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» Diario Cordoba
Fecha: 13/11/2025 12:07
Esta entrevista se realizó en el domicilio de Fosforito en Málaga con motivo del 70 aniversario del arranque de su brillante, prolífica y laureda carrera y se incluyó en una publicación que editó Diario CÓRDOBA en julio del 2016 con el nombre de Fosforito, Esencia del cante. Dice deberle todo al flamenco, al que se ha dado por entero durante 70 años de intensa trayectoria profesional, que para él, más que trabajo, ha sido amor sin medida, como buen romántico que es. Tiene todos los premios habidos y por haber, ha sentado el cante jondo en los sillones de la Real Academia de Córdoba, ha conseguido el respeto y la admiración de flamencólogos y público llano, y en su pueblo, Puente Genil, donde vino al mundo un 3 de agosto de 1932 en una modesta familia -pero eso sí, con el arte hirviéndole en las venas- es un ídolo incontestable, a pesar de que lo que es vivir, allí ha vivido poco en los últimos años. En fin, que con todos los méritos que atesora, más el de ser en esencia un hombre de alma blanca y corazón sin reservas, sería para que Antonio Fernández Díaz se hubiera dejado arrastrar por los elogios, sobre todo en estos tiempos de cosecha, y estuviera poco menos que levitando. Para que el personaje de Fosforito, ese con el que salió en 1956 del I Concurso Nacional de Cante Grande de Córdoba convertido en figura y ya no le abandonaría nunca, se le hubiera pegado al cuerpo como una segunda piel. Pero no, a Fosforito lo dejó siempre en el escenario. Fuera de él, Antonio Díaz se ha sentido «un hombre corriente» y entregado a su familia. Nada de divismo ni de pose podría encontrarse ni con lupa en este señor -con todas las letras de la palabra, pues tiene maneras y cortesías de caballero andaluz- que sale a abrirnos la puerta de su piso malagueño con una sonrisa de oreja a oreja. Aunque en fotos, e incluso, al natural suele parecer un hombre de carácter serio, muy a lo que se dice del estilo cordobés de tipo sobrio y cabal, esta mañana de inicios del verano se le ve contento. Y tiene motivos para ello. Está viviendo un momento dulce, lleno de homenajes -uno de ellos el foro que este 2016 le ha dedicado Diario CÓRDOBA con motivo del 75 aniversario del periódico-- y conmemoraciones de efemérides gloriosas de su carrera, pues se cumplen 60 años de su triunfo arrollador en el concurso de Córdoba y 50 del Festival de Cante Grande de Puente Genil que lleva su nombre. Y por si fuera poco, Maribel, su mujer y compañera incondicional, que le dio cuatro hijos y un nido apacible donde cobijarse entre actuación y actuación, acaba de salir del hospital y se la ve también en su ser: guapa, alegre y acogedora, pendiente de su marido y de nosotros, el redactor gráfico A.J. González y esta periodista, a los que continuamente nos ofrecerá café y refrescos para hacernos más cómoda la visita. -¿Qué suponen estos reconocimientos para usted, a estas alturas de su vida y de su carrera? -Los homenajes muestran un respeto, un cariño que viene de gente que tiene cierto reconocimiento hacia tu persona por lo que has hecho. Todos ellos tienen para mí un mismo valor, ya sea la Lleva de Oro del Cante, la Medalla de las Bellas Artes o algo tan inimaginable en mis cálculos como que me hicieran profesor honorario de la Universidad de Alcalá de Henares, yo que no he pasado por ningún aula, que soy autodidacta. Todos ellos tienen para mí tanto valor afectivo como la medallita de una peña, que te da eso porque no puede darte más. Estas cosas vienen por una labor de tantos años. Yo nací en el 32 y en los años 40 ya era cantaor. Unos 70 años, que ya son años. Empiezo a cantar por aquellas necesidades tan urgentes, tiempos muy difíciles para todo el mundo; y para mí, que no tenía nada, pues mucho más. Yo era un niño criado en un ambiente de artistas, y la única salida que vi fue echarme a cantar. -Quién le iba a decir a usted entonces que llegaría tan lejos, que le darían la Medalla de Oro de Andalucía, que lo harían Hijo Predilecto de Puente Genil y Adoptivo de Córdoba… Por cierto, ¿dónde guarda tantísimos premios, porque no los veo en su casa por ningún lado? -En la Posada del Potro de Córdoba hay un montón de cosas. Devolvieron nueve bultos que no cabían. La Posada del Potro tiene un espacio limitado. Todo lo devuelto y otro tanto que yo he llevado está en mi pueblo, donde me van a dedicar un museo este mismo año. Va en un edificio que fue el Colegio de los Frailes. Allí hay una sala enorme dedicada al yacimiento arqueológico de Fuente Álamo, y en la parte alta hay otro salón muy grande que han dedicado a este museo. Pero tampoco ahí cabe todo. Como verás, en el despacho tengo ocho o diez cajas que están llenas de libros muy importantes, libros históricos sobre el flamenco, incunables muchos. Es que después de una vida tan larga en el mundo del artisteo flamenco he ido acumulando tantas cosas… -¿Está jubilado del todo o todavía se echa algún que otro cante? -No, no. Vamos a ver, hasta hace diez años yo daba conferencias y las ilustraba cantando (aclara apoyándose en el vuelo de sus manos, que rubricará sus palabras a lo largo de toda la larga conversación). Aún me siguen ofreciendo cosas a mis 84 años; el otro día me llamó un amigo de Francia para ofrecerme el teatro Odeón de Nimes. Pero no, yo ahora mismo no me puedo quejar de salud, aunque me sobran 30 años -bromea-, tengo movilidad y me pongo al día en una semana. Pero ¿para qué? Ya no soporto una hora de actuación. Otra cosa es que me soliciten una conferencia, ya sin cantar, como ahora en mi pueblo. -¿Y con los suyos, en privado, tampoco canta? -No, tengo siempre por ahí la guitarra (está posada sobre uno de los sofás del salón donde nos encontramos), la cojo unos minutos de vez en cuando. Toco por soleá, tarantas, a veces por seguiriyas… Pero no mucho, porque soy muy vago, y tampoco yo soy un guitarrista para tirar cohetes. Y eso sí, sigo escribiendo. Y es que otra de las grandes pasiones de este hombre nervioso que, sin embargo, habla con calma y deseo de encontrar las palabras justas, ha sido la investigación. De hecho, a poco que se adentre en el recuerdo de nombres y hechos pasados no solo de su propia experiencia, sino del flamenco en general, descubres que es una enciclopedia andante. Y que, además, sabe explicar sus conocimientos como el gran maestro que es. Todos los premios tienen el mismo valor para mí, porque muestran el cariño de la gente -¿Sigue tirándole el estudio del flamenco? -Sigo leyendo, sigo estudiando y sigo dándole vueltas al tema. Se puede decir que sí, soy un estudioso todavía del flamenco. Es que es algo que a mí me apasiona; voy a enseñarle una cosa que tengo escrita sobre el cante jondo (y salta como por un resorte del sillón donde se sienta en busca de los folios, como hará tantas veces a lo largo de la entrevista para refrendar con documentos su fidelísima memoria). En mi vida no he sabido hacer otra cosa que cantar y estar dentro del mundo del flamenco. -Como que lo lleva en la sangre, por algo nació en una familia de artistas. -Así es. Mi padre era cantaor. El pobre, como no podía hacer otra cosa, en los años cincuenta terminó como pintor de brocha gorda, pero había sido cantaor en los años veinte, que fue una de las épocas doradas del cante. Destacaban entonces don Antonio Chacón, Manuel Torres, la Niña de los Peines, aunque era más joven que los otros dos… Mi padre era un cantaor como otros cuatrocientos que había, era imposible compartir escenario con esos monstruos del cante, primero porque no había para tantos. Nunca ha habido para tantos en el mundo del artisteo. Vivir de esto, de verdad, solo han logrado vivir cuatro. -Usted entre ellos. -Yo he sido un privilegiado en mi época. Hubo un bajonazo tremendo cuando estalló la Guerra Civil y en los primeros años de postguerra, y tras él un renacer del flamenco. Había flamencos maravillosos como Antonio Mairena, Juan Talega, Valderrama, Pepe Pinto, la Niña de los Peines, Juan Mojama… Y el flamenco resurgió a partir del 56 y el 62, con la Llave del Cante a Mairena. Mairena dignificó la Llave; él hizo mucho por el cante, y la Llave hizo mucho por él. Fosforito, en su domicilio familiar en Málaga. / A. J. González -¿Cómo es un día normal de su vida actual? -Muy normal. Yo he sido flamenco en el escenario, en mi casa era un padrazo. Cargaba los niños a hombros y me llevaba a los cuatro a todos lados, en pandilla. Han hecho conmigo lo que han querido. Como siempre ha habido en casa una guitarra, los niños la tocaban un poquito. Uno de ellos toca bien, pero toca otras cosas. Uno de mis hijos tenía un grupo de rock, ese hizo Imagen y Sonido; mi niña Filología Inglesa; otro Economía y el otro Empresariales. Nada que tenga que ver con el flamenco. El flamenco era yo. -No les ha pasado lo que a usted, que le tiró desde niño lo que veía en la familia. -Así es. Como le decía, mi padre cantaba y mi madre, también, aunque no profesionalmente. Mi tío político sí, mi tío era El Niño de Genil, que a principios del siglo XX era figura, creador del cante. Mi primo Antonio era guitarrista. Y donde había una fiesta y un cante estaba yo, por eso cuando me vi en la necesidad de buscarme la vida eché mano a lo único con lo que creí que podría levantar la cabeza. Y no me equivoqué. Los años se han llevado aquel tupé y aquellas patillas inconfundibles, le han restado viveza en la mirada y brillantez en la voz, grave y personalísima, que lo convirtió en uno de los cantaores más importantes de la historia. Pero, en el fondo, Antonio confiesa que sigue siendo un niño «que añora cosas de la infancia y juventud. Sin odios hacia nadie, sin resabios a pesar de las muchas fatigas pasadas. Pero claro, la vida ha avanzado muchísimo. Yo he viajado tanto, he dado tantas vueltas al mundo… Cuando llegué con 23 años al concurso ya tenía un bagaje encima». -Y tanto, con ocho años ya cantaba por las tabernas de Puente Genil, que ya es precocidad. -Sí, a cambio de unas monedillas de cobre (sonríe con cierta tristeza). Y cantaba en las ferias de ganado al calor de aquellos apretones de manos y la copa que confirmaban el trato. Allí esta yo, que me encontraba en el camino con cantaores que como yo se buscaban la vida. Iba con un guitarrista que era barbero, casi todos los guitarristas entonces eran barberos. Y me anunciaban en las sierras de Málaga y Cádiz, en pueblos como Grazalema, Villa Martín o Ronda. Me anunciaban en una pizarra con tiza como complemento detrás de la película que echaran ese día en el pueblo. Cantaba cinco o seis cantes y el empresario, en razón de la gente que había habido, me daba unas pesetillas. En el año 45, en uno de esos bolos, un empresario de Ronda me contrató para un espectáculo que se desarrollaba en la plaza de toros. Te quiero decir con esto que yo no nací en 1956 con el concurso, tenía una experiencia larguísima de aprendizaje por los caminos reales del cante. -Pero el concurso sí nació con usted, porque era su primer año. Algunos críticos han destacado que hubo un antes y un después en el cante flamenco tras aquella revelación que dejó al jurado deslumbrado. ¿Lo hubo también para usted? -Sí… Sí, porque yo llegué al concurso al poco de haber tenido un problema de salud que me afectó a la voz. Me licenciaron de la mili, que hice en Cádiz, y me quedé por allí trabajando en un circo, cantando en la pista con un guitarrista y una bailaora. Y entre lo mal que comía y una operación de estómago por una cosa gravísima, una hernia epigástrica… bueno, el caso es que en plena actuación en la sala de fiestas Pay-Pay de Cádiz se me abrió la herida de la operación. Y entre la pérdida de sangre, dormir poco y comer a salto de mata lo que pillaba cogí una anemia y perdí la voz. Me fui a mi pueblo pensando que no volvería a cantar, que tendría que agarrarme a la guitarra. -Y su pueblo tuvo un bonito gesto con usted, ¿lo recuerda? -¿Cómo no? Por eso yo me he sentido profeta en mi tierra. Fue muy hermoso que la gente que me conocía y me consideraba a pesar de mi juventud se apenara de que ya no pudiera ser el cantaor que habían visto en mí; y el Ayuntamiento, en un Pleno, acordó comprarme una guitarra que costó 2.000 pesetas de las de 1955, una fortuna entonces. Y comprometió a Manuel Santos, que tocaba la guitarra, un poquito clásico y un poquito flamenco, a que me diera clases. Este hombre tenía un bar que cerraba a las tres de la madrugada, y yo esperaba pacientemente a que cerrara y limpiara con mucha parsimonia para que luego, en un rincón lleno de trastos, me pusiera las primeras posturas para tocar. Pero como por encima de todo yo era un cantaor, empecé a tararear un poquito y sentí que iba recuperando el sonido. Y un día aparecen en el periódico CÓRDOBA las bases del concurso y veo que tengo posibilidades, más por mis conocimientos que por mi voz, que quizá no era plena. -Sin embargo, se llevó todos los primeros premios del certamen. Si llega a estar en plena forma lo sacan a hombros como a los toreros. -Fue un poco de osadía por mi parte, escudándome en que todo aquello lo había cantado ya muchas veces. Pero tuve la fortuna de ser el primer premio absoluto. En 1956, aquel joven con 23 años y toda la ambición del mundo prendida en su voz de caramelo amargo entró al concurso de Córdoba llamándose Antonio de Genil y salió convertido en Fosforito. Y de ahí, a la eternidad. En pleno concurso, un periodista oyó que alguien de Puente Genil jaleaba al cantaor gritando «¡Fosforito, Fosforito!», y tras saberlo vencedor en todas las modalidades del cante tituló su crónica: «Fosforito: o César o nada». «Así conocían a mi padre cuando cantaba, porque cantaba las malagueñas como un Fosforito que hubo en Cádiz, Francisco Lema, nacido en 1870. Y a pesar de que éramos un puñao de hermanos, fui yo quien heredé lo de Fosforito de mi padre. Pero eso en mi pueblo, fuera era el Niño de Genil». -¿Cómo vivió aquella experiencia? ¿Tuvo dudas de ganar o vio pronto que aquello se lo llevaba de calle? -No, no… Sinceramente, yo no canté mejor que nadie. Hubo gente que lo hizo maravillosamente bien. Lo que pasa es que, por mi afición enfermiza a los cantes, tuve la suerte de que completé todas las sesiones. Allí se presentaron más de cien cantaores, y yo disfrutaba mucho con todos los que cantaban bien. -¿Ha seguido después la evolución del certamen? -He sido jurado muchas veces. No me gusta, pero, bueno, por el compromiso… Algunas veces he tenido problemillas, porque ha habido discrepancias. Yo no es que quiera llevar la razón siempre, ni mucho menos; yo doy mi opinión. Al principio se convocaba el concurso cada tres años, para dar tiempo a que surgieran nuevos valores, pero eso ya no tiene sentido. Yo creo que es un concurso hecho con dignidad y limpieza, el rey de los concursos, pero hay otros concursos que han ido ganando espacio, los rodean de actos paralelos, y el concurso de Córdoba habría que actualizarlo, creo que necesita un repaso. -Además de los honores, el premio le proporcionó 32.000 pesetas, una fortuna entonces, que empleó en montar un espectáculo con el que recorrió España. -Sí, mire el cartel: «Grandioso Festival del Cante Flamenco», pero eso se acaba en el 56 mismo. Le voy a enseñar una cosa muy curiosa, cuando actué ante Franco (sale zumbando con aire divertido hacia el despacho y vuelve al minuto con una lujosa invitación del Caudillo al sarao con que el Régimen conmemoró el 18 de Julio de 1957 en el Palacio de la Granja). Actué dentro del cuadro flamenco que montó Caracolillo, que era el marido de Juanita Reina. -¿Y qué le pareció Franco visto así, en persona? -A mí me daba igual… Yo fui porque me lo propuso el maestro Quiroga, que era amigo, y cómo iba a decirle que no. Además, quién decía que no a una convocatoria de Franco (ríe con ganas). Nos pusieron a todos en una fila, unos 40 artistas, y Franco nos fue dando la mano. A los que pidieron una foto se la dieron y a los que nos quedamos callados como yo nos dieron un pillacorbata de oro con el escudo de la casa que por cierto a los dos años, en un camerino del Paseo de los Tristes de Granada, entró algún aficionado y se lo llevó como recuerdo. En fin, yo seguí con lo mío. Me contrataron para debutar en el Teatro de la Zarzuela de Madrid con la bailaora Mari Emma, que fue la que me reclamó. Y ya vino la cadena. Me contratan en El Corral de la Morería, que se acababa de inaugurar en Madrid, y allí, como te veía todo el mundo, me sale un contrato de fin de semana para participar en Radio Madrid en un programa que hacía Bobby Deglané. Maribel nos había puesto sobre la mesa de este luminoso salón de muebles art decó que son como piezas de museo, heredados de su familia, una botella de agua y dos vasos. Y ahora don Antonio se toma un brevísimo respiro -no quiere acabar muy tarde la entrevista, porque se van de celebración por el cumpleaños de uno de sus cinco nietos- para refrescarse la garganta. Y es digna de verse la elegancia con que escancia el líquido transparente en el vaso y lo coge, así de medio perfil, como el que luce en las carátulas de sus discos, y lo roza suavemente con los labios, repitiendo inconscientemente ese gesto que es casi ritual sagrado entre los buenos bebedores de vino. «Me crié en un ambiente de artistas y la única salida que vi fue echarme a cantar» -Así es que se afincó en Madrid durante una buena temporada, ¿no? -Sí, vivía en una pensión de la calle Libertad. Allí vivía también un profesor que me daba clases de francés y de italiano porque tenía proyectado irme a Oriente Medio. Un empresario francés que me había visto en El Corral de la Morería me propuso un espectáculo que pensaba llevar para allá, y como siempre he tenido una curiosidad insaciable, acepté, con otros artistas más. De modo que en 1958 estuve tres meses en Estambul, de ahí a Teherán -donde estando en el cabaret en que cantaba me llamaron para actuar en la fiesta de compromiso del sha y Farah Diba-, El Cairo, Damasco, Beirut… Después de año y medio volví a Madrid en diciembre y en enero de 1961 debuté en el Teatro Price. Era joven, muy inquieto y tenía una fuerza increíble, estaba siempre al pie del cañón. -Y eso incluía también grabar discos, reclamado por la casa Philips, que vio desde el principio aquello de que su voz era una mina. ¿Cómo le fue con la discográfica? -En el 56 mismo alguien me vino a buscar, estando yo todavía concursando en Córdoba. Pero Philips no tenía un estudio de grabación. Yo grabé en un teatro vacío, en el Teatro de la Comedia, de la calle Príncipe de Madrid. A las diez de la mañana, mientras una señora estaba limpiando. De pronto sonaba un portazo y vuelta a empezar de nuevo (ríe). Se estaba inventando el microsurco, por eso esas primeras grabaciones suenan tan mal. -Pero ahora la digitalización podría hacer maravillas con ellas. -Sí, ese fondo turbio puede ganar. Y en cualquier caso, al menos queda testimonio de los cantes. También grabé con Belter en el 63, en el Teatro Alcalá, porque tampoco tenía estudio. Más tarde grabé con Paco de Lucía en un estudio de Barcelona una antología de 48 cantes en cinco tardes, pero yo tenía 30 y algo de años, y Paco 20. -Menciona a Paco de Lucía y eso me recuerda que tanto en sus grabaciones como en las actuaciones en directo ha estado siempre acompañado de grandes guitarristas. ¿Cómo se ha llevado con sus acompañantes? -Muy bien. Yo iba en un espectáculo con Juan Valderrama y con Pepe Pinto, dos funciones diarias. Era meterse en el teatro a las cinco de la tarde y salir a la una de la noche para lo mismo recorrerte 500 kilómetros hasta el siguiente destino por carreteras de curvas infinitas de madrugada. Y en aquella larga convivencia trababas muy buenas relaciones. -¿Cómo conoció a Paco de Lucía? -Yo trabajaba con Ramón de Algeciras, hermano de Paco de Lucía, que era diez o doce años mayor que él, y en una ocasión me dice: «A ver si escuchas a mi hermano Paco». Y un día me lleva a la casa donde vivían en Madrid, en la calle Ilustración 17, y me presenta a Paco, un chiquillo jovencísimo. Estuvo tocando en su casa para que lo oyera y era una maravilla, pero me interesaba ver cómo se desenvolvía de acompañante. Entonces le echo valor y me lo llevo con un contrato que me salió para la sala de fiestas Atenas de Salamanca. Y bueno, aquello perfecto, como si me hubiera tocado toda la vida. Era un genio, se acopló perfectamente al gustito, a la tradición, a esa herencia ancestral. Estuvimos casi una década juntos y no tuvimos ningún problema. El maestro pontanés nació en 1932 y con 8 años ya era cantaor. / A. J. González -Además de en el programa de Bobby Deglané que antes citaba, intervino en otros muchos espacios radiofónicos y de televisión en su época dorada. ¿Se ha encontrado cómodo ante los micrófonos y las cámaras? -No es cuestión de que te guste o no, son compromisos que hay que cumplir. El artista tiene siempre el respeto, el susto, pero eso es cuando tienes dudas de cómo estás. El artista tiene que estar respetuoso y tímido, como yo soy por naturaleza, pero ha de tener el suficiente desparpajo para defenderse, si no es que no vales un duro. -¿Le ha llevado su carrera algún manager o se las agenciaba usted solo? -No, siempre ha habido representantes por medio, porque un artista no puede discutir de dinero. Cuando vas a cantar eso no está en tu mente, en tu mente está dar lo mejor que tienes, por eso tiene que haber alguien por medio que te diga a tal hora en tal sitio. -¿Está satisfecho de cómo se ha desarrollado su trayectoria profesional? -No me puedo quejar. Yo soy feliz porque me siento privilegiado. Haciendo lo que me gusta he podido criar a una familia numerosa, dar carrera universitaria a todos mis hijos. Eso es a lo que uno aspira. Aparte de su prodigiosa voz, este hombre reflexivo, sensible y dotado de una elocuencia natural, sin impostura y de poética musicalidad que para sí quisieran muchos oradores, es autor de buena parte de las letras de las canciones que ha interpretado. Y de algunas que han cantado otros artistas, como Juanito Valderrama (él, respetuoso, nunca emplea el diminutivo), Carmen Linares, Chiquetete o Camarón, cuyo primer LP preparó Fosforito junto al padre de Paco de Lucía, que también tocaba la guitarra. Escribió igualmente canciones para Marisol y Rocío Dúrcal, a quienes además daba clases de saber estar flamenco cuando lo requería el guión de sus películas. «Con Marisol fui a presentar su película Marisol rumbo a Río a Grecia -recuerda-, cuando se anunció el compromiso de Don Juan Carlos y Doña Sofía». -El poeta Pablo García Baena ha dejado escrito sobre usted, aparte de versos bellísimos, que su arte tiene resonancias lorquianas. Por su hondura, su saber estar sobre el escenario, y su dignidad flamenca. ¿Qué dice usted de eso? -(Más que decir, lo que hace es irse de nuevo a por papeles, escritos firmados por nombres tan reconocidos como Ricardo Molina, Félix Grande y otros que glosan su figura y su voz, de los que lee ante la grabadora algunos párrafos). Eso de García Baena es un piropo que me echa, pero ni mucho menos, qué más quisiera yo. Yo se lo agradezco a Pablo, a quien admiro mucho. -La crítica destaca que ha sido usted único en el arte de transmitir emociones al público, que escuchándolo se conmovían hasta las piedras. ¿Dónde está el secreto de esa sintonía? -No, eso no, yo no soy único en nada. Lo que pasa es que cuando se da todo lo que se tiene la gente lo agradece. Yo me he mostrado siempre como soy, y la gente te acepta a base de dar el corazón. -Quizá en demasía. Alguna vez le he escuchado que no ha sabido dosificar la voz ni la energía que entregaba en cada cante, y que al final esa entrega sin medida le ha pasado factura. -En ese momento de calentura es muy difícil reservarse. Puedes morirte de un ataque al corazón (ríe), da igual, porque estás flotando. -¿Y sabe valorarlo el público? Lo digo porque en una carrera de 70 años habrá habido de todo. ¿Le ha defraudado muchas veces el respetable? -El respetable es siempre el respetable. La predisposición de todo el mundo no es la misma, puede que alguno esté distraído, o que lleve una copa en el cuerpo, pero por regla general el público sabe distinguir la paja del trigo. A veces tú no estás bien, porque estás agotado, porque no te has recuperado de la actuación de la noche anterior, por lo que sea, pero el público sabe disculparlo. Yo he tenido mucha suerte con eso, puede que te vean regular, pero dicen «hay que ver cómo cantó tal día…». Lo que no quita que haya algún esaborío, como en cualquier orden de la vida. El público es respetuoso cuando se le da el alma. El alma está siempre con el artista, se queda con el que ha hecho el camino, no se hereda. O se tiene o no se tiene. «He sido un privilegiado en mi época porque he logrado vivir del mundo de artisteo» -¿Usted cómo se definiría como artista? -No lo sé. Yo he dado todo lo que tenía en cada momento, entregando el corazón a pedacitos. He sido sincero conmigo mismo, y por eso la gente ha premiado mi manera de ser, de expresarme. A veces me encuentro sorpresas agradables; por ejemplo, hace poco me llamaron para decirme que me iban a dar un premio aquí, en el Palacio de Cristal de Málaga, y resultó que era un premio… al «Más Malagueño», y además lo concedían por votación popular. Fíjese, yo que soy de Puente Genil, aunque es cierto que me casé con una malagueña y que vivo en Málaga desde hace muchos años, primero en Alhaurín de la Torre y luego aquí, en la capital. Pero es conmovedor que haya gente que te tenga en la memoria después de diez años sin cantar. Es para echarse a llorar de emoción, la verdad. No se atreve a definir su estilo, deja la tarea para otros, pero deja claro que lo tiene, y que eso es tan personal e intransferible que sería vano intento para cualquiera tratar de adoptar el aire de otro o imitarlo sin disimulo. «A mí no me ha interesado cómo cantaban otros, me interesaba lo que cantaban -explica-; la forma de administrar ese cante la ponía yo». -Sabido es que domina todos los palos, pero se habrá sentido más cómodo con unos que con otros, ¿no? -Prefiero un cante por soleá, por ejemplo, o tarantos, que se prestan a que uno se recree y haga cositas, pero no quiere decir que sean mejores ni peores. -Yo es que no entiendo qué fusión. Hay un canon de reconocimiento que han puesto otros hace mucho tiempo, que es la ortodoxia. Pero en cuanto algo no suena a eso está en una heterodoxia disparatada que deja de ser flamenco. Puede estar aflamencado y sonar bonito, pero es otra cosa. -De Antonio Fernández Díaz quedará una treintena de discos, monumentos a él dedicados en Puente Genil y Alhaurín de la Torre, y su nombre asociado a peñas, calles y plazas andaluzas. Además, en junio del 2013, el Ayuntamiento de Córdoba abrió en la Posada del Potro el Centro Flamenco Fosforito. Y pronto, como explicaba él al principio de la entrevista, se inaugurará en Puente Genil un museo dedicado a perpetuar la memoria de su ilustre paisano, al que se rinde homenaje con motivo de ese medio siglo transcurrido desde la creación en 1966 del Festival de Cante Grande Fosforito. -¿Cómo surgió el festival pontanés? -Pues como todos, y llegó a haber muchísimos, pero solo queda este, el de Alhaurín de la Torre y pocos más. Al principio eran cortitos, pero luego se alargaron y alargaron y ya llegó un momento en que te daban las claras del día, vamos, que estabas cantando con el sol en la cara. Horroroso. Yo había estado ya en mi pueblo llevando artistas de forma altruista a beneficio de las monjitas, y como Puente Genil es muy flamenco, llegó un momento en que acordamos con el alcalde de entonces crear un festival que fue creciendo. -Y lo celebran a lo grande, ¿no? -Sí, y hay que decir que lo han ido haciendo muy bien los distintos ayuntamientos, porque en torno al festival ha habido siempre un seminario con conferencias y eso le ha dado categoría. Este año están echando el resto por glorificar aquello, como se merece un pueblo tan flamenco como Puente Genil. Y el 14 de agosto se cumple el 50 aniversario. Esa fecha la puse yo, y lo hice pensando que, caiga en el día que caiga, al día siguiente será fiesta en todos lados, la de las vírgenes de agosto, y tendremos asegurada la concurrencia. -Y a propósito de su pueblo, retrocedamos a sus raíces. Hablaba antes de su padre, ¿pero y su madre, cómo la recuerda? -Mi madre era sevillana, de Marinaleda, y mi padre de Posadas. Mis hermanos y yo (éramos seis, yo el quinto) nacimos en Puente Genil, pero allí no tengo familia. Lo que tengo son amigos de siempre, de toda la vida. -¿Qué recuerdos guarda de su infancia? -¿Recuerdos de infancia? Es que entonces era todo tan difícil, pasábamos tantas fatigas… La guerra me cogió con cuatro añitos y de eso ni le voy a hablar. -¿Por qué? ¿Tan traumáticos son los recuerdos? -No viene a cuento que yo cuente cómo llevaban a matar a la gente a las paredes del cementerio, o la tiraban quejándose aún viva al río. Son tragedias que se vivieron en todos los pueblos. Entraban unos, entraban los otros, había que tener un lazo de uno u otro color… Recuerdo a mi abuela Dolores, que se asomó a un balcón, le rozó una ráfaga de bala y la vi con la cabeza ensangrentada. Y recuerdo a mi familia y a mí huyendo por el campo hacia un cortijo y una avioneta tiroteando a la cantidad de gente que íbamos, entre ella a nosotros. Pero no sigo por ahí, no tiene sentido. -Pues hábleme de recuerdos bonitos, como las nanas que cantaba su madre, que le hicieron literalmente mamar el flamenco. -(Ríe) Sí, cantaba unas nanas… Hace 15 o 20 años, el maestro Odón Alonso me llamó al teatro Cervantes porque quería montar La Tempranica, una partitura del maestro Jerónimo Jiménez, músico sevillano del siglo XIX creador de músicas maravillosas. En esa partitura hay una nana, y Odón Alonso se puso a tocarla al piano y me dijo: «Quiero que me hagas esta nana», y nada más oír los primeros compases empecé a cantársela y se quedó asombrado de que la supiera. Le tuve que explicar que la cantaba mi madre, y que seguramente Jerónimo Jiménez la tomó del pueblo. «Este niño chiquito no tiene cuna -empieza a entonarla con los ojos vidriosos-, tu padre es carpintero y te va a hacer una». -¿Y el suyo? ¿Cómo era Fosforito padre? -Cuando yo nací, él tenía 34 años, era muy joven todavía. Había sido cantaor en Sevilla, cantaba muy bien la soleá. Yo lo he visto con Marchena en el balcón de mi casa, una casa de cuarenta vecinos, cantando día y noche. Y como en mi casa no cabíamos, una casa con dos habitaciones en la que vivíamos ocho, yo dormía en el fondo de los carros que iban al mercado. Así que pronto, muy pronto, empezó a buscarse la vida con las únicas armas que tenía, su voz y el tirón del flamenco, que conjugadas llamaban la atención de todo el que lo escuchaba. Con 12 años cantaba en las ferias de los pueblos cercanos, y un año después actuaba en la plaza de toros de Ronda y en cualquier sitio donde su arte encontraba acomodo. Siempre, aun siendo tan joven, con esa hondura y ese saber estar sobre el escenario; una compostura especial que a veces nos devuelven los espacios nostálgicos de la televisión y las fotos de archivo, donde Fosforito aparece muy erguido, en un punto medio entre el orgullo y la modestia, entregándose en cuerpo y alma a un cante. «No nací en el concurso; antes ya tenía aprendizaje por los caminos reales del cante» -¿Por qué se fueron a Málaga? -Porque mi mujer es malagueña de nacimiento. Aunque por obligaciones vivíamos fuera de Málaga, siempre que iba a dar a luz volvía a su tierra. Ya casados se vino a Nueva York, trabajando de bailaora, luego también trabajó conmigo en la compañía de Juan Valderrama. Pero perdió el primer hijo que esperábamos y se retiró de los tablaos. Y luego llegaban los veranos y nos veníamos para acá para hacer yo los festivales, hasta que pensé que dónde iba a estar mejor que aquí en Málaga. -¿Cómo se conocieron? -Yo vine a Málaga en marzo de 1962 a actuar en el teatro Royal. Maribel era bailaora, iba a la academia de doña Angelita y bailaba con Pepito Vargas. Hay por ahí fotos maravillosas de esa época. Yo tenía 30 años, y ella 16. Vino a pedirme una foto y… Yo era un hombre soltero, pasado de vivencias, y de no haber conocido a Maribel no me habría casado nunca, estoy prácticamente seguro, porque estaba muy bien como estaba. Pero la vi a ella y ahí me quedé. Volví a Madrid, a ella le salió un contrato también para Madrid, en la sala Las Brujas. Estuvimos dos años de novios y en el año 1964 nos casamos. Y como por entonces le daba clases a Rocío Jurado, Luis Sanz, su descubridor, se empeñó en que ella fuera la madrina. Y el padrino fue Edgard Neville, dramaturgo y director de cine que había hecho una película magnífica, Duende y misterio del flamenco, con Pilar López y Antonio el Bailarín. Le puso un cochazo a la novia que no vea la que se lió en el barrio del Perchel, donde vivía ella. -¿Nunca se ha planteado establecerse en Córdoba, tierra flamenca donde las haya? -Bueno, me encantaría. Pero aquí no se está mal. -¿Cómo se imagina el futuro del flamenco? ¿Hacia dóndeevolucionará? -El flamenco pasa por ciclos, le toca vivir épicas, en función de la categoría de los artistas. No sabemos, habría que ser futurólogo para adivinarlo. Ahora hay gente muy buena, pero está un poco más difuso. -¿Y su futuro, cómo lo ve? -Como cantaor, mi futuro pasó ya la última página. Hace unos años la Diputación de Córdoba me ofreció dar un ciclo de conferencias sobre flamenco que di ilustrándolas con cantes junto a un guitarrista, pero creo que ya no podría hacerlo. No me atrevo a tanto. -¿Tiene miedo a la muerte? -No, lo natural... Hay una letra por seguiriyas que dice: «No le temo a la muerte, morir es natural/ lo que temo son las cuentas tan grandes/ que a Dios le he de dar». El flamenco resume muchas cosas.
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