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Parana » Analisis Litoral
Fecha: 14/09/2025 15:33
La deserción electoral que atraviesa la Argentina no es casual. No es un capricho de los jóvenes desencantados ni de una ciudadanía “antipolítica” como todavía repiten algunos. Es la consecuencia directa de 20 años de un modelo kirchnerista-peronista que destruyó la confianza en la política, vació las instituciones y condenó a varias generaciones a un presente sin futuro. La generación que “la ve” En ese escenario, emergió un fenómeno difícil de ignorar: el de los jóvenes de entre 18 y 30 años, un segmento que ya no compra los relatos de siempre. Son ellos quienes marcan la diferencia con ironía al señalar que, a diferencia de los “viejos meados” —como llaman sin filtros a quienes siguen defendiendo lo indefendible—, ellos sí “la ven”. Y lo que ven es un país arrasado, donde la épica de banderas y marchas terminó en un callejón de pobreza, corrupción y discursos gastados. Para los más acérrimos defensores del kirchnerismo, los argumentos se agotaron. Ya no quedan epopeyas posibles ni consignas que enamoren. La militancia juvenil que alguna vez vibró con la promesa de transformación hoy observa con desdén a una dirigencia atrapada en su propio laberinto de poder, desconectada de la realidad cotidiana. Una oposición que tampoco convence Mientras tanto, lo que debería ser alternativa también se degrada. Una juntadera de gobernadores, más preocupados por sus apetencias personales que por ofrecer un proyecto, se presenta como “oposición”. Pero la sociedad percibe que se trata de un armado vacío, un frente de ocasión cuyo único objetivo es bloquear al “loco” antes de que se les escape del todo el control del tablero político. La opinión pública lo decodifica mejor que ellos mismos: no hay ideas, solo supervivencia. De la épica a la ruina En 2003, el kirchnerismo llegó con la promesa de reconstrucción. Dos décadas después, el saldo es inapelable: Pobreza estructural superior al 40%, con picos del 60% en provincias del norte y ciudades como Concordia. Un Estado hipertrofiado y quebrado, con más ministerios que soluciones y millones de argentinos dependiendo de planes como única salida. Inflación crónica que pulverizó salarios, jubilaciones y ahorros. Educación degradada, con paros eternos, contenidos vaciados y generaciones enteras sin horizonte laboral. Corrupción como norma: funcionarios presos o procesados que aún son celebrados por su propio espacio político. El kirchnerismo prometió justicia social y terminó dejando un país más desigual que nunca. Una economía estancada. Una cultura política basada en la obediencia ciega, el verticalismo y la lapicera hereditaria. La militancia usada y descartada Durante años, miles de jóvenes creyeron que militar era cambiar el mundo. Lo que encontraron fue otra cosa: dirigentes enriquecidos, estructuras cerradas, listas definidas a dedo y una maquinaria que exigía lealtad a cambio de nada. La deserción militante no nace del “individualismo neoliberal”, sino de la estafa emocional y política que significó entregarle tiempo y vida a un proyecto que se redujo a nepotismo, sectarismo y negocios personales. La casta como sistema de autopreservación El problema no se agota en el kirchnerismo. El resto de la política se acomodó a la misma lógica: rosca, reparto, acomodos y simulacros electorales cada dos años. La política dejó de ser herramienta de transformación para convertirse en empresa privada de supervivencia personal. Por eso, la sociedad se repliega en la familia, en la intimidad, en la supervivencia cotidiana. La política ya no enamora porque dejó de representar. Una democracia en riesgo El desencanto actual no es un fenómeno pasajero: es el síntoma de una democracia que perdió legitimidad. Ya no alcanza con votar cada dos años cuando lo que se elige son las mismas caras recicladas en distintos sellos. El kirchnerismo se aferra a una épica vencida; el resto de la política intenta administrar los restos. Mientras tanto, la Argentina se vacía de futuro. ¿Y después de la deserción? El país no puede seguir sosteniendo un sistema político que devoró generaciones enteras. El problema no es solo un dirigente ni un partido: es la casta, que hizo de la política un modo de vida y de la militancia un decorado. La verdadera rebelión democrática no será en un atril ni en un pacto de gobernadores, sino en la construcción de una política nueva, menos facciosa, más austera, más humana. Una política que piense en qué país dejamos a nuestros hijos y no en qué cargo hereda el hijo del dirigente de turno. Porque lo que se juega hoy no es un resultado electoral más: es la posibilidad de que la Argentina no se convierta en un páramo de cinismo, apatía y resentimiento perpetuo. AM para Análisis Litoral AM para https://www.analisislitoral.com.ar/
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