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» Diario Cordoba
Fecha: 23/11/2025 00:51
Un día, para bien, toda celebración puso un cortador de jamón. En ese momento incierto y excitante que es entrar al comedor de los aperitivos, como una exploradora que descubre una isla ignorada de animales nuevos; los invitados se distribuyen por las mesas, defendiendo la posición para su grupo (es necesario porque hay esquinas por las que los platos no pasan, es sabido) y ya hay puesto, en cada una, un plato estupendo de jamón, todo burdeos y blanco. El cortador prosigue con su tarea, admirado y solitario. En el primer hambre todos quieren jamón y se agolpan en su puesto, pelean cada loncha. En este punto el jamón parece salir con dificultad, los platos llegan de nuevo como codiciadas perlas, falto de aire su conseguidor. El goteo de platos nuevos frena el frenesí inaugural: las bocas se aplican a los picadillos y los experimentos y los tartaraes y los guisitos jíbaros. Entonces el cortador comienza el verdadero reto: cortar, ya tranquilo, hasta agotar la pata. El primer plato era agua en el desierto. Pero la utilidad marginal de cada uno decrece. Alguien con hechuras de jefe de tribu trae otro plato. Y otro. Cada uno se come menos por necesidad y más por creencia. Nos enfrentamos ya al jamón con algo en juego. Un español se termina el jamón. Un español sabe de jamón aunque diga que no le gusta el jamón, distingue sus matices y colores y durezas. Hasta los españoles que no saben de jamón, que en verdad hay muchos, saben bastante de jamón. Tal vez libramos esas batallas unos pocos. Al final, el cortador da dos mágicos cortes, desbarata la pata y todo termina. Otra vez.
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