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» Misionesparatodos
Fecha: 25/05/2025 13:51
El Frente Renovador de la Concordia reafirma su camino: una política hecha en Misiones, para Misiones- La apuesta a la gobernabilidad sin renunciar a sus principios. La foto del Gato con el Toto: una mirada crítica a las selfies vacías- Macri en su peor hora: el espejo en que se mira El Frente Renovador de la Concordia no nació como nacen los partidos tradicionales. No lo impulsó una estructura heredada, ni una rosca nacional, ni una oficina en Buenos Aires. Nació en 2003, cuando la política argentina aún tambaleaba tras la crisis del 2001, y lo hizo con una idea clara: construir desde Misiones, para Misiones. En su origen, fue una síntesis entre dirigentes del radicalismo y del peronismo, pero no para repetir viejas fórmulas, sino para fundar algo nuevo, propio, diferente. Una política centrada en las necesidades de la gente, no en las internas de la Capital. El modelo de la Renovación, que hoy se expresa en su versión “Neo”, se puede definir con una sola palabra: pragmatismo. Porque acá no se trata de doctrinas rígidas ni de relatos épicos. Se trata de resolver. De tener un Estado presente que sepa escuchar y actuar. De usar las herramientas legislativas, económicas, institucionales que estén al alcance para dar respuestas. Y eso, más allá de la coyuntura, se mantiene inalterable. Mientras la Argentina atravesó gobiernos tan distintos como el de Néstor Kirchner, los dos mandatos de Cristina Fernández, el experimento de centro derecha de Mauricio Macri, el fallido ensayo de Alberto Fernández y ahora esta nueva etapa marcada por un outsider que niega el Estado y abraza la motosierra como símbolo de gestión, en Misiones la hoja de ruta no se desvió. Carlos Rovira, conductor y cerebro político del Frente Renovador, mantuvo el timón firme. Apostó por la forestoindustria, el agro, el comercio, la innovación tecnológica y la educación disruptiva, mientras otros discutían slogans en redes sociales. Esa coherencia explica por qué la Renovación sigue de pie, con poder territorial, gestión activa y representación real. Y también por qué, ante la brutal crisis económica que atraviesa el país, Misiones decide acompañar al gobierno nacional en el Congreso. Porque entiende que la gobernabilidad no es una concesión ingenua, sino una condición indispensable para que el caos no arrase con lo poco que aún queda en pie. No es un cheque en blanco. Es un voto de responsabilidad. Se trata de un ida y vuelta, donde las provincias deben recibir respuestas concretas. No se puede seguir pidiendo sin dar. Pero tampoco se puede seguir dando sin recibir. Un buen ejemplo fue el debate por el proyecto de “Ficha Limpia”. Un anzuelo electoralista creado por el macrismo, con Silvia Lospennato como cara visible, que intentó transformar una interna de CABA en bandera moral de la política nacional. La derrota del PRO en su propio bastión terminó de confirmar lo que desde Misiones ya se había advertido: no se trataba de mejorar la política, sino de usar la pésima imagen de Cristina Kirchner para pescar votos. La Renovación, como muchas veces, no fue contra la corriente por capricho, sino por convicción. Porque sabe distinguir entre causas nobles y campañas de marketing. Porque no necesita impostar indignación para diferenciarse, ni subirse a una ola mediática para mostrarse virtuosa. Entiende que las leyes deben mejorar la vida de la gente, no maquillar encuestas. Esta semana, en esa misma línea, el ingeniero Rovira anticipó que el espacio votará a favor del proyecto de “Reparación Histórica de los Ahorros de los Argentinos”, una propuesta del presidente Javier Milei y su ministro de Economía, Luis “Toto” Caputo, que busca permitir el uso de los dólares “guardados bajo el colchón” sin restricciones ni penalidades. No es un dogma lo que se vota. Es una herramienta concreta para descomprimir una economía agobiada por la falta de confianza y el exceso de controles. Ese es el misionerismo libertario: un modelo que no necesita etiquetas, pero que sabe cuándo decir sí y cuándo decir no. Que no reniega de sus principios, pero tampoco se ata a manuales que no sirven para explicar la realidad. Un modelo que no se fanatiza, que no improvisa, que no posa. Que gestiona, acompaña, construye. Y que, en estos tiempos donde muchos hablan de libertad mientras recortan derechos, entiende que la verdadera libertad solo puede existir si hay igualdad de oportunidades. Y eso, en Misiones, sigue siendo una prioridad. El Gato y el Toto Los misioneros conocieron a Diego “Gato” Harfield primero en el tenis. Buena mano, mejor saque. Después, reapareció reconvertido en economista, asesorando empresas desde Oberá. Hasta ahí, nada extraño, solo un exdeportista de elite continuando con su vida tras viajar por el mundo. Cada quien encuentra su segundo juego, su nueva cancha. El problema empieza cuando el traje de técnico se transforma en disfraz de político. Y peor aún, cuando ese disfraz cambia de color según la temporada. En 2015 fue candidato del Frente Renovador de la Concordia. Hoy quiere ser diputado provincial, pero por La Libertad Avanza. ¿Qué pasó en el medio? ¿Una revelación ideológica? ¿Un giro existencial? Nada de eso. Oportunismo. El más clásico, el más vulgar, el más argentino de los oportunismos: el de quien quiere estar cerca del fuego, sin importar si antes lo llamó fogata o incendio. Y como todo buen oportunista moderno, Harfield fue en busca de la foto que todo lo bendice. Apuntó alto: Karina Milei, "El Jefe". O, si se puede, el propio Milei. Pero volvió con lo que pudo: un retrato con Toto Caputo. Sí, ese Toto. El ministro del ajuste que hizo trizas los ingresos de millones. El que en la city porteña es conocido como "garca", no por los zurdos ni por los trolls, sino por los mismos que lo rodean. Hay algo en esa foto que dice más que mil discursos. Porque un economista como Harfield, que conoce el paño, no puede no saber quién es Caputo para el mundo financiero. Pero eligió el click igual. Porque en campaña todo vale, incluso sonreír con quien representa lo contrario a lo que se decía representar, apenas unos años antes. La otra postal tragicómica de la semana fue la no-visita de Karina Milei a Misiones. Iba a venir, pero a último momento se bajó. En su lugar, mandaron a Martín Menem, que puso la cara por todos los sellos libertarios misioneros. ¿El motivo? Fácil: las encuestas. Ninguno de los precandidatos misioneros de Milei llega al 5%. El Jefe no quiere prestarse para una foto que luego duela más que ayude. Hay ausencias que son más reveladoras que cualquier discurso. Y mientras en Misiones los libertarios tratan de levantar vuelo con las alas recortadas, del otro lado del Arco y del puesto Centinela, se prepara una visita que también promete titulares. Cristina Kirchner vuelve a Corrientes después de 12 años. Viaja a Paso de los Libres para bancar a su candidato a gobernador, el intendente Martín Ascúa. ¿Suma o resta su presencia? Esa es la pregunta del millón. Se sabrá en unos días. Pero al menos a Cristina hay que reconocerles que no esconde sus apuestas. Da la cara, se planta en el barro y dice presente. En política eso vale. Aunque incomode. Aunque exponga. Harfield, en cambio, se conforma con la bendición de Caputo. Quizás porque en este tiempo, para algunos, todo se trata de conseguir una buena selfie. Aunque sea con el Toto. Aunque se termine parado al lado del ajuste. Aunque el pasado desmienta. Aunque se asemeje más a un gato que a un estratega. El espejo de Scioli Hay algo profundamente incómodo en ver a Mauricio Macri yendo detrás de Javier Milei. No por el hecho de construir alianzas —la política también es eso—, sino por lo que simboliza el viraje. Hasta hace apenas semanas, el expresidente no escatimaba críticas al actual mandatario libertario. Se cruzaron acusaciones, hubo pases de factura, y hasta su delfín, Jorge Macri, sufrió el desgaste de esa interna nacional en la elección porteña, donde el PRO, partido que gobierna la Ciudad desde 2007, cayó al tercer lugar. La derrota fue clara, pero el mensaje más duro fue simbólico: el votante porteño le soltó la mano al macrismo. Sin embargo, Macri eligió mirar para otro lado. Esta semana, mientras los ecos de esa caída aún resuenan, se oficializó un acuerdo entre el PRO y La Libertad Avanza para disputar juntos las elecciones en la provincia de Buenos Aires. Una alianza impensada hace un año. El expresidente, que construyó su carrera denunciando el populismo, ahora se abraza a un gobierno que desfinancia la salud, pulveriza la educación pública y juega al filo del autoritarismo discursivo. ¿Convicción? No. Oportunismo. Lo más llamativo es que esta historia ya se vio. Y la protagonizó otro nombre conocido: Daniel Scioli. Desde 2003, cuando fue electo vicepresidente de Néstor Kirchner, Scioli se acostumbró al ninguneo. Lo maltrataron, lo dejaron solo, lo bajaron de candidaturas, y sin embargo, él siguió. En 2015, cuando enfrentó a Macri en el balotaje, el kirchnerismo hizo poco y nada para respaldarlo. En 2023, lo obligaron a bajarse otra vez, esta vez para favorecer a Sergio Massa. Macri, que tantas veces se burló del "síndrome Scioli", hoy parece haberlo contraído. Ese impulso casi desesperado por no quedarse afuera, aunque el precio sea renunciar a todo lo que alguna vez se dijo defender. En ambos casos, la motivación es la misma: seguir cerca del poder, aunque eso implique tragarse sapos del tamaño de un elefante. Hay dirigentes que, cuando ven una oficina encendida, no preguntan qué se discute adentro. Solo quieren entrar. Como si el poder, por sí mismo, justificara cualquier renuncia. Como si la dignidad política pudiera negociarse a cambio de un puesto en una boleta o un lugar en una foto. Lo cierto es que Macri hoy se mira en el espejo de Scioli. Y lo que ve no es liderazgo. Es sumisión. Por Sergio Fernández
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