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  • Puerto San Martín celebró 136 años de historia y desarrollo productivo

    » La Capital

    Fecha: 19/11/2025 11:50

    Entre la memoria y el futuro, la ciudad portuaria honró su aniversario con una fiesta que reivindicó identidad, trabajo y proyectos sustentables en medio del desafío de convivir con la industria El Estado local intenta hilar una narrativa común: la de una ciudad que no reniega de su rol productivo, pero que reclama que se mida también lo que cuesta vivir adentro de una zona industrial. Por un momento, el tiempo se detiene cuando suena la marcha de Punta Quebracho. El flamante Teatro Municipal vibra de emoción , las banderas se lucen con reminiscencias del Paraná y un hombre de casi 81 años mira hacia el escenario con los ojos húmedos. Es el compositor del himno que hoy canta todo el pueblo. Lo felicitan, lo abrazan, le ponen el micrófono adelante. “Es un orgullo. Yo me crié acá, conozco el lugar desde siempre”, dijo, con esa mezcla de pudor y emoción que tienen los que no se acostumbran a ser protagonistas. A pocos metros, los chicos aplaudían y cantaban, los empleados municipales acomodaron los diplomas de 25 años de servicio, las cámaras locales buscaban el mejor plano y el intendente Carlos De Grandis ajustó de nuevo el nudo de la corbata. No fue un aniversario más: 136 años de Puerto General San Martín, en el corazón de un Cordón industrial que alimenta al mundo, pero donde la vida cotidiana se paga con polvillo, camiones y bronquios irritados. Puerto, ese lugar donde el trabajo siempre llega por agua , hoy se mira al espejo entre la épica y el desgaste. Puerto San Martín - aniversario 8 El pueblo de ocho manzanas El intendente tomó la palabra y no arranca por las cifras ni por las obras. Arranca por las calles de su infancia. Habla de un puerto que entraba entero en ocho manzanas. Del barrio Petróleo, de la escuelita 33, de las casas humildes a la vera del arroyo, de los bares que eran más centros sociales que comercios: La Marina, el café Molino, los boliches que paraban a los obreros antes y después de las largas jornadas en la Indo, la Adelita, la ex Alvear. Una zona donde, como recuerda, “trabajaban todos”. No idealiza: habla de portuarios “hombres de cuchillo y aguja”, porque en aquellos años se cosía bolsa a mano; de peleas a la salida de los bares, de una ciudad dura pero con códigos. Sin redes sociales, sin cámaras, sin marketing territorial, pero con algunas características que él insiste en rescatar: “En el pueblo, nos conocíamos todos, no había maldad, la política no dividía”. Puerto San Martín - aniversario 9 Mientras habla, este cronista mira alrededor. Muchos de los que lo escuchan nacieron en otra ciudad, una completamente distinta: más alta, más luminosa, más ruidosa, más densamente industrial. Pero cuando el intendente nombra barrios, bares, apodos, una parte del público asiente en silencio. Ahí hay una patria chica que todavía late. Crecimiento “exponencial” El micrófono pasa a los vecinos. Una mujer de lentes, 36 años, sonríe antes de hablar. Se llama Gisela y no necesita pensar demasiado para sintetizar su orgullo portuense. “Yo nací acá —dijo—. Cuando era chica, las calles seguían siendo de tierra. Viví siempre en avenida San Martín y había un solo foquito colgando a la mitad de la cuadra: esa era toda la iluminación que teníamos”. Hace una pausa, mira alrededor, como si comparara dos fotos superpuestas: “Hoy lo que destaco es el crecimiento, un crecimiento exponencial”. Puerto San Martín - aniversario 3 Contó que los jóvenes tienen espacios que antes no existían: deporte, cultura, recreación, el Puerto de las Infancias como postal nueva de una ciudad que empezó a pensar también en el juego, no sólo en la carga y descarga. Y cuando le preguntan qué tradición Puerto no debería perder jamás, no duda: “El himno de Punta Quebracho. Eso hay que seguir impulsándolo”. Es una escena mínima, pero dice mucho: en una ciudad donde el presente se mide en toneladas exportadas y en camiones por día, una vecina elige como símbolo una canción que recuerda una batalla de 1846. Un territorio que se defiende, ayer de una flota extranjera, hoy de otros poderes más difusos. Respirar trabajo… y polvillo Hay una palabra que se repite en casi todas las voces: orgullo. Orgullo portuario, de ciudad que se hizo a fuerza de laburo, orgullo por haber pasado de las calles de tierra a los bulevares y las luces LED. Pero en Puerto el orgullo nunca viene solo. Viene acompañado de otra sensación: la de estar pagando un precio alto por sostener parte de la economía nacional. “Se habla de equidad económica entre los municipios”, dijo De Grandis en una entrevista más extensa. Pero nadie habla de la equidad en la convivencia. Un vecino de Roldán o de Funes respira otro aire. Cuenta que su esposa, farmacéutica, vende más medicamentos para problemas respiratorios que cualquier farmacia de esas localidades. Habla de polución, polvillo, ruido, de los mil quinientos o dos mil camiones diarios que pasan a metros de las casas. De una ciudad “adentro de la fábrica”, separada del puerto apenas por una pared. Puerto San Martín - aniversario 5 Lo que en un mapa satelital se ve como un nodo logístico estratégico —profundidad de calado, cercanía al campo, acceso por ruta y tren—, en la vida diaria se traduce en frenos de aire, bocinazos, colas interminables y aire espeso. El que también aporta una mirada descarnada es Pablo Regueira, histórico dirigente del gremio aceitero. Empezó a trabajar en 1978 descargando bolsas en la vieja Indo y se jubiló como secretario general después de 44 años en los puertos. “Esta región es netamente portuaria —explicó—. La historia de acá se escribe a través de los puertos y de los muelles". Pablo repasó de memoria una cartografía industrial que conoce mejor que cualquier plano: Indo, Vicentin, Molinos, la terminal que hoy es Bunge, Dreyfus, Noble, Renova. Y después pone el dedo en la llaga: “Por esta ruta pasan millones de camiones por año y la ruta 11 está destruida. El gobierno pidió miles de millones y se los dieron en días para otras obras, pero acá no se puede transita, ni el camionero ni el vecino”. No hay bronca vacía en su tono, hay una mezcla de memoria y balance, de alguien que vio crecer la región sin que siempre creciera a la par la calidad de vida de su gente. El municipio amortiguador Frente a ese contexto, en Puerto San Martín el municipio no es sólo un edificio: funciona como amortiguador, escudo, agencia de obras y, en muchos casos, como el rostro más visible de un Estado que llega donde nadie más llega. Mariela Bartoli, empleada municipal, recibe el reconocimiento por sus 25 años de servicio. Habla poco, con la sencillez de quienes sostienen todos los días la maquinaria invisible de una ciudad. “Es un mimo al alma —dijo sobre la distinción—. Trabajo en la parte administrativa desde hace 25 años. Y estoy orgullosa de ser puertense”. Puerto San Martín - aniversario 6 Cuando le preguntan cuál es el evento más esperado de cada año, tampoco duda: el aniversario, la fiesta grande, el momento en que todos se sienten parte de algo común. Pero el rol del municipio no se agota en actos y placas. También se juega en el territorio más decisivo para cualquier futuro: la infancia. Ivanna Martínez lo sabe bien. Integra el equipo de los Centros de Desarrollo Infantil (CDI), que dependen de la Secretaría de Cultura y Educación municipal. Cuenta que trabajan en primera infancia, codo a codo con el jardín maternal municipal, acompañando a los chicos en su desarrollo pedagógico y emocional, y a las familias en la crianza. Puerto San Martín - aniversario 4 “Son cinco CDI, uno en cada barrio —explicó—. Antes estaba todo centralizado, ahora se descentralizó para llegar a donde está la gente. Acompañamos a unos 180 niños, más unos 40 del jardín maternal, en salas de uno y dos años”. Su tarea no es sólo “cuidar chicos” para que los padres puedan ir a trabajar. Es mucho más: “Somos la primera institución educativa por la que pasan. Los ayudamos a socializar, a insertarse. Eso, en una ciudad como ésta, también es una forma de enseñarles dónde viven”. En una región donde las multinacionales no construyeron ni una sola escuela, como recuerda Pablo Regueira, el municipio invierte en terciarios, sueña con carreras universitarias y multiplica espacios educativos. Es una forma de compensar, pero también de plantar bandera: el progreso no puede medirse solo en toneladas de soja o maíz. Épica que no quedó en libros En Puerto, la palabra “soberanía” no es un concepto abstracto. Está anclada en un lugar concreto: Punta Quebracho, donde en 1846 una fuerza criolla frenó a la flota anglo-francesa que pretendía dominar la navegación por el Paraná. Esa batalla, silenciada durante décadas en los manuales escolares, se convirtió aquí en emblema. La marcha de Punta Quebracho, compuesta por ese vecino que hoy recibe aplausos y fotos, suena en las escuelas, en los actos, en las fechas patrias. A veces, en los discursos, el recuerdo de aquellos cañones se mezcla con otra defensa, menos épica pero igual de intensa: la de los recursos municipales. De Grandis lo dice sin rodeos cuando habla de la tasa a los camiones que se cobra hace 35 años en la ciudad y que más de una vez estuvo en la mira de distintos gobiernos provinciales. Puerto San Martín - aniversario 1 “Quise colgar unos carteles que decían ‘No pasarán’ —admite—, como Mansilla y los colorados del monte en Punta Quebracho. Vamos a defender esa tasa con el mismo ímpetu, porque es lo que nos permite tener buenas escuelas, buen deporte, buen teatro, lo que mima a nuestros vecinos en una ciudad industrial que no es fácil de vivir”. La analogía no es casual. Así como entonces se defendía el control del río, hoy se defiende la capacidad de una ciudad de decidir cómo redistribuye parte de la riqueza que produce. Entre polvillo y camiones, el orgullo puertuense también tiene algo de resistencia. Basura, sol y universidad “Este no será un mandato más, será el mejor”, dice el intendente cuando piensa en los próximos cuatro años. Tiene un proyecto que se repite cada vez que habla del futuro: transformar 60 años de basura en energía. En un predio donde durante décadas se tiraron residuos, el municipio recuperó siete u ocho hectáreas. Allí ya funcionan seis galpones de reciclaje y, sobre esa tierra herida, se proyecta instalar un parque fotovoltaico capaz de generar dos megas de energía. “Queremos ser el primer municipio del país que se autoabastezca. Hoy pagamos casi 400 millones al año. Si generamos acá lo que consumimos, ese dinero vuelve a la ciudad”, dijo. A espaldas del acto se levanta la estructura de lo que será el nuevo municipio. A unos metros, la nueva biblioteca ya empezó a cambiar la fisonomía cultural del centro. En la agenda cercana asoma un viejo anhelo: que la Universidad Nacional de Rosario llegue con alguna carrera. La postal puede parecer paradójica: entre trenes de carga y silos gigantes, Puerto sueña con paneles solares, libros y títulos universitarios. Pero quizás esa sea la síntesis más justa de lo que está en juego: convivir con una matriz productiva que no va a desaparecer, al mismo tiempo que se construyen otras formas de habitarla. Puerto San Martín - aniversario 7 Identidades que se tejen A medida que el sol del medio día se adueña del lugar, la ceremonia va mutando en peña, festival, encuentro. En una esquina del Centro Cultural Punta Quebracho, un grupo de empleados municipales saca fotos con sus familias. Entre ellos está Mariela, la administrativa del “mimo al alma”. En otra, las docentes de los CDI se ríen entre ellas mientras miran pasar a algunos de sus alumnos y abanderados. Los más grandes, como el compositor de la marcha o el sindicalista, parecen a veces hablar de otro mundo. Uno en el que se descargaba a bolsa y se cosía con aguja, en el que los bares eran nueve en tres cuadras, en el que el puerto era un único muelle y no este conglomerado de empresas. Sin embargo, cuando hablan del orgullo de estar acá, no hay brecha generacional. Los más jóvenes, como Gisela, miran con naturalidad servicios y espacios que antes no existían, pero sostienen tradiciones que conectan con ese pasado: el himno de Punta Quebracho, los festejos del aniversario, el sentido de pertenencia a un pueblo que se piensa distinto. Y entre unos y otros, el Estado local intenta hilar una narrativa común: la de una ciudad que no reniega de su rol productivo, pero que reclama que se mida también lo que cuesta vivir adentro de una zona industrial. Que no se conforme con ser “un punto en el mapa”, sino que se asuma —como subraya el intendente— como “actor, voz y fuerza” en la región. Más que una fecha Ya sobre el final del acto, De Grandis retoma el tono más formal de su discurso, pero la cercanía con la gente le resta solemnidad y le suma humanidad. Recuerda que Puerto cumple 136 años, pero enseguida aclara que no se celebra sólo una fecha: una manera de ser, una identidad, una forma particular de mirar el mundo. Habla de pioneros que soñaron en grande cuando acá solo había “tierra, río y coraje”; de una ciudad que se volvió “viva, vibrante y decidida”; de un lugar que apuesta a la educación como política pública y que se anima a planificar su futuro. “Puerto tiene destino. Puerto tiene rumbo. Puerto tiene futuro”, repite, casi como una arenga, mientras en primera fila los empleados que cumplen 25 años de servicio sostienen sus diplomas y sus regalos. Atrás, una docente de CDI saca fotos con el celular; más allá, un viejo aceitero que cargó barcos toda su vida asiente con la cabeza. Este cronista mira alrededor y entiende que, en Puerto, el orgullo no es un eslogan vacío: es una forma de estar en el mundo. Orgullo es seguir viviendo donde el aire no siempre es justo, pero defender que el esfuerzo se traduzca en escuelas, bibliotecas, plazas, infancias cuidadas y oportunidades. Orgullo es que un himno nacido de un vecino se vuelva banda sonora de todo un pueblo. Cuando la marcha de Punta Quebracho suena por última vez y las primeras luces de la noche se encienden sobre el paseo, Puerto General San Martín celebra sus 136 años mirando hacia adelante. Entre la memoria de lo que fue, la crudeza de lo que es y la apuesta de lo que quiere llegar a ser. El río, como siempre, mira en silencio. Pero allá lejos, entre barcazas y luces de rada, también parece decir lo mismo que se escucha en cada esquina del pueblo: somos Puerto. >> Leer más: Presentaron en Puerto San Martín la obra de teatro "Las Juanas, una herejía cósmica"

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