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  • La millonaria que mató a su hijo porque no quería que fuera gay: intentos de “cura”, fiestas descontroladas e incesto

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 17/11/2025 02:43

    Barbara apuñaló a su hijo en su casa de Londres Una sirena corta la noche en Londres. Es el 17 de noviembre de 1972, y en una elegante residencia de Cadogan Square, el espanto se apoderó de todos los presentes. La policía irrumpe, guiada por una llamada de auxilio. Lo que encuentran dentro escapa toda lógica posible. Un joven, Anthony Baekeland, yace ensangrentado, con heridas mortales, y su madre, la adinerada y célebre estadounidense Barbara Daly Baekeland, manchada de rojo, observa en silencio. En unas horas, la residencia se transforma en epicentro de reporteros, ambulancias y detectives. Mientras suben el cuerpo por las escaleras, los flashes estallan en la vereda. Un detective novato tiembla al mirar el rostro congelado de Barbara Baekeland. Sus ojos parecen no registrar nada. Ella camina sin rechistar cuando le colocan las esposas, la cabeza ligeramente ladeada, como si en su mundo las reglas de la culpa fueran otras. La familia Baekeland, venerada en los clubes selectos de Nueva York y Londres, descendía del inventor de la baquelita, el primer plástico sintético que marcó el siglo XX. El apellido Baekeland era sinónimo de ciencia y poder. Pero ahora, iba a sellarse para siempre con tragedia. Barbara en una imagen con Anthony de bebé Infancia y creación del monstruo Barbara Daly, nacida en 1922 en Boston, se trasladó a Nueva York tras el suicidio de su padre. De adolescente, se aferró a su belleza. Trabajó como modelo y estuvo en la nómina de revistas como Vogue, pero batallaba con una inestabilidad mental heredada y profundas inseguridades. En uno de los exclusivos hoteles de Manhattan conoció a Brooks Baekeland, único heredero de una de las fortunas más importantes del mundo. Se casaron en 1942 y, poco después, nació Anthony, el único hijo del matrimonio. Barbara volcó en él todas sus expectativas. El matrimonio colapsó bajo el peso de los celos, los viajes y el alcohol. Barbara Baekeland comenzó a desarrollar conductas obsesivas, fijándose de manera enfermiza en la vida sexual y afectiva de su hijo. Las cosas escalaron de modo irreversible cuando Anthony, ya adolescente, mostró signos de homosexualidad. Barbara reaccionó con furia y vergüenza. Barbara intentó "curar" la homosexualidad de Anthony De glamour a pesadilla: el quiebre Los testigos hablaron de una madre que vigilaba sin descanso los movimientos de su hijo en París y Nueva York. Cuando Anthony confesó haber tenido relaciones con otros chicos, Barbara —según registros posteriores— decidió que curaría a su hijo a cualquier costo. La obsesión se volvió prohibición, y luego, una convivencia destructiva. Los dos viajaron juntos durante años, cruzando ciudades, huyendo de rumores y de la mirada pública. Intentaron terapias, internaciones y tratamientos psiquiátricos. Por momentos, Anthony parecía resignado. En otras situaciones, clamaba por libertad. En una sesión con su terapeuta en París, Anthony le relató: —Mi madre vigila todo. Me pide que le cuente con quién salgo, que le describa hasta mis sueños. El terapeuta, perplejo, le preguntó si se sentía en peligro. Anthony apenas susurró:—A veces creo que sí. Barbara Baekeland tomó el control absoluto de la vida de Anthony. Decidió que la única manera de salvarlo era “curarlo” de su sexualidad, llegando a extremos incalificables. Las crónicas policiales y los testimonios psiquiátricos documentan un momento abismal: Barbara intentó tener relaciones sexuales con Anthony para “convertirlo” en heterosexual. Un amigo de la familia lo puso en palabras:—Nunca imaginamos que alguien pudiera ir tan lejos. Pero Barbara ya no era la misma. Barbara y Anthony vivían juntos en una mansion en Londres La construcción del horror Para 1972, madre e hijo residían juntos en Cadogan Square, Londres, un departamento forrado de cuadros impresionistas y estantes de licores caros. Los vecinos relataban gritos. El portero recordaba a Anthony escapando en bata, pidiendo ayuda. El terapeuta familiar que los visitó meses antes del crimen describió una escena de tensión casi insoportable. Uno de los últimos diálogos registrados en consulta ofrece una ventana a la locura instalada: —Mamá, por favor, déjame salir. —Anthony, no hasta que prometas comportarte. —No puedo prometer nada, sólo quiero irme. —Te amo tanto que no permitiré que te destruyan. Aquella tarde, nadie sabe exactamente qué precipitó la tragedia, pero después de una feroz discusión sobre una nueva pareja de Anthony, Barbara habría tomado un cuchillo de cocina y apuñalado a su hijo en plena sala. La declaración policial reconstruye los minutos posteriores: — ¿Por qué lo hiciste? — No podía soportar la idea de perderlo. Era mío, sólo mío, y quería salvarlo, aunque él no lo comprendiera. La escena quedó marcada por la sangre: muebles destrozados, un revistero partido, y el cuerpo inmóvil del joven Baekeland acunado extrañamente por su madre hasta que llegó la policía. Investigación criminal: el giro imprevisto El procedimiento policial fue inmediato. La Policía Metropolitana de Londres arrestó a Barbara Daly Baekeland y aisló la vivienda para un examen forense exhaustivo. Los investigadores recogieron pruebas materiales: la ropa, el cuchillo, restos de cabello, y fragmentos de la desgarradora discusión previa. El comisario jefe expresó:—Es uno de los crímenes domésticos de mayor complejidad psicológica que hemos enfrentado. Las pruebas psiquiátricas se sumaban a la montaña de evidencia. El expediente incluiría testimonios de vecinos que afirmaron escuchar discursos delirantes por parte de Barbara, sobre la sexualidad de su hijo y la necesidad de “recuperarlo”. Los reportes médicos revelaban cicatrices en Anthony compatibles con autolesiones y ataques previos. Los diarios británicos, entre ellos The Times y The Guardian, hablaron de “una madre sedienta de control, presa de un delirio persecutorio, incapaz de aceptar la individualidad de su hijo”. El juicio y la leyenda negra de los Baekeland Los procedimientos judiciales comenzaron en 1972 y se prolongaron durante meses. El caso se convirtió en centro de atención para la prensa europea y estadounidense. Los abogados defensores intentaron construir la figura de una mujer enajenada, producto de traumas y depresión severa. Durante el interrogatorio ante el tribunal, Barbara Daly Baekeland se mantuvo casi siempre distante, a veces sonriente. El fiscal la enfrentó con una pregunta clave: —¿Fue su intención acabar con la vida de Anthony? —Quería salvarlo de sí mismo. Nadie más podía hacerlo. La defensa intentó convencer al jurado de que la acusada sufría de un trastorno mental grave. Los psiquiatras declararon que Barbara presentaba síntomas de paranoia aguda y episodios psicóticos intermitentes. El punto de quiebre ocurrió durante la declaración de un testigo directo —una empleada doméstica— que describió el clima de silencio y violencia larvada en la casa: —La señora Barbara revisaba todo. Si Anthony estaba en su habitación, ella acechaba detrás de la puerta. No era una madre, era una sombra. Herencia, ostracismo y caída La fortuna de la familia pasó a un segundo plano. Los salones neoyorkinos, que durante décadas habían glorificado a los Baekeland, comenzaron a pronunciar el apellido en susurros. Las entrevistas a antiguos amigos revelan el desamparo tras el escándalo: —Nunca supimos la verdad completa. Pero las fiestas, los gritos, la relación enfermiza... Todo era una advertencia que nadie quiso ver. Barbara Daly Baekeland fue condenada, pero la sentencia resultó menor debido a su estado mental. Tras algunos años en hospitales psiquiátricos, fue puesta en libertad. La prensa registró el momento en que cruzó la puerta del hospital con una bolsa de mano y la mirada perdida. En uno de los artículos de The Guardian se leía: “La verdadera tragedia de los Baekeland no es la sangre en la alfombra, sino las heridas que nunca pudieron verse”. Legado oscuro: voces del pasado Después del crimen, el apellido Baekeland fue objeto de investigaciones periodísticas, libros y adaptaciones al cine. Sin embargo, los documentos originales del caso policial y los testimonios directos confirman que la brutalidad del acto superó a cualquier ficción. Una tía de Anthony aportó la última pieza a la reconstrucción: —Barbara no quería perderlo, pero al final lo perdió todo: su hijo, su libertad y su propia mente. Un detective involucrado resumió:—He visto muchas escenas del crimen, pero nunca el rostro de una madre que sostiene a su hijo muerto, convencida de que ha hecho lo correcto. La última entrada del diario de Anthony, encontrada en el apartamento, plasma la dimensión del sufrimiento: —Si muero antes, espero que alguien entienda que lo que viví no fue vida, sino una celda sin salida.

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