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» Noticiasdel6
Fecha: 30/09/2025 14:20
En un contexto donde se discute si el asesinato de tres jóvenes —desmembradas y con mensajes inscritos en sus cuerpos, transmitido además a través de redes sociales para un grupo cerrado— debe considerarse femicidio, quienes levantamos las banderas del feminismo nos reunimos para seguir debatiendo y visibilizando los derechos de las mujeres, que aunque reconocidos legalmente, muchas veces permanecen solo en el papel. Como alertó Simone de Beauvoir: “No olvidéis jamás que bastará una crisis política, económica o religiosa para que los derechos de las mujeres vuelvan a ser cuestionados. Estos derechos nunca se dan por adquiridos, debéis permanecer vigilantes toda vuestra vida”. Ex diputada, abogada, coach ontológica y referente social, Silvia Risko reflexiona sobre el peso de la autoexigencia, el rol de las mujeres en política, la violencia patriarcal en sus múltiples formas y los desafíos de sostener conquistas feministas en un contexto de retroceso. “Estoy tratando de bajar el ritmo de mi vida, pero no puedo”, confesó en la entrevista exclusiva sobre feminismo, poder y autoexigencia. La frase, tan cotidiana como reveladora, abrió un debate sobre cómo las mujeres cargamos con presiones que no siempre se notan, pero que definen nuestra manera de habitar el mundo. Entrevista Periodista: En la charla dijiste algo muy íntimo: que tratás de bajar el ritmo de tu vida, pero no podés. ¿Qué significa esa autoexigencia? Silvia Risko: Es algo que me atraviesa todos los días. Estoy intentando vivir más despacio, pero me resulta imposible. Y ahí aparece la autoexigencia: las mujeres sentimos que debemos demostrar permanentemente que podemos con todo. Esa carga es invisible, pero pesa. —¿Creés que esa autoexigencia está ligada al hecho de ser mujer? —Sí, totalmente. Ser mujer implica demostrar el doble en cualquier espacio. Cuando llegás a lugares de poder, lo primero es que no te creen capaz. Y para que te tomen en serio, terminás adoptando modos masculinizados. Es un mecanismo de defensa, pero también una trampa: para pertenecer, muchas veces dejamos de ser nosotras. —En tu discurso insistís en que las palabras importan. ¿Por qué? —Porque las palabras construyen realidad. Yo trabajo con coaching ontológico y aprendí que lo que decimos marca lo que somos. Cuando repetimos “nosotras podemos solas”, nos estamos aislando. El feminismo no es una competencia individual, es un entramado de redes. —¿El patriarcado es solo lo que ejercen los varones? —No, para nada. El patriarcado tiene mil caras y está tan internalizado que lo reproducimos también las mujeres. Crecimos en un sistema que nos enseñó a invalidarnos y a competir entre nosotras. La lucha es también hacia adentro. —Hablaste del poder de lo colectivo, incluso con ejemplos muy cotidianos. —Sí, me gusta hablar de la sincronía menstrual como metáfora: cuando un grupo de mujeres convive mucho tiempo, los ciclos se sincronizan. Eso muestra que nuestros cuerpos también se encuentran. El poder de lo colectivo es ese: cuando estamos juntas, pasa algo distinto, mucho más fuerte que lo individual. —En política, mencionaste que las mujeres suelen ser utilizadas. ¿Cómo es eso? —El sistema político nos usa. Cuando conviene, nos ponen de adorno; cuando no, nos descartan. Incluso cuando una mujer conduce, como Cristina Fernández, igual la invalidan: fue presidenta dos mandatos y aún así muchos prefieren referirse a ella como “la esposa de Néstor”. Siempre que hay que cargar con el costo de un escándalo, el golpe cae sobre una mujer. Pasó con María Julia Alsogaray en los ‘90: la convirtieron en símbolo de corrupción, como si no hubiera varones detrás de cada negocio. Pasa también con Cristina, reducida mediáticamente a procesos judiciales cargados de estigmatización. Y lo vemos con Karina Milei: más allá de que no ocupe un cargo electivo, sobre ella recae buena parte del costo político de las decisiones del gobierno de su hermano. En el caso puntual de Rita Flores la acompañé a la ratificación judicial, fui solo de sostén: no es solo presencia física, sino cómo una mujer puede estar para otra en los momentos difíciles. Nos convierten en chivos expiatorios porque somos el eslabón más débil. Eso también es patriarcado. —¿Cómo entra la economía en este análisis feminista? —El empoderamiento femenino cambió la natalidad en todo el mundo. Cuando las mujeres tenemos educación y acceso a anticoncepción, decidimos cuántos hijos queremos tener. Y eso impacta en la economía: menos nacimientos significan menos mano de obra y menos consumo futuro. Al capitalismo no le conviene que las mujeres decidamos. Por eso la reacción patriarcal es tan feroz: nos quieren devolver al lugar de productoras de mano de obra barata. Los únicos pueblos que nos pasamos es dejar de garantizar al sistema la mano de obra barata pariendo hijos a diestra y siniestra y sin ocuparnos de nosotras. —La salud femenina es otro punto que señalaste. ¿Qué falta ahí? —Muchísimo. La menopausia recién empezó a investigarse en este siglo. Y la doble jornada de cuidados está provocando que aumenten las enfermedades cardiovasculares en nosotras. La carga de cuidados enferma. Pero mientras tanto, la medicina sigue estudiando más el cuerpo masculino que el femenino. —¿Qué papel juegan los medios de comunicación en todo esto? —Son centrales. En Misiones, muchas veces la mujer aparece como decorativa: en la sección rosa, con escotes, como acompañamiento. No tenemos suficientes periodistas políticas mujeres. Y cuando se cubren casos de violencia, se tiende a revictimizar. Necesitamos medios con perspectiva de género y capacitaciones reales, como propone el INADI. —Dora Barrancos suele decir que hay un feminismo por cada mujer. ¿Coincidís? —Comparto totalmente. Solo hace falta que alguien te muestre la luz detrás de la puerta. Te corresponde, es tuyo. De vos depende cruzarla, pero primero hay que descubrir que está ahí. Y esa es la importancia de la red: que no te deje a oscuras. —¿Y qué queda para las nuevas generaciones? —Ellas son la esperanza. Nosotras somos una generación bisagra, pero las chicas de hoy ya no piden permiso: se empoderan distinto, con más libertad. Nuestro desafío es acompañarlas, darles herramientas y memoria. Porque si algo enseña la historia es que los derechos que conquistamos pueden perderse. Y no podemos permitirlo. (Entrevista y texto Gentileza: Mónica Gómez)
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