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Parana » Informe Digital
Fecha: 02/09/2025 09:40
La historia de la ganadería argentina se entrelaza con familias que, impulsadas por la pasión y la visión, han dejado una marca indeleble. Un ejemplo de ello es la familia Bustillo, que hace 90 años fundó la cabaña La Primavera en Cañuelas, provincia de Buenos Aires, y que posteriormente perpetuó su legado con La Llovizna, hoy un referente en la cría de Angus. El viaje comenzó en 1935, cuando José María Bustillo, ingeniero agrónomo con una notable trayectoria pública, decidió adquirir un campo en Cañuelas junto a su esposa, María Luisa Devoto. “José María fue parte de la primera camada de ingenieros agrónomos, junto con Vicente Casares, entre otros. Fue diputado nacional, ministro de Obras Públicas de la provincia y fundó el Banco Rural; un hombre de intensa actividad pública y gran valor”, rememoró Alfonso Bustillo para LA NACION. Impulsado por su amor por la ganadería, fundó la cabaña La Primavera, integrando vaquillonas Angus de renombrados criadores de la época como Muñiz Barreto y La Celina. Este fue el inicio de un legado que influenció a varias generaciones. El rodeo de La Llovizna cuenta con 200 madres de pedigree y 1000 puras controladas, realizando un remate anual donde comercializa toda su producción. Lo que no se destina a toro se vende como novillo y vaquillona gorda, completando así un ciclo productivo integral. “Ellos no tuvieron hijos, y mi padre, Mario, también ingeniero agrónomo, fue recibido como un hijo. Papá asumió la administración, y la relación era tan cercana que nosotros los llamábamos Tata y Tío; eran como abuelos para nosotros. Al fallecer José María, María Luisa, su esposa y propietaria de los campos, mostró una generosidad extraordinaria hacia papá, acompañándolo en todo el proyecto de la cabaña”, narró. Mario fue quien, con dedicación y experticia, llevó a La Primavera a convertirse en un referente. En 1955 obtuvo el primer Gran Campeón Macho en Palermo con un toro llamado Cinzano, y repitió este logro en 1959 con otro ejemplar sobresaliente. Alfonso y Pablo Bustillo están al frente de La Llovizna: “Nuestro lema siempre ha sido seleccionar animales que nos gusten, bellos, pero también con datos. Queremos que nuestra genética sea útil para quien la adquiere; si además aparece un toro de exposición con buen fenotipo, al que podemos sumar números, mejor. Pueden ser incorporados como padres o comercializados como cabeza de remate“, subrayó Alfonso. Según recordó, la pasión de Mario por la cría se manifestaba en pequeñas acciones cotidianas. “Era una época hermosa en la ganadería, donde el servicio era natural y había que soltar toros con las vacas o extraer semen para inseminar en fresco. Papá incluso trajo toros de Escocia para sus programas de inseminación. Lo recuerdo recorriendo el campo durante las pariciones, atento a lo que él llamaba ‘el misterio del sexo’. Para él, descubrir si una gran vaca había tenido un macho era su mayor entusiasmo, ya que en esos tiempos un buen ternero representaba la posibilidad de un futuro Gran Campeón. Esa emoción de ir a ver al recién nacido y levantarle la pata para identificar su sexo lo cautivaba profundamente”, relató Alfonso. En 1955, logró el primer Gran Campeón Macho en Palermo con un toro llamado Cinzano. Con la llegada de nuevas tecnologías, Mario no dudó en dar un paso audaz que lo convirtió en pionero. “En 1979 viajó a Estados Unidos y conoció la transferencia embrionaria. A raíz de esa experiencia, tomó una decisión valiente: vendió alrededor de 1500 vacas y se quedó con solo 20 ejemplares americanos, introduciendo esa tecnología en Argentina”, recordó Pablo Bustillo. “Nuestros toros se crían siempre a campo, en verdeos y praderas, con un refuerzo de ración en los últimos tres meses. No encerramos ninguno; eso nos garantiza que, al trabajar en el campo, no pierden condición”, explicó Alfonso Bustillo. La apuesta fue arriesgada, pero dio resultados. En 1982, solo tres años después, La Primavera alcanzó el Gran Campeón Macho y la Gran Campeón Hembra en Palermo, ambos descendientes de una vaca importada llamada Camila 64D, de 11 años. “Tuvo un ojo increíble. Por un monto significativo, compró una vaca vieja que, con su hijo y su nieta, nos dio dos grandes campeones en un mismo año”, recordó Alfonso. Durante las décadas de los 80 y 90, La Primavera vivió una etapa de gran esplendor, obteniendo importantes campeonatos tanto en machos (1982, 1986 y 1987) como en hembras (1982, 1983, 1985, 1986, 1987, 1990 y 1995). La cabaña se convirtió en sinónimo de excelencia genética. A diferencia de La Primavera, enfocada en las exposiciones, La Llovizna optó por un cambio radical: producir genética basada en información objetiva. En 1986, la familia enfrentó un duro golpe: el fallecimiento de Mario. Desde entonces, sus hijos Alfonso, Pablo y Mario (h) asumieron la responsabilidad de continuar la tradición. “Nos quedamos con La Primavera junto a mamá, hasta que en 1999, Mario se trasladó a Tandil y se separó de nosotros. En ese momento, realizamos un remate de división”, relató Pablo. Ese mismo año comenzó una nueva etapa: La Llovizna. “No podíamos seguir usando el nombre original, así que decidimos llamarlo La Llovizna en homenaje a papá, quien en su juventud había tenido una pequeña cabaña de dos vacas con ese nombre”, explicó Alfonso. A diferencia de La Primavera, centrada en las exposiciones, La Llovizna se propuso un cambio radical: producir genética basada en criterios objetivos. “Veníamos de un periodo verdaderamente exitoso en exposiciones. Teníamos una cabaña muy fuerte en Palermo y en todas las exposiciones. Sin embargo, no estábamos del todo conformes con el tipo de animal que producíamos. Creíamos que era necesario implementar un cambio”, precisó Alfonso. En Palermo, Mario y José María Bustillo cuando en 1955 La Primavera logró el primer Gran Campeón Macho con un toro llamado Cinzano. Por ello, en 1989 liquidaron la totalidad de la cabaña y comenzaron un nuevo enfoque fundamentado en lo aprendido sobre selección genética en los tambos, con animales de excelente fenotipo pero respaldados por información genética. “Nos parecía que no podíamos continuar criando animales solo porque fueran atractivos. Era imperativo comenzar a trabajar con DEPS, como hacíamos en lácteos, pero ahora aplicando ese concepto a la carne. Debíamos integrar datos y producir toros para planteos comerciales”, apuntó Alfonso. Así, la nueva cabaña inició un camino centrado en la eficiencia y la adaptabilidad. “Buscamos el equilibrio entre un buen fenotipo adaptado a condiciones pastoriles y una sólida información genética. Hoy ofrecemos una genética valorada por su facilidad de parto, crecimiento y calidad de destete”, agregó. El rodeo de La Llovizna cuenta con 200 madres de pedigree y 1000 puras controladas, y organiza un remate anual donde comercializa toda su producción. Lo que no llega a toro se vende como novillo y vaquillona gorda, completando un ciclo productivo integral. “Nuestros toros siempre se crían a campo, en verdeos y praderas, con un apoyo de ración en los últimos tres meses. No encerramos ninguno; eso asegura que, al salir al campo a trabajar, no pierdan estado”, aclaró. Este cambio de estrategia no implicó renunciar a la tradición. La Llovizna mantuvo el número histórico de criador 45 en la Sociedad Rural, uno de los más antiguos, y continúa figurando con el prefijo Primavera en la Asociación Argentina de Angus, con más de ocho décadas de presencia ininterrumpida, poseyendo el rodeo número 21 en puro controlado. En 1955, Mario Bustillo en la Expo de Palermo junto a tres de sus hijos, Elisa, Patricia y Mario. En este trayecto, la familia también decidió desvincularse de la lechería. “Hasta 1999 teníamos dos tambos con 500 vacas cada uno, pero debido a los altibajos económicos, decidimos liquidarlos y dedicarnos plenamente a la ganadería y la agricultura”, relató Alfonso. Hoy, además de la cría, producen maíz para silo y soja en un esquema rotativo con praderas; todo bajo un enfoque pastoril, fiel a la idea de producir en armonía con el campo. Reflexionando sobre el pasado, Pablo resumió lo que ha marcado a la familia: la pasión transmitida por su padre. “Papá era poeta, cantor, un hombre apasionado por la vida. Siempre nos enseñó a hacer las cosas de la mejor manera posible y a entregarnos por completo a lo que emprendemos”, recordó. Esa impronta, compartieron sus hijos, es lo que aún guía a La Llovizna. “Nuestro lema ha sido siempre seleccionar animales que nos gusten, bellos, pero también con datos. Deseamos que nuestra genética sea útil para quien la adquiere, y si además aparece un toro de exposición con buen fenotipo, al que podemos sumar datos, bienvenido. Puede ser incorporado como padre o comercializado como cabeza de remate“, afirmó Alfonso. Con 90 años de historia y un rumbo bien definido, la familia Bustillo celebra un recorrido que conecta el pasado con el presente. “Hemos tenido antepasados que trabajaron arduamente por este país y hemos tenido la fortuna de heredar esa pasión por la ganadería. Ese legado nos obliga a seguir luchando por lo que creemos. Mirar hacia atrás nos llena de orgullo”, reflexionó Alfonso. Y concluyó con una frase que sintetiza la historia de tres generaciones dedicadas al Angus: “Todos los días hacemos lo que nos gusta, y eso es un regalo de Dios”.
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