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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/10/2025 02:37
La tradición de decorar con calabazas iluminadas tiene su origen en una leyenda irlandesa sobre un personaje, "Jack el tacaño", que había sido condenado a vagar por la eternidad y se alumbraba con un nabo hueco con una brasa adentro. Cuando esta historia migró a los Estados Unidos el nabo fue reemplazado por la calabaza (imagen ilustrativa Infobae) La noche del 31 de octubre tiene algo especial. Luces tenues, figuras extrañas en los balcones, niños disfrazados, calabazas iluminadas, casas decoradas con telarañas artificiales, esqueletos y brujas. Para muchos, es simplemente Halloween, una celebración alegre, divertida y sin demasiada reflexión. Sin embargo, esta fiesta tiene raíces profundas, tanto religiosas como paganas, que han sido moldeadas por el tiempo, la historia y la cultura. El nombre “Halloween” proviene de una antigua expresión inglesa: "All Hallows’ Eve", que significa “Víspera del Día de Todos los Santos”. A simple vista, parece una festividad más del calendario litúrgico cristiano. Pero lo cierto es que, aunque tuvo una fase cristiana, sus raíces más remotas están ligadas a antiguos ritos celtas precristianos, cargados de simbolismo, misticismo y conexión con la naturaleza. Hoy, en el contexto de una sociedad globalizada, Halloween ha perdido casi todo rastro de su contenido espiritual original. Se ha transformado en una fiesta comercial, impulsada por el consumo y promovida por la industria del entretenimiento. Sin embargo, vale la pena preguntarse: ¿de dónde viene realmente esta festividad?, ¿qué celebramos cuando la festejamos?, ¿por qué genera tanto rechazo en algunos sectores religiosos?, ¿es una fiesta pagana, cristiana o simplemente una excusa para disfrazarse? Para comprender Halloween en toda su dimensión, debemos retroceder miles de años en el tiempo, hasta los territorios que hoy conforman Irlanda y parte del norte de España, especialmente Galicia. Allí habitaban los celtas, un pueblo que vivía en estrecho contacto con la naturaleza, las estaciones y los ciclos agrícolas. Sus guías espirituales eran los druidas, sacerdotes sabios y místicos cuyo conocimiento abarcaba desde la medicina hasta la astronomía y la religión. En el calendario celta, el año se dividía en dos grandes estaciones: la mitad clara (primavera-verano) y la mitad oscura (otoño-invierno). El 31 de octubre marcaba el final de la mitad clara y el comienzo de la oscura. Ese momento de transición se celebraba con la festividad del Samhain (pronunciado “sow-in”), cuyo significado literal es “fin del verano”. El Samhain era mucho más que una fecha para cerrar el ciclo agrícola. Representaba el inicio del nuevo año celta y era un tiempo sagrado en el que se creía que el velo que separaba el mundo de los vivos y el de los muertos se hacía más delgado. Durante esa noche, los espíritus podían regresar temporalmente a visitar a sus seres queridos. La tradición en la que los niños, disfrazados, van de puerta en puerta pidiendo golosinas tiene sus raíces en antiguas prácticas celtas y cristianas que consistían en pedir comida o limosnas a cambio de oraciones por los muertos (imagen ilustrativa Infobae) Para recibirlos, los celtas dejaban comida fuera de sus casas, encendían hogueras y colocaban luces en las ventanas para guiarlos. También se disfrazaban con pieles de animales y máscaras para ahuyentar a los espíritus malignos. Estos rituales tenían un carácter apotropaico: buscaban proteger a la comunidad frente a los peligros del invierno y alejar las fuerzas negativas. En cierto modo, los disfraces y las máscaras eran una forma de engañar al mal. Y si lo pensamos bien, hoy seguimos haciendo lo mismo. Cruzamos los dedos, tocamos madera, usamos amuletos, tiramos monedas en fuentes. Incluso en Año Nuevo realizamos pequeños rituales: comer 12 uvas, vestirnos de ciertos colores o encender fuegos artificiales para espantar las malas energías. Nada nuevo bajo el sol. Galicia, con su herencia celta, también conservó reminiscencias del Samhain a lo largo de los siglos. Actualmente, la “Festa do Samaín” ha sido recuperada y revalorizada. En localidades como Ribadavia (Ourense), se celebra la “Noite Meiga” (Noche de las Brujas), en la que las calles se llenan de disfraces, procesiones y rituales. También se realiza la famosa “Queimada”, una bebida espirituosa que se quema en una gran copa mientras se recita un conjuro en gallego: “Mouchos, coruxas, sapos e bruxas…”. Este ritual busca espantar a los malos espíritus y proteger a quienes participan. En otras partes de Galicia, como la Isla de Arousa, los niños todavía van de casa en casa pidiendo “unha limosniña polos defuntiños que van alá”, una frase que recuerda mucho al actual “trick or treat” anglosajón. Reciben castañas, panecillos y frutas como parte de una costumbre ancestral. Pero no es solo en Europa donde estas prácticas se mantuvieron. En Mesoamérica, culturas como la mexica, maya, zapoteca, mixteca y otras, también celebraban el regreso de los muertos durante esta época del año. Hoy, el Día de los Muertos en México es un ejemplo vibrante de cómo estas tradiciones se fusionaron con el cristianismo tras la llegada de los conquistadores. Altares con fotos, comida, bebidas, flores de cempasúchil y velas honran a los difuntos en una de las fiestas más significativas de esa región. Un auténtico puente entre los vivos y los muertos. Cuando el Imperio romano conquistó los territorios celtas, intentó suprimir muchas de sus prácticas religiosas. El emperador Claudio prohibió a los druidas, aunque la festividad del Samhain sobrevivió. Los romanos incluso añadieron sus propias deidades a las celebraciones: en especial a Pomona, diosa de los frutos y de la cosecha. El nombre “Halloween” proviene de una antigua expresión inglesa: "All Hallows’ Eve", que significa “Víspera del Día de Todos los Santos” Con la llegada del cristianismo, la Iglesia Católica decidió incorporar muchas de las festividades paganas al calendario litúrgico, resignificándolas desde una perspectiva cristiana. Esta estrategia, conocida como inculturación, no intentaba erradicar las costumbres locales, sino reinterpretarlas dentro del marco de la nueva fe. Así, Samhain fue transformado en la “Víspera del Día de Todos los Santos”, o “All Hallows’ Eve”, como se decía en inglés antiguo. Fue el papa Gregorio III, en el siglo VIII, quien cambió la fecha de la celebración de Todos los Santos del 13 de mayo al 1 de noviembre. Más adelante, Gregorio IV estableció que la fiesta se celebraría universalmente. La intención era clara: ofrecer una alternativa cristiana a las celebraciones paganas que aún perduraban en muchas regiones europeas. La práctica de celebrar las “primeras vísperas” ya estaba arraigada en la tradición cristiana. Al igual que la Navidad comienza con la Nochebuena (Christmas Eve), la Fiesta de Todos los Santos comenzaba el 31 de octubre, como vigilia. Tan significativa fue esta fecha que, siglos después, el papa Julio II eligió el 31 de octubre de 1512 para inaugurar los frescos de Miguel Ángel en la Capilla Sixtina. No era un día cualquiera. Pero, ¿cómo pasó esta festividad cristianizada a convertirse en una fiesta masiva de disfraces y dulces? La clave está en la diáspora irlandesa. Entre 1845 y 1849, Irlanda sufrió una terrible hambruna que obligó a millones de personas a emigrar, principalmente a los Estados Unidos. Con ellos viajaron sus tradiciones, su idioma y, por supuesto, su forma particular de celebrar el All Hallows’ Eve. Ya en suelo norteamericano, esta festividad fue tomando nuevos matices. Se secularizó, perdió su carácter religioso y se convirtió en una celebración social y comunitaria. En 1921, se organizó el primer desfile de Halloween en Minnesota, lo que marcó el inicio de su expansión por todo el país. En las décadas siguientes, se volvió una festividad popular, especialmente entre los niños. La tradición de disfrazarse proviene de una costumbre del pueblo celta. El 31 de octubre ellos celebraban el fin del verano y el inicio del nuevo año. Era un tiempo sagrado en el que creían que el mundo de los vivos y el de los muertos se encontraban y que los espíritus regresaban. Ellos se disfrazaban con pieles de animales y máscaras para ahuyentar a los espíritus malignos A esta nueva versión se le sumaron elementos simbólicos como la famosa jack-o’-lantern, la calabaza iluminada. Su origen se remonta a una leyenda irlandesa sobre “Jack el Tacaño”, un personaje que logró engañar al diablo en varias ocasiones, lo que le valió no ser admitido ni en el cielo ni en el infierno. Condenado a vagar por la eternidad, Jack se alumbraba con un nabo hueco con una brasa dentro. En Estados Unidos, el nabo fue reemplazado por la más abundante calabaza, dando origen a una de las imágenes más representativas de Halloween. También nació la tradición del trick-or-treat (dulce o truco), en la que los niños, disfrazados, van de puerta en puerta pidiendo golosinas. Aunque parezca una invención moderna, tiene sus raíces en aquellas antiguas prácticas celtas y cristianas de pedir comida o limosnas a cambio de oraciones por los muertos. Hoy en día, Halloween es una de las festividades más comerciales del mundo, especialmente en los Estados Unidos, donde mueve miles de millones de dólares cada año en disfraces, dulces, decoración, películas, eventos y parques temáticos. Se ha convertido en un fenómeno global impulsado por la cultura pop, las redes sociales y la industria del entretenimiento. En muchos países, especialmente en América Latina, Halloween fue adoptado sin sus raíces históricas, como una moda importada. En ciudades como Buenos Aires o Montevideo, cada vez más niños y adolescentes participan en la celebración, mientras algunos adultos la critican por considerarla ajena o superficial. Sin embargo, conocer su historia puede darle nuevo sentido: como un reflejo de nuestras creencias, miedos, y deseos más profundos. Cuando la tradición de Halloween migró a norteamérica perdió su carácter religioso y se convirtió en una celebración social. A partir de la década de 1920 la festividad se expandió por todo el país y se volvió muy popular, especialmente entre los niños (Freepik) Detrás de los disfraces y las fiestas, Halloween es una expresión colectiva de nuestra relación con la muerte, el misterio y lo desconocido. En un mundo cada vez más racional y tecnificado, donde se busca dar explicaciones lógicas a todo, esta festividad nos conecta con una parte más instintiva y ancestral de la experiencia humana: el temor a lo que no se puede ver, a lo que no se puede controlar. Disfrazarnos, decorar con esqueletos y calaveras, mirar películas de terror o visitar casas encantadas no es solo un juego: es una manera simbólica de enfrentarnos a esos miedos. Como lo hacían los antiguos celtas con sus máscaras, nosotros también adoptamos otras identidades, quizá para entender mejor la nuestra. Nos transformamos, aunque sea por unas horas, y eso tiene un profundo valor psicológico y cultural. Además, Halloween es una de las pocas festividades modernas que nos permite hablar de la muerte sin solemnidad ni tabúes. En muchas culturas occidentales, la muerte ha sido marginada del discurso cotidiano, confinada a lo médico, lo jurídico o lo religioso. Halloween, al igual que el Día de los Muertos en México, nos recuerda que la muerte forma parte de la vida y que también puede ser pensada desde lo lúdico, lo simbólico y lo artístico. A lo largo de los años Halloween ha generado resistencias, especialmente en sectores religiosos que la asocian con prácticas satánicas o anticristianas. Sin embargo, esta visión suele basarse en un desconocimiento profundo de sus orígenes. Lejos de ser una “fiesta del mal”, Halloween es, en su esencia más antigua, una forma de reconciliarnos con los ciclos de la naturaleza, de rendir homenaje a nuestros antepasados y de conjurar —de forma simbólica— los temores que nos habitan. En varios países del mundo, muchas personas decoran sus casas con calabazas, calaveras, telarañas o ataúdes (Charles Parker/Pexels) La pregunta, entonces, no debería ser si Halloween es bueno o malo, sino cómo lo celebramos y qué sentido le damos. Puede ser solo una excusa para reunirnos, divertirnos y dejar volar la imaginación. Pero también puede ser una oportunidad para reconectarnos con nuestras raíces culturales, para enseñar a los más jóvenes sobre historia, mitología, simbolismo y espiritualidad. Como toda festividad viva, Halloween seguirá cambiando con el tiempo. Lo que hoy vemos en las tiendas o en las redes sociales es apenas una versión moderna, y probablemente muy superficial, de un ritual milenario. Pero eso no lo hace menos válido: cada generación transforma las tradiciones según sus necesidades, sus miedos y sus sueños. Lo importante es recordar que, incluso disfrazados de zombis o vampiros, seguimos siendo parte de una larga historia de humanidad que ha buscado, desde siempre, entender lo invisible, lo que hay más allá de la muerte, lo que ocurre en esa delgada línea entre la luz y la oscuridad.
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