21/11/2025 00:49
21/11/2025 00:49
21/11/2025 00:48
21/11/2025 00:48
21/11/2025 00:48
21/11/2025 00:47
21/11/2025 00:46
21/11/2025 00:46
21/11/2025 00:46
21/11/2025 00:45
» El Ciudadano
Fecha: 20/11/2025 23:43
Por Paulo Menotti – Especial para El Ciudadano Este año se conmemoraron los “300 años” de Rosario y un pequeño debate apareció sobre si era acertado conmemorar esa fecha. Algunos afirman que si, porque el Cabildo de Santa Fe había designado a un alcalde para la pequeña aldea que estaba cercana al Arroyo del Medio. Otros pensaron que no. Lo cierto es que el lema de Rosario “la hija de su propio esfuerzo”, el de sus mujeres y hombres, se puede aplicar siempre. En el último cuarto del siglo XIX, beneficiada por el puerto establecido por Justo José de Urquiza al declararla ciudad en 1852, Rosario comenzó a crecer en su economía y su demografía. Hubo quien pensó que a la ciudad le faltaba algo para posicionarse junto a otras ciudades fundadas por españoles. El paso de Manuel Belgrano y la creación de nuestra bandera fue el motivo que encontraron los primeros historiadores de la ciudad para posicionar a Rosario. Sin embargo, había que hacer algo más. Surgió también la idea de construir un memorial, un monumento a nuestra insignia patria. Desde entonces se proyectaron distintas formas de Monumento a la Bandera. Entre el proyecto inicial y la inauguración el 20 de junio de 1957, pasó mucha agua por el río Paraná, justo enfrente. La historiadora Gabriela Couselo reconstruye la historia del Monumento a la Bandera en relación al pasado de la ciudad y del país. Este texto, que es fruto de su tesis doctoral y ganador del premio a la mejor producción académica, presenta las intenciones, idas y vueltas del principal símbolo de nuestra ciudad. En una entrevista con El Ciudadano, Couselo brinda pistas sobre su realización. —¿Se podría decir que como hay tradiciones inventadas, también hay monumentos inventados? —Bueno, esta pregunta hace referencia al libro La invención de la tradición, en cuya introducción Eric Hobsbawm afirma que “las tradiciones que parecen o reclaman ser antiguas son a menudo bastante recientes en su origen, y a veces inventadas”. Me parece que la respuesta es sí, se inventan monumentos y tradiciones. Lo que no creo es que en este caso haya necesariamente una intencionalidad. Es decir, el monumento en sí ha logrado más que lo que sus autores imaginaron o premeditaron. Las generaciones que nacimos posterior a su inauguración, pensamos, efectivamente, que el monumento estuvo ahí desde siempre. Por supuesto que estoy generalizando, pero parte de los interrogantes a partir de los cuales llevé adelante mi investigación tienen que ver con la toma de conciencia de la historicidad de la obra, de la comprobación de que este monumento podría haber sido otro o podría no haber sido. —Más allá del paso de Belgrano y la creación de nuestra bandera, ¿por qué un Monumento a la Bandera? —No hay una tradición consolidada de monumentos a la bandera, así que la pregunta sería inclusive más interesante si lo pensamos como un monumento para Rosario. No creo que haya existido una conciencia al respecto, o por lo menos no me consta por lo que he podido ver en los documentos, pero al momento del llamado a concurso, en 1939, lo que se consolidó fue la idea de que Rosario merecía un monumento, más allá del acontecimiento al que iba a estar ligado. Es decir, es un monumento más para la ciudad que para la bandera o su creador. Hay un contexto que abona esta idea y es el de la inauguración del Obelisco de Buenos Aires en el año 1936. Y acá, más allá de que nunca me gustó mucho la convicción de que Rosario es una excepción, hay algo excepcional porque se trata de una ciudad importante que no es capital de provincia. Rosario no se había destacado en la época de la colonia ni en el siglo XIX, pero sí en los comienzos del siglo XX, y este monumento, el del único hecho que ahora era recordado con una efeméride propia, el Día de la Bandera desde 1938, era la oportunidad de darle a la ciudad un monumento acorde a su crecimiento e importancia. —¿Qué otros proyectos hubo? —Hubo otros proyectos y otros contextos. Para el concurso que se llamó en 1939 se presentaron doce anteproyectos, de los cuales fueron admitidos a evaluación sólo siete. El primer premio, como sabemos, fue otorgado al lema Invicta de Ángel Guido, Alejandro Bustillo, Alfredo Bigatti y José Fioravanti. Entre los autores que recibieron premios y menciones, aparecen algunos nombres destacados, como por ejemplo los arquitectos Emete De Lorenzi, Vicente Otaola, Hilarión Hernández Larguía y Juan Manuel Newton; o los escultores Lucio Fontanta y Bartolomé Tasso. En estos años, me refiero a la década de 1930, los concursos se habían consolidado como la herramienta indiscutida para el otorgamiento de obras de arte público, por lo que la sola participación otorgaba cierta legitimidad y prestigio. A mediados de la década de 1920 hubo otro concurso, en un contexto todavía de transición respecto a la toma de decisiones sobre las obras de arte público y el modo en que debían ser designadas. En ese caso, al llamarse con carácter internacional, el concurso termina siendo impugnado por una agrupación de artistas locales que argumentaban que un monumento nacional debía ser concebido y ejecutado, justamente, por un artista también nacional. Más conocido, por la notoriedad que adquirió su figura a fines del siglo XX y por el lugar que ocupan actualmente los vestigios de su obra inconclusa en el Pasaje Juramento, es el proyecto de Lola Mora. La artista había sido contratada en el contexto de los festejos del Centenario pero, por múltiples cuestiones, la obra se abandona en el año 1925. Finalmente, el primer monumento a la bandera construido data del año 1872. Lo interesante, entre otras cosas, es que no estuvo enclavado en Rosario, sino en la isla frente a la ribera del centro, en el lugar en que habría estado ubicada la batería Independencia que Belgrano había inaugurado, conjuntamente con la batería Libertad, el 27 de febrero de 1812. Su autor fue el primer Ingeniero Municipal de Rosario, Nicolás Grondona. En los últimos años se hizo un trabajo de excavación arqueológica, pero no se han encontrado restos de esta obra que fue derrumbada por una crecida del río a fines de la década de 1870. —¿Cuáles fueron los problemas de su construcción? —Hay que aclarar que, si bien el concurso es de fines de 1939 y el ganador se informó el 22 de septiembre de 1940, el contrato con Guido y los escultores se firma recién el 16 de diciembre de 1942, por lo que la construcción va a comenzar al año siguiente. Si bien este primer retraso puede deberse a las modificaciones que la subcomisión evaluadora impuso a los autores, lo cierto es que el problema que aparece más mencionado en los documentos es la falta de fondos. Un dato que se suele destacar en la memoria institucional del monumento, es que la obra ocupó catorce años y que esto se debió a una interrupción en el envío del mármol destinado al revestimiento debido al terremoto ocurrido en la provincia de San Juan. Sin embargo, la demora en la obra se explica más por las vicisitudes políticas y financieras, incluida la segunda guerra mundial, golpes de estado e inflación, que atravesaron la historia argentina hasta su inauguración en 1957. Otras dificultades, bastante comunes en obras de estas características, surgieron por la necesidad de coordinar envíos y pagos con múltiples empresas que se ocupaban de aportar una enorme variedad de materiales. También hay que tener en cuenta las huelgas de obreros y, en el mismo sentido, los reclamos de los propios escultores por la demora en los pagos. —¿La historia y presente del Monumento, está ligada a la historia de nuestra ciudad y nuestro país? —En relación a la ciudad, la respuesta es sí. La historia del Monumento a la Bandera, de hecho, es una entrada posible a la historia de Rosario. Cada uno de los contextos en los que se intentó construir el monumento, da cuenta de un momento político de una ciudad siempre necesitada de obra pública y de la invención de un pasado célebre. El presente es más complejo de analizar, pero si tomamos un período amplio que llegue hasta 2025 desde la apertura democrática en 1983, podemos afirmar que el monumento es el espacio público privilegiado para cualquier celebración popular o acto político. En este sentido, su historia sigue ligada a los grandes acontecimientos de la ciudad y, en cierto sentido, a los del país. Por último, el Monumento a la Bandera brinda una enorme oportunidad para reflexionar sobre las complejas relaciones entre arte, arquitectura, urbanismo, ciudadanía y política en la definición de las obras de arte público y del pasado que merece ser recordado en un monumento. Datos del libro
Ver noticia original