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» Diario Cordoba
Fecha: 04/05/2025 09:04
El evangelio de hoy, en las celebraciones eucarísticas, narra la tercera aparición de Jesús resucitado a los discípulos, a orillas del lago de Galilea: «Estaba ya amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla, pero los discípulos no sabían que era Jesús». El relato se sitúa en el marco de la vida cotidiana de los discípulos, que habían regresado a su tierra y a su trabajo de pescadores, después de los días tremendos de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Era difícil para ellos comprender lo que había sucedido. Pero, mientras que todo parecía haber acabado, Jesús va nuevamente a «buscar a sus discípulos». Es Él quien va a buscarlos. Esta vez los encuentra junto al lago, donde ellos habían pasado la noche en las barcas sin pescar nada. Las redes vacías se presenta, en cierto modo, como el balance de su experiencia con Jesús: lo habían conocido, habían dejado todo por seguirlo, llenos de esperanza... ¿y ahora? Sí, lo habían visto resucitado, pero luego pensaban: «Se marchó y nos ha dejado... Ha sido como un sueño». He aquí que al amanecer Jesús se presenta en la orilla del lago, pero ellos no lo reconocen. A estos pescadores, cansados y decepcionados, el Señor les dice: «Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis». Los discípulos confiaron en Jesús y el resultado fue una pesca increíblemente abundante. Es así que Juan se dirige a Pedro y le dice: «Es el Señor». E inmediatamente, Pedro se lanzó al agua y nadó hacia la orilla, hacia Jesús. Frente a este relato evangélico, fuera, en la calle, los mil relatos sobre el apagón masivo en España que dejó incomunicadas a tantas personas. La escena de la Resurrección», por contraste, con la letra de la canción «Insurrección»: «¿Dónde estabas entonces / cuando tanto te necesité?». Y al final: «Me siento hoy como un halcón / herido por las flechas de la incertidumbre». La tentación más grave de esta hora sería sentarse en el sillón del lamento, olvidando que hay cosas que sólo se aprenden atravesando un tsunami. En este contexto de fracaso, el relato dice que “estaba amaneciendo cuando Jesús se presentó en la orilla». Sin embargo, los discípulos no lo reconocen desde la barca. Tal vez es la distancia, tal vez la bruma del amanecer y, sobre todo, su corazón entristecido lo que les impide verlo. Jesús está hablando con ellos, pero «no sabían que era Jesús». ¿No es este uno de los efectos más perniciosos de la crisis religiosa que estamos sufriendo? Preocupados por sobrevivir, constatando cada vez más nuestra debilidad, no nos resulta fácil reconocer entre nosotros la presencia de Jesús resucitado, que nos habla desde el Evangelio y nos alimenta en la celebración de la cena eucarística. Es el discípulo más querido por Jesús el primero que le reconoce: «¡Es el Señor!». No están solos. Todo puede empezar de nuevo. Todo puede ser diferente. La presencia de Jesús resucitado transforma todas las cosas: la oscuridad es vencida por la luz, el trabajo inútil es nuevamente fructuoso y prometedor, el sentido de cansancio y de abandono deja espacio a un nuevo impulso y a la certeza de que Él está con nosotros. Desde entonces, estos mismos sentimientos animan a la Iglesia, la comunidad del Resucitado. Si a una mirada superficial puede parecer, en algunas ocasiones, que el poder lo tienen las tinieblas del mal y el cansancio de la vida cotidiana, la Iglesia sabe con certeza que en quienes siguen al Señor Jesús resplandece ya imperecedera la luz de la Pascua. No es fácil afrontar esta hora en la que nos obliga a nuevos «aprendizajes»: saber que somos vulnerables, que la debilidad forma parte de nuestras vidas, que hemos de pedir ayuda y que, en términos profanos, la palabra «resurrección» equivale a «reconstrucción». Como telón de fondo, ambientando la escena, en todas las orillas, los versos del poeta: «Ha madrugado Dios esta mañana: / escuché su trajín, su atareado / revuelo por los árboles. / Es tan grande su casa, que no puede / dar reposo a sus manos». *Sacerdote y periodista
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