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Parana » Informe Digital
Fecha: 31/10/2025 02:21
 
                            La figura de Javier Milei se potenció por una confluencia de factores: una carambola de incendios que se encontraron en el momento y el lugar precisos. A este Frankenstein criollo lo alimentaron un megaempresario que controla parte de un canal —con el rating y los clicks que premiaron su verborragia descontrolada—; un peronismo que, al ver desbandarse a su propio gobierno, optó por inflar al libertario para dividir a la oposición; los sectores afines a los Macri que lo usaron para llevar el debate público hacia extremos; una pandemia que descolocó todo; una crisis económica gigantesca y una larga lista de causas más. Pero hay una razón que las atraviesa, las antecede y las explica: la principal proteína que hizo emerger al economista fue la subestimación. Milei creció en esa sombra. Humillado por su padre, bullying en la escuela, sin reconocimiento académico, relegado en el fondo de Corporación América —“el siberiano” lo llamaban, por la oficina distante que le asignaron—, rechazado por muchos sectores. Ser percibido como un paria, como un “loco”, fue siempre su hábitat natural. Era previsible que esa dinámica se agravara cuando decidió entrar a un terreno que no conocía y que había jurado no pisar hasta que una supuesta revelación divina cambió sus planes. “Fenómeno barrial” fue el slogan que lo bautizó en su primera campaña, y el libertario nunca lo olvidó. No es una figura retórica: “Me vienen bajando el precio hace años”, dijo en una de sus primeras declaraciones tras ganar la elección legislativa, en una nota con Alejandro Fantino. La historia del ascenso de Milei al poder se podría leer a través de esa lupa. En 2021, con la intención de restarle votos a Juntos por el Cambio, el peronismo lo ayudó con la burocracia necesaria para constituir un partido; en 2023 le brindó apoyos económicos, logísticos, humanos y técnicos, y hasta lo subió al ring político —basta recordar el acto de CFK en el Teatro Argentino de La Plata en abril de 2023—. Macri lo recibió en Acassuso convencido de que podría controlarlo después gracias a sus números en el Congreso. A eso se suma una larga lista de periodistas que le dieron espacio en sus programas y relativizaron cada uno de sus exabruptos con un “bueno, así es Javier”, y empresarios que le palmeaban la espalda o le aportaron decenas de miles de dólares esperando que instalara en la agenda temas que ellos no se animaban a pronunciar en público. La lista es extensa, pero la moraleja es la misma: la convicción de que al “loco” se lo podía manejar a distancia, usar cuando conviniera y luego devolverlo al pozo oscuro del que vino. Pocas cosas ayudaron tanto a Javier Milei como la idea de que Javier Milei no era más que un chiste. Esta moneda tuvo siempre dos caras: junto a la subestimación del libertario nació también la de sus votantes. Vírgenes, fachos, locos, estúpidos, gorilas, garcas, inconscientes, crueles, hijos de puta o directamente discapacitados. Gente que no sabía lo que hacía ni por qué lo hacía. Esa doble operación impedía ver con claridad lo que se estaba gestando delante de todos. ¿Qué cambió dos años después? ¿Qué enseñanzas deja la contundente victoria de La Libertad Avanza en las elecciones de medio término? Propongo algunas respuestas. Las crisis económicas, sociales y políticas que hicieron surgir a Milei siguen vigentes. Me atrevo a decir que están incluso peores, y son consecuencia de este mismo Gobierno. Y es posible que empeoren y aun así vuelvan a ganar en 2027. ¿Por qué? Por la misma razón por la que triunfaron en las dos elecciones previas: ante un vacío enorme de novedades, ofertas, horizontes, proyectos, formas, convicciones y rostros en otros espacios, la figura del libertario resalta. Aunque se presente como un chiste grotesco —promoviendo la compra-venta de órganos, desbordándose en un estudio de televisión, recibiendo el supuesto consejo de un perro inexistente o aullando en el Movistar Arena—, aún un chiste grotesco es más gracioso que diez años de gobiernos fracasados. Ahora bien, al igual que en 2023, los votos a Milei no se explican solo por el odio, la bronca o el miedo. Aunque esos factores están presentes —¿quién no está enojado en un país empobrecido? ¿quién no teme por el futuro?—, no alcanzan para explicar el fenómeno. Las explicaciones unicausales son, otra vez, formas elegantes de subestimar tanto al fenómeno como a sus votantes y a las novedades que traen. Y esas novedades son varias, sobre todo si se comparan con otros partidos o con la principal fuerza opositora. Aquí empiezan a surgir razones que explican el voto al proyecto libertario. Los dos años de Gobierno trajeron un ajuste profundo acompañado de una parálisis económica, pero también algo inédito: un Presidente que anuncia medidas y esas medidas efectivamente ocurren, una rareza tras la impotente experiencia del Frente de Todos. Milei hizo del ajuste una de sus banderas de campaña —tan internalizada por sus votantes que el día que asumió empezaron a cantar espontáneamente “no hay plata” en la plaza del Congreso—, junto con la promesa de bajar la inflación. Ambas cosas se produjeron. El consumo y el poder adquisitivo cayeron, el desempleo, el endeudamiento intrafamiliar y el promedio de horas de trabajo diario aumentaron; en suma, llegó el ajuste y mucha gente vive peor, pero al menos una variable quedó bajo control. Para quienes sufren privaciones hace tiempo, esta crisis no es una novedad sino parte de un paisaje que está cerca de la mayoría de edad. Para quienes ya transitaban penurias, la inflación del último gobierno peronista fue demoledora. Para esa mayoría, la política se volvió un ruido molesto que trae casi siempre malas noticias desde la televisión o el teléfono. La mayoría solo desea vivir mejor mañana. Al menos ahora uno de esos tormentos parece haberse calmado. Hay matices que conviene notar. Uno es que sin el contexto internacional —sin la figura de Trump en aquel escenario— el precario plan económico hubiera estallado antes de llegar a las urnas. Y la intervención se produjo con una amenaza explícita sobre el destino electoral. Otro matiz: es verdad que la gran mayoría de los votantes de Milei no vive mejor hoy que hace dos años. Pero aquí creo que no alcanzan las categorías de “crueldad” o “antiperonismo” para explicar su reelección. Es decir, ¿qué otra alternativa tenían? ¿Qué se les ofrecía si no era Milei? De nuevo el espejo de 2023: en aquel momento se les ofreció al electorado a un ministro de Economía responsable de una inflación del 230%. ¿Quién está más “loco”? ¿El que habla con Conan en el más allá o quienes propusieron ahora una versión avergonzada de aquel Frente de Todos? ¿En qué se diferencia ese oficialismo de esta “Fuerza Patria”? Si ni siquiera los propios candidatos podían explicarlo —resumido para la historia con la consigna tuitera “do nothing, win”—, ¿cómo iban a entenderlo los votantes no sobreideologizados? ¿por qué deberían sentirse convocados, representados o comprometidos? Los “Gordo Dan” son el 1% del electorado libertario, o quizá menos. Casi nadie celebra las imágenes de las represiones a jubilados o los recortes en el Garrahan, pero son sacrificios que muchos aceptan siempre y cuando no exista una alternativa más atractiva. Y esa alternativa parece muy lejana, sobre todo para un peronismo que da la sensación de haberse quedado anclado en un mundo que ya no existe. Una última reflexión, en tono autorreferencial para reconocer la dificultad de juzgar a Milei y a quienes lo votan con la medida justa. Desde mi primera cobertura de su campaña hasta el día en que llegó a la Presidencia, pasé horas intentando sostener que el hombre y sus votantes no eran en absoluto un “fenómeno barrial”. El día del cierre de listas de estas elecciones, a fines de junio, escribí en esta revista en ese mismo sentido: “Roto, violento, inestable y místico, sus votantes traducen todo eso como una oferta nueva. Distinta. Alguien tan convencido de sus ideas -con una honestidad brutal tal como para proponer la compraventa de órganos o de niños- que logra contagiar. Crear eso que los analistas llaman ‘relato’, la idea de que hay un norte al que se puede llegar. Y ese objetivo es fácil de entender y parece posible, y por eso hasta candidatos insólitos como la otrora novia ficcional de Ricardo Fort, una ex modelo playboy o uno de los entretenedores de Neura se convierten en opciones electorales potables”. No obstante, la mañana del domingo 26 de octubre me levanté convencido de que el Gobierno iba a tener una mala elección. Los escándalos de corrupción, la interminable interna, una crisis cambiaria que terminó en una súplica ante Estados Unidos, los distintos desvaríos presidenciales y sobre todo el mal desempeño económico me llevaron a esa certeza. Sin embargo, la máxima volvió a imponerse: no hay que subestimar al libertario y mucho menos a quienes lo eligen. Tienen razones de sobra, al menos hasta que surja otro fenómeno que conecte con esta época. Aquí los roles pueden invertirse: el libertario tampoco debería sobreestimar su victoria. Aunque el peronismo parezca desconectado de esta Argentina, una crisis económica sin solución y el desgaste del gobierno actual son un caldo de cultivo ideal para otro outsider. Ese final sería apenas un capítulo más en esta historia de ciencia ficción llamada Javier Milei. Galería de imágenes En esta Nota
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