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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/05/2025 02:37
El doctor Marcel Petiot conducido por los pasillos del número 36 del quai des Orfèvres, sede de la Policía Judicial parisina, poco después de su arresto el 31 de octubre de 1944 AFP (The Grosby Group) Pocas veces se habían visto en Paris tantas personas reunidas para presenciar una ejecución como la multitud que acudió a primera hora de la mañana del 25 de mayo de 1946 al patio de cárcel de la Santé para ver cómo guillotinaban a Marcel Petiot. La Segunda Guerra había terminado en Europa hacía poco más de un año y los franceses ya habían ajustado cuentas con la mayoría de los colaboracionistas, pero el caso del “doctor Eugene”, como también se conocía a Petiot, era diferente. No había sido juzgado y condenado a muerte por traicionar al país ni por delator, tampoco por haber cometido crímenes de guerra al servicio de los nazis. Lo suyo, de ser posible, era todavía peor: había engañado y matado prometiendo la salvación a sus propios compatriotas, especialmente a los de origen judío. El método criminal de Petiot era tan simple como letal. Haciéndose pasar por miembro de la Resistencia, buscaba a personas desesperadas por escapar de las garras de los nazis y les ofrecía sacarlas de Francia y llevarlas a la Argentina a cambio de veinticinco mil francos. Sin embargo, una vez que entraban en su casa llevando sus pertenencias más valiosas – joyas, dinero, obras de arte – ya no salían. Ni hacia la Argentina ni hacia ninguna otra parte. Nadie los buscaba tampoco. Los familiares y amigos de las víctimas imaginaban que estaban en viaje transatlántico o ya habían llegado a Buenos Aires y se alegraban de su suerte. Pero esa suerte era completamente diferente: una vez que entraban en la casa del “doctor Eugene” morían envenenadas y sus cuerpos iban a parar a las llamas de un crematorio hogareño construido especialmente para convertirlos en cenizas. Por eso hubo tanta gente esa mañana en el patio de la prisión de la Santé y por eso también cuando la cabeza de Petiot rodó limpiamente cortada por la cuchilla del artefacto mortal inventado por el doctor Joseph-Ignace Guillotin en los tiempos de la Revolución Francesa, la multitud aplaudió. Un chico difícil La filiación completa del siniestro personaje era Marcel André Henri Félix Petiot, nacido el 17 de enero de 1897 en Auxerre, al sur de París. En la escuela demostró ser un chico muy inteligente, aunque con conductas que ponían los pelos de punta a sus maestros y profesores. Sus hobbies eran torturar y matar animalitos, robarle la pistola a su padre para llevarla al colegio y amenazar a sus compañeros con una navaja de la cual jamás se desprendía. Esos entretenimientos le costaron ser expulsado de varios colegios y derivaron con el tiempo en una conducta eminentemente delictiva, agravada en 1912 con la muerte de su madre. Marcel Petiot fue médico y asesino serial (The Grosby Group) Se fue a vivir con su tía pero, aunque la buena señora trató de enderezarlo, fracasó estrepitosamente en el intento. A los 17 años empezó a robar y no tardaron en detenerlo. El juez lo liberó después de un informe psicológico que decía que se trataba de “un joven anormal” con “problemas personales y hereditarios” que limitaban en mayor medida “la responsabilidad de sus actos”. Poco después del comienzo de la Primera Guerra Mundial fue reclutado por las tropas de infantería y enviado al frente en noviembre de 1916. A los seis meses, gaseado y herido, Marcel estuvo en varios hogares de reposo donde mostró signos de “desequilibrio mental, neurastenia, depresión mental, melancolía, obsesiones y fobias”. Así lo concluyeron los médicos que le trataron en el pabellón psiquiátrico de Fleury-les-Aubrais. En septiembre de 1920 y después de protagonizar varios brotes psicóticos con tendencias suicidas, el ejército le retiró el uniforme y le concedió una invalidez por discapacidad. Para entonces, estudiaba medicina gracias a un programa para veteranos de guerra. Se recibió de médico un año más tarde y empezó a ejercer en Villeneuve-sur-Yonne. Médico y alcalde En esa población de la región de Borgoña nadie lo conocía y mucho menos se tenían noticias de su salud mental, de modo que su título de médico le abrió rápidamente muchas puertas. Se hizo un lugar en la sociedad del lugar e incluso llegó a ser elegido alcalde, aunque fue desplazado unos pocos meses después de haber asumido, cuando fue acusado de fraude y malversación de fondos. En otras palabras, Marcel Petiot desviaba los dineros municipales hacia su propio bolsillo. Petiot en su foto de boda con Georgette Lablais, la hija de un terrateniente (Crédito: The Grosby Group) Como médico, su prestigio fue también efímero. Se descubrió que les daba opioides a sus pacientes y corría el rumor de que practicaba abortos. Lo llegaron a acusar de haber matado a una de sus pacientes, que había desaparecido, aunque nunca le pudieron probar nada. A pesar a su mala fama, en 1927 se casó con Georgette Lablais, hija de un rico terrateniente y hombre notable de la comunidad. Pero sus prácticas médicas poco ortodoxas hicieron que su prestigio terminara por el piso y la pareja debió mudarse a París para que Petiot empezara de nuevo. En la capital francesa se portó bien durante un tiempo, más precisamente hasta la invasión de los nazis, en 1940. Ahí aprovechó la volada para vender certificados médicos que acreditaban invalidez a quienes no querían alistarse en el ejército y también a tratar con narcóticos a los soldados que venían del frente. Lo descubrieron, pero como única pena le impusieron una multa. Para entonces, los nazis estaban a las puertas de París y Petiot encontró la oportunidad de montar un nuevo y truculento negocio. Una trampa mortal Con la colaboración de tres cómplices, hizo correr por la ciudad – en los lugares indicados – el rumor de que un jefe de la Resistencia había armado un plan para ayudar a los judíos a escapar de los nazis y enviarlos a través de Portugal a la Argentina, u otros lugares de Sudamérica, donde estarían a salvo. La operación tenía, claro, un precio: 25.000 francos por persona. Se hizo conocer entre los desesperados como el “Doctor Eugene” y compró una casa más grande para poner en práctica su plan. Raoul Fourrier, Edmond Pintard y René-Gustave Nézondet – los tres cómplices – convencían a las víctimas con la promesa de sacarlos del país y las llevaban a la casa de quien suponían que les salvaría la vida. El hotel parisino en el que Petiot vivía (The Grosby Group) Cuando llegaban al lugar, Petiot les decía que el gobierno argentino exigía para entrar al país que se les aplicara una vacuna contra varias enfermedades, pero esa “vacuna” no era otra cosa que cianuro. Después de inyectarles el veneno, los encerraba en una sala, esperaba a que murieran. Entonces, además de los 25.000 francos que les había cobrado, se quedaba con el resto del dinero que llevaban y todas sus pertenencias. Al principio descuartizaba los cadáveres y los arrojaba al Sena con la ayuda de sus cómplices, pero cuando la aparición de restos humanos en el río comenzó a despertar sospechas, incluso de la Gestapo, ideó otro método para deshacerse de los cuerpos. Hizo construir una cámara de gas con mirilla en la casa de Rue le Sueur 21, donde funcionaba su consultorio, y también un pozo donde intentó reducir los cadáveres con cal viva. Además, hizo construir un horno crematorio, pero en ese momento no lo utilizó. Detenido por los nazis Con el tiempo, el rumor sobre un médico, jefe de la Resistencia, que ayudaba a huir a los judíos a la Argentina no sólo llegó a los oídos indicados – es decir, los de las víctimas potenciales del plan criminal de Petiot - sino también a los de la Gestapo. Los primeros en caer fueron los tres cómplices, Fourrier, Pintard y Nézondet, que bajo tortura confesaron que el famoso “doctor Eugene” era Marcel Petiot. Nézondet fue liberado, pero los otros pasaron ocho meses en prisión, sospechosos de ayudar a escapar a los judíos. Incluso bajo tortura, no identificaron a ningún otro miembro de la Resistencia, ya era imposible que lo hicieran porque no conocían a ninguno. La Gestapo los liberó en enero de 1944. Petiot fue detenido en abril de 1943, acusado de ser miembro de la Resistencia y ayudar a escapar a los judíos. Durante los siguientes ocho meses, fue torturado e interrogado en la cárcel de Fresnes sin que este delatase a nadie de su supuesto grupo. A él tampoco lograron sacarle un solo nombre porque todo era mentira. Como no pudieron encontrarle ningún vínculo con la Resistencia, lo liberaron. La liberación de París era cuestión de días cuando volvió a la calle. Cuando los nazis abandonaron París, Petiot estuvo lejos de respirar tranquilo. Sospechaba que, terminada la guerra, comenzaría a descubrirse que aquellos perseguidos que habían acudido a él en busca de ayuda jamás llegaron a Buenos Aires. El humo y el olor Debía borrar toda huella de sus víctimas. El 11 de marzo de 1944 encendió el horno crematorio e introdujo algunos cadáveres que mantenía todavía escondidos en el pozo de la casa. Eso fue su perdición, porque el humo maloliente de la chimenea invadió a todo el barrio y los vecinos lo denunciaron a la policía. Cuando los agentes llegaron a la casa, Petiot no estaba, pero entraron igual. Descubrieron una sala con trozos de cuerpos diseccionados, unos dentro de un crematorio, otros en una caldera con carbón y algunos más en un pozo de cal viva. Además, el cuarto contaba con material quirúrgico, una mesa de operaciones con un cuerpo humano y una especie de jaula con grilletes. Petiot en uno de sus tantos juicios en su contra (Crédito: The Grosby Group) Lo detuvieron horas después pero, así como había engañado a sus víctimas, también logró hacerlo con la policía: convenció a los agentes de ser jefe de la Resistencia francesa, de que esos restos humanos correspondían a miembros de la Gestapo y de que tenían que dejarlo irse para destruir documentación comprometida antes de que “el enemigo los encuentre”. Lo dejaron en libertad, aunque no por mucho tiempo. En una revisión posterior de la casa los policías contabilizaron 27 muertos, 72 valijas y otros 655 objetos, que no pertenecían a agentes de la Gestapo sino a ciudadanos franceses, casi todos de origen judío. El 2 de noviembre de 1944, Marcel Petiot, que había desaparecido de los lugares que solía frecuentar desde el mismo día de su liberación, volvió a ser detenido. “Esto no va a ser agradable” El juicio en el Tribunal del Sena contra el “doctor Eugene” comenzó el 15 de marzo de 1945 y en un primer momento Petiot – acusado de 27 asesinatos - intentó hacerse pasar por un desequilibrado para zafar de la condena. Entre audiencia y audiencia, les decía a los guardias: “No dejen de ir al juicio, va a ser maravilloso y se va a reír todo el mundo”. Cuando la coartada del desequilibrio mental se le cayó a pedazos, cambió de táctica. Pidió declarar y aseguró que había matado a 63 personas, pero que todas ellas eran miembros de la Gestapo y que su accionar había sido el de un patriota que resistió al invasor. Tampoco le sirvió, porque las pruebas eran abrumadoras. Luego de tres semanas de juicio, el jurado lo declaró culpable de 24 de las 27 acusaciones, y lo condenó a morir en la guillotina. Marcel Petiot ni se inmutó al escuchar el fallo. Tampoco pareció impresionado cuando caminó hacia el cadalso con las primeras luces de la mañana del 25 de mayo de 1946. Al contrario, antes de arrodillarse para acomodar su cuello en la guillotina miró hacia la multitud reunida y advirtió en voz alta: “Señores, les ruego que no miren. Esto no va a ser agradable”. Fueron las últimas palabras que pronunció antes de que su cabeza cayera cortada por la cuchilla.
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