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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 28/07/2025 20:41
"El Ángelus" (1857-1859) de Jean-François Millet La imagen de dos campesinos franceses detenidos en medio de un campo, inclinando la cabeza mientras el sol se apaga y una campana resuena a lo lejos, ha fascinado a generaciones. Pero para Salvador Dalí, esa escena no era solo un tributo a la vida rural: era un enigma cargado de pulsiones ocultas, capaz de inducir visiones y obsesiones. El artista catalán llegó a afirmar que “la única diferencia entre yo y un loco es que yo no estoy loco”, y en su caso, la locura giraba en torno a una pintura: El Ángelus de Jean-François Millet. Ahora, la obra original, custodiada por el Musée d’Orsay, viaja a la National Gallery de Londres como pieza central de la exposición Millet: Life on the Land, y la oportunidad de enfrentarse a su misterio se abre para el público británico, según relata The Guardian. La historia de El Ángelus es la de una imagen que, desde su creación entre 1857 y 1859, ha generado interpretaciones tan dispares como intensas. En su día, la pintura se convirtió en un fenómeno popular: reproducida masivamente, cambió de manos por sumas récord hasta que el Louvre, tras varios intentos, la adquirió en 1910. En 1932, la devoción por la obra alcanzó un extremo insólito cuando fue atacada y rajada varias veces con una navaja, un acto que solo reforzó su aura de objeto de culto. Tras su restauración, permaneció en el Louvre hasta que el Orsay abrió sus puertas en 1986. La visión de Vincent van Gogh sobre El Ángelus fue radicalmente distinta a la de Dalí, aunque igual de apasionada. El joven Van Gogh, entonces empleado en la sucursal londinense de la galería Goupil et Fils, escribió a su hermano Theo en 1874: “Ese cuadro de Millet, L’angelus du soir, eso es, en efecto, eso es magnífico, eso es poesía”. Tenía solo 21 años y aún no había decidido convertirse en pintor, pero ya percibía en la obra una profundidad poética singular. Más tarde, en 1880, realizó una copia fervorosa del cuadro, y en su producción inicial la huella de Millet es evidente, especialmente en obras como Mujer campesina cavando (1885) y, de forma más explícita, en Los comedores de patatas. Para Van Gogh, El Ángelus representaba la compasión hacia el trabajador rural, una visión teñida de religiosidad y empatía. La versión del Ángelus que hizo Van Gogh El propio Millet, nacido en una familia de agricultores en Grouchy, Normandía, pintó la escena a partir de un recuerdo de infancia: “La idea me vino porque recordé que mi abuela, al oír la campana de la iglesia mientras trabajábamos en el campo, siempre nos hacía detenernos para rezar el Ángelus por los difuntos”. Aunque su formación artística fue sofisticada —estudió en París con Paul Delaroche—, su carrera despegó cuando decidió retratar la dureza de la vida campesina. Obras como El aventador, presentada en el Salón de París de 1848, y después El sembrador o Las espigadoras, no idealizan el campo, sino que lo muestran como un escenario de fatiga y pobreza. La elección de estos temas tenía una carga política: en plena Europa revolucionaria, Millet elevó al campesino a la categoría de protagonista trágico. La fascinación de Dalí por El Ángelus llevó la interpretación a un terreno completamente distinto. En sus escritos y obras, el pintor surrealista veía en la escena rural una acumulación de símbolos sexuales y de muerte. En Atavismo al crepúsculo, una de sus múltiples versiones, los campesinos se transforman en figuras híbridas, con herramientas agrícolas brotando de sus cuerpos. En sus dibujos, los personajes se convierten en momias o fósiles, erosionados por el tiempo y la tristeza. Dalí llegó a afirmar que El Ángelus era “la más inquietante, la más enigmática, la más densa, la más rica en pensamientos inconscientes que jamás haya existido”. La obsesión de Dalí alcanzó su punto álgido cuando convenció al Louvre para radiografiar la pintura, convencido de que Millet había ocultado una tumba infantil en el primer plano. Según Dalí, la imagen original contenía un sepulcro, y la radiografía parecía confirmarlo. Esta idea reapareció en su pintura La estación de Perpiñán (1965), donde la tumba se transforma en una vía de tren que separa a la pareja del Ángelus, simbolizando un umbral entre la vida y la muerte. Para Dalí, la mujer era la madre del hombre, y la escena sugería deseos incestuosos y luto reprimido. Dalí se obsesionó con el Ángelus e hizo el suyo. El método paranoico-crítico de Dalí, que consistía en provocar alucinaciones conscientes para desentrañar capas ocultas en las imágenes, encontró en El Ángelus su campo de pruebas más fértil. Publicó El mito trágico del Ángelus de Millet en los años 30, un tratado donde desmenuzaba sus teorías sobre la pintura. La autenticidad de su obsesión queda reflejada en el filme Un perro andaluz (1929), realizado junto a Luis Buñuel, donde una pareja adopta la misma postura que los campesinos de Millet, pero con los roles invertidos, hasta que su amor se petrifica y son sepultados en la arena. Poco después, en Reminiscencia arqueológica del Ángelus de Millet (1933), Dalí reinterpreta a la pareja como monumentos colosales y erosionados en un desierto. La influencia de El Ángelus sobre los grandes artistas modernos demuestra cómo una obra puede transformarse en el imaginario de quien la contempla. Para Van Gogh, fue un modelo de compasión y espiritualidad; para Dalí, un detonante de obsesiones y teorías psicoanalíticas. La pintura, que muestra a los campesinos interrumpiendo su labor de arrancar patatas —las vemos en la cesta y en el saco abultado de la carretilla—, se convierte en un escenario donde cada elemento puede adquirir significados insospechados. Dalí veía en los bultos marrones de las patatas formas excrementicias, en el saco una posible tumba, en los mangos de la carretilla y los dientes del gran tenedor símbolos fálicos y de violencia. La exposición Millet: Life on the Land en la National Gallery de Londres, abierta del 7 de agosto al 19 de octubre, ofrece la oportunidad de enfrentarse a este enigma pictórico. La obra, que muchos han conocido en reproducciones baratas o en contextos ajenos a los museos, sigue ejerciendo una atracción inexplicable. Como señala The Guardian, hay cuadros que parecen decir más de lo que uno puede expresar y permanecen en la memoria, convocando al espectador como una campana al anochecer.
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