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  • La ruina se avecina

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 19/10/2025 02:32

    La velocidad del neoliberalismo para convertirse en pensamiento hegemónico, único "correcto" según sus fieles, puede ser un indicio más de la aceleración de los tiempos y de la postración de nuestra civilización, del acercamiento a un desenlace entrevisto y temido. Hace tres décadas, el sociólogo y periodista Ignacio Ramonet apuntó en Le Monde Diplomatique que después de la caída del muro de Berlín el economicismo neoliberal se había erigido en el único pensamiento aceptable y había monopolizando todos los foros académicos e intelectuales. Ramonet ya entonces consideró que había límites estrechos que sólo permitían optar entre aceptar o resignarse, eran la expresión intelectual con pretensiones universales del interés del capital financiero internacional. Los rasgos discernibles cuando comenzó a bajar la polvareda del derrumbe soviético eran dos principales: la jerarquización de la economía sobre la política y el mercado como el medio más eficaz para asignar recursos. Luego venían la desaparición de las fronteras económicas, la competitividad para sobrevivir en el mercado, la división internacional del trabajo para bajar los costos salariales, la disciplina monetaria y la reducción del Estado a guardián de la propiedad privada, presentada como fundamento de la libertad. Los neoliberales concordaban en que se trataba de la única ideología posible, o mejor: del fin de todas las ideologías. Margaret Thatcher se refirió a la nueva fe con «There is no Alternative» (no hay alternativa) y el canciller alemán la siguió gustoso: «Es gibt keine Alternativen». Así acontece con todas las únicas religiones “verdaderas”. Las ideas opuestas o diferentes a la apertura incondicional de los mercados se transpusieron fuera de la economía, que tiende a invadir todos los terrenos desde que todo se resuelve en mercancía. A quienes defienden ideas diferentes, los apóstoles del "pensamiento correcto" los consideran "cerrados" de espíritu (en el mejor de los casos). La doctrina neoliberal, que está haciendo en la Argentina una experiencia más, parece la expresión adecuada de nuestra época de confusión babélica, lo que también puede ser una causa de su éxito. Ofrece una clave para entender el modelo civilizatorio vigente en lo que pueda tener de entendible, da una mezquina apariencia de orientación que implica el trastrocamiento de los valores que venían rigiendo desde hace siglos; pero también la confirmación victoriosa de tendencias que comenzaron a perfilarse con la revolución industrial: individualismo acérrimo, egoísmo trastocado en valor, el rencor como motor del desarrollo moral, la envidia como pasión positiva, la ambición favorecida y deseada, el desequilibrio como estado natural. Así con casi todo; en suma, la entronización de un punto de vista de "sentido común" craso y raso: "es lo que hay" y desde que hay que vivir, conviene tomarlo como normal. Se puede observar que las tendencias prevalecientes tienen parentesco con las que Nietzsche anunció en "La Gaya Ciencia" como resultado de la muerte de dios, más bien de su asesinato. Sin embargo, la creación de los valores nuevos que confiaba al "Übermensch" no se ve por ningún lado, al menos no todavía. El loco que buscaba a dios con una linterna en la plaza pública preguntaba quién había secado el mar, quién había borrado el horizonte y quién había separado a la Tierra del sol. Argumentaba que con el mar seco nada calmará nuestra sed de transcendencia; sin horizonte no habrá referente para nuestros actos y con la Tierra separada del sol nada dará calor a nuestra vida mental. La libertad al carajo Los neoliberales se presentan como los únicos defensores de la libertad, de la única economía posible, los dueños del "pensamiento correcto". Imponen su corrección a los que la aceptan y a los que no la aceptan: no hay alternativa. Como religión, es celosa y no admite tibios ni dubitativos: quiere creyentes y en el mejor de los casos, enderezar a los torcidos. Sin embargo, sus logros suelen quedar relativizados por "resultados no queridos", que según el criterio de los sacerdotes neoliberales no invalidan el dogma y pueden ser atribuidos a la intromisión del mal. La aplicación de sus dogmas suele producir la baja de la inflación efectiva. También cierta recuperación de las ganancias, es decir, una reversión transitoria, a veces solo aparente, de la tendencia decreciente de la tasa de ganancia. Produce también aumento del desempleo, que se duplicó en una década en los países desarrollados. Otra consecuencia es un enorme crecimiento de la desigualdad, efecto presentado como anclado en la “naturaleza humana”, o como premio a los mejores, medidos por lo que tienen o por lo que representan para los demás, no por lo que son, que no se puede medir y por lo tanto es una dimensión “metafísica”. Otro efecto es una baja de la tasa de crecimiento, que se traduce en una recuperación nula del crecimiento real. Además, trae consigo un aumento de las inversiones especulativas, que merman las posibilidades que resultan de las inversiones productivas. En los países “centrales” el porcentaje cuantitativo del Estado en la participación en la economía no disminuyó, sino que crece o se mantiene cerca del 50% El puntapié inicial En el siglo XVI, cuando Europa se apresuró a tomar posesión de América-Aby Yala en nombre del dios cristiano, como ahora el neoliberalismo del mundo en nombre del mercado, el teólogo y jurista español Juan Ginés de Sepúlveda explicó que la guerra contra los indígenas era justa y necesaria, y dio sus razones, fundadas en Aristóteles: “es justo por derecho natural que el cuerpo obedezca al alma, el apetito a la razón, los brutos al hombre, lo imperfecto a lo perfecto y lo peor a lo mejor, para bien de todos”. Estas “verdades de derecho natural” sirvieron para masacrar más o menos 60 millones de habitantes de América y someterlos al designio de los “mejores”. Ninguno de los postulados de Ginés, tendentes a la sujeción de los habitantes originarios de Abya Yala a sus amos “naturales” europeos, contradice los postulados neoliberales, que tanto como Ginés se basan en la doctrina del sentido común y en la lógica de los negocios. También para ellos, como para el teólogo español, se trata de reducir todas las cosas a una, en el caso actual al poder financiero, a la nivelación por el dinero basada en el argumento de que los que ganan ofrecen mejores bienes al mayor número. Como para Sepúlveda, lo que sobrevendrá será el bien común de los sobrevivientes. Si hay todavía alguna posibilidad de detener la marcha al abismo, es preciso entender que la civilización occidental globalizada, y todas las pretendidas soluciones que ofrece por derecha y por izquierda, son frutos de una declinación que las afecta tanto como fuerza de gravedad impulsa hacia el centro de la Tierra a todos cuerpos graves sin distinguir entre ellos. Entender que la civilización moderna es una involución que se funda en la imposición, la violencia, la discriminación, la guerra y la dictadura del pensamiento único, y que nada de eso es natural, ni lógico, ni de sentido común. Los dogmas de la fe El mercado es el sol que alumbra el catecismo neoliberal. Actúa mediante una mano invisible, dura para castigar como la de Yahvé, pero a la larga bondadosa y beneficiosa para los que saben confiar en ella. El mercado es el motor de toda actividad, la fuente de todo beneficio. El compensa los desvíos y protege a sus criaturas; pero tiene opositores: los herejes que rechazan sus beneficios por ignorancia o por maldad. El credo neoliberal tiene sus teólogos consagrados y reverenciados, indiscutibles. Nunca fue posible a ninguna fe evitar la herejía, ni siquiera al cristianismo en tiempos en que imponía su dictadura espiritual en la Alta Edad Media. Por eso un poco en broma, un poco en serio, hay un el catecismo neoliberal paródico, elaborado por herejes. El primer principio del evangelio herético es que en la sociedad humana hay un principio invisible, omnipotente y omnipresente: el mercado, que es el espíritu que está por encima, por el medio y por debajo de cualquier actividad humana y la dirige para beneficio de todos mediante una armonía preestablecida. De la Redacción de AIM.

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