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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/11/2025 04:36
La única foto que se tiene de Pablo Escobar, líder del Cartel de Medellín, durante su reclusión en la cárcel La Catedral A Pablo Emilio Escobar también le llegó el día en el que debió rendir cuentas ante un fiscal que lo interrogó acerca de su poder político, económico, social... Sobre todo, el funcionario intentó saber cómo construyó su patrimonio estimado por Forbes —reconocida revista de negocios y finanzas fundada en 1917 en Estados Unidos, famosa por publicar el ranking de las personas más ricas del mundo— en ocho mil millones de dólares, lo que lo convertía, en sus años más fructíferos, en una de las cien personas más ricas del mundo. Como era de esperar no logró respuesta, podría decirse que por poco se le rio en la cara. Cabe decir que previo a esta diligencia estaba trazado y arreglado una especie de acuerdo. Pablo negaría las acusaciones que pesaban sobre él, presionando de esa forma a la Justicia y al Estado para que le demostraran con pruebas fehacientes que había cometido delitos. —Diga su nombre completo, fecha de nacimiento y número de cédula —le dijo el fiscal cuando lo tuvo frente a frente. —Mi nombre es Pablo Emilio Escobar Gaviria, nacido el primero de diciembre de 1949, mi cédula es 8.345.766, de profesión ganadero —respondió “El Patrón”, como todos sus súbditos lo llamaban. —Si su profesión es la ganadería, hágame el favor y me dice cuál es el precio aproximado del ganado en pie en la feria de esta semana, inquirió el funcionario judicial. —Solicito que se aplace la diligencia para otro momento. Siento un dolor de cabeza muy grande para continuar —dijo Escobar, se paró y se fue. “De regreso a la celda comentó el episodio con sus hombres y rieron a carcajadas porque el trámite de confesión había sido una burla a la Justicia”, escribió su hijo Juan Pablo en el libro Pablo Escobar, mi padre, de Editorial Planeta, donde también reflejó los diálogos textuales que anteceden como testigo privilegiado que recibió información directa de su progenitor, lo que realza la tarea de producción periodística. Pero la cárcel le fue útil y mucho al narcotraficante cuando decidió entregarse a las autoridades colombianas allá por junio de 1991 por conveniencia estratégica para de esa forma evitar su extradición a los Estados Unidos. Aprovechó la prisión para relanzar con furia su poderosa estructura criminal, potenciar sus propias rutas narcos y seguir recaudando dinero, además, por intermedio de otro negocio basado en el rapto, la amenaza y extorsión de grupos de élite a ciudadanos pudientes que mantenía aterrorizados. Pablo Escobar junto a su esposa, Victoria Eugenia, y a sus hijos, Juan Pablo y Manuela, en el interior de la antigua cárcel La Catedral, durante su reclusión En su “calabozo” de lujo en la prisión de La Catedral, que él mismo mandó construir en lo alto de terrenos de su propiedad con vista panorámica a la populosa ciudad de Medellín, lucían dos óleos y una estatua realizada por un creador “paisa”. Todo inspirado y ambientado por su esposa, Victoria Eugenia Henao, para quien el arte se había convertido en una pasión irrefrenable a través de los años. Supo transformarse en una coleccionista experta que llegó a contar con obras de autores excelsos como Claudio Bravo, Alejandro Obregón, Fernando Botero, Luis Caballero, Olga de Amaral, Rodrigo Arenas Betancourt, Édgar Negret, Darío Morales, Enrique Grau, Pablo Picasso, Joan Miró, Salvador Dalí, Igor Mitoraj y Auguste Rodin. Curiosamente, junto a una especie de despacho que Pablo tenía allí, también aparecía imponente un retrato de Ernesto Che Guevara. Entre las comodidades contaba con una gran cama de concreto con un respaldar o cabecero con la imagen de la Virgen de las Mercedes, que representa esperanza, protección y misericordia como patrona de los cautivos. Su festividad se celebra todos los 24 de septiembre, un día importante en el que se organizan actividades culturales y deportivas en las cárceles para conmemorar la fe y promover un ambiente de reconciliación. Para los reclusos, representa un símbolo de libertad y de la posibilidad de redención. Por supuesto no faltaba el toque de lujo o más bien kitsch que le daban al ambiente una exclusiva lámpara Tiffany multicolor y una alfombra de piel de cebra, a pasos de la bañera con vapor y un escondite secreto —caleta en la jerga paisa— en el que guardaba con celo desde ametralladoras hasta miles de dólares. Después llegarían el bar con hidromasaje y consolas de sonido para compartir con visitas que llamaban especiales, léase mujeres contratadas. Y no faltaron tampoco una especie de carritos que su hijo Juan Pablo había traído por encargo especial de su padre de Miami junto a aviones y helicópteros, todos artefactos a control remoto que utilizaban para jugar y divertirse en la cancha de fútbol del penal. Pero claro, el encierro también lo limitaba para otras cuestiones, como por ejemplo evitar el avance de sus enemigos del Cartel de Cali, que pretendían eliminarlo. Y hasta secuestrarle a su hijo, lo que lo enfureció porque movió cielo y tierra y logró averiguar que además de delincuentes profesionales y narcos rivales, estaban implicados y participaban de las maniobras para el rapto, militares y policías, a quienes decidió llamar uno por uno para amenazarlos sin rodeos. “Ya estoy enterado de tus planes de secuestrar a mi hijo en la carrera de carros del cuarto de milla en Medellín con la ayuda del Ejército que hará un operativo de prevención para desarmar sus escoltas y luego llevárselo ‘de pelo’. Pero quiero que sepas que sé dónde vive tu mamá y toda tu familia, y si le pasa algo, vos y los tuyos me responden por él. Así que mejor vaya retirándose porque ya di la orden de que si lo ven por ahí ya sabe qué le pasa. Se les dañó ‘la vuelta’ porque se metieron con los míos y ahí sí no respondo, ¿me entiende? Tiene 24 horas para abandonar la ciudad, si no lo declaro objetivo militar y usted sabe que yo lo cazo. Agradezca que lo deje con vida”, resumió su hijo Juan Pablo, con lujo de detalles y precisiones, en su obra Pablo Escobar, mi padre: las historias que no deberíamos saber, publicada en 2016. La prisión en la que se encontraba Pablo Escobar, diseñada por él, era un reflejo de su poder (César de la Cruz) Escobar siempre estaba al límite entre el estrés severo que padecía y la diversión extrema. Pasaba de un estado al otro en un instante. Luego del disgusto por el secuestro familiar que logró frustrar pasó a practicar tiro con el director de la cárcel y los guardias. Pablo portaba entre sonrisas fusiles Colt AR-15 Sauet. Y se preparaba para una noche agitada con modelos y postulantes a concursos de belleza que llegaban en camiones “oficiales” pero ocultas. La tensión continuaba pese a ciertas licencias recreativas que el capo narco y sus secuaces se tomaban. Hasta que un militar de altísima jerarquía le confirmó que lo que quería hacer el Ejército era sacarlo de allí y llevarlo a un cuartel de máxima seguridad para que se terminaran de una vez por todas sus andanzas descontroladas. Y antes que entregarse, decidió fugarse, fiel a su perfil de bandido. Fue por una vía de escape que él mismo había diseñado antes de entrar por si alguna vez la situación se complicaba como terminó ocurriendo. Una vez fuera de los límites del presidio, Pablo se dirigió rumbo a la estancia de un viejo compadre de aventuras, Memo Trino, acompañado por todos los componentes de su banda de narcotraficantes. Cuando un ejército de policías y militares logró finalmente ingresar a la cárcel de La Catedral, Escobar y sus feroces cómplices jugaban como lo hicieron todo ese tiempo tras las rejas, pero en una estupenda piscina de aguas claras.
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