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Parana » Radio Nacional
Fecha: 25/10/2025 19:03
La reciente denuncia de violencia de género formulada por Lourdes Fernández (o Lowrdez) de Bandana contra su expareja ha vuelto a poner de relieve las dinámicas silenciosas y complejas que subyacen en los vínculos abusivos. El psiquiatra forense y profesor universitario Andrés Mega dialogó con Creer o reventar y repasó los rasgos que suelen configurar el perfil de los maltratadores y las víctimas, y cómo eso se puede aplicar al caso. "He examinado a centenares de víctimas y victimarios, y cuando se desarrolla una relación de esta naturaleza lo patológico se naturaliza y pasa a ser lo habitual", expresó. En el perfil del agresor, la voluntad de dominio, el control y la humillación silenciosa preceden muchas veces a la agresión física, y esta secuencia es clave para entender cómo se construye la dinámica de violencia en la pareja. "La figura de poder puede tener cualquier disfraz: médico, abogado, sacerdote, dirigente deportivo, maestro, tutor, padre o madre. El desarrollo y el modus operandi es calcado, exactamente el mismo: el aislamiento geográfico, la separación de sus contactos, el impedimento de contacto telefónico, visual o comunicacional de todo tipo", dijo Mega. El agresor típico no responde a un solo estereotipo fácilmente identificable: aunque pueden coincidir ciertos rasgos —como impulsividad, baja tolerancia a la frustración, celos extremos, necesidad de controlar al otro y escasa empatía— la mayoría de los estudios sostienen que no todos los maltratadores padecen un trastorno mental clínico sino que actúan desde una construcción relacional en la que ejercen poder sobre la pareja. Por el contrario, la víctima suele presentar una combinación de factores que la hacen más vulnerable al abuso sostenido: dependencia emocional, aislamiento progresivo del entorno, baja autoestima, miedo a la separación y al daño que puede causar el agresor tras la ruptura. Además, Mega se refirió al síndrome de Estocolmo, un vínculo psicológico de empatía y afecto que una víctima desarrolla hacia su captor o abusador como mecanismo de supervivencia. Se manifiesta en situaciones de cautiverio, como secuestros o abuso, donde la víctima puede simpatizar con su agresor, sentirse en contra de la autoridad e incluso identificar objetivos comunes con él.
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