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Gualeguaychu » Reporte2820
Fecha: 13/07/2025 03:41
Cuando la libertad se convierte en privilegio y el mérito en excusa, la democracia pierde su sentido más profundo: garantizar dignidad para todos. En su discurso del sábado pasado en el Chaco, el presidente Javier Milei volvió a trazar una peligrosa línea entre “los que generan riqueza” y “los que la envidian”. Recurriendo a pasajes bíblicos para justificar su ideología, convirtió la pobreza en culpa, la justicia social en pecado y el deseo de equidad en un síntoma de resentimiento. La palabra libertad, vaciada de contenido, se usa como estandarte para legitimar privilegios, mientras se despoja de derechos a quienes menos tienen. Pero no es envidia lo que mueve a millones de argentinos que luchan cada día. No es odio de clase. Es hambre. Es salud. Es educación. Es cansancio. Es el derecho elemental a una vida digna. No piden un Lamborghini. Piden un sueldo que alcance, un alquiler que no los expulse, una escuela donde sus hijos aprendan, un hospital que no colapse. Piden, como decía Yrigoyen, la posibilidad concreta de alcanzar “un mínimum de felicidad siquiera”. “La democracia no consiste sólo en la garantía de la libertad política: entraña a la vez la posibilidad para todos de poder alcanzar un mínimum de felicidad siquiera”, expresó Hipólito Yrigoyen en un mensaje al Congreso Nacional. El nuevo relato oficial, con ropaje místico y promesas de autosuperación, exige a cada persona no sólo sobrevivir en un sistema desigual, sino además encontrar un propósito trascendente que justifique su existencia. Se traslada al individuo toda la carga del fracaso: si no progresa, es porque no se esfuerza. Si no encuentra sentido, es porque no busca bien. Si sufre, es porque no entiende cómo funciona la “libertad”. Se instala así una lógica cruel, donde la falta de oportunidades estructurales se maquilla con discursos de superación personal y recetas mágicas enlatadas. Detrás de este modelo no hay libertad real, sino soledad organizada. La política desaparece como herramienta colectiva de transformación y se reemplaza por un mercado de promesas, mentores y “coaches de vida”. La desigualdad se espiritualiza y el ajuste se convierte en penitencia. El resultado es una ciudadanía agotada, no por envidia, sino por una violencia sistémica que niega incluso el derecho a detenerse a pensar en otra vida posible. Desde UCR Militancia Activa sostenemos que la democracia no puede reducirse al acto de votar ni a la supuesta libertad de consumir. Democracia es también garantizar condiciones materiales básicas para que la libertad no sea un privilegio. Y eso no se logra suprimiendo al Estado, sino poniéndolo al servicio de las mayorías. No es envidia. Es dignidad. Es justicia. Es memoria de lo que fuimos capaces de construir y convicción de lo que aún podemos recuperar. Porque si en nombre de una falsa libertad se condena al pueblo a la resignación, entonces no estamos ante un proyecto de Nación, sino ante un dispositivo de exclusión. Y frente a eso, elegimos la política. Elegimos la solidaridad. Elegimos no callar. Y por todo eso, elegimos no acompañar ni apoyar el modelo de Milei.
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