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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 27/11/2025 06:46
En Lengua, cuatro de cada diez estudiantes están en el nivel básico o por debajo, y en Matemática el 54,6% egresa sin poder resolver las consignas más simples (Imagen ilustrativa Infobae) ¿Podemos seguir formando a los adolescentes del siglo XXI con una escuela diseñada para la sociedad del siglo pasado? ¿Pueden nuestros jóvenes —y nuestra nación— seguir esperando? Si queremos que cada estudiante aprenda, desarrolle las capacidades que hoy se demandan y encuentre sentido a estar en la escuela, la transformación de la secundaria debe convertirse en una Política de Estado, prioritaria y sostenida. Los resultados de las Pruebas Aprender 2024, aplicadas en el último año escolar, volvieron a encender una alarma que no podemos ignorar. En Lengua, cuatro de cada diez estudiantes están en el nivel básico o por debajo, y en Matemática el 54,6% egresa sin poder resolver las consignas más simples. Detrás de estos porcentajes hay un mensaje contundente: desde hace años, la secundaria no está garantizando los saberes esenciales que los jóvenes necesitan para construir su proyecto de vida y de vocación. La secundaria que tenemos y la que necesitamos La escuela secundaria argentina convive hoy con una dualidad evidente: por un lado, una institución fragmentada, rígida y, muchas veces, desmotivante; por otro, una escuela posible, estimulante y significativa, capaz de ofrecer oportunidades reales para una formación integral basada en valores, saberes y competencias, y para construir vínculos humanos genuinos. No se trata de una utopía, sino de una necesidad urgente —y alcanzable—. Transformar la secundaria es una iniciativa de inmensos desafíos e implicancias. La clave está en combinar decisión política al más alto nivel, diálogo y acuerdos, planes estratégicos muy bien formulados y, sobre todo, altísimas capacidades técnicas para la implementación. Una nueva secundaria requiere redefinir su propósito: que todos los estudiantes “estén, quieran estar, aprendan en profundidad y se formen integralmente”. Para eso, se deben revisar los modelos de escuela, los liderazgos, los currículos, los tiempos escolares y los roles docentes, además de construir puentes reales con el mundo del trabajo, la tecnología y la ciudadanía. Los sistemas educativos de la región y del mundo que lograron mejorar lo hicieron al trabajar simultáneamente en dos planos esenciales: políticas sostenidas en el tiempo —más allá de los ciclos de gobierno— y escuelas enfocadas en el aula y el aprendizaje. Ese camino solo es posible fortaleciendo el liderazgo escolar, utilizando datos para monitorear procesos y medir resultados, y asegurando marcos normativos e instituciones que garanticen la continuidad de los planes y los acuerdos. Argentina necesita avanzar con decisión y una estrategia sostenida en esa dirección. Un plan de acción concreto: ¿cómo lograr el cambio en el sistema educativo secundario? Es clave diseñar una hoja de ruta que combine realismo y esperanza, construida sobre evidencias y experiencias concretas en escuelas de todo el país, la región y el mundo. Dado que la mejora de sistemas es altamente compleja, propongo un plan en tres fases sucesivas que permiten convertir la visión en acción: Fundamentos: generar las condiciones en las escuelas. Toda transformación necesita una base sólida. Esta primera fase busca crear redes escolares con una visión común y fortalecer la confianza en que el cambio es posible. Implica formar equipos directivos en liderazgo pedagógico e identificar docentes referentes en Lengua, Matemática, enseñanza innovadora, trayectorias escolares, tecnología y otras áreas esenciales. En esta etapa es clave lograr mejoras tempranas y medibles en los aprendizajes básicos. Es también el momento de sembrar innovación: proyectos interdisciplinarios, nuevas formas de enseñar con tecnología y espacios que vuelvan a conectar el aula con la vida real. Profundización: testear ejes de cambio profundo. La segunda fase pone a prueba las dimensiones del cambio estructural en escenarios reales. Consiste en implementar el plan en escuelas piloto con una escala verdadera: un nuevo régimen académico que acompañe el rediseño curricular, más tiempo de colaboración docente en el horario escolar y, cuando sea posible, la extensión de la jornada en escuelas con mayor vulnerabilidad socioeducativa. En esta etapa, el protagonismo recae en los equipos técnicos —integrados por gobiernos y aliados estratégicos— que elaboran estos nuevos marcos, y en los docentes, que impulsan proyectos interdisciplinarios, clubes, talleres y espacios de trabajo colaborativo. Es una fase de ensayo, aprendizaje y ajuste, con objetivos y metas claras, donde el cambio empieza a tomar forma de manera concreta y sostenible. Expansión: escalar el cambio a todo el sistema. La tercera fase busca consolidar lo aprendido y expandir el modelo al conjunto del sistema. Requiere inversión sostenida, conectividad universal, renovación de la carrera docente y mejoras edilicias graduales. El objetivo final es claro: que cada estudiante viva una experiencia educativa significativa y transformadora, sin importar su contexto o escuela. La transformación es posible La evidencia internacional —y también la de varias provincias y países de la región— demuestra que mejorar un sistema educativo es posible cuando existen continuidad, estrategia y compromiso sostenido. Argentina también puede lograrlo si pasa de políticas de gobierno a verdaderas políticas de Estado, capaces de trascender coyunturas y discusiones de corto plazo. Necesitamos recuperar esa convicción colectiva: la certeza de que, como sociedad, somos capaces de emprender una transformación profunda y sostenida. No solo porque nuestros jóvenes lo necesitan para desplegar plenamente sus proyectos de vida, sino porque el desarrollo de la nación entera depende de ello, más aún en esta era del conocimiento, la inteligencia y la tecnología. Transformar la escuela secundaria no es una aspiración retórica: en materia educativa, es la tarea más urgente de nuestro tiempo, y solo será posible si asumimos —entre Estado, escuelas, familias y sector productivo— que el futuro se construye hoy y que la educación es el punto de partida de todo verdadero progreso.
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