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  • Israel se está convirtiendo en un Estado paria como la Sudáfrica del apartheid

    » Diario Cordoba

    Fecha: 14/09/2025 12:24

    Esta misma semana, mientras las protestas para exigir la expulsión del equipo Israel-Premier Tech y demandar el fin del "genocidio" en Gaza volvían a marcar la Vuelta a España, el presidente de Israel, el exlaborista Isaac Herzog, quien ha dicho con otras palabras que no hay inocentes en Gaza, fue recibido en el Reino Unido al grito de "criminal de guerra" y "enciérrenlo". Lejos de allí, en una iniciativa impulsada desde Hollywood, más de 4.000 actores y directores del cine internacional firmaban un manifiesto para negarse a tener relación alguna con la industria del cine israelí. Tres dinámicas que sirven para ilustrar la nueva realidad que enfrenta Israel. Como le pasó en su día a la Sudáfrica del apartheid, el Estado judío se está convirtiendo en un paria a marchas forzadas, aislado por los boicots de la sociedad civil y la incomodidad manifiesta de muchos de sus aliados, que empiezan a imponer un coste a su devastación de la Franja, las masacres indiscriminadas de sus militares o la hambruna inducida por sus políticas de castigo colectivo. Las iniciativas para aislar al país recorren multitud de ámbitos. Desde la cultura al mundo académico, pasando por el deporte, la inversion extranjera o el comercio. Por no hablar de los intentos crecientes para arrestar a sus militares en el extranjero o la hostilidad ocasional que enfrentan los turistas israelíes en algunos países. El boicot no es nuevo. En las últimas dos décadas se ha reavivado cada vez que Israel libraba una nueva guerra en Gaza, pero sin adoptar nunca la fuerza suficiente para obligar al país a replantarse sus políticas hacia los palestinos. "Estamos asistiendo a un tsunami sin precedentes en sus dimensiones. Hubo otras iniciativas de boicot en el pasado, pero nunca con tantos actores implicados de la sociedad civil", asegura a este diario el politólogo israelí Menahem Klein, muy involucrado en las negociaciones de paz con los palestinos de principios de este siglo. "El genocidio en Gaza y la limpieza étnica en Cisjordania explican sus dimensiones. Es una reacción desde abajo, que está obligando a los políticos de muchos países a actuar", añade utilizando unos términos que pocos comparten en Israel, donde el victimismo es la norma. Esa presión política ha tardado casi dos años y más de 60.000 muertos en llegar, desde que Hamás pusiera en marcha la guerra con el asesinato de casi 1.200 israelíes y el secuestro de otros 250. Pero empieza a tomar cuerpo. Francia, Canadá, Bélgica, Australia y Reino Unido han anunciado que pretenden reconocer el Estado palestino — por más que solo exista sobre el papel— en la Asamblea General de la ONU este mismo mes. Al menos ocho capitales occidentales, desde Londres a Oslo o Madrid, han sancionado a ministros israelíes. Turquía, Colombia y Bolivia han roto relaciones. Y la Comisión Europea, tras muchos meses de inacción, se plantea ahora suspender los privilegios comerciales de su acuerdo de asociación con Israel. Londres, que iba a negociar un acuerdo de libre comercio, lo ha dejado en el dique seco. Embargos y presión sobre los militares Viejos tabúes están cayendo. Hace ahora un año la Asamblea General recomendó abrumadoramente imponer sanciones a Israel, meses después de que el Tribunal Internacional de Justicia dictaminara en una opinión consultiva que su ocupación de los territorios palestinos es "ilegal" y se sustenta sobre políticas de segregación racial. Desde entonces, al menos una veintena de países, tanto del Sur Global como de Occidente, han anunciado embargos de armas totales o parciales a Israel. Desde Japón a Alemania, Países Bajos o España. Los militares israelíes también empiezan a sentir la presión. En julio fueron arrestados dos de ellos en Bélgica, cuando asistían a un festival de música, acusados de crímenes de guerra. Un hecho sin precedentes. Otro tuvo que salir súbitamente por piernas de Brasil. En otros países son los estibadores los que se han plantado para tratar de impedir los envíos de armas al Estado judío. En Atenas bloquearon un cargamento de acero para uso militar; en Marsella y Génova, piezas para los F-35 israelíes. La economía israelí está aguantando la guerra con mayor resiliencia de lo que algunos anticipaban, a pesar de que se han disparado el gasto militar y el déficit público. Pero algunos sectores, como la agricultura, están pagando un precio oneroso por los boicots que proliferan desde la sociedad civil internacional. Cooperativas de supermercados en Reino Unido e Italia, ambas con centenares de establecimientos, han dejado de vender productos israelíes. También la alemana Aldi los ha suspendido, mientras "Bélgica, Suecia, Noruega e Irlanda han cerrado oficiosamente sus mercados", escribió recientemente el diario israelí Ynet. Decenas de aerolíneas, por otra parte, han dejado de volar a Tel Aviv. Desinversiones y boicot académico Paralelamente, el fondo soberano noruego, el mayor del mundo, ha anunciado su desinversión de cinco bancos israelíes, así como de empresas involucradas en la ocupación, como Caterpillar, cuya maquinaria es utilizada por el Ejército para demoler viviendas palestinas. Lo mismo que han hecho algunas iglesias progresistas de Estados Unidos con millones de feligreses. También en el mundo académico muchos lazos se están rompiendo. Prestigiosas universidades como el Trinity College de Dublín o la Universidad de Gante han cortado relaciones con sus pares israelíes. Se resiente la cooperación institucional pero también a nivel individual, con crecientes dificultades para sus investigadores para publicar o participar en conferencias en el extranjero. Solo en los seis meses transcurridos hasta el pasado mes de febrero, una asociación israelí dedicada a combatir el aislamiento académico, registró 500 incidentes de boicot, un 66% más que en los seis primeros meses de la guerra. "Nuestra principal conclusión es que los boicots no van a parar a corto plazo y probablemente continuarán durante años", dijo Emmanuel Nahshon, el principal responsable del grupo de trabajo en el que participan varias instituciones académicas israelíes. Mentalidad de sitio Su Gobierno apenas ha reaccionado, más que para tildar de "inmoral" y "antisemita" el boicot, a pesar de la inquietud crónica que el aislamiento genera entre la sociedad israelí. La misma que reclama ahora mayoritariamente en las encuestas el fin de la guerra y la retirada de Netanyahu, pero al mismo tiempo apoya la deportación de los gazatíes o la destrucción de Gaza. "Como le pasó al régimen del apartheid en Sudáfrica, tanto el Gobierno israelí como la mayor parte de la sociedad judía están respondiendo al boicot con una mentalidad de sitio. Lo consideran antisemita y pocos se están replanteando nuestras políticas hacia los palestinos", dice el profesor Klein. En Sudáfrica, las diferentes campañas de boicot, desinversiones y sanciones fueron decisivas para forzar el final del apartheid. Pero se prolongaron durante cerca de 30 años y llegaron a adoptar formas más severas de las que ahora asoman sobre Israel. Desde un embargo de armas sancionado por la ONU y otro de petróleo liderado por la OPEC a la exclusion de Sudáfrica de las Olimpiadas de 1964 o su desconexión parcial del sistema financiero. De todas esta montaña de medidas, quizás lo que más preocupa al israelí de a pie son los incidentes que algunos han enfrentado en sus vacaciones, como los 1.600 pasajeros de un crucero que no pudieron desembarcar en una isla griega porque les esperaba un grupo de manifestantes propalestinos. "¿Qué partes del mundo siguen siendo seguras para que los israelíes vayan de vacaciones?", se preguntaba un artículo reciente en el 'Jerusalem Post'. Suscríbete para seguir leyendo

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