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  • Hacia lo desconocido

    » Diario Cordoba

    Fecha: 08/08/2025 02:14

    La historia de la evolución humana a menudo se cuenta como un relato de cambios físicos: cerebros más grandes, pulgares oponibles, bipedismo. Imaginamos la biología de nuestros ancestros adaptándose al entorno, en una marcha lenta hacia el presente. Pero un nuevo estudio de Luke Fannin y su equipo, publicado en Science, sugiere que la chispa evolutiva que nos creó no fue un cambio biológico, sino una elección simple y arriesgada: nuestros ancestros empezaron a comer hierba. La idea de que la simple exploración puede alterar el camino evolutivo de un organismo es lo que se conoce como «impulso conductual». Los primeros homininos comenzaron a consumir plantas fibrosas hace unos 3,8 millones de años, mucho antes de tener los molares robustos necesarios para masticarlas de forma eficiente. No esperaron a que sus dientes evolucionaran; se lanzaron a una fuente de alimento poco apetecible y, así, crearon la misma presión de selección que más tarde conformaría su anatomía. Este desacoplamiento entre comportamiento y anatomía ilustra un principio de innovación poderoso en la naturaleza: la exploración no planificada y sin objetivo. Es el motor de la creatividad que existe en todos los sistemas, desde los organismos vivos hasta el mundo inanimado. Y la historia de los homininos es un ejemplo perfecto. ¿Por qué un simio con un cerebro ávido de energía comería voluntariamente hierba fibrosa y sin calorías? La investigación sugiere que estaban escogiendo estos alimentos, quizás movidos por la curiosidad o el oportunismo. Ese acto inicial de exploración marcó un futuro en el que los tubérculos ricos en calorías se convirtieron en un alimento básico, e impulsó el desarrollo de herramientas y una expansión cerebral que conduciría al Homo. Este es un patrón que se repite en todo el mundo natural. Los pinzones de Charles Darwin no evolucionaron intencionalmente picos de diferentes formas. Sencillamente, algunos pinzones llegaron a las Galápagos y, a través del mero impulso explorador, ocuparon nuevos y diversos hábitats y fuentes de alimento. La flexibilidad conductual de moverse a otra isla y probar nuevas semillas fue la fuerza iniciadora. Las distintas formas de los picos evolucionaron mucho más tarde para adaptarse a esas nuevas opciones dietéticas. El acto de buscar y adaptarse, en lugar de esperar a la biología perfecta, es el motor principal. Incluso en sistemas que no consideramos «vivos», este principio de búsqueda no planificada se mantiene. Es el caso de la cristalización. Una solución sobresaturada de sal no tiene el «objetivo» de convertirse en un cristal perfecto. Los iones de cloro y sodio simplemente se mueven al azar por el agua. Pero su movimiento caótico y sin dirección, una forma de «búsqueda», eventualmente conduce a una interacción fortuita que forma un pequeño núcleo estable. Este evento único y no planificado reescribe instantáneamente las reglas para todos los iones circundantes, haciendo que se organicen rápidamente en un estado nuevo, altamente ordenado y estructuralmente complejo. La búsqueda aleatoria fue el catalizador del cambio sistémico y profundo. La historia de la dieta de los primeros homininos, por lo tanto, no es un evento aislado; es un eco sorprendente de un principio básico de la innovación. Ya sea en las llanuras de la antigua África, en el pico de un pinzón o en la formación de un cristal de sal, el primer paso hacia un cambio revolucionario es a menudo un viaje hacia lo desconocido, una aventura sin mapa. Es un poderoso recordatorio de que nuestros ancestros no solo se adaptaron al mundo que encontraron; innovaron activamente, y crearon a ciegas la realidad que hoy vivimos sus descendientes, quienes también seguimos aventurándonos en lo desconocido.

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