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» Clarin
Fecha: 03/10/2025 06:31
Las musas son fantasmas. Etéreas, silenciosas. Objetos. Pero, pese a los esfuerzos en la historia del arte tradicional, Gala Éluard Dalí no fue nada de eso. Trataron de retratarla genios. Pero, en todo caso, se la puede definir como una mujer que se escribió a sí misma en las biografías de quienes la amaron y a quienes amó a su manera cero convencional: principalmente, el poeta Paul Éluard y el pintor Salvador Dalí, ambos figuras del surrealismo. Gala nació como Elena Ivanovna Diakonova en Kazán, ex imperio ruso, en 1894. Vivió parte de su infancia en Siberia, donde Iván, su padre, era funcionario en un ministerio. Cuando ella tenía 11 años, Iván murió. Con 4 hijos, la mamá, Antonina Deulina, volvió a casarse con el abogado moscovita Dimitri Gomberg, a quien Gala quiso muchísimo. Cécile y las pasiones En Moscú, Gala creció entre más libros, poetas, arte. A los 19 años se enfermó de tuberculosis y la internaron en una clínica suiza. Allí también se trataba Paul Grindel, quien se rebautizaría Éluard. Se dice que allí Gala terminó de convencer al futuro "poeta de la libertad" (conocido así por una obra que escribió en medio de la Segunda Guerra Mundial y que fue símbolo de resistencia a los nazis) de que se dedicara a escribir. Como sea, tras el alta, Gala volvió a Rusia. Pero durante la Primera Guerra, con poco más de 20 años, cruzó parte de Europa en llamas para instalarse con Éluard en París. Gala y Paul Éluard. Foto: archivo En Francia nació Cécile, la hija de ambos. Cuando la nena cumplió 11, Gala se fue a Cataluña con Dalí. Prácticamente la criaron Paul É. y la abuela paterna. Se dice que Dalí le mandaba regalos en secreto a esa chiquita que a los 3 años había pintado su rival preferido: Picasso. En 1948, cuando Cécile ya tenía 30 años, Éluard le escribía a Gala: “Aunque es una mujer bastante dura, llora cada vez que habla de ti”. Gala y Cécile, su hija. Foto: archivo Una escena clave de Gala y Paul Éluard enamorados aparece en distintas biografías. Se disfrazan de una popular pareja de payasos tristes para un baile. Hay foto y cuesta distinguirlos. “Verdaderamente nos hemos mezclado: tú eres yo y yo soy tú”, le marcó ella en una carta. Como sea, con Éluard, Gala jugó con el filo de las palabras y las pasiones mientras posaba para Max Ernst –con quien vivieron un trío enfermizo-, Man Ray y otros. Se amaron, se ayudaron, escribieron juntos, se mimetizaron y se destruyeron. Salvador En tanto, apareció Salvador. Se conocieron en 1929 en Cadaqués, Cataluña. Ella tenía 35 años y él, 25. Gala era carne, tierra, instinto. Dalí, se sabe, delirio. Y, en esa época, un pintor aún desconocido. Gala y Dalí. Foto: archivo Muchos dicen que Gala explotó a Dalí. Que fue madrastra y contadora. Otros, que lo ayudó a organizar las ideas y se ocupó de galerías, contratos y plata. Gala y Dalí. Archivo. Lo concreto es que Dalí firmó “Gala-Salvador Dalí” varias piezas. Y que pintaba y pintaba a Gala. La repetía como un rezo. En su obra, ella es virgen, santa, diosa -además de origen, cuando la representa en sus obras inspiradas en átomos-. Galatea en creación. Foto: AFP Lo de Gala como divinidad se suele explicar por el hecho de que Dalí usaba en su trabajo estructuras de la iconografía religiosa. Pero, además, se podría atribuir a que Gala siempre ponía kilómetros de distancia. Como si creara un mito. Dalí le compró un castillo en el pueblito de Púbol pero él no podía visitarla sin una invitación escrita. Para Gala, lo sagrado era poder ser ella misma. Cayera quien cayera. Gala murió a los 87 años. Fue creadora -dejó sus memorias publicadas recién en 2011 por la Fundación Gala Salvador Dalí-, co-creadora, madre ausente, esposa devoradora y empresaria astuta. Ególatra. Abierta. Aunque, si a Gala le cupiera una etiqueta, me interesa la de eterna niña solitaria en la nieve de Siberia. Una extranjera perpetua, a la intemperie helada, inhóspita, siempre.
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