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» Voxpopuli
Fecha: 02/10/2025 18:11
Este ajuste responde a preocupaciones estructurales y se produce en un contexto de extrema fragilidad. La orden de “apagar” la oferta en las billeteras no es un capricho, sino una estrategia calculada para neutralizar el enorme volumen de transacciones que se generaba y que estaba aceitado por una maraña de arbitrajes internos. El ruido regulatorio se sumó a una jornada de tensión en la que el dólar oficial ya había superado los $1.400, ampliando la brecha con un dólar CCL que rozaba los $1.550, a pesar de los esfuerzos oficiales por contener su deriva alcista. La razón central para este nuevo cepo a los usuarios digitales es la facilitación de un “rulo” especulativo que las billeteras habían perfeccionado. El mecanismo era simple, pero devastador para las reservas: un usuario adquiría dólares al precio oficial (el más accesible, con un spread de hasta 10% por debajo de los financieros) y, en cuestión de clics, los vendía o transfería en el mismo entorno hacia el dólar MEP o CCL, capturando la brecha como ganancia instantánea. Esta operatoria, que democratizó el ahorro en divisas para el usuario promedio, tuvo un alto impacto acumulativo. El caso más notorio es el de Mercado Pago, que con más de 25 millones de cuentas, llegó a regir más del 30% del mercado minorista de compraventa de dólares. Una porción sustancial de las compras oficiales fluía precisamente por esta vía, alimentando un ciclo de arbitraje que el BCRA, urgido por la escasez de divisas, no podía seguir ignorando. La determinación del Gobierno por preservar un control férreo sobre las reservas luce una misión de difícil prospectiva. La fragilidad del esquema cambiario es palpable, y el intento de llegar a las elecciones de octubre con un tipo de cambio controlado depende de cuánta regulación adicional se pueda recrear antes de que el sistema implosione. Un detalle central subraya esta desesperación: a pesar de una liquidación récord del agro de unos u$s7.000 millones en septiembre, el Tesoro solo capturó alrededor de 2.700 millones, es decir, apenas el 40%, dejando el resto disperso en el mercado y forzando los actuales ajustes por cantidad. Otro vector de descontrol que el regulador buscó neutralizar fue la asimetría horaria que las plataformas explotaban para amplificar la especulación. Las billeteras extendían su ventana operativa, con algunas como Cocos Capital operando las 24 horas del día, los siete días de la semana. Esta dinámica hacía «ridículo» al Mercado Único y Libre de Cambios (MULC) y su horario restringido (de 11 a 15 horas). Al recordar que solo entidades autorizadas pueden operar directamente con personas físicas, el BCRA no solo nivela el terreno de juego, sino que busca recuperar el control narrativo sobre el pulso del mercado al obligar a todas las transacciones a sujetarse al mismo reloj. Además, la intersección entre el dólar oficial y el mundo de los criptoactivos también se ubicó en el centro de la atención. Las plataformas habían convertido el camino de conversión de dólares oficiales a stablecoins o tokens volátiles en un puente demasiado permeable. Al excluir a las billeteras de la venta directa, se interrumpe este continuum digital que unía el MULC con el DeFi. Esta medida colateral busca forzar a los usuarios a bifurcar sus estrategias, exponiendo potencialmente más transacciones al escrutinio fiscal y limitando la facilidad con que la liquidez se fugaba del control monetario. En los hechos, el Gobierno imagina una sucesión de jornadas de mayor rigidez operativa, con una brecha creciente y arbitrajes desmantelados temporalmente. Sin embargo, al cortar un «rulo», se generan las condiciones para que surjan muchos más, obligando a una demanda interna inflexible a compensar la moderación de la oferta con ajustes vía alzas de precio o restricciones cuantitativas. La medida es una clara señal de debilidad y evidencia que, para sostener un valor de referencia, la única herramienta disponible es la profundización de un control que penaliza al usuario minorista y entorpece la innovación financiera.
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