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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 02/02/2025 05:16
Movilización en repudio al discurso de Milei en Davos - Crédito: Jaime Olivos Los ecos del destemplado, reaccionario y poco riguroso discurso de Javier Milei en el Foro de Davos, todavía siguen resonando en un escenario político que tímidamente ya comienza a vibrar en clave electoral. Es que la furiosa y sorpresiva diatriba contra el feminismo, el cambio climático, la diversidad sexual, la identidad de género, los migrantes, entre otros supuestos arietes de una delirante conspiración “woke” que el Presidente denunció en Suiza como el principal “peligro” de Occidente, sorprendió a propios y extraños. Más allá del esperable y contundente rechazo de las diversas expresiones que integran el variopinto espacio opositor, así como del habitual fervor con que los adalides libertarios, que por cierto han venido construyendo una gigantesca “cámara de eco” en las redes sociales, defendieron el contenido del discurso de Milei en el lejano y gélido cantón suizo, la mayoría de los referentes libertarios se esforzó por matizar, recortar o interpretar el discurso del presidente para intentar lo imposible: negar que dijo lo que en realidad dijo. Lo cierto es que, aún con este particular estilo, que incluye renegar de lo que se dijo o se hizo atacando a quienes lo critican, tildándolos de mentirosos o artífices de alguna operación política en su contra, las reacciones del vocero presidencial o el jefe de Gabinete -entre otras- dan cuenta de que el propio gobierno lo entendió como un manifiesto “error no forzado” y salió a intentar un difícil control de daños. No son pocos los que por estas horas en el oficialismo reconocen por lo bajo el inoportuno error de cálculo de utilizar el estrado de un tradicional foro económico como el de Davos para abordar -con una sorprendente liviandad, abundancia de prejuicios y carencia de argumentos científicos- la “agenda social”, en lugar de pavonearse de los “logros” económicos de su gobierno ante una audiencia internacional que podría haber amplificado la pretendida imagen del “milagro argentino” de cara al inminente proceso electoral. Si la idea del Presidente y los estrategas detrás del mensaje de Milei en los Alpes suizos era consolidar su imagen como líder de una “renovada” derecha global, mostrándose como el profeta que preanunció un retorno de Trump que supuestamente no solo da forma a una nueva coalición de lideres globales que el argentino aspira a liderar, sino que ademas opera como factor habilitante para la radicalización y barniz legitimador de la pretendida “batalla cultural”, la movida no resultó del todo feliz y mostró a un Milei “más trumpista que el propio Trump”. Sin perjuicio del impacto que este discurso ultraconservador tuvo entre los asistentes del Foro de Davos y miembros de la comunidad internacional, lo cierto es que es en el plano interno donde esta suerte de explicitación de una “agenda anti-derechos” podría tener un efecto políticamente más gravoso para el oficialismo. En este sentido, cuesta imaginar por qué en lugar de azuzar su popularidad actual con “buenas noticias” en el plano de la economía y proyectar una imagen de “promesas cumplidas” de cara al proceso electoral en ciernes, Milei y sus estrategas se empeñan en forzar la discusión de temas que integran esa agenda de una imaginaria batalla contra la cultura “woke”. No solo porque se trata de una agenda alejada de las principales preocupaciones de la ciudadanía sino también porque se estructura en base a un concepto -la ideología “woke”- que, para la gran mayoría de los ciudadanos de a pie, es un objeto tan extraño como vacío en términos de contenidos movilizantes. Y, más importante aún, porque procura forzar una conversación pública y generar debates sobre muchos temas en los que -contrariamente a lo que anhelan algunos nostálgicos conservadores que pululan en torno al presidente- la sociedad argentina ya decidió y avanzó. Aquí es donde choca obstinadamente la lógica presidencial cuando parece creer que la popularidad que arrojan las encuestas, el “éxito” que pueda tener en el plano macroeconómico, o las señales positivas de los mercados, habilitan la profundización de esa suerte de cruzada mesiánica que se presenta como “batalla cultural”. Lógica que se empecina en querer instalar un nuevo sentido común dominante en una sociedad que, aunque pueda reconocerle a Milei ciertos logros en materia de estabilidad económica e incluso compartir indignación con respecto a la dirigencia tradicional, no está dispuesta a permitir que quienes gobiernan se entrometan en su proyecto de vida, como paradójicamente señala ese mantra “liberal” de Benegas Lynch (hijo) que Milei se cansó de repetir durante la campaña presidencial. Aunque todavía sea cierto el hecho de que una oposición fragmentada, huérfana de nuevos liderazgos y carente de ideas para posicionarse en el nuevo escenario, está lejos de representar una amenaza para el proyecto presidencial, suscitar la indignación e incentivar el rechazo de diferentes actores sociales ante esta nueva y reaccionaria agenda social “anti-derechos” no deja de ser un llamado de atención para un gobierno que luce demasiado confiado. Así las cosas, si bien es cierto que atravesó una situación en cierta forma análoga con el conflicto del financiamiento universitario y las protestas que ello disparó, este nuevo conflicto que el discurso presidencial buscó instalar no solo parece interpelar a más sectores de la sociedad sino que parece iluminar además esa cara menos liberal y más autoritaria del liderazgo presidencial, lo que -eventualmente- podría erigirse en un revulsivo y aglutinante para una oposición en búsqueda de un clivaje representativo.
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