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  • ¡No odiamos lo suficiente a los periodistas!.

    Gualeguay » Debate Pregon

    Fecha: 23/08/2025 02:39

    En la historia de las repúblicas modernas, las frases de los presidentes suelen pasar por tres filtros: el de la espontaneidad, el de la intención política y el de las consecuencias institucionales. La afirmación de que “no odiamos lo suficiente a los periodistas” cruza los tres con una violencia verbal inusual. No es una frase que se le escape a un mandatario por descuido. No es un error de cálculo en un discurso improvisado. Es una declaración de principios sobre el lugar que la prensa ocupa —o debe ocupar— en el ecosistema de poder que imagina quien la pronuncia. En un país con tradición democrática y con heridas todavía abiertas de censura, persecución y represión contra la prensa, escuchar al máximo representante del Poder Ejecutivo utilizar el verbo “odiar” en relación con los periodistas no es un dato menor. No lo es porque el periodismo no es un actor más de la sociedad civil: es un contrapeso, un control, una instancia que molesta porque muestra, porque pregunta, porque ilumina lo que se pretende dejar en la penumbra. El rol del periodismo. Una república se sostiene en el delicado equilibrio entre poderes y en la vigilancia permanente sobre quienes ejercen funciones públicas. El periodismo no tiene legitimidad de origen electoral, pero tiene legitimidad social: es el encargado de narrar lo que ocurre, de revelar lo que otros prefieren ocultar y de preguntar lo que incomoda. Ese ejercicio de preguntar y narrar no es un acto de cortesía ni un gesto protocolar; es una obligación ética que, muchas veces, se enfrenta al rechazo frontal del poder político. Por eso, cuando un presidente verbaliza su desprecio hacia la prensa, en realidad está lanzando un mensaje más profundo: no solo advierte que no está dispuesto a ser interpelado, sino que busca generar un clima donde el cuestionamiento sea percibido como una amenaza y no como un derecho ciudadano. La frase sobre “odiar a los periodistas” debe leerse, entonces, como una declaración programática: un aviso de que se tolerará menos el control público y, por ende, un adelanto de posibles tensiones con las libertades civiles. El poder frente a la crítica: historia y presente. A lo largo de la historia argentina, diferentes gobiernos —democráticos o no— han intentado condicionar, silenciar o cooptar al periodismo. Desde las listas negras de la última dictadura hasta las presiones económicas de gobiernos recientes, las estrategias han variado, pero el objetivo ha sido siempre el mismo: reducir la capacidad de la prensa para actuar como contrapeso. En este contexto, el discurso actual que desprecia abiertamente a los periodistas no puede ser leído como un mero exabrupto. Forma parte de un patrón donde el poder ejecutivo busca moldear el relato público reduciendo la legitimidad de quienes informan. Cuando se logra instalar que los periodistas son enemigos, se abre la puerta a justificar cualquier acción contra ellos: desde el hostigamiento verbal hasta la persecución judicial. Del desacuerdo legítimo al odio institucionalizado. Es completamente legítimo que un presidente no esté de acuerdo con el trabajo de algunos periodistas o medios. La crítica a la prensa es parte del juego democrático. Los periodistas también se equivocan, exageran o incluso pueden actuar con sesgos e intereses propios. El problema surge cuando la crítica legítima se convierte en un llamado al odio. El odio no es una categoría de debate: es un combustible político que destruye los canales de diálogo. Mientras que la crítica puede fomentar la mejora de la prensa y un mayor profesionalismo, el odio solo sirve para deshumanizar y eliminar al otro como interlocutor válido. En el contexto de un país polarizado, una frase presidencial que alienta el odio hacia los periodistas es como encender un fósforo en un depósito de combustible: el riesgo de violencia simbólica y física se multiplica. El clima que se genera no solo intimida a los periodistas, sino que también desalienta la investigación profunda porque el costo personal y profesional de investigar al poder se vuelve demasiado alto. El caso $LIBRA: periodismo en acción. La investigación que en estos meses lleva adelante el periodista Hugo Alconada Mon sobre el escándalo de la criptomoneda $LIBRA es un ejemplo concreto y actual de por qué el periodismo libre resulta incómodo para el poder y, por eso mismo, indispensable para la democracia. Gracias a su trabajo —y al de otros medios—, la sociedad conoció que el Presidente Milei no solo promocionó públicamente este criptoactivo, sino que difundió un código privado que no estaba disponible de forma abierta, pieza clave para que miles de personas invirtieran y luego perdieran millones de dólares. Las revelaciones de Alconada Mon también permitieron identificar vínculos, reuniones y transferencias de fondos que hoy son objeto de investigación judicial en Argentina y en tribunales de Estados Unidos. En el marco de esta pesquisa, se han congelado activos por más de 110 millones de dólares y se han solicitado comunicaciones de alto nivel, incluyendo las del propio presidente y su entorno cercano. Sin la labor de la prensa, estos datos habrían permanecido sepultados en capas de opacidad y silencio, reforzando la impunidad. Esto demuestra que atacar a los periodistas no es un exabrupto sin consecuencias: es un intento de debilitar la única herramienta civil que puede forzar la rendición de cuentas cuando las instituciones, por intereses o presiones, se muestran renuentes. En este contexto, la frase “no odiamos lo suficiente a los periodistas” no es una ocurrencia desafortunada, sino una señal de alarma sobre el riesgo de un poder que, en lugar de responder con transparencia, busca desacreditar a quienes investigan y cuentan lo que pasa. Libertad de expresión y calidad democrática. No hay democracia plena sin libertad de expresión y no hay libertad de expresión sin periodismo independiente. La prensa molesta porque es incómoda y es incómoda porque cumple su función. Las sociedades que han avanzado en el respeto a los derechos humanos, en el fortalecimiento institucional y en la lucha contra la corrupción lo han hecho sobre la base de una prensa libre, protegida y fortalecida. Cuando el poder político erosiona la legitimidad de la prensa, no ataca solamente a un gremio profesional: ataca a toda la ciudadanía, que pierde la posibilidad de acceder a información vital para tomar decisiones. El odio hacia los periodistas es, en última instancia, odio hacia la transparencia, hacia el control y hacia la verdad incómoda. El efecto social del discurso del odio contra la prensa. Cuando un presidente habla, millones escuchan. Sus palabras pueden legitimar comportamientos que antes se consideraban inadmisibles. En este caso, el riesgo es que funcionarios, militantes o ciudadanos interpreten que el periodismo no merece respeto ni protección, sino hostilidad y marginación. Esto produce varios efectos nocivos: 1. Autocensura: periodistas que evitan investigar ciertos temas por temor a represalias. 2. Polarización extrema: se divide a la sociedad entre “leales” y “enemigos” del gobierno, donde los periodistas críticos siempre quedan en el segundo grupo. 3. Desinformación: al silenciar voces independientes, se amplifica la propaganda oficial o paraoficial. 4. Pérdida de calidad democrática: sin control periodístico, el poder se vuelve menos transparente y más propenso a la corrupción. La frase y su sombra. Es clave decir que “no odiamos lo suficiente a los periodistas” es, en realidad, una forma de afirmar que “no queremos que nos controlen lo suficiente”. Las palabras importan y más aún cuando provienen de quien concentra el poder político y simbólico de la Presidencia. En un país que ha pagado un alto precio por recuperar y sostener la libertad de expresión, cualquier ataque desde el Estado contra la prensa no solo es inaceptable: es una amenaza directa a la esencia misma de la república. La lección es clara: un periodismo libre, plural y valiente no es un lujo ni una concesión, sino un requisito indispensable para que el poder rinda cuentas. En tiempos donde se promueve el desprecio hacia quienes informan, defender la prensa es defender nuestra propia libertad. Julián Lazo Stegeman

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