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  • Nicolino Locche, el ícono popular que el boxeo no puede olvidar

    » El Ciudadano

    Fecha: 08/09/2025 00:42

    Por Gustavo Grazioli/Especial para El Ciudadano “Los boxeadores están ahí para establecer una experiencia absoluta, una pública rendición de cuentas de los límites máximos de su ser; ellos saben, como pocos podríamos saber de nosotros mismos, qué poder físico y psíquico poseen: de cuánto son capaces. Entrar en el ring medio desnudo y para arriesgar la propia vida es hacer de su público una especie de voyeur…el boxeo es tan íntimo”, escribió Joyce Carol Oates en su libro Del Boxeo. «Total esta noche, minga de yirar, si hoy pelea Locche en el Luna Park», cantaba Chico Novarro en su tango Un sábado más. Nicolino, “El intocable”, el boxeador mendocino, el bailarín del cuadrilatero que hizo de sus pasos una danza para esquivar golpes y provocar nocauts. Se cumplen 20 años de su desaparición física, pero en el inconsciente colectivo quedan los puños magistrales que enloquecieron a las multitudes que colmaron “El palacio de los deportes”. Se coronó campeón mundial peso welter junior en 1968 en una performance memorable ante el japonés Paul Fuji. Defendió el título hasta 1972 y lo perdió en Panamá frente a Alfonso Frazer. “No debí pelear con Frazer en las lamentables condiciones en que lo hice. Bajé un kilo y medio el viernes y otro kilo el sábado en los baños turcos, El sábado era día de damas, y Cavillón y Cuello tuvieron que ponerse de porteros, para no dejar entrar a nadie al local mientras Lectoure y yo mirábamos la balanza. A la noche, frente a Frazer, no podía ni levantar los brazos”, relató el propio Locche a El Gráfico, más precisamente a Robinson, el alterego periodístico de Ernesto Cherquis Bialo “No me explico cómo no perdí por nocaut. Estaba entregado porque mi único objetivo era cumplir con la pelea. Y no fue un descuido de comidas, tenía una sed impresionante y me llenaba con agua. El calor era insoportable. Pero debo reconocer históricamente que fui el único culpable, porque yo quise pelear a pesar de que no debía hacerlo”. Locche se destacó por su estilo velocista para esquivar golpes y por pegar poco. Un claro cultor de la alusión, menos es más. Al principio, su forma de pelear no fue tan comprendida en el universo pugilístico, pero su singularidad artística en el ring terminó por conquistar las almas que quedaron dubitativas en el limbo del Luna Park. Su nombre se convirtió en estrella importante del árbol genealógico que alberga espacio para los deportistas populares. “Y aunque no volveré más a ser boxeador, siempre estaré vinculado a esta actividad, que me lo dio todo…No sé si reúno condiciones para ser maestro, pero de alguna manera tengo que devolverle al boxeo todo lo que el boxeo me dio”, dijo Locche en el ’73. Pese al laconismo de sus puñetazos, a lo largo de su carrera acumuló 14 peleas ganadas por nocauts y dibujó la sonrisa de espectadores que se sorprendían al verlo dar pasos chaplinescos para respirar el viento de golpes que pasaban de largo. Imaginar esas peleas en las que dejó sin reacción a sus oponentes y visualizar las caras golpeadas, es como estar dentro de la trama del cuento Negro Ortega de Abelardo Castillo. “Y el sudor, y la sangre que baja desde el arco roto de la ceja, y los lamparones lechosos de los globos de luz del Luna Park, van cubriendo con un aceite espeso los contornos de las cosas, de modo que apenas alcanza a ver como entre sueños y hasta se diría que dividía en dos siluetas blancas la blanca silueta del árbitro que se acerca dispuesto a comenzar la cuenta mientras el muchacho se aparta buscando un rincón neutral y el comentarista dice, a gritos, pelea memorable amigos”, relata con maestría el autor de El que tiene sed. Locche participó en 136 peleas, ganó 117 (14 de por KO), perdió cuatro y tuvo 14 empates. “El Luna Park sin él es como Pichuco sin bandoneón», dijo el periodista Horacio García Blanco. Defendió el título mundial seis veces y con su estilo en el ring, en el que no desplegaba todos los recursos, se apostaba en las sogas, omitía golpes – algo parecido a la teoría del iceberg de Hemingway en la literatura – creó un estilo para pelear y fue incorporado al Salón de la fama del boxeo. Su partida fue en 2005 a causa del excesivo consumo de alcohol y cigarrillos. Pasaron 20 años y el legado de ícono popular sigue intocable.

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