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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 25/05/2025 02:47
Antigua postal de la entonces Plaza de la Victoria. Por aquel tiempo, la actual Plaza de Mayo estaba partida al medio por la recova. A la izquierda, se ve la famosa pirámide, erigida en 1811 El 6 de abril de 1811, bien frente al Cabildo, comenzó a levantarse una columna en la plaza mayor, por orden del gobierno. En algún momento del proceso, alguien la llamó “pirámide”, y así quedó. La obra estuvo a cargo de Francisco Cañete, un gaditano maestro mayor de obras responsable de varias construcciones en la ciudad. Aunque no se llegó a terminarla para el día 25 de mayo, se la inauguró igual. Se la adornó con banderas, estandartes y a la noche se alumbraba con hachas de cera. De las 8 de la mañana a las 8 de la noche soldados de distintos regimientos hicieron guardia cuando se cumplió el año de la Revolución. Hubo bailes, festejos y se les brindó la libertad a un puñado de esclavos. Es que en mayo de 1810 fue el mes en el que se inició un proceso de rebelión hacia la corona española. Baltasar Hidalgo de Cisneros había asumido como virrey el año anterior en reemplazo de Santiago de Liniers Todo comenzó el lunes 14 de mayo cuando llegó a Buenos Aires la noticia de la caída de la Junta Central de Sevilla, ocurrida el 13 de enero. Era el último bastión que sostenía a la monarquía española. Era la oportunidad de que las colonias tuviesen sus propias juntas. Baltasar Hidalgo de Cisneros, 54 años, quien había asumido como virrey el 11 de febrero de 1809 en reemplazo de Santiago de Liniers, quiso ocultar el notición, pero no le dieron tiempo. Rápidamente, la buena nueva se esparció y la ciudad se transformó en un hervidero de discusiones, y cada mesa de café en tribuna política. El ambiente triunfalista en el Café de los Catalanes y en la fonda de las Naciones era palpable. Cisneros intentó poner paños fríos dando a conocer, el viernes 18, una proclama, que no hizo más que enervar y acelerar las cosas. Pidió lealtad al rey Fernando VII, que en sus manos estaba segura la patria, que iba a consultar a Abascal, Sanz y Nieto para formar un gobierno que represente en el Río de la Plata a un monarca que estaba virtualmente preso de Napoleón, aislado del mundo. La primera reacción de Cisneros fue dar a conocer una proclama. Tuvo un efecto contraproducente. No hizo más que caldear aún más los ánimos “¡Es un badulaque!¡ Y vea con qué cuñas nos piensa dar gobierno!”, lo criticaron. Juan José Castelli, Juan José Paso, Martín Rodríguez, Manuel Belgrano, José Darragueira, Feliciano Chiclana y Mariano Moreno, entre tantos otros, estaban convencidos de que la oportunidad había llegado. Hubo reuniones en la mítica jabonería de Hipólito Vieytes -que estaba en lo que hoy es la avenida 9 de Julio y México- y en lo de los hermanos Rodríguez Peña, una casona ubicada en la plaza del mismo nombre, en avenida Callao al 800. Trataron de convencer al cauteloso Cornelio Saavedra, jefe de Patricios, una unidad militar que había nacido en 1806 y que gozaba de enorme prestigio. Lo fueron a buscar a su quinta en San Isidro. Domingo French dijo que no confiaba en el Cabildo porque todos, con excepción de Anchorena, estaban contra ellos y que Julián de Leyva -síndico procurador general del Cabildo- era un hombre de dos caras. Invitación al Cabildo Abierto para la histórica jornada del 22 de mayo El alcalde Lezica eludía hablar con el virrey para pedirle un cabildo abierto. Lo convenció Saavedra: “Si para el lunes 21 no se convoca al pueblo, no me queda más remedio que ponerme a la cabeza y… ¡qué se yo lo que vendrá!”. Fue el sábado 19 que Cisneros recibió el pedido formal de autorizar una asamblea de vecinos. Para ganar tiempo convocó a los jefes militares para el día siguiente para saber si tenía de su lado el poder militar, ya que sospechaba que un cabildo abierto se le podría volver en contra. Por la tarde del domingo 20, en su residencia en el Fuerte, Cisneros recibió a los jefes militares con extrema amabilidad. -No creo que unos cuantos perdularios y sediciosos puedan trastornar el orden de la monarquía ni hacer dudar de la fidelidad que todos le deben al señor don Fernando VII -dijo el virrey. Escena del cabildo abierto, celebrado el 22 de mayo. Los debates que allí se dieron fueron decisivos en el surgimiento de la Primera Junta -Está muy engañado; no eran perdularios ni sediciosos, sino el pueblo entero de Buenos Aires el que creía que Cádiz no tenía el derecho de llamarse representante del rey, y gobernar a la América -le respondió Martín Rodríguez. Cisneros hizo como que no había escuchado. Posiblemente haya sido sincero, ya que sufría de sordera, cuando en la batalla de Trafalgar resultó seriamente golpeado por un mástil en la cabeza. Se dirigió a Saavedra, recordándole que poco antes le había ofrecido su apoyo, como había hecho con Liniers. -Las circunstancias han cambiado: a Liniers lo había sostenido el mismo pueblo que ahora pedía por sus derechos -salió del paso Saavedra. Cornelio Saavedra era jefe de los Patricios, una prestigiosa unidad militar. Cisneros debió dar el cabildo abierto cuando aquel le retiró su apoyo Cisneros, irritado, aseguró que había sido un hombre de honor y que antes de ceder, renunciaría. Y, dirigiéndose a Saavedra, le preguntó: “¿Me van ustedes a sostener o no? Esto es lo que quiero saber”. -Nosotros estamos dispuestos a sostener lo que resuelva el cabildo abierto, y por eso lo pedimos -respondió el militar. Al día siguiente, los cabildantes se vieron presionados por la gritería de gente que los criollos habían movilizado a la plaza de la Victoria. Hablaban de atacar al virrey y hasta de matarlo. Saavedra recomendaba contener al populacho y a los más desaforados. Es que en todos lados había discusiones. En la función del teatro se habían tomado a golpes de puño y hasta con palos un grupo de europeos contra criollos. En los bares y en las pulperías era el tema excluyente. En medio de ese clima, Cisneros no tuvo más remedio que autorizar un cabildo abierto para el martes 22. Para ese día se repartieron 450 invitaciones entre autoridades y para aquellos vecinos que cumplían con los requisitos básicos para participar de un cabildo abierto: ser propietario, tener una profesión u oficio y un linaje. Los europeos llevarían la delantera. Las autoridades aclararon que se pondrían guardias en las bocacalles de la plaza para no dejar entrar sino a los que presentaran invitación. Mariano Moreno era abogado de Martín de Alzaga cuando estalló el movimiento revolucionario. Como secretario de la Primera Junta realizó una intensa tarea de gobierno Belgrano y otros protestaron en el Cabildo por esa suerte de derecho de admisión. Hubo quienes proponían echar directamente a Cisneros. Pero Leyva le dijo en secreto a Belgrano que fuera a la imprenta y que tomase un paquete de invitaciones en blanco y que las llenasen con los nombres que quisieran. Los criollos se aseguraron de que concurrieran los de su propio bando. Los 600 hombres movilizados por Domingo French y Antonio Beruti fueron claves para asegurarse la maniobra: controlaron las entradas a la plaza, y sus partidarios recibían una cinta blanca, que sujetaba un pequeño retrato de Fernando VII para identificarse. El hecho de que French haya sido el único cartero en la ciudad por más de diez años le había proporcionado un acabado conocimiento de cada uno de los vecinos. Muchos partidarios del virrey, directamente no concurrieron, escandalizados y temerosos por sus vidas. Las deliberaciones comenzaron por la mañana. Fundamentalmente se discutió si el gobierno era legítimo, de acuerdo a lo que ocurría en España, y por consiguiente, si el virrey era aún autoridad. Los criollos argumentaron que, al no existir un monarca, la soberanía volvía al pueblo, quien tenía el derecho de formar un nuevo gobierno. El obispo Benito Lué y Riega estalló. Respondió que un americano gobernaría estas tierras cuando no quedase un solo español en América. “Aquí no hay conquistados ni conquistadores, aquí no hay sino españoles. Los españoles de España han perdido su tierra. Los españoles de América tratan de salvar la suya. Los americanos sabemos lo que queremos y adónde vamos”, retrucó Castelli. Era el pueblo el que debía regir su propio destino hasta que Fernando VII volviese al trono. Por la tarde se votó. Por 155 votos contra 69 se decidió que Cisneros debía cesar en el mando. ¿Cómo formar gobierno? Que lo asuma el cabildo decían unos, y los criollos sostenían que el que tenía que decidir era el pueblo. ¿Era válido que solo el pueblo de Buenos Aires votase una autoridad que gobernaría todo el virreinato del Río de la Plata? Juan José Paso encontró la salida: Buenos Aires adoptaba el papel de hermana mayor de los pueblos, tomaba la responsabilidad y se comprometía a convocar a los distintos pueblos a sumarse, una vez formada la junta de gobierno. Leyva, ni lerdo ni perezoso, propuso que la junta de gobierno fuera presidida por Cisneros y hasta presentó un borrador con algunos nombres, entre ellos los de Saavedra y Belgrano. Éstos se negaron y exigieron que se comunicara que el virrey ya no mandaba. El 24 a las dos de la tarde, los españoles propusieron una nueva junta. Cisneros presidente, con dos criollos, Saavedra y Castelli y dos españoles, Juan Nepomuceno Solá, cura de Monserrat y el comerciante José Santos Incháurregui. De aceptar, Cisneros mantendría el poder y el status quo. Moreno era el más pesimista: “Estamos perdidos; si es cierto lo que me dicen, pronto vamos a la horca, porque el poder se afirma en manos de los europeos, y lo primero que van a hacer es exterminarnos”. Los partidarios del virrey creyeron haber ganado la partida. Hasta se anunció la junta con salvas de artillería y repiques de las campanas de las iglesias. Pero los criollos tenían otros planes. Tanto Saavedra como Castelli anunciaron que no aceptaban conformar esa junta, y advirtieron a Cisneros que no era responsable por el orden y por el pueblo, que estaba armado. Que habría una revolución si no renunciaba esa misma noche. “Juro a la patria y a mis compañeros que si a las tres de la tarde del día de mañana el virrey no ha renunciado, lo arrojaremos por las ventanas de la fortaleza”, dijo Manuel Belgrano. La frase que quedó en la historia el viernes 25, “el pueblo quiere saber qué se trata”, aludía a las discusiones dentro del Cabildo, donde no se querían aceptar las renuncias cuando había sido el pueblo el que les había dado ese poder. “¡Al Cabildo, al Cabildo muchachos!”, gritaron French, Chiclana y el padre dominico José Ignacio Grela. La gente comenzó a golpear las puertas. Una comisión de criollos entregó al Cabildo una lista con los miembros de la junta. Recibieron como respuesta que iba en contra de la monarquía si no se consultaban a los demás pueblos del virreinato. French y Chiclana respondieron que se convocaría a un congreso de todos los pueblos. “Pues esperemos a todos”, dijo Leyva. “Eso no puede ser. Esos pueblos no pueden negar el derecho de Buenos Aires a pronunciarse y llamaremos a un congreso” - retrucaron. “¡Todavía no nos gobierna Rousseau, ni Tomás Payne!”, vociferaron los españoles. Leyva intentó convencer a los jefes militares de evitar una guerra civil, advirtiéndoles que la monarquía tomaría esto con una “rebelión atroz” y les pidió que sostuvieran lo resuelto el día 23. Los jefes militares respondieron que no sostendrían al virrey, que el pueblo estaba indignado y que ellos no tenían autoridad para apoyar al Cabildo porque no serían obedecidos; si los cabildantes se mantenían obstinados, no podrían dominar a la tropa. Llovía y había poca gente en la plaza. Leyva, irónico, preguntó si ese era el pueblo que sostenía a esa junta. Saavedra lo desafió a tocar la campana para llamar a la gente. “Y si por falta de badajo no se hacía uso de la campana, que se mandase tocar la generala y que se abriesen los cuarteles, en cuyo caso sufrirá la ciudad lo que hasta entonces se había procurado evitar”. Al Cabildo no le quedó otra opción que aceptar la petición. La Primera Junta de Gobierno en pleno. Comenzaron a gestionar la tarde del 25 de mayo. Tendrían por delante una ardua y difícil tarea El viernes 25 de mayo a las tres de la tarde los nueve miembros de la Junta de Gobierno juraron en la Sala Capitular del Cabildo de Buenos Aires. Eran cuatro abogados, Juan José Paso, Mariano Moreno, Juan José Castelli y Manuel Belgrano; dos militares, Cornelio Saavedra y Miguel de Azcuénaga; dos comerciantes, Domingo Matheu y Juan Larrea y un clérigo, Manuel Alberti. Con un promedio de 43 años de edad tenían algo en común: nunca habían trabajado juntos. Esa semana pasaría a la historia como la Revolución de Mayo. Que fue el comienzo de todo lo que vendría después.
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