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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 26/11/2025 04:52
Para Schmidhuber, la verdadera revolución de la IA llegará con la Inteligencia Artificial General (AGI) (Imagen ilustrativa Infobae) Si usás el reconocimiento de voz en tu teléfono o un traductor automático, ya estás usando la tecnología de Jürgen Schmidhuber. A menudo llamado el padre de la IA moderna, este científico alemán co-creó la memoria LSTM (Long Short-Term Memory), una arquitectura que permitió el despegue de las redes neuronales profundas que hoy sostienen gran parte de la inteligencia artificial que usamos todos los días. Schmidhuber no se conforma con los chatbots ni con las aplicaciones actuales. Su mirada está puesta en el largo plazo, en el cosmos y en una fecha concreta: 2042. Según sus cálculos, ese será el año en que la inteligencia artificial superará definitivamente a la humana, marcando el inicio de una nueva etapa en la que los humanos dejarán de ocupar el centro del escenario. El pronóstico parece inquietante. ¿Debemos tener miedo? Para Schmidhuber, la respuesta es un rotundo no. Su visión es incómoda porque implica aceptar que deberíamos estar de acuerdo con ya no ser el número uno, pero se apoya en una expectativa optimista: una transformación profunda del trabajo humano tal como lo conocemos y la posibilidad de una economía de abundancia. ChatGPT es una biblioteca: la verdadera IA aprenderá como un bebé Los modelos actuales como ChatGPT, los llamados LLM (Large Language Models), funcionan como una biblioteca gigante: han leído enormes cantidades de texto y son extraordinariamente buenos para predecir la siguiente palabra, redactar textos coherentes y responder preguntas. Sin embargo, no tienen metas propias ni curiosidad genuina: reorganizan y recombinan lo que los humanos ya escribimos. Para Schmidhuber, la verdadera revolución de la IA llegará con la Inteligencia Artificial General (AGI), que aprenderá como un bebé. Esta, no se limitará a leer datos históricos: necesitará un cuerpo, para experimentar el mundo y generar su propia experiencia. A diferencia de los modelos actuales, que solo buscan minimizar errores en tareas conocidas, la AGI perseguirá activamente la sorpresa. Su motor será la curiosidad científica: el placer de descubrir patrones nuevos en datos desconocidos, como un investigador ante un hallazgo inesperado. La profecía de 2042: un universo acelerado Schmidhuber afirma haber detectado un patrón en la historia del universo, en tanto, el próximo gran hito, la llegada de una inteligencia sobrehumana capaz de auto-mejorarse sin límites, debería ocurrir alrededor del año 2042. Ese sería el momento en que los sistemas de IA dejen atrás a los humanos en prácticamente todos los dominios cognitivos relevantes. Antes de llegar a ese punto, sitúa otra fecha en el calendario: hacia 2029 predice la aparición de las primeras inteligencias artificiales capaces de auto-replicarse, es decir, sistemas que no solo realizan tareas, sino que también pueden construir nuevas versiones de sí mismos. Una industria que se fabrica a sí misma y escala sin necesidad de intervención humana constante. Si su proyección es correcta, estamos viviendo la recta final del período histórico en el que el trabajo humano es el centro de la economía. Lo que viene, advierte, no será un reemplazo instantáneo, sino una transición acelerada hacia otro tipo de organización productiva. La revancha de los plomeros Durante décadas se pensó que la automatización atacaría primero los trabajos manuales. Schmidhuber invierte esa intuición: la IA no llega, en primer lugar, por los oficios físicos, sino por los trabajos cognitivos rutinarios, especialmente el trabajo de oficina. Responder mails, resumir documentos, ordenar datos, preparar presentaciones o hacer informes repetitivos son material fácil para una IA. En cambio, un oficio manual ejercido en entornos cambiantes, como el de un plomero que tiene que diagnosticar problemas en cañerías antiguas y resolver imprevistos sobre la marcha, sigue siendo mucho más difícil de automatizar de manera general. Schmidhuber lo resume en una frase provocadora: “Los robots aprenderán a operar las máquinas existentes, pero inicialmente, el trabajo físico complejo como el de un plomero será mucho más difícil de automatizar que jugar al ajedrez”. En el corto plazo, esto puede significar turbulencias fuertes en el mercado laboral: despidos en sectores administrativos y tecnológicos, reconversión de tareas y un reacomodamiento similar al que produjo la Revolución Industrial. Pero en el largo plazo, el científico visualiza una era de abundancia total, en la que la IA auto-replicante genere tanta capacidad productiva que la lógica de la escasez se debilite y exista margen real para garantizar buenas condiciones de vida a todas las personas. En ese escenario, el trabajo humano no desaparecería por completo, pero dejaría de ser el eje necesario para la supervivencia. Cambiaría de función: más orientado a la creatividad, el cuidado, la supervisión y la decisión, y menos a la repetición. ¿Por qué una IA superinteligente no nos mataría? Cada vez que alguien pone fecha a la llegada de una IA superhumana surge la pregunta inevitable: ¿y si decide deshacerse de nosotros? Schmidhuber responde que una superinteligencia no tendría motivos racionales para hacerlo. Primero, por presión comercial: las empresas necesitan vender sistemas útiles y seguros, no productos que pongan en riesgo a sus usuarios. Segundo, porque sus objetivos estarían en el espacio, donde hay recursos inmensos, y no en competir con los humanos por bienes limitados en la Tierra. Tercero, porque para una IA curiosa, la humanidad y la biósfera son “experimentos fascinantes”: destruirnos sería tan irracional como quemar una selva antes de estudiarla, de modo que seguiríamos siendo relevantes dentro de un ecosistema más amplio de inteligencias. Para Schmidhuber, que sueña con esto desde los años 70, el objetivo sigue siendo sorprendentemente personal: construir una máquina más inteligente que él mismo para, finalmente, poder retirarse. Si sus cálculos no fallan, le quedarían menos de veinte años para lograrlo. Mientras tanto, cada vez que dictamos un mensaje al celular, usamos un traductor automático o interactuamos con un asistente virtual, estamos en contacto con una pequeña pieza de ese futuro. La pregunta ya no es solo si la IA llegará efectivamente a 2042 en los términos que pronostica Schmidhuber, sino cómo vamos a prepararnos, como sociedad, para un mundo en el que el humano deje de ser el centro de todo. Si somos apenas una etapa de transición, la cuestión ya no es si la IA nos va a reemplazar, sino si vamos a permitir que, cuando llegue ese 2042, el futuro se escriba sin nosotros.
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