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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 23/11/2025 02:31
El día que Independiente abandonó el campo de juego en señal de protesta contra Castrilli (Crédito: Partidos de ayer) El estadio mundialista de Mar del Plata era el escenario de una noche que prometía fútbol y brillo, pero que terminó transformado en escenario de un final tan inesperado como vergonzoso. En el epicentro de la tormenta estaba Javier Castrilli, aquel árbitro que el periodismo de la época y algunas personas celebraban como el paladín de la justicia deportiva. Sin embargo, su fama no provenía de una estricta interpretación del reglamento, sino de la aplicación de un código propio, rígido y distante de las intenciones del legislador. Su estilo inflexible, casi robótico, lo convertía en una figura tan admirada como temida. Apenas iniciado el partido, su silbato resonaba con la frecuencia de una ametralladora: tarjetas amarillas repartidas sin piedad, sin distinción, como si fueran las reglas mismas las que jugaban el encuentro. El Beto Márcico discute con Daniel Garnero ante la mirada de Navarro Montoya A los 26 minutos llegó el primer golpe de escena. Acosta presionó a Desio con una jugada que muchos habrían sancionado, pero Castrilli decidió que no había infracción. El balón continuó hasta los pies del Beto Márcico, quien no perdonó y lo envió al fondo de la red del arco defendido por Luis Islas. El 1-0 desató la furia en el banco del Rojo. Marchetta, técnico del equipo, gesticulaba como un loco, acusando al árbitro de “estar comprado”. Pero el verdadero estallido llegó poco después, cuando Gustavo López fue expulsado por una falta menor. El campo de juego y las tribunas hervían, el clima era ya un volcán en erupción. El empate llegó pronto, apenas iniciado el segundo tiempo, gracias a Craviotto, lo que pareció calmar las aguas. Pero esa paz era solo la calma antes de la tormenta final. A los 34 minutos, el Beto Acosta, siempre astuto, interceptó un pase con la mano y, en un acto de picardía, cayó derribado en el área por Craviotto. Castrilli no dudó: ¡penal! Y entonces, el mundo explotó. Los jugadores de Independiente bloqueando el arco para evitar la ejecución del penal Las protestas fueron inmediatas y monumentales. Los jugadores del Rojo rodearon al árbitro como un ejército rebelde frente al rey. En un acto de desafío sin precedentes, se plantaron en la línea de gol, bloqueando la ejecución del penal. La situación alcanzó su punto crítico cuando, bajo las órdenes de su técnico, el Negro Marchetta, y del vicepresidente Di Pace, el equipo decidió abandonar el campo de juego. La escena era de un dramatismo absoluto: el campo vacío, el árbitro de pie, imperturbable, como una estatua de justicia en medio del caos. La decisión no tardó: el partido se dio por suspendido, y Boca se coronó campeón de la Copa de Oro. Esa noche no fue solo un partido; fue una obra teatral de épica y tragedia, una prueba de que, en el fútbol, el control del juego puede desmoronarse en un instante. El árbitro Carlos Nai Foino Carlos Nai Foino, el árbitro de la controversia eterna Era la penúltima fecha del electrizante torneo de 1962. En el corazón de Buenos Aires, la Bombonera era un volcán en plena erupción, un santuario donde la pasión y la rivalidad se entrelazaban como nunca antes. Boca Juniors y River Plate, los titanes inmortales del fútbol argentino, se encontraban en un duelo que iba más allá de lo deportivo. Era una batalla por el honor y por el torneo, un enfrentamiento que decidiría el destino de un campeonato y marcaría para siempre las páginas de la historia. Desde el silbato inicial, el partido fue la tormenta perfecta, junto a un torbellino de pasiones. Cada balón disputado era una guerra, cada pase un grito de desafío. A los 14 minutos, Valentín, el artillero letal de Boca, ejecutó un penal con la precisión de un francotirador. El balón acarició la red, y la Bombonera estalló en un rugido ensordecedor. Boca tomaba la delantera, y el estadio, vestido de azul y oro, vibraba como si los dioses del fútbol fueran testigos desde las alturas. El verdadero drama de la historia estaba reservado para el final. Faltaban apenas cinco minutos cuando una jugada en el área de Boca congeló el tiempo. Carmelo Simeone defensa de Boca y Luis Artime goleador de Núñez, dos gladiadores, chocaron en una maniobra confusa. El silbato de Carlos Nai Foino rompió el aire con la fuerza de un trueno. Penal para River. La Bombonera, un instante antes un océano en ebullición, quedó atrapada en un silencio que quemaba. El árbitro, con su figura imponente y su gesto de acero, había tomado la decisión que cambiaría todo. Delem ejecuta, Roma se adelanta y desvía el penal El brasileño Delem se plantó frente al balón con la calma de un verdugo. Miles de ojos lo observaban, y el peso de la historia caía sobre sus hombros. Disparó con potencia, pero allí estaba Antonio Roma, el guardián eterno, adelantado por más de dos metros, volando como un águila para desviar el disparo. La pelota salió al córner, y el estadio se desbordó en una mezcla de euforia y rabia. La Bombonera rugía, y los jugadores de River, furiosos, rodearon a Nai Foino. Las protestas inundaron el campo como una tormenta imparable. El árbitro, estoico en el centro del huracán, ordenó suspender el partido. Once minutos de tensión insoportable siguieron, como si el tiempo mismo se resistiera a avanzar. La Bombonera era un campo de batalla emocional. Nai Foino, acusado de ser prepotente y de no correr lo suficiente, parecía tener en ese momento el control absoluto de los hilos del destino. No era un simple árbitro; era el árbitro. “Lejos tengo más panorama”, diría más tarde, defendiendo su controvertida posición en medio del fuego cruzado de las críticas. Según la leyenda, con una serenidad casi desafiante, habría sentenciado: “Aire, penal bien pateado es gol”. Una frase que, verdadera o no, quedó inmortalizada en la memoria colectiva del fútbol argentino. Delem negaría haberla escuchado, pero para entonces ya no importaba. Las palabras se habían convertido en un mito. Carlos Nai Foino no era un extraño al ojo del huracán. En 1949, una famosa piña a Perroncino, jugador de Boca, le había valido seis meses de suspensión. Pero esa sanción no hizo más que forjar su carácter indomable. Volvió al arbitraje con la misma firmeza que lo definió durante toda su carrera, enfrentando desafíos y polémicas con una determinación casi mítica. Esa tarde de 1962, Nai Foino escribió su capítulo más controvertido y legendario. Fue el hombre que se atrevió a desafiar a la multitud y a las críticas y, quizás, incluso al destino. Fue el árbitro que manejó las riendas de un partido épico con la fuerza de un titán, dejando claro que, en el fútbol, como en la vida, las decisiones que realmente importan no siempre serán las más populares. El clásico terminó con Boca triunfante, pero el verdadero protagonista de aquella jornada quedó grabado en las almas de todos los que estuvieron allí. Nai Foino, el árbitro que cruzó la delgada línea entre héroe y villano, permanecerá como una figura inmortal en la historia del fútbol argentino, un hombre que, con sus aciertos y errores, cambió para siempre el curso de un partido, y con ello, el destino del campeonato.
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