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  • Se conocieron en una secta, quedó embarazada y él se esfumó: el increíble reencuentro 20 años más tarde

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 26/10/2025 03:03

    Cuando Buba conoció a Felipe creyó que lo que los unía era amor (Imagen Ilustrativa Infobae) Hay historias de amor que no se parecen al amor que llevamos en nuestro amplio imaginario. Quizá porque la emoción vivida caminó por el desfiladero de lo inconveniente, con ribetes más policiales que románticos. En su momento quizá sí haya sido un sentimiento que empujó los límites y que se interpretó como amor profundo o pasión desbocada. Puede ser por ello que una de sus protagonistas refiere que hablará “de una vieja historia de amor”. Buba M (51, psicóloga que nunca ejerció la profesión), quien ya no está con Felipe desde hace más de dos décadas, contará esa parte de su vida sin dar demasiados detalles. Ya sea porque no los recuerda con precisión o porque no desea traerlos a su memoria y reabrirse las heridas. Quién sabe. Una secta, un amor y una desilusión Empezaban los años 90 cuando Buba de 17 años conoció a Felipe, un joven de su misma edad, en una reunión con un grupo de fanáticos religiosos que se llamaba Los Niños de Dios. Él con sus rulos largos sobre los hombros, ella con su ingenuidad y sus ojos traslúcidos. Se enamoraron sin demora y empezaron una relación intensa donde ambos descubrieron por primera vez el sexo. Aclaremos que con el tiempo, en ese momento no lo sabían, se descubrió que esta organización constituía una secta peligrosa, nacida en Norteamérica, que promovía la vida sexual temprana y captaba familias y jóvenes para someterlos a sus creencias y prácticas. Nada de eso sabían, al comienzo. Buba había llegado allí escapando de una problemática familiar que incluía el alcoholismo materno y demás yerbas. Se refugió en ese grupo donde se enamoró de Felipe, que había llegado con su madre. La organización era parte de la red mundial creada por un hombre llamado David Berg que interpretaba a su manera las escrituras sagradas y la Biblia. Esto no lo dice Buba, pero es conocido por la prensa: los grupos fueron catalogados como una secta que fue señalada y perseguida y juzgada por promover el abuso de menores, la pornografía y las relaciones incestuosas, entre otras cosas. Dicho esto, sigamos, porque ni Buba ni Felipe vieron nada de esto porque escaparon mucho antes de las garras de estos personajes oscuros gracias a que la familia de Buba se mudó a un barrio lejano por un nuevo trabajo de su padre y a que Felipe abandonara el grupo por su cuenta. ”Visto desde el hoy, todo era un verdadero disparate. En mi familia no sabían del tema, porque en realidad no era algo tan conocido en ese entonces”, explica Buba. Es cierto, porque fue después que por pedido de los Estados Unidos llegó la intervención de la Justicia y se dictaron allanamientos contra Los Niños de Dios. “No sé mucho más porque nos mudamos abruptamente y a mí lo único que verdaderamente me interesaba era Felipe, no ese grupo. Él también se abrió y seguimos viéndonos. Se tomaba el tren y dos colectivos para irme a buscar y salíamos cada tanto sin contarle a nadie. No nos presentamos a nuestras familias ni nos llamábamos formalmente novios, pero seguíamos teniendo relaciones como podíamos. En mi casa no me daban ni cinco de bolilla; yo era muy libre y nadie me controlaba. Creía que cuidarse para no quedar embarazada era lo más fácil del mundo, contaba los días y nada más. Además pensaba que los bebés, en todo caso, siempre eran una bendición. Un día de esos descubrí que no me venía: era obvio que estaba embarazada. Fue una hecatombe psíquica porque una cosa era que existiese la posibilidad y otra que hubiera ocurrido. ¡Todavía ninguno de los dos habíamos cumplido 18 años! No me animaba a contárselo a nadie. Cuando la siguiente vez que lo vi se lo anuncié, se quedó mudo. Enseguida noté que empezaba a borrarse. Empezó a venir menos, ponía excusas como se le hacía difícil porque había empezado a trabajar, que su madre estaba enferma… siempre pasaba algo y ya no me llamaba por teléfono todos los días. En unas pocas semanas se borró del todo. Hoy, si miro para atrás, creo que eso que sentíamos no era amor, era más bien una calentura. ¡No teníamos idea de qué significaba el compromiso! En casa mamá estaba con el tema de su dependencia al alcohol, papá era un adicto al trabajo y mis hermanos más chicos andaban en la suya… Yo tenía piedra libre y, ahora, estaba embarazada y sola. Felipe con sus rulos y su retórica resuelta se desvaneció de mi vida al mismo tiempo que a mí me comenzaron a aquejar las náuseas más espantosas. El sentirme mal hizo preocuparme menos por lo que él hacía y me obligó a enfocarme más en cómo desenvolverme para que nadie se diera cuenta de lo que me pasaba. Fueron dos meses y pico horribles. En mi familia ¡nadie se enteró de nada! No sé si yo simulaba muy bien o en casa estaban todos más preocupados por ellos mismos que por otra cosa. De hecho, al tiempo mis viejos anunciaron que se divorciaban, así que imaginate cómo era el clima en el que yo vomitaba a escondidas”, relata. Tras contarle la noticia del embarazo, el chico desapareció de su vida (Imagen Ilustrativa Infobae) Dos bombas simultáneas El divorcio de los padres de Buba y el fin de su embarazo fueron simultáneos. Dos tragedias que cantaron al unísono. “Mi casa era un desastre completo. Cada uno estaba en lo suyo y no se hablaba de nada. Papá se fue de casa, mamá lloraba agarrada de su copa de vino, mis hermanos sobrevivían yendo y viniendo del colegio. Y yo, que estaba embarazada de pocas semanas, un día me levanté y en vez de las náuseas sentí mucho dolor abdominal. Fui al baño y de pronto fue tremendo… sentí como que caían partes de mí. Unos coágulos enormes oscuros. Enseguida me di cuenta de que era sangre o algo así, que todo estaba mal. Tiré la cadena y me declaré enferma. Me asusté mucho, pero no tanto como para decir algo a nadie. ¿Cómo iba a contar lo que no había contado? No veía a ninguna persona dispuesta a escucharme y ayudarme. Tampoco le dije una palabra a ninguna de mis compañeras de colegio. Mis amigas eran sumamente cerradas y mi colegio era de monjas. Imaginate. ¡Nunca había hablado de la secta ni de Felipe! Era mi secreto. No sabían nada. Yo era muy para adentro, extremadamente introvertida. Dejé pasar el tiempo. Mi cuerpo resolvió solo lo que yo no había podido blanquear. Era obvio que ya no estaba esperando un bebé. Había tenido un aborto espontáneo”. Buba sufrió la pérdida del embarazo sin poder contarle nada a nadie (Imagen Ilustrativa Infobae) Fue durante el tiempo que siguió que Buba descubrió cuánto la había afectado la pérdida de ese bebé: “Por un lado, me había aliviado un montón no tener que enfrentar el mundo sola ni tener que salir a dar explicaciones. Por otro, tenía un duelo que atravesar. Porque la breve ilusión que me había generado el embarazo había existido y no había podido charlarlo con Felipe ni con ninguna otra persona. Estaba demasiado sola. La desaparición de escena de Felipe me enojó tanto que nunca me ocupé de buscarlo para revelarle que habíamos perdido nuestro bebé… El plural sobra, ya lo sé”. Encuentro en el colegio Terminado el colegio Buba decidió que quería estudiar psicología: “Me interesaba la mente humana, pero también creo que fue una elección para intentar entender un poco más mi propia cabeza y analizar los temas de mi familia. Estaban las adicciones, la negación permanente, los duelos no resueltos. En fin, empecé la carrera y cambié de hoja. En mi familia las cosas mejoraron un poco, se estabilizaron mis viejos, cada uno por su cuenta, y la vida continuó bastante bien”. Buba se puso de novia con Pedro, compañero de carrera. Se recibieron y se casaron. El primer embarazo llegó tan rápido que frustró el ejercicio de su profesión: tuvo mellizos. La crianza de sus hijos pasó a ocupar el ciento por ciento de su vida. Mientras su marido trabajaba y le iba cada vez mejor, ella se dedicó a cuidarlos y, poco tiempo después, la familia volvió a crecer. Tuvieron dos hijas más con las que cerraron el ciclo de expansión como una familia de seis. “Pedro es mi gran amor y siempre ha sido mi bastón. Era la única persona sobre el planeta a quien yo le decía todo lo que pensaba y sentía. A él le había contado todo sobre mi fugaz historia en la secta, lo de Felipe, lo del embarazo perdido y el dolor que anulé”, confiesa. Fue años después, cuando sus mellizos estaban en la primaria, que asistieron a una reunión general del colegio bilingüe. En ese acto con familias de todo el establecimiento escolar se topó con una cara que le sonó conocida. Muy conocida. El hombre estaba sentado a un costado, a unos diez metros de ella, le resultaba familiar, pero no pudo ponerle nombre. “¡Podés creer que estuve todo el día pensando quién era el tipo ese que estaba en la última fila en la reunión! Totalmente canoso, de pelo más bien largo, y flaquísimo. Yo no veo bien de lejos, tengo alta miopía, pero la cara era de alguien conocido. Familiar. ¡Los chicatos tenemos la inclinación a imaginar lo que no vemos, a completar la imagen incompleta! Yo tendría por ese entonces unos 36 o 37 años. Después me olvidé del tema. Recién en otra reunión que tuvimos varios meses más tarde, me di cuenta. Mientras charlábamos con otros padres, ese hombre pasó detrás de Pedro y lo vi de cerca: era el mismo tipo del acto anterior que me había resultado conocido. ¡Ahí me cayó la ficha! ¡Era Felipe! Casi me muero. ¡El tipo tenía hijos en el mismo colegio! Lo que es la vida ¿no? Ese día, incluso hubo un momento en que cruzamos miradas. Estoy segura de que él me reconoció. De lejos me pareció que hizo como una mueca, un ensayo de sonrisa, y después… se esfumó. Creo que se fue de la reunión aterrado. ¡Otra vez hacía lo mismo! Repetía aquella conducta abandónica”. Cuando Buba reconoció a Felipe en una reunión de padres, creyó que él también lo hizo y se fue aterrado (Imagen Ilustrativa Infobae) Esa noche Buba se quedó pensando, antes de dormirse, que Felipe era un auténtico cobarde. ¡Ni siquiera se había acercado para preguntarle cómo estaba! Un hijo o una hija de ella podría ser hijo suyo… él no sabía que había perdido aquel bebé. Buba estaba furibunda. “Monté en cólera. Tenía una rabia que nunca había experimentado antes con tanta virulencia. Ahora ese pusilánime estaba ahí, al alcance de mis ojos y de mis palabras. Podría haberse acercado, animarse a decirme algo. Tragué bilis y, una semana después, digerido a medias el asunto, le conté lo que había ocurrido a Pedro. No podía creerlo. Conversamos que en algún momento le tendríamos que contar esta historia a nuestros hijos, cuando fueran un poco más grandes. Y Pedro me dio la libertad de hacer lo que yo creyera pertinente. Me aconsejó que pensara qué creía que me haría mejor: enfrentarlo y contarle la verdad de lo que había pasado con mi embarazo o no decirle nada y dejarlo sumido en la ignorancia. No te voy a negar que fantasee con no decirle nada. Podía ser una buena venganza, porque él podría sufrir un poco pensando que tenía un hijo o hija de unos 20 años, el hermano/a mayor de los que iban al colegio y de su hija… ¿imaginaría cómo era? ¿tendría ganas de preguntarme algo? Capaz que era una estupidez pensar que él iba a sentir las cosas como una persona normal. Su falta de empatía era evidente y, seguramente, lo único que deseaba en la vida era que nada ni nadie lo incomodara. Solo se importaba él y él y él. No podía intentar catalogarlo como un ser lógico”. Confundir amor con cualquier cosa Buba continuó reflexionando noche tras noche:“No podía dejar de pensar en lo que es la vida. Era la última pieza de un rompecabezas que se había ido armando y que fue mostrando una completa imagen final. Aunque Felipe había querido borrarse para siempre, la vida lo había vuelto a depositar frente a mí. ¡Mirá que hay colegios en el país! Estaría aterrado, me divertí pensando. Me huía como a la peste. ¿Alguna vez lo habría contado? Estaba claro que conmigo, al menos, no tenía ganas de aclarar nada de nada. Un día lo vi salir del colegio con su chiquita, que tendría unos 7 años, y una mujer joven. Se subieron a un auto. No sabía qué había pasado en estos más de veinte años transcurridos, pero sí se lo veía sumamente envejecido. Tenía su melena ondulada totalmente blanca y una flacura enfermiza. ¡Era como si la vida lo hubiera devorado! No parecía un tipo de menos de 40”. Buba se debatía qué hacer mientras el año escolar iba llegando a su fin. Empezó a temer que él cambiara a su hija de colegio y se escabullera una vez más sin tener que enfrentarla. Seguro que haría eso. “Estaba ciento por ciento convencida de que, a fin de año, Felipe con tal de evitar cualquier otro encuentro la cambiaría de colegio. Solo para no tener que verme nunca más o correr el riesgo de un mal rato ¿Tanto me temía? ¿Pensaba que podría reclamarle algo? ¿Creía que un hijo podría ir contra sus propiedades o en busca de su dinero? Empecé a pensar que ese bebé sin nombre, porque nunca llegamos a ponerle uno ni siquiera jugando, me había venido a enseñar algo. A elegir. A hacerme cargo. A no claudicar. Tenía que homenajear su memoria. Ese bebé no tenía la culpa del desatino de dos adolescentes. Fue después de un sueño de una noche de esas, donde mi bebé cobró vida con rostro de varón y mis ojos claros, que me levanté dispuesta a enfrentarlo. Lloré en el baño un rato y me dije: tengo que cerrar esta herida y es la oportunidad de hacerlo. Quizá fue mi bebé no nacido quien puso en mi camino a Felipe para clarificar las cosas”. El postergado encuentro Buba cuenta que fue un desafío poder conseguir su contacto telefónico en el colegio y, luego, lograr que él accediera a encontrarse con ella. Los primeros mensajes no los respondió. Solo contestó cuando ella lo amenazó con que si no daba la cara daría un paso más audaz. “No sé con qué lo estaba amenazando, porque no sé que podría haber hecho. Ni siquiera lo pensaba en serio, pero bastó que se lo diera a entender para que el cobarde me respondiera y accediera a vernos en un café cerca del colegio”, relata conmovida. Fue una tarde, en horario de clases, que se sentaron frente a frente, en una mesa de un bar cualquiera. Bien al fondo, donde no había nadie, para poder hablar sin temor a ser escuchados. “Era un día de sol, muy agradable, pero nos sentamos tan al fondo que estaba oscuro y frío. Felipe se veía viejo, tenso. Me preguntaba cómo me había gustado ese tipo. Estaba feliz de dar este paso, me sentía segura y feliz. Lo tenía ahí para decirle lo que tanto me había callado. Era como un milagro. Disfruté del momento porque intuía que sería mi liberación psicológica del trauma. Él, en cambio, padecía los segundos. Tartamudeó algún perdón, que no había podido, que había sido complejo… Pero no preguntó lo que debía preguntar. No preguntó por su hijo o hija”, cuenta Buba reviviendo su indignación. Fue así que le tiró la frase sin anestesia. -¿No me vas a preguntar cómo se llama o cómo es? Acto seguido se calló esperando su reacción. Él quedó como petrificado. No podía romper el hielo. “Este tipo necesita terapia urgente”, recuerda haber pensado Buba. -Bueno, sí… contame… La nada misma. “Un hombre gris y anodino”, siguió elucubrando Buba decepcionada cada vez más. Un sujeto de amianto. Buba necesitaba cerrar la herida y citó a Felipe en un bar (Imagen Ilustrativa Infobae) “Mirándolo actuar me preguntaba cómo podía haber estado con esa ameba. Un tipo que no podía poner sujeto, verbo, predicado; que no podía desnudar sus emociones; que no podía contener a nadie ni siquiera a sí mismo. Ya no sabía si me daba furia o lástima. Por momentos sentía ganas de cachetearlo para que reaccionara”, confiesa y, por primera vez, se ríe. “La risa baja el estrés, afloja…”, siente que tiene que explicar Buba, “Tuve que terminar contándole yo sin que me preguntara nada. Y fue ver su cara de alivio lo que más me dolió. Me dio una ira pecaminosa, espantosa, que la buena gente no debería tener. Porque le dije de todo. Sin gritar ni levantar la voz, en tono sordo, como la de una psicópata de ficción. Las crueldades que le dije casi ni las recuerdo. Entre otras cosas que no merecía ese hijo que no había nacido, que no merecía ser amado por nadie, que no merecía mi sinceridad, que se había diplomado en cobardía, que era un hombre triste que daba pena, un témpano sin color ni sabor. Nada debe haberlo conmovido, pero igual me descargué. Esa tarde él se fue aliviado porque no tenía un hijo que nunca quiso. Yo me fui aliviada por haberle dicho lo que precisaba decir y, también, con una tristeza infinita por ese hijo que nunca hubiera tenido el amor de ese padre”. Buba sanó, Pedro contuvo y Felipe, como era previsible, cambió a su hija de colegio y se evaporó. “No sé por qué cuento esta historia del no amor. Quizá porque forma parte de una catarsis existencial. Soy feliz gracias a que me dejó ese adolescente al que creí amar. Fue el primero en mi vida, pero por suerte no se quedó. Hoy tengo clarísimo que el verbo amar es algo tan distinto… Es un verbo que construye, edifica, contiene. Cuando uno es adolescente, muchas veces, no comprende el significado cabal de esa palabra. Mi carrera entera, la que no ejercí, quizá haya sido la manera que encontré para poder comprender lo que me había ocurrido. Todo terminó contribuyendo a los cimientos de esta gran casa de amor en la que vivo hoy con Pedro y nuestros hijos. Por eso, jamás olvido a aquel otro ser que por dos meses habitó mi cuerpo. Me acompaña, ya no con dolor, sino con magia amorosa. No soy fantasiosa, pero es lo que siento: tengo a mi primer hijo -para algunos serían solo unas células que fracasaron, para otros algo más- como a un ángel que me cuida, que nos cuida, desde allá arriba”. Buba jamás olvidó el ser que tuvo en su vientre y siente que hoy protege a su familia (Imagen Ilustrativa Infobae) *Escribinos y contanos tu historia. amoresreales@infobae.com * Amores Reales es una serie de historias verdaderas, contadas por sus protagonistas. En algunas de ellas, los nombres de los protagonistas serán cambiados para proteger su identidad y las fotos, ilustrativas

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