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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 20/04/2025 20:41
El Loco murió a los 80 años Nunca me voy a olvidar el día que fue tasado por una cifra récord ante el interés de River en 1964. Estábamos laburando en la redacción y la producción para la revista El Gráfico: “El pase más cuantioso de la historia del fútbol argentino”. Una idea era producir fotos con Hugo Orlando Gatti, quien venía de Atlanta, acompañado por otro jugador del plantel (Miguel Ángel Villafañe, su compañero de pensión). ¿Por qué? Era costumbre de León Kolbowski, entrañable y respetadísimo presidente del Club Atlético Atlanta, que cada vez que River o Boca, que eran sus principales clientes, pretendían comprarle un jugador joven, Kolbowski vendía dos por uno. Fue el iniciador en la época del fútbol profesional de los años 60 en la oferta dos por uno. ¿Querés a Gatti? Tenés que comprar a otro, que más tarde terminó siendo Mario Bonczuk. Lo llevamos a Gatti a la redacción. La pregunta era cómo conseguíamos billetes de dólares para que Gatti se sentara en el hall central del tercer piso de la Editorial Atlántida, rodeado de puertas, vitrinas y trofeos. En el medio, él, sentado en ese ámbito y con dólares lloviendo. Es decir, teníamos que arrojar dólares al aire y cuando iban cayendo sobre la humanidad del Loco Gatti, sentado en posición de yoga, sacar la foto del joven jugador sonriendo para poner en la tapa: “Hugo Gatti: desconocido que vale millones, signo de nueva época en nuestro fútbol”. Para hacer esta producción tuvimos que hacer un memorándum a la administración y esta lo consultó con el directorio. El directorio lo autorizó y fueron a buscar pesos nacionales al Banco de la Nación Argentina Casa Central para hacer la nota. El administrador, el tesorero y dos empleados presenciaron la producción de la nota, desesperados cuando veían esos billetes en el aire, cayendo sobre la humanidad de Gatti y sonriendo. Kolbowski había asegurado que lo tasaba en la suma récord para la época de 15 millones porque era un “arquero sensacional, llamado a ser el sucesor de Yashin”. Hugo Orlando Gatti en su primera tapa para El Gráfico: Atlanta lo había tasado en una cifra récord y luego sería vendido a River Plate “No tomé a nadie como ejemplo”, argumentaba él cuando le preguntaban por su singular estilo. Hugo Orlando Gatti no llegó a Primera División solo por sus condiciones, sino también porque se lo impuso. El arquero de Atlanta había sido uno de los pioneros; no el uno, el dos, diría. El pionero número dos, pero el más importante en el nuevo orden del arco. El “nuevo orden del arco” era el arquero-jugador. Arquero que podía jugar con los pies. Año 1962. Club Atlético Atlanta. Director técnico: Osvaldo Zubeldía. Capitán del equipo: Carlos Griguol; técnico dentro del campo. Errea era el arquero y Atlanta lo vendió a Boca Juniors. De manera que el joven Gatti, que venía de Carlos Tejedor, y en los entrenamientos, en las duchas, en el vestuario, en las tertulias y en las pocas conversaciones de concentraciones leves, casi inexistentes, decía menos mal que yo vine a salvarlos a ustedes porque soy el mejor arquero del mundo. En aquella tapa de El Gráfico habíamos presentado al futbolista récord del fútbol argentino y al que iba a generar la salida de una gran parte de los recursos del poderoso Club Atlético River Plate, por entonces ya el Millonario. El arquero titular de River era Amadeo Carrizo. Un monstruo. De manera que lo que River estaba comprando era al sucesor de ese monstruo llamado Carrizo, inventor de un nuevo puesto en el arco. A pesar de que están en la nómina de arqueros, eran jugadores. Carrizo tenía un estilo y Gatti era más osado aún que él. Primero: chau a las rodilleras. Segundo: unos guantes enterizos que quitaban sensibilidad a los dedos. Tercero: una vincha en el fútbol argentino. Cuarto: colores revolucionarios en su indumentaria. Mientras, todos los arqueros, menos Carrizo, jugaban con la clásica camiseta color amarilla y pantalones negros, para no confundirse con el resto de los protagonistas, Carrizo empezó a ponerse otros colores. Y éste dijo “si Carrizo usa esos colores –el celeste o el verde que después recogió Fillol–, yo me pongo cualquier color”, y usaba camisetas fosforescentes, que en Atlanta generaban una sonrisa y en River una preocupación. ¿A quién traemos para cuando se retire Amadeo?. No para cuando Amadeo fuera desplazado porque Amadeo había nacido para jugar siempre. Llega el joven Gatti al Club Atlético River Plate y por ser jugador de River es protagonista de la cotidianidad informativa. Se podían ver los entrenamientos de los equipos, de manera que era consultado permanentemente por los cronistas que iban a ver entrenamientos, sobre todo en vísperas de grandes partidos, y ni hablar de los enfrentamientos frente a Boca Juniors. Mientras todos los jugadores decían “la verdad que nos gustaría ganar el clásico”, y otros decían “nuestra hinchada que nos apoya merece una satisfacción”, Gatti decía “les vamos a hacer cuatro goles”. Para la prensa era como agua para el chocolate. ¿De dónde venía esa osadía en el conservador clima de las noticias deportivas que por entonces publicaban los diarios, matutinos y vespertinos, y las revistas semanales? Venía de una línea parecida a la que en la misma época llevaba a cabo un boxeador distinto a todos, que luchaba por la igualdad social, racial e intelectual, y se llamaba Cassius Marcellus Clay. Clay declaraba. Y Gatti repetía y trasladaba al fútbol lo que Clay declaraba respecto de ir corriendo el límite del fútbol para declarar sobre otro jugador, sobre otro equipo. Así como Cassius Clay decía, por ejemplo, que Joe Frazier no le llegaba ni a los talones; Gatti decía que Carrizo era el pasado; y también decía que Roma ya no estaba para atajar porque era un arquero antiguo. Vivía provocando a los colegas, que en el mundo del fútbol era un escozor. Cuando había tertulias futbolísticas se convertían en ateneos. “Apareció un jugador que mirá lo que dice y lo compró River”. Ya había gente de River que no estaba de acuerdo con estas declaraciones con las que Gatti representaba a una señera institución. Tenía las piernas más delgadas que cualquier otro arquero que hubo existido o existirá. Tenía brazos sin bíceps marcados. Tenía un pectoral muy angosto para lo que era la fisonomía de los arqueros de la época, grandotes, gordotes, altos, armados. En Atlanta seguramente se habría advertido porque fue protagonista de grandes partidos, pero con River se notaba mucho más. Y no había televisión. Esta anécdota sobre Cassius Clay debe ser ampliada. La revista El Gráfico, al cumplir 60 años de vida en el año 1979, cuando ya Gatti llevaba varios años como arquero, y había pasado por River, Gimnasia La Plata, Unión y Boca Juniors, decide celebrar de una manera ampliamente merecida con todos los maestros que tuvo en la redacción, con todos los fotógrafos que pasaron por allí, y con toda la historia del deporte argentino a lo largo de 60 años, con todas las transformaciones que implicaba eso desde 1919, fecha de partida de la revista, a 1979. De manera que pensamos: “Debemos invitar grandes héroes”. Vino Jesse Owens, ganador de los 100 metros en Berlín 1936, atleta norteamericano. Vino Jackie Stewart, campeón mundial de la Fórmula 1, gran admirador y amigo de Juan Manuel Fangio. Vino Pelé, obviamente, el mejor jugador de fútbol del mundo. Y vino Cassius Clay a la Argentina. Me ocupé de atender a Cassius Clay porque era el cronista de boxeo. Había cubierto algunas peleas de Cassius en Estados Unidos y también en otros países, por ejemplo en Manila y en el Congo, cuando recuperó la corona. Teníamos buena relación. Una de las obligaciones de agenda para homenajear los 60 años de El Gráfico y aprovechar la presencia de estos héroes deportivos en el país, era la participación de Cassius Clay, en este caso, en el programa de Mónica Cahen D’Anvers en Canal 13, un domingo por la noche. Yo tenía que ocuparme. Estaba alojado en el Hotel Sheraton de Retiro junto con Cassius Clay. Debía llevarlo al canal y pasar a buscar a Tito Lectoure. Allí estaría Mónica. Estábamos ahí en el piso, televisión en vivo, canal abierto, y tenían a Cassius Clay en la Argentina para una entrevista de una hora en televisión. El día que el Loco Gatti conoció a Alí En eso hay un tumulto en el piso, que era una cosa totalmente desacostumbrada. No entraba nadie. Aquello era un ámbito cuasi religioso. Era un templo con cámaras y luces, maquilladoras y peinadoras, vestuaristas y asistentes. Cassius Clay, sentado; Tito Lectoure, Roberto Maidana y Mónica, de pie. Y cuando estamos por empezar el programa, faltaban uno o dos minutos, aquel tumulto. ¿Quién era? El Loco Gatti, que traía a su hijo de un año y piquito en brazos: Lucas Cassius Gatti. Entonces Mónica dijo ‘ya que está acá, que participe de la nota’. No había telefonía celular para sacarse una foto, pero aquel tremendo jugador que ya actuaba en la selección argentina de fútbol después de su trayectoria en River, Gimnasia, Unión y Boca Juniors, había ido a conocer a su ídolo y por quien le había puesto el nombre de Cassius a su hijo, que luego resultó ser jugador de fútbol. Después del programa, me pidió que le tradujera: “Decile que yo soy aquí lo que él es en el boxeo del mundo”. La autoestima de Gatti era una cosa impresionante. Nunca supe si la autoestima partía de la seguridad o de la inseguridad que había en toda la representatividad de aquellas declaraciones con las que se comprometía cotidianamente. No hizo muchos amigos en el fútbol. No conservó aquellos códigos de comportamiento convivencial. No empatizó demasiado con periodistas, no abrevaba en lugares clásicos de grandes futbolistas de la época. Eso llamó siempre la atención. Pero tenía un adorador: Juan Carlos Lorenzo, un prestigiosísimo revolucionario de la táctica del fútbol que vino de Italia a dirigir a San Lorenzo, volvió a Italia, ascendió a la Lazio, y después fue contratado otra vez para regresar al país y dirigió a casi todos los equipos. Pero el arquero de Lorenzo era Gatti. De manera que cuando Boca contrata a Lorenzo como técnico luego de una exitosa campaña en Unión de Santa Fe, el arquero de Unión era Gatti, y él le pone como condición Alegre que el arquero tenía que ser Gatti. Él dirigía equipos donde el arquero era Gatti, con lo cual se producía allí también un gran debate entre la prensa y el público, que no había proliferado tal como lo marca ahora el avance tecnológico con pantallas 24 horas de deporte. ¡Lo que hubiera sido Gatti jugador con la superficie que hoy ocupa la información y el debate deportivo! ¡Hubiera sido extraordinario! Después tiene los grandes hitos y algunas declaraciones que naturalmente se eternizarán. Tuvo la mala idea de, en vísperas de un partido que jugaba contra Argentinos Juniors, decir respecto de Maradona que era un gordito. Ese “gordito” se ensañó. Diego no quería hacer el gol normalito, un remate con tres dedos, un revés de pie con el efecto, un empeine completo para un pelotazo, un chanfle. No, quería hacerle goles, si era posible, de túnel y de sombrero. Y le hizo un gol histórico y Gatti respondía a esas cosas de una manera muy particular. Tuvo declaraciones también espontáneas, pero desafortunadas. Eran cosas muy osadas. Además siempre iba en contra de la corriente. Gatti necesitaba alimentar su autoestima, que estaba elevadísima, pero que siempre le daba más para arriba, criticando, que en el mundo del fútbol era todo una osadía. Criticaba a otros arqueros, criticaba a Maradona y en el ’77 le tocó la selección nacional de fútbol. Lo convocó el Flaco Menotti y se mandaron una gira, respondió fenomenalmente, pero ahí había un parteaguas que era: “¿Vos querés jugar la Copa del Mundo del 78 en Argentina? ¿O querés jugar la Copa Libertadores con tu club?“, preguntaba con toda franqueza Menotti a los jugadores que estaban en duda porque no todos los jugadores acudían al llamado de la Selección. Los de River renunciaron, menos Passarella; y después de última se llamó a Fillol, cuando ya la cosa claramente era inminente. Fillol y Gatti: una dicotomía de época Y Gatti dijo Boca, me quedo con Boca, jueguen ustedes el Mundial. Se quedó con Boca y ganó la Copa Libertadores y la Copa Intercontinental contra el Borussia. Una vez que pasó la consagración, quiso volver a la Selección. Fillol también quiso volver. El Flaco Menotti aceptó una reunión con Fillol, que hubo de haberse llevado a cabo en su casa, a instancias de una producción de la revista de la época, pero no admitió lo de Gatti porque Fillol siempre fue silenciosamente respetuoso con la Selección y los objetivos para el Mundial. En cambio, Gatti dijo cómo vas a comparar a Boca con la Selección. Es decir, tenía esa cosa, de la que nunca se arrepentía, la reafirmaba. Iba a cualquier programa. Para el ambiente del fútbol, desde su debut hasta su retirada y sobre todo después, cuando siguió como comunicador en España, este enorme arquero, este personaje que cambió un poco la lógica y el humor de los interesados en la información deportiva y de los hinchas de los clubes en los que actuó, fundamentalmente, no será recordado por actitudes personales, porque no se le conocen actitudes personales propias de jugadores de fútbol –solidaridades, adhesiones, etcétera.–. Antes bien se lo conoce por su pasión por el fútbol y por su frustración de no haber sido “nueve”; puesto en el que jugó algunas veces y que intentaba ser aceptado por Zubeldía en Atlanta. Cuando vino a probarse como arquero le dijo Maestro, mire que yo también juego de delantero. Si le hace falta un delantero, pruébeme de delantero. Y después por sus críticas despiadadas a otros colegas. Llama la atención que haya permanecido en un hospital público, no porque no sea la excelencia, sino porque es naturalmente el lugar de recurrencia emergente cuando, como a él, le ocurre un accidente tan propio de la edad: una caída. Una caída es la rotura del fémur y el reemplazo de una cadera. Se va al hospital. Una ambulancia, un coche particular, un taxi, te lleva a una guardia de hospital. Pero cuando el diagnóstico es poner una prótesis en la cadera, generalmente se apela a algún servicio de jerarquía de sanatorio, que es donde una persona con la trayectoria y la vida del Loco Gatti generalmente acude. Llama la atención que haya permanecido allí y llama la atención que no nos hubiéramos enterado antes que estaba internado allí y que estaba en una situación crítica. Pero a la vez también forma parte de la coherencia de su vida hasta el hálito final. Así de austero era y así priorizaba todas las cuestiones vinculadas con lo que comúnmente nosotros llamamos la vida. El gasto para una vida mejor. En los conceptos de Gatti esto no existía. Él tenía una autoestima tan elevada que entendía que a los lugares que pudiere abrevar, tenía que ser invitado. Esto siempre fue marcado como una cosa rara, una rara avis en el universo del fútbol. Si hubiera que hacer una síntesis, yo diría que el Loco le quitó máscara de drama a las tribunas del fútbol, sobre todo de los equipos en los que jugó. Su principal virtud fue, como arquero, que generó la reafirmación de un nuevo orden para el golero; pero que también transmitía una enorme confianza en sus compañeros. Su único involucramiento siempre fue el fútbol y no manejó la autoestima como un hecho provocado, sino que estaba dentro de él. Polémico, a veces provocativo, generalmente autorreferente. Empezaba a hablar de cualquier tema y terminaba siempre poniendo ejemplos respecto de lo que él hubiera hecho o lo que él hizo. Pero, naturalmente, reconociendo cualquier error de forma de vida, no de comportamiento humano. Gatti marcó una época en el fútbol argentino con sus burlas contra Carrizo, sus sarcasmos contra Roma, su actitud burlona frente a los arqueros convencionales. Gatti marcó una época; y la época que marcó Gatti fue una en la que justamente apareció el color y la sonrisa en las tribunas del fútbol argentino. El color y la sonrisa. Fue un gran arquero. Priorizó siempre su convicción y nunca aceptó frente al espejo haber admitido lo que los años le iban a traer: arrugas en el rostro y que había dejado de ser lo que fue. Por eso luchó hasta el último hálito de su vida por seguir siendo Gatti. Y será Gatti para siempre...
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