02/08/2025 00:50
02/08/2025 00:49
02/08/2025 00:48
02/08/2025 00:48
02/08/2025 00:47
02/08/2025 00:46
02/08/2025 00:46
02/08/2025 00:46
02/08/2025 00:45
02/08/2025 00:45
» Primerochaco
Fecha: 01/08/2025 09:24
Por Pablo Aiquel, especialista en seguridad vial Los números son conocidos y estremecedores: miles de muertos cada año en rutas y calles del país, familias destruidas en segundos, comunidades enteras atravesadas por la tragedia. Pero lo verdaderamente inquietante es que, detrás de la mayoría de los siniestros viales, no hay azar ni fatalidad: hay decisiones humanas. Y detrás de esas decisiones, una falla esencial que todavía no logramos abordar como sociedad: la percepción del riesgo. La seguridad vial no es solo una cuestión de leyes, multas o infraestructura. Es, fundamentalmente, una cuestión cultural. Y en esa cultura del tránsito argentina —atravesada por el apuro, la viveza y el individualismo— no hemos logrado construir una percepción clara y realista de los peligros a los que estamos expuestos cada vez que nos subimos a un vehículo. Como bien plantea Pablo Aiquel, referente de la educación vial en el Chaco, “la percepción del riesgo es la clave”. Porque quien percibe el riesgo, lo anticipa. Y quien lo anticipa, toma decisiones preventivas. Esa lógica, simple pero poderosa, aún no se ha instalado con fuerza en el imaginario colectivo. Seguimos creyendo que el cinturón es opcional, que el celular puede esperar cinco segundos y que el casco es apenas un accesorio incómodo. Una de las creencias más peligrosas —y extendidas— es la subestimación de ciertos comportamientos. Usar el celular mientras se conduce es uno de ellos. Diversos estudios han demostrado que esta distracción genera lapsos de ceguera temporal de varios segundos. A velocidad urbana, eso equivale a recorrer media cuadra sin ver absolutamente nada. Y sin embargo, ¿cuántos conductores lo siguen haciendo a diario? La paradoja es que en un contexto donde la tecnología avanza sin freno, nuestros hábitos al volante siguen anclados en prácticas arcaicas. Se sigue golpeando la rueda con el pie para “ver si está bien”, como si el neumático hablara. Se lleva a los chicos en brazos, en motos o en el asiento delantero, ignorando por completo las leyes físicas que actúan en un impacto. Se cree, erróneamente, que manejar bien es saber esquivar baches o estacionar en un hueco mínimo, cuando en realidad manejar bien es no generar riesgos ni para uno ni para los demás. El tránsito es el espacio donde mejor se expresa nuestra convivencia. Es, en definitiva, una forma de ciudadanía. Pero esa ciudadanía requiere formación, conciencia y responsabilidad. Y requiere, sobre todo, una percepción aguda del riesgo, para que el respeto por las normas no sea una imposición, sino una convicción. No alcanza con poner más inspectores, ni con endurecer las penas. La solución real y duradera empieza en las aulas, en las familias, en los medios de comunicación y en cada esquina de nuestras ciudades. Necesitamos una nueva alfabetización vial. Una que nos enseñe que manejar no es solo mover un vehículo, sino asumir un compromiso con la vida, propia y ajena. La seguridad vial no es un problema técnico, es un problema humano. Y como tal, exige una transformación profunda en cómo entendemos el riesgo, el cuidado y la convivencia. Porque no hay estadísticas que justifiquen una muerte evitable. Y porque detrás de cada número, hay una historia que no debió terminar así.
Ver noticia original