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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 11/08/2025 04:43
Sergio, en brazos de su madre de crianza —María Antonia Maneiro— en el hospital Municipal de Olavarría, donde trabajaba como enfermera La escena ocurrió en el hospital Municipal de Olavarría, la noche del 20 de diciembre de 1963. Desde una ventana del primer piso, donde estaba la sala de Maternidad, una enfermera hizo descender un bolso atado a una soga. En la vereda, una compañera lo recibió en silencio. Adentro, envuelto en varias mantas, iba un bebé recién nacido. Esa enfermera se llamaba María Antonia Maneiro. Horas antes había asistido el parto y sabía que la madre del niño —una adolescente de 17 años llamada María Luisa Amaya— no podía quedárselo. El bebé tenía dos destinos posibles: un orfanato en la ciudad de Azul —con fama temible en la zona— o una persona que lo cuidara. María Antonia eligió lo segundo. El niño creció con ella, rodeado de amor y de una verdad que le fue dosificada desde temprano. A los cinco años, le dijo que había sido “adoptado”: “Yo soy tu mamá, pero no te llevé en la panza”. Sergio Fabián Herrera (61) no olvidó esa frase. Tampoco las dudas que comenzaron a inquietarlo en la adolescencia, cuando se atrevió a preguntar de dónde venía en realidad. La respuesta demoró veinte años. Durante ese tiempo, cuando todavía no existía Internet, buscó como quien arma un rompecabezas con piezas sueltas, datos a medias e información que se contradecía. Viajó por distintas ciudades, golpeó varias puertas, encontró pistas en guías telefónicas, padrones electorales y hasta se presentó en el programa Gente que busca gente. Finalmente, a los 33, halló a su madre biológica, a su padre y a una larga lista de hermanos que habían estado siempre cerca. La historia —increíble, pero real— quedó contada en el libro Un hijo de tres madres. Ahora busca llevarla al cine. Sergio Fabián Herrera junto a su único hijo, Bernabé El detective de su propia historia Sergio tenía 13 años cuando empezó a hacerse preguntas sobre su identidad. Primero se lo planteó a su madre de crianza, pero a María Antonia aquello la incomodaba. Luego probó con familiares y enfermeras del hospital donde ella trabajaba. Las respuestas eran contradictorias. Nadie entendía por qué quería remover una historia que, para todos, estaba cerrada. “¿A vos te falta algo?”, lo increpaba su madre cuando se enteraba de que andaba haciendo preguntas. “No, solo quiero saber de dónde vengo”, respondía él. Sin redes sociales ni bases de datos online, la búsqueda era artesanal. Llevaba un cuaderno, entrevistaba gente y anotaba cada dato. Pero al releer encontraba inconsistencias. “Mucha de la información que me dieron era errónea. Otra era verdadera, pero yo estaba tan desconfiado que no la creía”, le cuenta a Infobae. Fueron años de idas y vueltas, muchas veces frustrantes. “Me echaron de muchos lugares y pasé por distintas etapas. En un momento odié a mi madre biológica porque me había abandonado. Después me enojé con mi madre de crianza porque no tenía datos. Yo le decía: ‘No me hagas andar. Vos sabés adonde tengo que ir’. Pero con el tiempo entendí: cada una actuó como pudo. No soy quién para juzgarlas”, reflexiona. Durante dos décadas buscó de manera intermitente hasta que, en septiembre de 1996, un hecho lo impulsó con fuerza: el nacimiento de su hijo. Bernabé llegó con un pequeño soplo en el corazón. El médico les dijo que no era grave y que podía desaparecer con el tiempo; pero al preguntar por antecedentes familiares, Sergio no supo qué contestar. “Ahí volvió a encenderse un motor de búsqueda”, dice. A los 33 años supo que su cumpleaños era el 20 de diciembre y no el 10 de marzo, como lo había celebrado siempre “Somos primos” A través del padrón electoral, buscó a todas las personas en el país con el nombre de su madre biológica. Eran más de cincuenta —explica ahora Sergio— pero filtró por número de documento según la edad que ella podría tener y quedaron unas quince. Con esos datos, el 25 de mayo de 1997 se presentó en la producción del programa Gente que busca gente, que conducía Franco Bagnato, y dejó una carpeta con su información. En paralelo, ese mismo día, viajó a La Plata para entrevistar a una mujer que, según sus cálculos, podía ser su madre. “No es fácil golpear la puerta de alguien y decir: ‘Hola, creo que sos mi mamá’. La otra persona podía espantarse. Por eso, cuando me presentaba le decía que podía ser familiar mío o que podíamos tener un vínculo cercano. Yo sabía que mi fecha de nacimiento no era la que figuraba en mi documento y que había nacido de noche. Entonces, cuando consultaba, no decía: ‘¿Tuviste un hijo a las 8 de la noche?’. Daba vuelta la pregunta a ver qué datos aparecían del otro lado”, explica. Mientras él seguía en La Plata, un compañero de trabajo vio en la televisión el avance del programa de Franco Bagnato y comentó el caso en la mesa familiar. La suegra de ese hombre dijo reconocer el nombre de la madre de Sergio: “Hace veinte años, una María Luisa me robó un novio”. Esa casualidad lo llevó a una agencia de autos en Olavarría, donde había una joven que resultó ser sobrina de la mujer que buscaba. Él le explicó la situación, la chica llamó a su madre (la tía de Sergio) y, tras una breve consulta, llegó la frase que lo cambió todo: “Somos primos”. “Imaginate cuando me dijo eso: fue como encontrar una aguja en un pajar. Con los datos que yo tenía, era imposible”, dice. Al mediodía de ese mismo día, Sergio conoció a su nueva tía, que lo recibió diciendo: “Ay, es igualito a él”, por su padre biológico. Minutos después, habló por primera vez con su madre biológica: “María Luisa, ante todo, gracias por darme la vida. Quiero que sepa que existo, que no tengo rencores, que tengo una vida feliz. Solo quería saber mi historia”, le dijo. Dieciséis días después, el 11 de junio de 1997, María Luisa Amaya viajó desde Trelew (Chubut) a Olavarría para encontrarse con él. En el Club Racing de Olavarría junto a su madre María Antonia (derecha) y una muy amiga de ella, también enfermera, llamada Amanda (izquierda) —¿Cómo fue ese encuentro con tu mamá biológica? —Fue una cosa muy fría. La saludé con un beso y lo primero que me dijo fue: “Yo creí que estabas muerto”. Después, agregó: “Pero yo miraba todos los días el programa de Gente que busca gente”. Que sé yo… Entramos a casa, le presenté a mi mujer y a mi hijo y, cuando ellos se fueron, empezamos a hablar. Yo no dejé de mirarla en ningún momento. La miraba por todos lados, a ver si me reconocía algún rasgo suyo. Ella quería explicarme por qué me dejó y yo todo el tiempo le decía que se quedara tranquila. Después le dije: “Te voy a llevar a conocer a la persona a quien considero mi madre”. Así que agarré el auto y fuimos al barrio donde vivía mi vieja. Yo no le había dicho nada a ella, pero cuando llegamos estaba parada al lado de la ventana. A penas se vieron, María Antonia le dijo: “Yo sé quién sos”. “Sí, yo también”, le contestó María Luisa. “Estás más gorda”. “Y vos más vieja”. Yo, mudo. “Lo único que falta es que se agarran a las piñas”, pensaba. —¿Hubo una charla entre los tres? —Sí. Cuando las tuve enfrente a las dos, les dije: “Tengo que agradecerles. A vos, María Luisa, porque me diste la vida. A vos, mamá, porque me enseñaste a vivirla. Yo no soy quién para juzgarlas”. Después vino una sensación de liberación, como si de pronto me hubiera sacado veinte kilos de encima. Recuerdo que me levanté al día siguiente y pensé: “Ya encontré mi historia, ¿y ahora qué hago?”. —¿Y qué hiciste? —Seguí viviendo. Pero también seguí buscando. Sigo siendo un buscador, a pesar de que encontré mi historia hace décadas. Ahora ayudo a otras personas, estoy en grupos de Facebook, acompaño. Durante dos años, incluso, tuve un espacio en un programa de radio que se llamaba “Viaje al Puerto de la Noche” (AM 550 y 24/7 TV) en el que entrevistaba personas que buscaban a sus familias. Sergio el día de su bautismo. Desde la izquierda: Su madre, María Antonia, sus padrinos y Víctor, la pareja de su madre, quien le dio el apellido —¿Tu mamá biológica te explicó por qué te abandonó? —Sí. Básicamente, porque la familia no le permitía tener un hijo. Cuando mi madre quedó embarazada de mí, ella tenía 17 años y mi padre 24. Él se llamaba Felipe, era colectivero y estaba casado. No volvieron a verse hasta que los encontré, 33 años después. Lo más loco fue que cuando mi mamá me dijo quién era él, resultó que yo lo conocía. ¿Sabés de dónde? La mamá de mi hijo es abogada. Bueno, el primer caso que agarró fue el divorcio de mi padre biológico. Más de una vez Felipe vino a mi casa y yo le abrí la puerta. “Pase que la doctora ya lo va a atender”, le decía. Y resulta que era mi papá. Lo mismo me pasó con mis hermanos por parte de él. Con uno jugábamos a la pelota en la misma plaza. Obviamente, yo con un apellido y él con otro. —¿Te reencontraste con tu papá biológico? —Un mes después. Un día fui a verlo. “Felipe, ¿se acuerda de mí?”, le pregunté. “No”, me dijo. “Yo soy el esposo de la doctora”, le contesté. “¡Ay! ¿Cómo te va?”, me dijo. Y ahí arranqué… “¿Usted se acuerda de María Luisa Amaya? Bueno, de María Luisa y usted nací yo”, le expliqué. El tipo no lo podía creer. “No la vi más desde que quedó embarazada. Quisiera verla”, me contó. Meses después, mi padre biológico dejó a su esposa; mi madre biológica dejó a su marido y se fueron a vivir juntos hasta que él murió en el año 2013. Sergio Fabián Herrera, Ignacio Montoya Carlotto y Sergio Sarachu en la presentación del libro que narra su historia: “Un hijo de tres madres” —Con tu madre de crianza, ¿cambió la relación después de esto? —Creo que se liberó el vínculo. Ella falleció en 2016. Con mis padres biológicos directamente no pudimos generar un vínculo. Mientras Felipe y María Luisa estuvieron conviviendo, tuve la oportunidad pasar tiempo con ellos. Nos juntábamos a comer o a tomar mate y me decían: “Hijito” o “Sergito”. Pero yo jamás les dije ni papá, ni mamá. No me salía. Para mí siempre fueron Felipe y María Luisa. Y no era un castigo, porque no estaba enojado con ellos. Simplemente no lo sentí. Los vínculos no se pueden forzar. —¿Encontraste diferencias entre el relato que te había hecho tu madre de crianza y el de tu madre biológica? —Prácticamente me dijeron lo mismo. Cuando hablé con mi madre biológica, me explicó: “A mí me dijeron que había tenido una nena y, después, ya no recordaba si era una nena o un nene”. Tampoco estaba segura del día; pensaba que había sido el 19 de diciembre. Y me dijo algo muy fuerte: “Te digo la verdad: jamás te hubiera buscado”. Se había resignado a vivir con ese dolor y esa culpa. Cuando aparecí, tuvo que contarles a sus hijos quién era yo. Después le pregunté a mi madre de crianza por qué le habían mentido, me respondió: “Para que no te encontrara”. Es lamentable, pero fue así. —¿Y tu hermanos? ¿Cuántos son en total y cómo te recibieron? —Por parte de padre, tengo cuatro, aunque dos ya fallecieron. Por parte de madre, otros cuatro que viven en Trelew. Dos años después de encontrar mi historia viajé al Sur para conocerlos: dos no me aceptaron, pero otras dos estaban felices, porque con mi llegada yo pasaba a ser el mayor de la familia y ellas dejaban de ser “las más viejas”. Con ellas mantengo contacto telefónico. En Olavarría tengo otro hermano, con quien me veo cada tanto. Se llama Adalberto Olivera y nació el mismo día que yo: un 20 de diciembre, pero de otro año. Junto a Sergio Sarachu, autor del libro, y su amigo el actor Gastón Ricaud —Hasta 1997 celebraste tu cumpleaños el 10 de marzo. Después, cuando supiste tu historia, comenzaste a festejar el 20 de diciembre. ¿Eso no lo sabías? —El 10 de marzo de 1964 es la fecha con la que me anotaron, pero en realidad nací ochenta días antes. Si me hubieran inscripto con la fecha correcta, me hubiera tocado ir a Malvinas… Yo sabía que mi cumpleaños real era el 20 de diciembre, pero como dudaba de todo lo que me habían contado, hasta no encontrar a la otra parte que lo confirmara o desmintiera, no podía estar seguro. —Plasmaste tu historia en un libro titulado: “Un hijo de tres madres”. ¿Por qué ese nombre? —Una madre es la biológica; la segunda, la adoptiva; y la tercera, la búsqueda. Lo presenté el 24 de mayo de 2017, dos días antes de que se cumplieran 20 años de que apareció mi historia. El autor es Sergio Sarachu, que trabajó conmigo a partir de todos los cuadernos que fui escribiendo. Cuando se lo propuse, al principio se negó: “No, yo no voy a escribir tu libro porque soy poeta”, me dijo. Pasaron un par de semanas, escribió dos o tres capítulos, me los leyó y empezamos a reunirnos cada quince días. En el medio falleció mi mamá de crianza y eso nos frenó un poco. La presentación fue un verdadero suceso en Olavarría: vinieron más de 200 personas y participó Ignacio Montoya Carlotto. Después hice una segunda presentación. Fue el 2 de septiembre, con unas 300 personas. Invitamos a Gastón Ricaud -actor y amigo mío- y estuvo también Pancho Fuentes, un cantante local que me sorprendió con un tema que escribió después de leer el libro, sin siquiera conocerme en persona. —Para cerrar, Sergio, ¿qué mensaje le darías a quienes están buscando sus orígenes? —Que se permitan tomar distancia de vez en cuando para recargar energías, sin descuidar la vida que ya tienen: el trabajo, la familia, los amigos. Que pidan ayuda y que se dejen acompañar. En un altísimo porcentaje la historia está dentro del propio seno familiar. No hablo de los casos de robo de bebés: eso es otra historia. Hay millones de personas que buscan sus orígenes biológicos y no todos los casos están relacionados con la dictadura. Hubo épocas en las que, si una mujer quedaba embarazada y no podía criar a ese hijo, lo entregaba. ¿Mal hecho? Sí. También hubo casos sistemáticos, con pagos de por medio, pero en mi experiencia no puedo afirmarlo. Yo no uso la palabra “apropiación”, aunque técnicamente lo fui. No fue una adopción legal, pero muchas veces, ese acto se hizo —equivocadamente— con amor.
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