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  • Un cónclave con final abierto que pone en juego el legado aperturista de Francisco

    Parana » AnalisisDigital

    Fecha: 04/05/2025 15:36

    Tres candidatos asoman como los favoritos para convertirse en la máxima autoridad de la Iglesia Católica, pero crece la posibilidad de un “tapado”. La demora podría ser leída como una muestra de falta de unidad en la Santa Sede. Destacados observadores del quehacer de la Iglesia dicen que la elección papal que se avecina será la “más dramática de los últimos 50 años”, porque las reformas que realizó Francisco generaron una profunda división en la milenaria institución. Plantean que se terminará optando por un conciliador que siga el espíritu aperturista del pontífice argentino, pero sin sus osados cambios como, por ejemplo, la bendición a parejas gay. Y, por lo tanto, sin avanzar en los que estaba proyectando, como el acceso de hombres casados de probada fe al sacerdocio en zonas remotas del mundo donde escasean los curas. Claro que para ello hará falta aglutinar 89 votos entre los 133 cardenales que ingresarán este miércoles a la Capilla Sixtina porque las normas dicen que hacen falta los dos tercios de los sufragios. Aunque se trata de una cantidad exigente, quizá no lo sea tanto si se tiene en cuenta que la clásica división entre conservadores y progresistas parece que esta vez no se verificará en las cantidades parecidas que ostentaban en el pasado y que provocaban que se neutralizaran y entonces había que buscar un tercer candidato de consenso. Es que tres grupos surgen con nitidez: uno mayoritario que aboga precisamente por el candidato conciliador que una a la Iglesia o, al menos, acorte la brecha. Su principal candidato es quien fue hasta ahora el secretario de Estado del Vaticano, el cardenal italiano Pietro Parolin (70 años). Hay un segundo grupo más chico que impulsa una profundización de los cambios de Francisco. Este sector postula al presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi (69), para muchos el que prefería Jorge Bergoglio. Finalmente, un tercer grupo aún menor de conservadores que propugnan directamente una vuelta atrás. Entre ellos se cuentan cardenales como el alemán Gerard Muller, que ocupó hasta 2017 un alto cargo en el Vaticano y se opuso a la decisión de Francisco de que los católicos divorciados en nueva unión puedan comulgar (recibir la hostia consagrada). Su candidato más relevante es el arzobispo de Budapest, el cardenal Peter Erdó (67), también opuesto a esa medida y a la bendición de parejas gay. En los ámbitos eclesiásticos existía este fin de semana la extendida impresión de que el principal papable, el cardenal Parolin, podría llegar a alcanzar la mayor cantidad de votos, pero no los dos tercios. Aunque se le reconoce la habilidad que se requeriría -como buen diplomático de carrera que es- para unir a la Iglesia, carece de experiencia religiosa en una parroquia. En otras palabras, siempre fue un cura de escritorio. Pero también le falta carisma, una cuestión relevante en tiempos tan mediáticos. Además, las muchas menciones en estos días en los medios de su candidatura no lo favoreció. Los cardenales prefieren a alguien que no figure en ningún pronóstico de la prensa y pase lo más desapercibido posible. Pero a veces no son los periodistas, sino los propios papables los que se dañan a sí mismos. Por caso, no cayó bien entre algunos cardenales que Parolin haya recibido a las delegaciones de los diversos países con motivo del funeral de Francisco como si fuera un pontífice. A su vez, Zuppi parecía quedar bastante rezagado, precisamente por su radicalidad en cuanto a profundizar los cambios. Se le aprecia su cercanía a la gente, especialmente a los sectores más populares, y se le reconoce su experiencia en la desactivación de conflicto, como en los años 90 con la pacificación de Mozambique. Pero su cercanía a la Comunidad San Egidio causa el temor de que esta institución -si bien prestigiosa- pueda ejercer una influencia excesiva en su eventual papado. Sergio Rubén/TN

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