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» LaVozdeMisiones
Fecha: 22/09/2025 05:02
Por: Fernando Oz @F_ortegazabala Los otros días me crucé de casualidad con una fuente del ámbito educativo que no veía desde hace diez años, aunque solemos estar comunicados por WhatsApp. Fue en la fila hacia una de las cajas del California de la calle Santiago del Estero. Hablamos un rato y nos fuimos por un café al bar del Cali. Hombre culto del norte de la provincia, una treintena de años en la docencia, por lo menos la mitad como maestro rural. Desistió de apuntar a un cargo directivo el día que perdió una interna gremial y se puso de punta al jetón del intendente del momento. Ahora tiene un solo grado por la mañana y por la tarde atiende una librería. Peronista, hincha de Boca. Dos hijos jóvenes estudiando en la universidad pública y una esposa profesora de historia en una escuela secundaria, también estatal. La cuestión es que me contaba los problemas administrativos y contables en el Ministerio de Educación del Cantón, ni qué decir de los desmanejos en el Consejo de Educación con acomodos, hostigamiento laboral y curros con cooperadoras. Miren, conozco a este tipo hace una veintena de años, además no tengo porqué no creerle, es mi amigo. Sí, lo sé, en el párrafo anterior había dicho que era una “fuente”, pero suelo caer en uno de los peores pecados del periodista: terminar convirtiéndose en amigo de una fuente. Así, coleccioné amigos de todo tipo de color y calaña. Pero volvamos al camino. Durante la charla en el Cali, el maestro también me contó que plata hay y que Carlos Rovira viene poniendo mucha guita en Educación. El problema es que siempre aparece algún cardumen de inútiles que la administra mal o se la afana. También hay factores exógenos, como cuando pasa el devorador Estado Nacional con más hambre de lo habitual y se come la mayor tajada de nuestros impuestos. Mi amigo, el maestro desencantado de una clase dirigencial mediocre, decía que la estrategia de la renovación siempre fue sostener y fortalecer la educación y la cultura en Misiones, y que eso se lo evidencia, aún más, cuando se observa el contexto nacional. Contaba, que un reciente informe del Observatorio de Argentinos por la Educación reveló que, entre 2004 y 2021, la mitad de las provincias argentinas redujo la proporción de su presupuesto destinada a educación, encendiendo alarmas sobre el futuro del país. Mientras la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y Mendoza lideraron ese ajuste (con caídas de 8,8 y 7,3 puntos porcentuales, respectivamente), Misiones se destacó: aumentó su inversión educativa con relación a su Valor Agregado Bruto en 5,9 puntos, situándose junto a Catamarca entre las que más esfuerzo fiscal realizaron en el sector. Este dato no es menor si consideramos que el 75% del financiamiento educativo depende de los gobiernos provinciales y que la ley nacional fija como meta, aún lejana, el 6% del PBI para educación. Además, el informe señala que el 78% del presupuesto educativo se destina a salarios, mientras que la inversión en infraestructura sigue siendo marginal, lo que demuestra la necesidad de mejorar tanto el monto como la calidad del gasto. En este escenario desigual, la apuesta del misionerismo por ampliar la inversión educativa marca una diferencia fundamental. La historia demuestra que quienes priorizan la educación, incluso en tiempos de crisis, resisten mejor y abren caminos de esperanza. Sin embargo, pese al esfuerzo evidente, aún estamos en deuda con toda la familia docente. Esa deuda es estatal, política y social: todavía falta reconocer en hechos concretos la dignidad, formación y vocación de quienes sostienen la escuela pública día a día. Hoy, la política parece reducirse a la administración de crisis y la gestión de miserias. Por eso, tenemos el deber de exigir que se redoblen los esfuerzos presupuestarios en Educación. El caso de Misiones lo ejemplifica: Passalacqua proyectó para el próximo año un aumento del 36,6% para el área, alcanzando un presupuesto de 1.021 millones de pesos y creando un Fondo de Financiamiento Educativo Provincial. Pero, no es suficiente. No alcanza con resistir los recortes nacionales y sostener el equilibrio fiscal cuando se tiene la posibilidad –y la urgencia– de transformar radicalmente el destino de una sociedad. Nuestra clase dirigente, sin distinción de partidos ni figuras públicas, ha evidenciado una miopía preocupante. La corrupción erosionó los cimientos de la confianza pública y, aún peor, secuestró el sentido de la política, que debería ser el arte de armonizar intereses y buscar el bien común. Hasta aquí, el gobierno de Javier Milei se ha distinguido por recortes brutales y un desprecio cínico hacia la inversión social, mientras proclama amor por la “libertad” y olvida que no hay libertad posible sin educación, sin cultura y sin seguridad social. Educar no es sólo preparar jóvenes para el mercado laboral ni formar autómatas que repiten fórmulas vacías. Educar es formar para la vida democrática, para la participación consciente y el debate argumentado. Es un deber cívico enseñar las normas básicas de la ciudadanía, historia, literatura, ciencia, ética, empatía; formar personas capaces de pensar críticamente. Futuros líderes que sepan expresar ideas con matices y rechazar la violencia como vía de reclamo. Saben qué pasa, la ignorancia es peligrosa en democracia, porque facilita la manipulación, la demagogia y la violencia social. Y en esto, la clase política debe asumir su responsabilidad: su mediocridad y divisiones han fomentado una cultura de enemistad, olvidando que la política es, por esencia, el arte de construir consensos. Creo ya haberlo dicho párrafos arriba. Mi amigo, el maestro que por las tardes saca fotocopias y vende libros escolares, tiene razón cuando dice que la educación debe ser defendida como derecho colectivo y como herramienta fundamental del sistema democrático. Cada joven debe ser formado como si de su mente dependiera el porvenir del país; cada persona debe tener la oportunidad de convertirse en dirigente, no por ansias de poder, sino porque solo una sociedad lúcida y bien formada puede impedir los abusos, la corrupción y la decadencia institucional. En Misiones, a pesar del contexto adverso y la histórica falta de apoyo nacional, se apuesta por el incremento del presupuesto en salud (1.009 millones de pesos, un 37,8% más que el año anterior) y en educación, como les decía, segundo en cantidad de partidas. El presupuesto presentado por Passalacqua para 2026 refleja un compromiso con el equilibrio fiscal, pero sobre todo con la dignidad y el bienestar ciudadano. Avanzar hacia una educación de calidad y una cultura robusta es la mejor garantía de salud democrática y prosperidad social. Para terminar, mi amigo, el maestro desilusionado del sindicalismo y de la política, me tiró la idea de impulsar un pacto político a favor de la educación pública, en el que los candidatos se comprometan a aumentar el presupuesto para educación y cultura de forma escalonada, además de unos puntos que me detalló con un anotador de bolsillo y un lápiz. Automáticamente le dije que nadie nos iba a dar bola. Primero me trató de fatalista y después me dijo que veía a Oscar Herrera Ahuad al frente de ese timón, lo fundamentó diciendo que fue el único candidato a diputado Nacional que se comprometió con la educación púbica y que durante una reunión en la UNAM dijo que “cueste lo que cueste” va a estar al lado de la universidad pública. Y él elije creer. Miren, no dudo de la palabra de Oscar de la misma manera y por los mismos motivos por los que creo en la de mi amigo el maestro, pero sí descreo que el resto de los candidatos esté dispuesto a suscribirse al pacto. En definitiva, la principal trinchera contra la corrupción, la miseria y el atraso es la escuela pública, el centro cultural, la biblioteca abierta, el aula donde se cultiva pensamiento crítico. Ya lo saben, un pueblo que invierte en educación y cultura siembra mejores dirigentes: personas lúcidas, con capacidad de diálogo y herramientas para afrontar los desafíos de los tiempos difíciles. Esa apuesta, que trasciende gobiernos, ideologías y nombres, define si una sociedad avanza o se resigna a la repetición de sus fracasos. Por eso, hoy más que nunca, el reclamo por un mayor presupuesto para educación y cultura debe ser un grito colectivo, un pacto ciudadano. Nos jugamos en ello la posibilidad de construir una Argentina más justa, diversa y libre. Eduquemos como si el destino de toda la nación dependiera de eso. Porque depende, efectivamente, de eso y mis amigos lo saben.
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