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Parana » Informe Digital
Fecha: 28/09/2025 13:41
Robert Spaemann fue un filósofo alemán reconocido por su vasta obra y por polémicas que lo enfrentaron a otros pensadores e incluso al papa Francisco. Su confrontación desde la adolescencia con el régimen nazi se presenta como el dilema de una sociedad —la alemana— que durante años simuló no ver lo que ocurría. Si un joven decidió desertar del ejército para no ser cómplice de lo que sucedía, ¿cómo es posible que una mayoría social y dirigencial luego alegara no saber el daño que aquella locura autoritaria provocaba en su propio país? Pasó en Alemania, aquí y en otros lugares. Y sigue ocurriendo. Puede tratarse de un mecanismo de defensa colectivo frente a lo que se considera irreversible, o de un pacto implícito que autoriza cualquier medio para alcanzar determinados fines. En ambos casos, la sociedad termina buscando chivos expiatorios a quienes atribuir la culpa. Normalizar a Trump. Hoy en Estados Unidos se intenta con insistencia normalizar a quien dirige sus destinos: Donald Trump. En su discurso ante la ONU volvió a parecer el personaje de aquella comedia de Woody Allen en la que un trastornado llega a gobernar un país del Caribe. Primero insinuó una conspiración del organismo internacional porque las escaleras mecánicas dejaron de funcionar justo cuando él y su esposa subían, y porque al llegar al atril el teleprompter no funcionaba. Luego atacó por igual a enemigos y aliados y, en su característico tono hiperbólico, afirmó: “Sus países se están yendo al infierno. Yo soy el único líder capaz de resolver los problemas del mundo, soy muy bueno en esto”, “El cambio climático es la mayor estafa jamás perpetrada en el mundo”, “Conmigo, Estados Unidos vive una era dorada, vuelve a ser respetado en el mundo, hasta hace poco se burlaban de nosotros”, “Todo el mundo dice que debería recibir el Premio Nobel de la Paz. Puse fin a siete guerras interminables. Es una lástima que yo haya tenido que hacer estas cosas en lugar de que las hiciera la ONU”. También aseguró que el alcalde de Londres busca implantar la ley islámica en la capital británica y dijo que, tras un cruce de 39 segundos con Lula en un pasillo, ahora le caía simpático (“Parece un hombre muy agradable, tuvimos buena química”), luego de meses de ataques y de inmiscuirse en asuntos internos de Brasil. En su encuentro con Javier Milei, lo apoyó para ser reelecto presidente en las próximas elecciones que, como es público, son legislativas: “Estoy respaldándolo para presidente. Como saben, se acerca una elección y estoy seguro de que le irá bien”. Además, señaló que Alberto Fernández era “un presidente de izquierda radical, muy parecido al corrupto Biden, el peor presidente en la historia de nuestra nación”. Abusados abusadores. ¿A quién remite el histrionismo de Trump —esa sensación de ser el mejor y de estar rodeado de “zurdos” y enemigos demonizados? ¿A quién se parece este hombre que se autopostula como candidato al Nobel de la Paz mientras agrede a la prensa y a quienes piensan distinto, con hostilidad y comportamientos públicos extraños? Las similitudes entre Trump y Milei son muchas. Ninguna, sin embargo, es de orden ideológico. Uno es un proteccionista típico, un industrialista de perfil conservador como gran parte del Partido Republicano. El otro rechaza cualquier traba estatal: es un anarcocapitalista que desprecia a los industriales y a cualquier medida que los proteja frente a la competencia extranjera. Para un proteccionista como Trump, no hay nada mejor que contar con un aliado librecambista dispuesto a abrir su mercado local y a consumir sus productos. En el resto, suelen coincidir. En primer lugar, ambos alcanzaron popularidad gracias a la televisión. El estadounidense lo hizo con el reality El Aprendiz, donde parecía disfrutar al humillar a sus participantes. El argentino, como panelista de numerosos programas, se hizo notar por confrontar a cualquiera. Sobre el poder de la TV, el mismo Robert Spaemann señalaba: “La televisión destruye sistemáticamente la diferencia entre lo normal y lo anormal, porque en sus parámetros lo normal carece del interés suficiente. Su criterio no es la difusión de valores y principios sino provocar el mayor impacto”. La crueldad que los acerca también puede rastrearse en los abusos sufridos en la infancia. Víctimas que se transforman en abusadores. Lo de Milei es público porque él mismo lo relata. La historia de Trump emergió cuando su sobrina Mary Trump, en su libro Cómo mi familia creó al hombre más peligroso del mundo, reveló una trama familiar oscura con un padre abusador y sociópata. Copia. Los estrategas electorales sostienen que trabajan sobre el cliente que les toca. Santiago Caputo identificó las patologías de su candidato como la ocasión para subirse a una ola global que demandaba liderazgos extravagantes y “anticasta”. Era lo que describía Giuliano da Empoli en Los ingenieros del caos, donde estudia a Trump como un caso emblemático de populismo disruptivo. Con un cliente como Milei, que comparte y magnifica con naturalidad muchas conductas psicológicas del republicano, Caputo diseñó un producto electoral a su imagen y semejanza. Así replicó los insultos y vulgaridades de Trump, la construcción de enemigos imaginarios (los inmigrantes), los proyectos faraónicos para generar debate (el muro con México, la compra de Groenlandia, la anexión de Canadá), la campaña contra el establishment tradicional (como la ONU y la OMS), la estrategia de polarizar a la sociedad, las invocaciones repentinas a Dios y el acercamiento a grupos religiosos, el uso intensivo de redes sociales, la difusión de fake news (afirmar que Obama nació en Kenia o que puso fin a guerras inexistentes) y el aprovechamiento de la indignación social como motor político. A la traducción argentina de Trump a Milei no le costó esfuerzo: comparten un ADN disruptivo y un genuino cholulismo hacia alguien exitoso en lo empresarial y político. Por eso imita sin dificultad lo que el otro hace. Insulta, siembra sospechas sobre inmigrantes y homosexuales, promete quemar el Banco Central o llega a elogiar a la mafia y a Al Capone, desafía a la ONU, a la OMS y a Davos; polariza con los “kukas”, exhibe un misticismo más intenso que el de Trump y coquetea con distintas religiones, vive pendiente de las redes sociales y repite la propagación de noticias falsas (acusa de kirchneristas a antikirchneristas y de ensobrado a quien lo critica, o promociona criptomonedas inexistentes). No-normales. Mientras en Estados Unidos con Trump y aquí con Milei se realiza un gran esfuerzo por presentar todo esto como normal, ambos líderes trabajan cada día para demostrar lo contrario: que no pueden ni quieren ser normales. Uno de estos líderes no-normales pidió al otro una ayuda extraordinaria y urgente. Y el otro, que tampoco cuenta con muchos aliados fieles en el mundo, respondió de inmediato que sí, aunque aún no se conocen bien los detalles ni las condiciones de esa asistencia. Hacer la vista gorda no es lo mismo que ser cómplice, aunque en la práctica puede resultar muy parecido. En la dolorosa historia argentina aprendimos bien cómo se escenifica la vida de un país “normal”, aun durante una dictadura. Eso dura hasta que los Spaemann de la vida dejan de ser minoría y la escenografía de esa falsa normalidad queda al descubierto como un simple papel pintado. Si nos guiamos por las elecciones celebradas hasta ahora, eso parece estar empezando a ocurrir en la Argentina.
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