fundamental. —¿O sea que te vamos a ver masturbarte en el teatro? —No, no me van a ver masturbarme, porque justamente lo maravilloso del material teatral es que uno puede intervenirlo, con el respeto que el material merece y las diferencias culturales. No es lo mismo la sociedad norteamericana que la nuestra, hay palabras que tienen distintos sentidos. La religiosidad planteada por el material en su origen tampoco es la misma que tenemos nosotros. Hay ciertos elementos que modificamos, pero el asunto es que el corazón del material llegue al espectador. —En un momento el nombre generó polémica porque se interpretó que La ballena, era una forma peyorativa de referirse a una persona obesa. —Parte de la humanidad es ofensiva, es agresiva y si el material tratara de eso, no veo por qué no tratarlo. Pero en realidad acá se llama La ballena porque el personaje está fascinado por el trabajo que hizo su hija a los ocho años acerca de la novela Moby Dick. Él encuentra conmovedor y hermoso que una criatura lea Moby Dick y articule una mirada personal acerca de ese libro. Julio Chávez en Infobae con Tatiana Schapiro (Candela Teicheira) —¿Te sigue gustando subirte al escenario? —Disfruto mucho de mi oficio, muchísimo. Y me gusta que no es un oficio que me hace sentir seguro del todo. Sufro mucho de muchas inseguridades, de muchos temores, de muchos límites, pero al mismo tiempo disfruto de la invitación a poder expresarme y articular un punto de vista. Poder hablar, decir, comunicar, es un privilegio. Y también es un riesgo muy grande, al punto de que a veces uno se pregunta por qué sigue teniendo tanto miedo, tanto temor y tanta vulnerabilidad, cada vez que se sube a un escenario. —Qué ganas, ¿no? —Sí, pero es una vocación y es una responsabilidad que ya tengo para conmigo y para con el oficio. Solo que no he logrado algo que yo creía que se tenía ya a esta altura de la vida, que es seguridad y tranquilidad. —Si yo le pregunto a tu pareja cómo son los días previos al estreno, ¿qué me va a decir? —Que soy cerrado, privado, estoico, serio. Pero creo que he puesto cosas en el vínculo que no estoy en rojo, que compensan la balanza, tengo cierto saldo a favor [risas]. —Tenés lo que llamaríamos “matrimillas” a favor. —Claro, digamos que estoy disfrutando de los intereses que generé. —El personaje que interpretás siente culpa. ¿Vos sentís culpa por algo? —Sí, pero a mí a esta altura del partido me cuesta mucho diferenciar culpa de responsabilidad. Siempre intento hacer el ejercicio de ser responsable, y directamente reemplacé la palabra culpa por responsabilidad, porque la culpa es algo que viene con nosotros, creo que es el precio de ser un ser humano. —¿Pediste mucho perdón últimamente? —No, la verdad no es algo que pido mucho. —¿Porque no hace falta o por orgullo? —Porque no estoy seguro. Sí tengo un perdón social, de decir ‘disculpame’ todas las veces que haga falta, pero acercarme y pedir perdón no es una situación común en mi vida. Y no me es fácil. Me duele tener que pedir perdón. Casi que es un acto más hacia mí que hacia el otro, porque lo considero un acto muy privado, y si pido perdón es porque creo que produje algún tipo de daño y eso me duele. —El haber visto ese propio error, esa propia oscuridad, es lo que te duele. —El haber dañado a alguien, ser consciente de eso. Y en ese sentido Charlie, el personaje de la obra, dice dice algo muy hermoso, que es que no existe ninguna institución, ningún conocimiento, que esté absolutamente resuelto, porque siempre hay algo que escapa al entendimiento y que forma parte del misterio del comportamiento humano. —Si te pregunto hoy, cómo te va en la vida, ¿qué me decís? —Diría que bien, sobre todo cuando me mantengo refugiado en mi búnker, pero cuando salgo del búnker entiendo que está muy confuso el asunto, muy revuelto. Y yo cada vez tengo menos capacidad de entendimiento. —Me dijiste hace un ratito que no entrás en las peleas en las redes sociales. —No, de ninguna manera. Siempre pienso qué atrevimiento que tienen, cómo se atreven a cargar con tanto valor negativo. Yo ese atrevimiento no lo tengo, no tengo cintura, no tengo espalda, no tengo formación para eso. —¿Pero tenés redes? —Sí, tengo Instagram. —¿Y Twitter? —No, no tengo, y Facebook tampoco. No tengo porque yo no juego en los partidos en los cuales no me encuentro habilitado. No entro en ese juego. Estoy muy atrasado. —¿Y qué te pasa cuando el presidente elige como contrincante a un artista? —Me parece que refleja el debilitamiento de una investidura. Yo no soy presidente. Nunca podría serlo, pero creo que hay una investidura que de alguna manera debería mantener, y entrar en estas cuestiones casi mundanas, habla de un debilitamiento, porque se empieza a bastardear la comunicación, el lenguaje y el respeto. Hay algo que se llama el respeto de los diferentes espacios de pensamiento. Estamos en un problema grave, donde justamente esa libertad aparente de poder meterse con cualquiera, aunque seas el presidente, me parece que es una libertad mentirosa. Hay una enorme esclavitud sino se puede mantener el valor, la legitimidad y las obligaciones de su investidura. —Hay artistas que manifiestan lo que opinan políticamente y son muy críticos de este Gobierno. Vos no estás en ese grupo, sos muy cuidadoso en eso. —No, porque no tengo cabeza para eso, ni espalda. No es que soy cuidado, es que no tengo espalda. Yo no me meto y no me metería. Siento que hay una trampa en la libertad donde cada uno tiene el poder de elegir del menú de lo que tiene ganas. No me molesta para nada que actores o actrices expresen su opinión, pero yo, a nivel personal, soy más temeroso de que después me toquen la puerta y tenga que responder, porque yo no me haría el canchero con un flaco que es boxeador. —Hoy en día hay referentes de la política muy importantes que están jugando muy fuerte en las redes sociales, desde lo discursivo también. —Será beneficioso para ellos, o les será conveniente. Yo estoy muy alejado de eso y muy sorprendido a veces, pero entiendo que es una aparente esclavitud contemporánea. —¿Las redes o la tecnología? —De alguna manera creo que las dos, porque si tenés que estar siempre ahí, o usarlo siempre, huele a esclavitud más que a derecho. El ejercicio de la libertad y del menú libre conlleva un atractivo mentiroso, porque se te dice ‘sé libre de decir lo que quieras, comunica lo que quieras, agárratela con quien quiera’, no importa las consecuencias. Hay una aparente seducción contemporánea de libertad, y buscamos desesperadamente que alguien nos mire, que alguien nos ayude a entender, que nos vuelva a poner un poco en la situación de manada. Y me parece que hay algo de esta aparente libertad peligrosa. —Buscamos siempre alguien en quién creer. —Alguien a quien respetar. Yo creo que hoy ya no existe el hacer caso, entonces qué hacemos, ¿somos libres totalmente? ¿No vamos a volvernos a preguntar qué está bien y qué está mal?, ¿qué hace bien o qué hace mal? Son preguntas éticas muy interesantes, que en La ballena están. —¿Por ejemplo? —¿Tengo el derecho sobre mi vida? ¿Tengo la obligación de vivir cuando ya no quiero vivir más? —¿Y vos qué pensás de eso? —Pienso que es muy personal, muy particular y que son preguntas que no pueden tener una respuesta final, porque justamente son preguntas esenciales. Y las preguntas éticas no tienen respuesta final. —Pero sí son personales. ¿Estás a favor de la eutanasia? —No lo sé. Estoy a favor de la posibilidad, porque considero que eso es una decisión de una determinada circunstancia. Es un tema muy particular en este momento para mí, porque me pasa algo que quizá para otro suene mundano o superficial, pero tengo mi perrita, mi compañera de hace nueve años, que está en una situación en que tengo que decidir si la ayudo a irse o no. Y me encuentro frente a una situación ética muy particular, donde me pregunto cuál es el límite de la vida, dónde está ese límite, de qué soy responsable, me encuentro más humano que nunca. Siento la desesperación de estar obligado a tener que tomar una decisión de alguna manera. —A mí me tocó acompañar a uno de mis padres en una enfermedad terminal muy tremenda, pasar un mes y medio escuchando a mi papá pidiéndome por favor que lo ayude a morir, y yo no podía tomar esa decisión, porque estaba prohibido. —Es absolutamente desesperante. Y sino no estuviese prohibido, entiendo que estarías haciendo un acto humano, tomando una decisión que inevitablemente conlleva una duda. Es como el cuento bíblico de Abraham, que lleva a su hijo a la montaña para entregárselo a Dios, y se pregunta si ese Dios no existe, que entonces sacrificaría a su hijo por nada. ¿Y si Dios existe y no lo sacrifico? Es un acto que nos ubica en un lugar de un precipicio. —Toda decisión tiene consecuencias. —Los seres humanos nos caracterizamos, entre otras cosas porque decidimos cosas. Nuestro ser, nuestra esencia, es tener que decidir. —Vamos a jugar un poco, te quiero conocer más. ¿Te levantás con la primera alarma o pospones? —No tengo alarma. Me levanto solo, a las 6.30, 6.45. —¿Contento de levantarte a esa hora o decís por qué me estoy despertando? —No, feliz, porque en general me despierto 15 minutos antes, trato de seguir descansado, pero me levanto y listo. —¿Te tiras las cartas? —No, pero tengo mi numerólogo, miro la carta astral todos los días para ver cómo está la Luna, cómo está el cielo, eso sí. —¿Y el numerólogo que te ha dicho que te sirva? —Tengo un numerólogo que es un genio, es glorioso. A mí no me interesa que me predigan cosas, sino más bien qué me digan cómo están los jugadores, cómo está la cuestión, después el partido lo hago yo, y me gusta hacerlo. Es un ser fenomenal, un duendecito que tengo, al cual recurro seguido. —¿Sexo a la mañana o a la noche? —A la noche. La mañana no existe para mí para eso. —¿A qué famoso bloquearías de WhatsApp? —A ninguno. —¿No tenés gente bloqueada en WhatsApp? —No, no tengo gente bloqueada. Salvo a una persona desde hace muchos años, y alguno en Instagram, que de golpe me manda algún mensaje que digo qué insolente, y lo bloqueo, porque me doy cuenta de que me dijo algo para que me duela. —¿Se puede saber quién es el que está bloqueado hace mucho en tu WhatsApp? —Es una amiga, que era amiga, que hizo algo que no me gustó. Entonces la bloqueé, es un poco como en el colegio: ‘A vos no te invito a mi cumpleaños’. —¿Y no la desbloqueaste nunca más? —No, nunca más. —¿Tan feo era lo que te hizo? —Tan feo lo que nos pasó, no lo que me hizo, lo que nos pasó. —¿Me lo queres contar? —No, porque no tiene sentido. —¿Qué es lo más ridículo que hiciste por amor? —Insistir. Muchísimo, y sé muy bien que insistir se paga siempre, porque si insistís le estás dando un precio muy alto a lo que querés. Y después lo tenés que pagar. —¿Te ha jodido la autoestima insistir? —No, y tampoco me ha pasado de decir ‘ojalá esta persona se muera’, para que no comunique lo que vio de mí. — ¿A algún otro sí le has deseado la muerte? —No, afortunadamente el daño nunca ha sido tanto. —Nos vamos esta noche a un karaoke, ¿Qué canción cantas sí o sí? —‘Edelweiss’, de Rodgers & Hammerstein‘s. —Me acuerdo de La Novicia Rebelde. —Es la primera película que vi en mi vida, y la que más veces vi, como 25 veces. Me fascina porque manifiesta una especie de familia increíble, y también porque un poco tiene que ver con Alemania, con mis orígenes, con los orígenes de mi padre; el nazismo, los chicos, las institutrices, los palacios, y una madre increíble. Que Julie Andrews venga la mañana a tomar el café con leche tiene su encanto. —¿Qué conociste de Alemania? —Conocí Berlín, Múnich, Essen, Hamburgo. —¿Y tu papá de dónde era? —Mi padre nació en Berlín. Y cuando yo fui a Alemania por primera vez quise ir a ver la casa donde él vivía, en el este, que todavía estaba el muro y se podía pasar. Mi papá siempre me hablaba de su casa, de un pasillo, de la puerta, y él murió un mes antes de que yo me fuera de viaje a hacer teatro a Alemania. Me tomé un tren que me llevó a la estación del barrio donde él creció, pero no fui finalmente a la casa porque la tenía tan dibujada en mi imaginación, que no quería ver la verdad de lo que era esa casa. Preferí quedarme con la imagen que yo tenía, así que me volví. —¿Cuándo vino tu papá para Argentina? —Cuando él tenía 13 años. Es una historia muy particular, pero a su vez es como la de millones. El padre había venido un año antes acá, hizo traer a toda la familia con todos los quilombos que implicaba, los pasaportes, escaparse. Y llegó mi padre al puerto de Buenos Aires, lo recibió mi abuelo, que estaba enfermo y al día siguiente murió. Así que mi padre, con 13 años, salió a este bendito país, como él le decía, a buscar trabajo. Él era carpintero. —Tenía 13 años y salió a buscar trabajo. ¿Él viajaba para acá con su mamá? —Sí, los 13 años de ese momento eran otra cosa. Viajaba con su madre, su hermana, mi padre, y mi abuelo ya estaba acá. Mi padre amaba a este país profundamente y tenía un agradecimiento enorme por este país y por su recibimiento. Lo único que no aguantaba era cómo se tiraba la comida. Cuando íbamos a comer a un restaurante él miraba los mozos que pasaban con los platos, con restos de comida, que volvían a la cocina. Y se ponía muy mal pensando que tiraban todo eso. Cosas que quedan de haber vivido la guerra. —¿Ellos se escaparon de la guerra? —Sí, mi padre siempre contaba que la mamá de él lo despertó una madrugada y le dijo: ‘Nos vamos’. Ya le había preparado un bolsito, y esa noche se fue. Él me contaba que la madre no le había dicho nada antes, porque los chicos hablaban, capaz que decían ‘me voy a ir’, y como no había que decir nada, se enteraban en ese mismo instante. Era así, de golpe, un cambio brutal. —Y tu abuelo, ¿por qué vino un año antes? —Porque a mi abuelo lo iban a meter preso. En ese momento ya existía el nazismo y te podían agarrar por cualquier cosa. Por supuesto que él no era parte del partido nazi. Por el contrario, mi abuelo luchó en la Primera Guerra Mundial por su país, por Alemania, y en la Segunda Guerra Mundial se tuvo que ir. —¿Y tu mamá de dónde era? —Mi madre vino a los nueve años, europea también, pero con otro tipo de historia, más de alguna manera aristocrática o adinerada. Mi abuelo percibió lo que estaba pasando en Europa unos años antes y veían que había que irse. Y se fueron. También se tuvo que poner a trabajar, pero antes trabajar era algo que enaltecía la existencia. —¿Mandaste mensajes erróneos por WhatsApp? —Sí. —No me des los nombres, pero contame qué pasó. —Una vez mandé un mensaje de voz a la misma persona con la cual había hablado, que se lo iba a mandar otra persona, diciendo: ‘Acabo de hablar con esta pelotuda, que está más boluda que nunca’, y me equivoqué y se le mandé el mensaje a esta persona. Y encima lo escuchó. Quedé muy mal. —¿Y qué hiciste? Lo bloqueaste. —No, no la bloqueé. Creo que le puse: “así son las cosas”. —Si podés robarle un talento a alguien. ¿Cuál sería y a quién? —A Ricardo Darín, el talento de sociabilidad que tiene. El otro día lo estaba escuchando, y pensaba qué gran conocedor que es. Seguramente es uno de los motivos por los que se ha expandido tanto; además de sus condiciones, pero su inteligencia social es algo que yo no tengo. —¿Te llevas bien con Ricardo? —No lo conozco. No tenemos vínculo, solo cuando éramos muy pequeños los dos hicimos una telenovela juntos. A mí me echaron de esa telenovela por mal actor, y él empezó a armar una increíble carrera. Yo soy un pésimo jugador en lo social, soy otro tipo de jugador, y por eso cuando lo veo o lo escucho, le envidio eso. —¿Pero le crees esa simpatía en el manejo de la situación o no se la crees? —Es que no importa si es de verdad o no, importa lo bien que lo hace. Es encantador. Es inteligente en el trato social. Es piola. —En el imaginario colectivo Julio Chávez y Ricardo Darín se tienen que conocer y haber ido a cenar varias veces en pareja. —No, nunca fui a comer con él, nunca tomamos ni un café. Y así me pasa con muchos de mis colegas, que no conozco, o inclusive nunca he saludado porque no nos hemos cruzado. —Y vos sos vergonzoso también. —Sí, soy muy pudoroso, tal vez hasta tímido, pero aún con eso hago mi partido. Tengo esa norme contradicción. Soy muy cholulo por un lado, pero por otro lado, en el campo de nuestro oficio, no me doblego frente a nadie. —Más allá de esa telenovela con Darín, ¿te echaron alguna otra vez? —No hubo otra anécdota tan fuerte, pero en el colegio me pasó muchas veces que me advirtieran que si no cambiaba de actitud, me iban a echar. —¿Y la cambiaste? —No, creo que en una vez actué que había cambiado. Pero tuve momentos complejos, sobre todo en la primaria, que me agarró un ataque de ira contra una maestra. Era en quinto grado, que hizo algo que a mí no me parecía justo. Llamaron a mi madre y le dijeron que tenía que hacer algo conmigo. Y fue la primera vez que fui a un psicólogo, porque era demencial lo que me había pasado frente al hecho. Por eso siempre digo que el teatro es un lugar hermoso, donde te podés expandir y articular una experiencia con un lenguaje no social. —Ahí podés revolear los útiles que quieras y no van a llamar a tu mamá. —Podés darle la palabra ‘injusticia’ el valor que tiene. Y por eso agradezco mucho haber encontrado este oficio, que de alguna manera me apañó. —Si pudieras borrar algún chisme que haya circulado sobre vos o algún titular medio escandaloso. ¿Cuál sería? —Nunca tuve un titular escandaloso al día de la fecha. Pero me gustaría minimizar un poco, o echarle un poco de agua, cuando escucho: ‘Chávez es difícil‘. A esta altura del partido, que todo nos cuesta, me parece que habría que poner sobre la mesa a qué se refieren, de qué están hablando. Hay gente que se acerca a mí con esa imagen, y se anticipa a algo. Hay que chequear si ser responsable o respetuoso con el oficio de uno te transforma en alguien difícil. Es una combinación con un temperamento determinado, pero a nivel laboral me parece un adjetivo muy feo ser ‘difícil‘. Algunos tienen la suerte de ser más cálidos, más democráticos, aparentemente, y yo tengo un carácter que, como te acabo de contar, en quinto grado casi me mandan al manicomio por un ‘exceso de temperamento’. —¿Te trajo problemas que se instale esto? ¿Te impidió acceder a trabajos que te interesaban? —No que yo sepa, no. O no me he enterado. Pero a esta altura del partido estoy muy contento con lo que me pusieron sobre la mesa y muy satisfecho. —¿Tiene más que ver con un dolor personal entonces? —No, solamente tiene que ver con advertir ciertas cuestiones, y no me gusta que se crea eso. —¿A los colegas que dijeron eso en algún momento los llamaste? —No, porque no es cuestión tampoco de modificar la mirada que tengan de mí, es simplemente tratar de entendernos mejor. —¿No te peleaste en el camarín por los calzoncillos con nadie? —No, no pertenezco a eso. No fui formado así. No tengo intención de construir nada que no sea la ficción que me gusta construir. Los actores somos también del espacio de la poética, y cada vez más nos cuesta que se nos ubique en ese lugar. Prefiero tener la fe de que somos artistas, de que pertenecemos a la poética, que se nos ponga en ese lugar. El actor y la actriz son instrumentos poéticos que intentan ser pertenecientes al lenguaje y a la posibilidad de tener poética. Y me parece que es tan difícil ese espacio, que prefiero cuidarlo, intentar mantenerme ahí, porque cada vez más se nos hacen preguntas menos atractivas sobre nuestro oficio, cada vez entramos más en la obligatoriedad de responder a cuestiones mediáticas y poco a cuestiones artísticas. Lo que es nuestro arte, la decisión de relatar, uno como instrumento de relato, cada vez estamos más lejos de eso y llevados a pertenecer a un lenguaje que no es el nuestro. El chisme no es mi lenguaje. No quiero que lo sea. Yo pertenezco a otro lenguaje, que cada vez se queda más lejos y para mí es muy cercano. —Qué bueno poder traer un poco de tu lenguaje, y verlo en el escenario. —Para mí es fundamental en este oficio tan hermoso, el de contar un cuento, una historia, una experiencia humana y que todos viajemos con eso. Ese es mi oficio. Hay veces que el chisme es tan fuerte que impide poner el foco en la historia. Es inevitable, pero dentro de lo posible, porque no soy Superman ni mucho menos, intento mantenerme lo menos apegado a eso, y ser lo más fiel posible a quien considero que soy.

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