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  • Fiorella, artista sensible, alma misionera, hoy en tierra de guerra

    » Elterritorio

    Fecha: 10/08/2025 06:53

    La vocación comenzó a aflorar desde el minuto uno de la invasión rusa a Ucrania, el tiempo y la vida fueron dando forma a este destino ineludible domingo 10 de agosto de 2025 | 6:05hs. Fiorella tiene la sensibilidad del arte y la fe, con esas herramientas hoy ayuda en Ucrania. Fotos: Marcelo Rodríguez Donde falte la esperanza, donde todo sea triste…” canta Alma misionera, el hit inoxidable de las juventudes cristianas que se vocifera en campamentos, retiros y celebraciones pero que se convierte en hoja de vida para quienes, como Fiorella Pesoa Kovalchuk, lo consideran su himno personal. El voluntariado es vocación, es una forma de estar en el mundo. Para cada cultura y creencia existen distintas formas de servicio, que se postulan no sólo como empatía con el prójimo sino de expansión de conciencia, de conectar humanamente con la esencia divina. Artista sensible, docente, cercana a los niños aún sin entender bien por qué, Fiorella llegó hace apenas unos días a Ucrania para asistir como voluntaria en un orfanato. Tras una ardua tarea de investigación, generar redes, asegurar un presupuesto, la joven posadeña podrá colaborar con esa tierra lejana que siente parte de su herencia y que actualmente está devastada por la guerra con Rusia. Con antepasados ucranianos, Fiorella comenzó a interiorizarse en la cultura de sus abuelos poco a poco y cada vez más. “Siempre iba a la casa de mi abuela ucraniana que vive en Paraguay y me encantaba. Me gustaba el idioma, la historia, la música, comida, sus costumbres”, comenzó contando como parte de su herencia implícita. Pero con el correr de los años y la apertura sensitiva que le dio el arte, cuando estalló la guerra, “sentí que se me partía algo adentro. Me dije: ‘Quiero hacer algo. Quiero ayudar’. Y ahí empecé a investigar”, alegó. Como una especie de misión del destino, de esta creencia de que nada es al azar o por casualidad, unos hilos invisibles fueron guiando a Fio hacia la aventura servicial que encara en estos días. El fuerte impulso de trasladarse y ayudar a quienes están sufriendo por la guerra fue moldeándose con sabiduría y paciencia. Con la noticia fresca en el 2022, las primeras acciones tuvieron que ser precipitadas: vino primero el cierre de fronteras, zonas convertidas en trinchera rápidamente, miedo, caos y el comienzo de la asistencia desde lo cercano y apelando a lo remoto. En ese momento, Fio encontró un Podcast en el que algunas iglesias ucranianas contaban su experiencia de recibir a los primeros desplazados y la asistencia con camas, colchonetas, tiendas y campamentos improvisados. Con la cabeza fría, Fiorella entendió que el camino era la formación, debía prepararse hasta encontrar la oportunidad de ayudar concretamente. “No se podía viajar todavía y entonces me puse a estudiar. Me metí de lleno en el idioma, hice cursos, fui a talleres intensivos de cultura ucraniana, historia, geografía, economía. También hice viajes misioneros dentro de Argentina para tener la experiencia”, relató sobre su preparación previa. En el medio, se egresó como profesora de artes visuales, puso su local con venta de artículos de librería, pasó un fuerte duelo y también cada vez más niños se sumaron a sus talleres de dibujo y pintura. El buen deber ser, ese destino inevitable vio la grieta y comenzó a decir presente cada vez más fuerte. “A principio de este año fui al casamiento de una de mis mejores amigas, y ahí, un pariente suyo, pastor director de un instituto misionero en Paraguay. Cuando le conté de mi deseo de ayudar en Ucrania, me dijo: ‘En mayo hay un congreso y vienen referentes de distintos países’. Así fue como conocí a Jorge Pusenik, quien estaba organizando un viaje con voluntarios desde Buenos Aires. Me acerqué, me anoté, y todo se empezó a dar muy rápido”, marcó sobre el núcleo que la impulsó. El 5 de agosto despegó de Ezeiza el viaje con destino a Polonia. Luego cruzaría en tren hacia Ucrania. En ese límite más alejado de la trinchera es donde se instalan los chicos a los que el grupo va a asistir. “Nos vamos a distribuir en diferentes zonas, pero yo voy a trabajar sobre todo en la provincia de Volinia, al noroeste del país, cerca de Polonia, donde hay iglesias que habilitaron casas que funcionan como orfanatos. Allí recogen a niños que perdieron todo, que vienen de las zonas más afectadas como Donetsk o Lugansk, y los cuidan familias como si fueran hogares de acogida”, explicó Fio. En esa línea sumó que aunque en este tiempo pudo interiorizarse un poco más en el idioma,el proyecto se llama Un abrazo a Ucrania, dando cuenta de que el lenguaje universal es la presencia consciente, la mirada con cariño, el guiño amigo. “Hay chicos que solo necesitan eso: un rato de arte, un dibujo, una canción, un gesto de que no están solos”, marcó la docente. Lápiz y corazón El arte fue su primer lenguaje y, sin buscarlo, también su vía de conexión con el servicio. “Yo empecé con los viajes misioneros cuando entendí que tenía una vocación. Fui a Salta, a Santiago del Estero. Siempre trabajé con niños en esos viajes. Y ahora, sin haberlo planeado, todo se volvió a unir: el arte, los niños, el deseo de ayudar”, entendió al asumir que en un principio pensó que no era buena lidiando con los más chicos, pero se dio cuenta de que es una labor que le sale genuinamente sin planificarlo: contar cuentos, armar historias, combinar trazos. Además de la notoria dulzura que carga Fio, su compromiso y madurez son palpables y tuvo que hacer lustre de un empuje autogestivo para poder ayudar. Así, para costear el viaje que no cuenta con financiamiento, organizó rifas, vendió remeras con su comunidad de fe, y recibió apoyo de amigos y familiares. “Ya pagué el pasaje de avión, el tren, y creo que estoy llegando al presupuesto total. La comunidad cristiana me ayudó muchísimo, y también mis propios alumnos. Yo creo que cuando algo se tiene que dar, se da”, dijo semanas previas al esperado viaje. La misión en la que se desempeña estos días también incluirá tareas de contención a familias de soldados, armado de kits con víveres, libros y ayuda espiritual en pueblos más cercanos al frente. Pero el objetivo principal es acompañar, abrazar, estar. “No tengo nada que me ate acá, salvo mi familia. Me voy abierta a lo que venga. Este viaje es una exploración. Dios dirá”, expresó sobre la confianza en que todo se da en tiempo y forma. Y mientras fortalece su corazón, también lo hace su arte. Pinceladas y trazos dan vida a unas cálidas ilustraciones que ya van tornándose en una marca registrada en libros infantiles, calendarios y más. Y con convicción, paso a paso, se abre camino, da cobijo genuino, dibuja sonrisas y un intercambio realmente piadoso, enaltece su alma misionera con otras. Compartí esta nota:

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