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» El litoral Corrientes
Fecha: 25/05/2025 02:20
Por Enrique Eduardo Galiana Moglia Ediciones Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas” “Homenaje a la memoria urbana” Octava parte “Son cosas para pensar” decía doña Benedicta añorando su tierra del Paraguay, cercano y lejano a la vez. Por razones de hambrunas cíclicas se obligó a cruzar a la Argentina como muchos compatriotas, solo los italianos superan el número de los paraguayos en el país receptor, éste es –dicen los que saben–, un Estado aluvional porque quien no tenía esperanzas en su tierra se vino para la Confederación Argentina que los recibió con los brazos abiertos. Tuvo muchos hijos en su nueva tierra, que tenían contacto con otras familias de inmigrantes de otras nacionalidades, dos de ellos se casaron con descendientes directos de españoles, otros con correntinas de pura cepa, cada uno con sus historias pero que coincidían en un mismo relato antiguo, pero vigente llamado la “Niña de la muñeca”. Cada ser humano de otras latitudes trajo consigo costumbres, vestimenta, comidas, oficios, sus sistemas de creencias, de todo un poco, muchos analfabetos llegaban con la esperanza de que sus hijos se educaran en la tierra de promisión, la escuela era gratis y laica, dejaron su corazón en esta tierra, agradecidos. Con ellos vinieron en sus alforjas entristecidas fantasmas, valentías y miedos, leyendas y mitos eran parte de su equipaje, misterios y espectros los acompañaban. Doña María de origen español se las arreglaba con sus pequeños hijos en cualquier tarea, no le eran ajenas la cocina y las costuras. En ese vivir en los márgenes de la ciudad luego del fracaso de la Colonia Nueva Valencia de don Blasco Ibáñez, conoció a la paraguaya doña Benedicta. Ambas tenían largas tertulias a la luz pobre de lámparas a kerosene o velas de sebo, mientras los niños jugaban en amplios patios arbolados que protegían del calor y cubrían contra los vientos fuertes los ranchos en que residían. En algo coincidían las dos mujeres: la hora de la cena era al caer la tarde, las mesas escasas de alimentos se enriquecían por la abundancia de amor y risas, no habían celulares, tabletas ni otros medios más que la palabra o la lectura, predominaba la palabra en rondas casi nocturnas en que las matronas se encargaban de transmitir a sus vástagos sus experiencias y saberes. Una noche ventosa, fría del mes de mayo de comienzos del siglo XX, las dos mujeres coincidieron en el misterio, mito o leyenda de la Niña de la muñeca Una la escuchó en Paraguarí de dónde provenía y la otra de Castilla la Vieja, su origen alrededor del fuego de sus pobres hogares, con la luz mortecina como cómplice. La oscuridad coincidían es cómplice del miedo, las sombras infundían temor a lo desconocido en lo negro, tenebroso escenario secreto. Algunas eran historias reales que escaparon al escrito, según decían los sabios por carecer de importancia; además eran cosas de pobres, desdichados del mundo. Igual suerte le toca a los vencidos porque no hay quien escriba por ellos, son los derrotados. Empezaban las mujeres en un perfecto dúo de narración con ciertas variantes la Niña de la muñeca. Dícese que en ciertas ciudades a los transeúntes se les aparece una niña vestida con ropas comunes, denotando indigencia, que les regala una muñeca hecha de trapos. Algunos aceptan el regalo, al hacerlo la nena desaparece diluyéndose en la nada. Algunos conservan el regalo, esporádicamente reciben la visita de la niña donante. Otros la olvidan, si se deteriora sufren terribles enfermedades o accidentes. La mayoría se lo toma a broma y destruyen el regalo, allí también acaece lo inesperado, la chiquilla les aparece con una cara monstruosa, que con voz desconocida proveniente del más allá les anuncia el final de sus vidas terrenales a los destinatarios del regalo que no supieron cuidar el obsequio. Distinto destino es el que tienen los que cuidaron la muñeca, pues ella toma en sus manos el destino de la persona. Los que la cuidaron vivieron felices, los que no sufrieron las consecuencias, perdieron la saludad, bienes, la vida. El impacto del relato corrió como reguero de pólvora desde los márgenes de la ciudad hacia el centro. Como es de prever Benedicta y María partieron con el tiempo hacia el otro portal, barrio o mundo de los muertos, desde sus ranchos ubicados en el barrio Cambá Cuá (Cueva de negros). Sus relatos pasaron de boca en boca entre los habitantes de la ciudad de Corrientes de antaño. Pues venga y dígale. Entrado el siglo XX por calle La Rioja frente al Mercado Central –antiguo edificio entre San Juan, Junín y la cortada Agustín Gonzáles–, un día cualquiera sin fecha ni año, imprevistamente apareció una criatura con vestidos humildes con una muñeca de trapo que la ofrecía a los transeúntes. La mayoría se negó conociendo los rumores que circulaban, otros más generosos les ofrecían monedas que la donante aceptaba agradeciendo, a éstos nunca volvía a molestarlos les leía el buen corazón, a otros que con altanería y grosería agregados rechazaban malamente el obsequio, con desprecio, burla, sumado a agravios innecesarios, ganaban la presencia recurrente de la niña que volvía a aparecerles de la nada, les decía: “Yo soy María, vine de España, ¿por qué me tratas así?” Era una voz extraña como si surgiera del fondo de un barril, muy común en esa época. Tal era el miedo instalado en la ciudad que muchos de estos petulantes buscaban la protección de sacerdotes quienes rezaban por los espíritus malignos, otros acudían a curanderas y hechiceras para evitar males o maleficios. En general mucha gente murió prematuramente, penando. Dicen que el sacerdote franciscano hortelano de la iglesia San Francisco Solano, dijo que era el espíritu de María la castellana haciendo justicia a los desfavorecidos de la fortuna, castigando a los avaros, exaltando a los generosos, empáticos, de buen talante espiritual. Afirmaba el cura que la tumba de María se perdió en el cementerio San Juan Bautista. Por ello querido amigo te recomiendo que ayudes a tu próximo o prójimo, chaque la chiquilla de la muñeca. La que le escuchó al clérigo era una vecina de la San Francisco que concurría habitualmente a misa, de la cual muchos salen corriendo sin ver al pobre mendigo pidiendo un mendrugo de pan, una moneda, se hacen los distraídos los ñembó taú (de los locos) para evitar poner la mano en el bolsillo. Cuidado chamigo que hay espíritus que son justicieros.
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