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  • La guerra de las plataformas

    Parana » AIM Digital

    Fecha: 23/11/2025 08:25

    Adam Smith fue profesor de ética en la Universidad de Glasgow antes de aplicar su capacidad analítica a la economía. Quizá su condición de filósofo de los valores tuvo que ver con el hecho que a veces no se advierta que la palabra "valor" tiene doble sentido: moral por una parte, económico por otra. En su análisis de la riqueza de las naciones, Smith recalca la importancia del libre mercado y dice que gracias a él todos seremos prósperos. La versión del siglo XXI de la libertad de mercado no ha convalidado las previsiones de Smith sobre la prosperidad general: lo que está aconteciendo a velocidad creciente es que una minoría ínfima acumula riqueza sin límite mientras la mayoría se sostiene como puede o sobrevive en la miseria, a veces abyecta. Hace algunos años, el hipermillonario Warren Buffet admitió la lucha de clases, pero dijo “la estamos ganando nosotros, los ricos”. Semejante discurso se pudo disculpar en un hombre casi centenario; pero la doctrina predominante deja oír otra tonada, que el lingüista Noam Chomsky se propuso decodificar. Guerra semántica y explotación La lucha entre dominadores y dominados ha involucrado casi siempre la lucha por el valor de las palabras. Desde que se reconoce al hombre como creador de símbolos, los universos simbólicos son campos de batalla constituidos por palabras. Allí se dirimen cuestiones artísticas, culturales, políticas y económicas. Cuando las diferencias agonales no se pueden resolver dialógicamente es el momento de la guerra, con el lenguaje como apoyo propagandístico de las posiciones enfrentadas. Según Chomsky, las relaciones entre el neoliberalismo y los emprendedores implican formas nuevas de explotación, más sofisticadas y convincentes que las antiguas, las que por resultar quizá demasiado conocidas dejaron de ser útiles a los explotadores. El neoliberalismo ha regresado a las condiciones de explotación anteriores a los logros de los trabajadores durante el siglo XX, con la sutil diferencia de que han sido convencidos de que viven un mundo que les ofrece posibilidades nuevas, que son sus propios jefes y que dependen de sí mismos. La confusión avanza Semejante convicción es un logro ideológico considerable de las elites, porque mientras antaño la sociedad se dividía en bandos bien diferenciados ahora han conseguido homogeneizarla, al menos simbólicamente. Se ha producido por esa vía una confusión intelectual entre los dominados que es un indicio del triunfo de los dominadores. Los trabajadores de plataformas como Uber, Rappi o Pedidos Ya se sienten sus propios jefes porque no reciben órdenes, pero están controlados por un algoritmo. Pueden trabajar cuando quieren con la sola condición de aceptar las tarifas que el algoritmo indica. La economía de las plataformas es el neoliberalismo un peldaño más arriba, donde aumenta su fuerza pero deja ver mejor qué pretende y hacia dónde va. Ricos más ricos, pobres más pobres Según Chomsky el neoliberalismo es un proyecto de transmisión sistemática de poder hacia las élites económicas. No es la libertad de mercado del viejo Adam, tampoco el mercado autorregulado de la escuela austríaca, sino la libertad de las elites de actuar sin los estorbos que las luchas sociales habían impuesto al mercado y ahora se sienten en condiciones de eliminar. Los pilares del neoliberalismo son la transferencia al mercado todo lo que era de responsabilidad social, todo lo que quedara de la vieja comuna o en manos del Estado; la eliminación de las normas que estorbaban la explotación y hacer que cada uno asuma los riesgos, que pasan a ser responsabilidades individuales cuando antes eran colectivas. Para la economía de plataformas el transporte público se convierte en negocio de aplicaciones; ya no hay protección legal en la explotación laboral: el "socio" de Uber paga el combustible del automóvil, paga las reparaciones, atiende su costo sus enfermedades, compra y mantiene su vehículo y acepta las tarifas que le dicta el algoritmo. Se siente libre porque lo que lo tiene atrapado es una red invisible que se mantendrá así hasta que una masa crítica de explotados caiga en la cuenta. La clave de esta nueva forma de explotación, que tiene los mismos fines que las anteriores, es que los explotados la consientan y la aprecien como un bien que los favorece. A diferencia de los trabajadores de las fábricas, los empleados de las plataformas casi no se conocen, no están juntos en el mismo lugar, están atomizados como quiere la doctrina liberal. La ilusión avanza Las plataformas ofrecen una ilusión de libertad, pero deciden las tarifas, asignan viajes y pedidos, califican desempeños y pueden desconectar a los socios son explicaciones. Se empieza a ver que en realidad la libertad que por este medio iba a avanzar, está retrocediendo. Ahora en lugar de un patrón de carne y hueso hay un algoritmo que controla sin emociones ni enconos, sin tendencia a favorecer ni perjudicar, con una apariencia de objetividad maquinal que desarma; detrás hay una forma de explotación que parece aceptable. Sin embargo, el poder real que tiene el socio es nulo aunque esa nulidad es el resultado normal de otro de los logros tecnológicos de la modernidad, difíciles de enfrentar ideológicamente porque sería ir contra el progreso, en el que el socio cree estar inmerso e incluso ser un impulsor. Para remachar el sistema en la cabeza de sus víctimas, el algoritmo permite entender que cuando el dinero no alcanza no se debe a las tarifas bajas sino a que el socio no se esforzó bastante; si hay un accidente, no se debe a que la empresa se ha desembarazado de los seguros sino a que el socio no ha tenido cuidado. El neoliberalismo ha conseguido hacer creer a sus víctimas que los fracasos del sistema son en realidad fracasos de ellos mismos como individuos, como átomos de la sociedad. Si hay desocupación, no resulta de las políticas económicas sino a que cada uno no planificó como debía; la pobreza de debe a la falta de empleabilidad personal del pobre y no a las políticas económicas. Los fracasos del sistema son presentados como fracasos individuales y llevan al creyente a esforzarse más en la convicción de su responsabilidad personal, ya que ahora es parte de la nueva mentalidad. Los cambios respecto del capitalismo de Adam Smith van en la dirección neoliberal. El empresario antiguo, si quería trabajadores, debía asumir ciertos riesgos, como salarios fijos, cargas sociales e indemnizaciones. Todo eso es presentado ahora como anticuado, contrario al progreso. Pérdidas individualizadas Las plataformas se quedan con todo sin asumir riesgos. Hace algunas décadas, el economista estadounidense John Kenneth Galbraith hablaba de privatizar beneficios y socializar pérdidas; pero el neoliberalismo ha conseguido privatizar beneficios e individualizar las pérdidas. El neoliberalismo, para Chomsky, es un sistema de dominación perfeccionado que requiere consentimiento de los dominados. El consentimiento es necesario y se consigue mediante mecanismos ideológicos sofisticados, en los que ha trabajado la ciencia puesta al servicio de las elites. El éxito del sistema se ve en que los trabajadores aceptan su precarización y la defienden con empeño, como si fuera su liberación. Soy peón, no gaucho A mediados del siglo XIX, Carlos D´Amico, que había sido gobernador de Buenos Aires, le dijo "gaucho" a un peón de estancia. El peón, un explotado, sabía quién era: "No me diga gaucho, el gaucho era un señor, yo soy solo un peón". Lo que ese peón tenía como conocimiento de sí mismo y del mundo en que vivía no lo tienen ahora las víctimas de los algoritmos, que están ideológicamente peor que aquel peón aunque parezcan mejor pertrechados por la civilización. La servidumbre voluntaria Chomsky y Eduardo Herman exponen en "Consentimiento manufacturado" cómo logra el neoliberalismo un sistema de explotación que no solo es tolerado sino además, celebrado. Es la forma "democrática" de controlar la opinión pública usando la propaganda, sin el gasto gravoso y a veces contraproducente de apelar abiertamente a la represión. El resultado es que en las democracias la gente sea espectadora pasiva y acepte ser conducida por la "intelligentsia" gobernante. En resumen, el neoliberalismo se vale de cinco "filtros" para lograr el objetivo de que la gente acepte su sistema y lo festeje. El primero es el control de los medios de información, que presentan a las plataformas como innovación y progreso sin mencionar jamás a la explotación. Para ellos la precarización laboral más que un problema que resolver es una tendencia a celebrar, por lo demás inevitable. En segundo lugar, está la publicidad como fuente de ingresos, que obliga a los medios digitales a respetar los intereses de sus anunciantes. El tercer lugar es para las fuentes de información Pero los que tienen recursos para posicionarse como fuentes "autorizadas y confiables" son ante todo los CEOs de las empresas tecnológicas y también académicos financiados por empresas corporativas, que suelen hablar apelando al prestigio que nimba sus personas y al de la ciencia si el propio no fuera suficiente. Notablemente, la actuación equívoca de estos académicos durante la pandemia fue tal que la gente común terminó desconfiando de la ciencia, al menos viendo que no era el bloque pétreo que suponía. Tal desconfianza se sumó a la ya más que centenaria que afecta a las creencias religiosas. El filtro siguiente es el contraataque contra las narrativas contrarias a los intereses del poder. Chomsky y Hartman hacen notar que tan pronto aparece alguna mención de explotación en plataformas es contrarrestada por una marea de desacreditaciones, que van desde llamar "nostálgicos del pasado" o "tecnofóbicos" a los periodistas que investigan, "minorías ruidosas" a los trabajadores que intentan organizarse, o "grupos violentos que perjudican a los emprendedores". No hay refutación racional de las críticas, sino patologización, deslegitimación y marginalización. El quinto filtro que menciona Chomsky es la ideología de control, un viejo conocido: la construcción de un enemigo específico: la vieja mentalidad de empleado se opone a la mentalidad emprendedora. Sobre la mentalidad de empleado se derraman críticas descalificadoras, pero la emprendedora aparece llena de gracia. Este es otro filtro ideológico que permite poner a la mentalidad "de empleado" como añoranza retrógrada de un pasado superado, atada a paradigmas viejos. De la Redacción de AIM.

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