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  • Palacio San José: Mucho más que el casco de una estancia, un símbolo de poder y refinamiento en la pampa entrerriana

    Concordia » Saltograndeextra

    Fecha: 20/04/2025 15:02

    Palacio San José, un símbolo de poder y refinamiento que Entre Ríos anhela recuperar para su puesta en valor. Lejos de ser una simple morada de un caudillo local, el Palacio San José emergió en la llanura entrerriana como una audaz declaración arquitectónica. Lejos de ser una simple morada de un caudillo local, el Palacio San José emergió en la llanura entrerriana como una audaz declaración arquitectónica, un reflejo del creciente poder y la visión de proyección nacional de su propietario, Justo José de Urquiza. Su construcción, que se extendió a lo largo de más de una década y contó con la visión de tres arquitectos distintos, narra una historia fascinante de ambición, modernidad y un gusto exquisito para la época. Corría la década de 1840 cuando, en un paréntesis de relativa calma política, Urquiza decidió levantar su residencia principal en un extenso terreno cercano al río Gualeguaychú. Aquella primera etapa, entre 1848 y 1853, dio forma a una sólida «Casa de Urquiza», con la impronta poscolonial de un patio central rodeado de habitaciones, galerías que difuminaban la frontera entre el interior y el exterior, y dos miradores que ya insinuaban la importancia de su dueño. Los materiales nobles de la región, como los ladrillos asentados en barro y la madera, se combinaban con la funcionalidad de los pisos de baldosas y las rejas de hierro protectoras. Su orientación hacia el este, mirando al camino de Concepción del Uruguay, marcaba una clara conexión con el centro político de la provincia. Pero la visión de Urquiza trascendía la simple funcionalidad. En 1853, encomendó al constructor Jacinto Dellepiane la tarea de expandir la residencia para adecuarla a las crecientes demandas de su vida familiar y, sobre todo, de su intensa actividad política. Dellepiane añadió un segundo patio, destinado a las dependencias de servicio, marcando una diferencia en la técnica constructiva al emplear cal en la mampostería. Este nuevo espacio albergaba desde una moderna cocina de hierro hasta una despensa con sótano para conservar los manjares, e incluso una sala de baños con ¡una máquina productora de gas de carburo para la iluminación! Una hermosa cancela de hierro forjado daba acceso a este patio, anticipando la riqueza ornamental que vendría. La sobriedad inicial comenzó a vestirse de elementos clásicos. Dellepiane transformó la fachada con una imponente galería de siete arcos de medio punto sostenidos por columnas toscanas, rematada por un friso dórico con motivos guerreros y triglifos, coronado por una cornisa romana. El Patio de Honor también se engalanó con una galería perimetral de similares características, unificando las fachadas interiores. Los pisos de mármol blanco y negro en las galerías y zaguanes añadieron un toque de distinción. Hacia el oeste, se diseñó un Jardín Posterior, con una avenida central y la proyectada ubicación de una capilla y una pulpería, marcando la jerarquía de los espacios. El toque final de sofisticación llegó con el arquitecto italiano Pedro Fossati, a partir de 1857. Su visión transformó la «casa» en el majestuoso Palacio San José que hoy conocemos. Comenzó reformulando la capilla, dándole una planta octogonal y una impactante cúpula revestida de azulejos, cuyo interior fue adornado con pinturas murales de Juan Manuel Blanes. La capilla, orientada con un eje de simetría, contaba con detalles exquisitos como púlpitos tallados, palcos con escaleras de caracol de hierro fundido y pilas de agua bendita de mármol italiano. Fossati también embelleció la fachada principal, enmarcando puertas y ventanas con molduras y volutas corintias. Los cielorrasos de lienzo fueron reemplazados por artesonados de madera con diseños únicos, destacándose el espejado de la sala de recepciones. En el exterior, añadió un toque localista al diseñar un arco almohadillado en la fachada posterior con el rostro de un gaucho, en contraposición a las figuras clásicas. Estatuas de mármol y copones realzaron la belleza del jardín. El segundo patio adquirió una nueva dimensión con la instalación de una pérgola de hierro forjado, una obra de arte en sí misma, que creaba una galería abovedada adornada con rizos y guirnaldas. Urquiza también encargó a Fossati una moderna cocina central de hierro y bronce, y dos pajareras de diseño octogonal para el Parque Exótico. La culminación de estas obras fue el imponente lago artificial en el parque posterior, un espacio de recreo y solaz que se convirtió en escenario de diversas fiestas y agasajos. El Palacio San José, con su arquitectura ecléctica y su monumentalidad, trascendió su función como residencia privada. Se erigió como un símbolo del poder y el refinamiento de un hombre que proyectaba su liderazgo a nivel nacional, reflejando una época en la que los caudillos también eran artífices de una identidad nacional en construcción. Irónicamente, este palacio que fue testigo de adelantos tecnológicos y de un gusto exquisito, también sería el escenario trágico del asesinato de Justo José de Urquiza en abril de 1870, marcando el fin de una era en la historia argentina.

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