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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/10/2025 02:43
El asesinato de Sylvia Likens horrorizó al estado de Indiana como uno de los casos más brutales de abuso físico de su historia “Las voy a cuidar como si fueran mis hijas”, les prometió Gertrude Baniszewski, de 36 años y madre de siete hijos, a sus vecinos Lester y Betty Likens, artistas de circo, cuando le preguntaron si podían dejar a Sylvia y Jenny en su casa por unos pocos meses porque partían en una gira larga por varias ferias de Indiana y otros estados cercanos y no podían llevarlas. Le pagarían veinte dólares semanales por el servicio y los gastos para alimentarlas. Gertrude les dijo que el trato le parecía justo y que no se preocuparan, que en su casa había espacio para dos chicos más. Corrían los últimos días de junio de 1965 y los Likens le aseguraron que volverían antes de fin de año porque querían pasar la Navidad con la familia nuevamente reunida. Cuatro meses más tarde, el 26 de octubre, la policía de Indianapolis recibió la llamada de un adolescente que se identificó como Richard Hobbs y denunció que había ocurrido un accidente doméstico en la casa del 3850 de la calle East New York, que una chica se había tropezado y caído por la escalera del sótano, que estaba gravemente herida o, quizás muerta, que él no lo podía asegurar. La policía y los paramédicos llegaron casi al mismo tiempo para toparse con una escena que al primer vistazo descartaba la posibilidad de un accidente: allí se había cometido un crimen, un asesinato brutal. Gertrude Baniszewski, la niñera del mal, quien torturó a su víctima e instigó a sus hijos para que también lo hicieran La idea de Ricky, como todos llamaban a Richard Hobbs, de disfrazar un crimen perpetrado en manada como un accidente había sido realmente ingenua: con solo ver el cuerpo mojado de Sylvia Likens en el piso del sótano, ni al más tonto de los uniformados se le podía ocurrir que la chica, de 16 años, había muerto al caerse por la escalera. Tenía moretones, cortes y heridas en la cabeza y el resto del cuerpo, olía horrible no por la muerte sino por las costras de roña que tenía pegadas en la piel y que, en algunos casos, tapaban las quemaduras provocadas con la brasa de su cigarrillo. Cuando los paramédicos dieron vuelta el cuerpo y vieron su espalda, el horror se multiplicó: “I’m a prostitute and proud of it” (“Soy una prostituta y orgullosa de serlo”), se podía leer en la espalda de Sylvia, tallado quizás con una navaja, un cuchillo o, tal vez, un vidrio. Sylvia junto a su mamá Mientras los policías precintaban el sótano como escena de un crimen, arriba, en la cocina, otros uniformados custodiaban a Gertrude, a sus siete hijos, a Ricky Hobbs y a una chica que llevaba un refuerzo de metal en una de sus piernas, secuela de una poliomielitis sufrida en su infancia. Era Jenny, de 15 años, la hermana menor de Sylvia. No había dicho una sola palabra desde que llegó la policía, hasta que, cuando nadie la miraba, se acercó a uno de los uniformados, le tiró de la manga y el dijo en un susurro: “Si me sacan de acá, les cuento todo”. El hombre la tomó de la mano y la llevó fuera de la casa. Entonces Jenny le relató, atropellándose con las palabras, cómo habían llegado allí, el calvario que habían vivido a manos de Gertrude y cómo habían matado a Sylvia, su hermana mayor. Jenny Likens,hermana menor de Sylvia La vida de Gertrude Más tarde, los investigadores revisarían a fondo el pasado de Gertrude, la buena vecina a cuyo cuidado los Likens dejaron a sus dos hijas. La mujer había vivido siempre en ese barrio de los suburbios de Indianápolis. No cambiaba de residencia pero sí de parejas, que en eso decía siempre que no tenía suerte. A los 16 años dejó la escuela para casarse con John Banisewski – cuyo apellido conservaría siempre -, un joven agente de policía. John era de todo menos bueno, alcohólico y violento, le pegaba para que tenga y guarde. Entre golpe y golpe, Gertrude tuvo cuatro hijos durante los diez años que pasó con él antes de separarse: Paula, Stephanie, John y Marie. Los padres de Sylvia estaban convencidos de que Gertrude Baniszewski era una buena vecina cuando dejaron a sus hijas Harta de los maltratos, se separó de John y se casó con Edward Guthrie. Duraron apenas tres meses juntos, quizás porque John le insistía a Gertrude que volviera con él, que nunca más le iba a pegar. Y Gertrude volvió. O, mejor dicho, Edward tuvo que irse de la casa de Gertrude para que volviera John. En ese segundo tiempo matrimonial, tuvieron otros dos hijos, Shirley y James. Y Gertrude siguió coleccionando golpes de su marido hasta que volvió a separarse en 1963 y se quedó viviendo sola con sus seis hijos. Pero la soledad no era una buena compañía para ella y, a los 34 años, formó pareja con Dennis Lee Wright, de 22. Estuvieron muy poco juntos, pero lo suficiente para que Gertrude quedara embarazada otra vez y tuviera un varón, Dennis Jr. Para entonces, la salud de Gertrude dejaba mucho que desear. Con casi 1.70 de estatura, pesaba apenas 45 kilos, comía salteado y fumaba como un escuerzo. Ni John ni Dennis le pasaban un dólar para los alimentos de los chicos, de modo que Gertrude trabajaba limpiando casas, cosiendo o cuidando chicos por horas. Los vecinos la consideraban una mujer muy sufrida, pero también muy confiable. Esas eran su situación y su imagen cuando los Likens le ofrecieron 20 dólares semanales por cuidar a Sylvia y Jenny mientras ellos estuvieran de gira. Gertrude aceptó: para una mujer en su situación, cuyos hijos comían salteado, era mucho dinero. A fines de junio de 1965, Sylvia y Jenny se fueron a vivir con Gertrude y sus hijos. Las chicas estaban contentas, porque habían entablado una buena amistad con Paula y Stephanie, las dos hijas mayores de la mujer. Nadie podía imaginar lo que vendría. Sylvia como blanco Una vez que estuvieron fuera de la casa, Jenny le contó al policía – y luego repetiría el relato en la comisaría sin cambiar un solo detalle – que los primeros días que pasaron en la casa la relación fue armónica, con Gertrude como matriarca vigilante y los chicos compartiendo los espacios del hogar y saliendo a jugar juntos con otros adolescentes del barrio. En esos juegos, Sylvia conoció a Richard Hobbs, de 17 años. El chico se enamoró de inmediato y le declaró ese amor, pero Sylvia lo rechazó. No le gustaba más que como amigo y, además, ella estaba ocupada: tenía que ir todavía a clases y había conseguido un trabajo por horas en un almacén cercano. La casa del horror de Indianápolis Todo fue normal durante dos semanas hasta que, al terminar la segunda, el cheque de 20 dólares que habían prometido los Likens a Gertrude no llegó. No fue porque no pagaran, sino por un retraso del correo – llegó al día siguiente -, pero ese hecho dio inicio al calvario. Gertrude no esperó ni siquiera un día para reaccionar de manera bestial. Esa noche dejó sin comer a las dos hermanas y las confinó en una habitación. Antes de encerrarlas con llave les gritó: “¡Las cuidé toda la semana por nada, putitas!”. Comenzó también a golpearlas, generalmente con una pala de madera en las nalgas. Para proteger a Jenny, Sylvia le rogaba que le pegara solamente a ella, aunque fuera el doble. Además, empezó a decir en el barrio que estaba muy desilusionada por el comportamiento de las chicas que habían dejado a su cuidado, que Sylvia salía con muchos chicos, que era una prostituta precoz. Pero lo peor de todo eran los golpes. Gertrude le pegaba a Sylvia varias veces durante el día, con cualquier excusa: que le había sacado ropa a una de sus hijas, que había comido más que los otros chicos, que la desobedecía, lo que se le ocurriera en el momento de maltratarla. Las torturas y la muerte Con el correr de los días y de los meses, la vida en la casa de Gertrude se convirtió en un infierno para Sylvia, una agonía dolorosa que terminaría con su muerte. Ya no era solamente Gertrude quién le pegaba, sus hijos se fueron sumando, uno por uno – menos el bebé Dennis – a las torturas. A principios de octubre, en un crescendo incontenible del sadismo de la matriarca, Sylvia terminó encerrada en el sótano de la casa, de donde no volvió a salir. A veces le llevaban agua o alguna sopa y a Jenny la obligaban a ver los castigos que sufría su hermana. John Jr Baniszewski, de 12 años, fue uno de los torturadores de Sylvia y fue condenado a 21 años de prisión A todo esto, los torturadores seguían creciendo en número. Además de los hijos de Gertrude, también bajaban al sótano para pegarle o quemarla con cigarrillos, Richard Hobbs, que había quedado despechado por el rechazo amoroso de Sylvia, y el novio de Stephanie, la hija mayor de la dueña de casa, un adolescente llamado Coy Hubbard. A estos dos, Gertrude les cobraba 5 centavos por cada vez que querían bajar al sótano para abusar de Sylvia. En una ocasión, la propia Gertrude y su hijo John, de diez años, recogieron la caca del pañal del pequeño Dennis Jr. y obligaron a Sylvia a comerla. La chica, que estaba atada a una viga, no pudo resistirse. A mediados de mes, Gertrude la violó con una botella que, además, se rompió en el proceso, lo que le provocó a las heridas en la vagina que fueron detalladas después en la autopsia. Desde ese hecho, Sylvia sufrió de incontinencia y debió pasar las horas y los días atada a la viga y sentada o acostada sobre un colchón mojado por su propia orina. Cuando rogaba que le permitieran lavarse, le tiraban agua hirviendo. Stephanie Baniszewski, 15 años También por esos días, Gertrude y Ricky Hobbs le tatuaron en la espalda, con una aguja al rojo vivo, la frase “I’m a prostitute and proud of it” y un número “3”. “¿Qué vas a hacer ahora? Nunca te vas a poder casar”, le dijo Gertrude al terminar la macabra obra. Decidida a acabar con la vida de Sylvia, Gertrude pretendió hacerle escribir una carta a sus padres diciendo que se iba a escapar con unos chicos con los que tenía relaciones sexuales. Su plan era dejarla sin comer para que se debilitara del todo y después abandonarla en un bosque para que muriera de inanición. Después de hacerlo, les enviaría la carta a los Likens. En 26 de octubre, Sylvia logró liberarse de las ataduras, subió como pudo las escaleras del sótano e intentó llegar a la puerta de calle para escapar. La descubrió Coy Hubbard, el novio de Stephanie, que la arrastró de regreso hasta la puerta del sótano y la tiró por las escaleras. No conforme con eso, una vez abajo, la volvió a atar y le pegó una y otra vez con la barra de una cortina en la cabeza. Sylvia quedó inconsciente, ya no despertaría. El novio de Stephanie, Coy Hubbard, fue partícipe activo en las torturas a Sylvia y posible autor del golpe mortal Atraída por los ruidos, Gertrude bajó al sótano y también la golpeó en la cabeza con un libro. “¡Falsa, falsa, no estás muerta!”, gritaba. La desataron de la viga y la dejaron tirada en el piso. Entonces a Ricky Hobbs se le ocurrió llamar a la policía y hacer pasar la muerte de Sylvia como un accidente. Ni a él ni a ninguno del resto de los asesinos se les ocurrió que no les creerían. Una comunidad horrorizada A los investigadores no les hizo falta el relato de Jenny sobre las torturas y la muerte de su hermana para saber que la habían asesinado de manera brutal. Luego de la autopsia, los médicos de la policía de Indianápolis señalaron “hemorragia cerebral, shock y desnutrición”, como causas de la muerte. Agregaron que tenía heridas en la vagina, provocadas por algún objeto. Cuando la versión del accidente se terminó de caer a pedazos, Ricky, Gertrude y los hijos de la mujer la cambiaron por otra: Sylvia había salido a pasear con dos chicos y había vuelto así, que habían intentado salvarla pero no había podido. Nadie les creyó. Cuando se conoció el proceso brutal que culminó con la muerte de Sylvia Likens, la comunidad de Indianápolis reaccionó indignada. Los medios siguieron día tras día el desarrollo del juicio, en el que Gertrude Baniszweski intentó desligarse del asesinato diciendo que los culpables eran sus hijos y sus amigos, que ella nunca supo qué pasaba en el sótano de su casa. En cambio, los hijos de Gertrude, Ricky Hobbs y Coy Hubbard reconocieron su participación en las torturas. Lester y Betty Likens, los padres de Sylvia, en el juicio Gertrude y su hija Paula fueron condenadas a cadena perpetua por asesinato; Hubbard fue condenado a 20 años de cárcel y, cuando cumplió su condena, se convirtió en un delincuente reincidente; Hobbs también recibió una condena de 20 años y nunca volvió a la calle porque murió en la cárcel de un cáncer de pulmón. Pese a que había ayudado a Hubbard a arrojar a Sylvia por las escaleras del sótano, Stephanie Baniszweski recibió una condena de apenas 12 meses en calidad de cómplice. En cambio, su hermano John Jr., de solo 12 años, recibió una condena de 21 años, que debió cumplir primero en un reformatorio y después en una cárcel de adultos. Cuando fue liberado, desapareció sin dejar rastros. Gertrude Baniszewski salió en libertad condicional en 1985, por buena conducta. Cambió su nombre por el de Nadine Van Fossan y se mudó a Iowa, donde vivió discretamente hasta su muerte por cáncer de pulmón el 16 de junio de 1990. El asesinato de Sylvia Likens sigue siendo hoy el peor caso de abuso físico seguido de muerte investigado en la historia del estado de Indiana.
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