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  • Día del Orgullo: la batalla campal en la que el colectivo LGBT+ dejó la vergüenza atrás y empezó a ganar sus derechos

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 28/06/2025 02:33

    En 2016, Stonewall Inn fue declarado Sitio de Memoria por el presidente Barack Obama Vivían escondidos. Tenían prohibido ejercer la medicina y la abogacía. Todavía se los consideraba enfermos. Tenían prohibido bailar entre ellos e incluso mirar sostenidamente a ese o esa que les gustaba. La Policía tenía la libertad de arrestarlos en caso de incumplir con “la moral y buenas costumbres” del momento: los acusaba de “crímenes contra la naturaleza”, “prostitución” o “comportamiento lascivo”. Sus arrestos eran publicados en los diarios para que sus empleadores se enteraran: tenían derecho a despedirlos sin ningún tipo de compensación. Hacia fines de los sesenta, en Estados Unidos y en buena parte del mundo, la comunidad LGBT+ vivía con miedo, conminada a esconderse, a ser quienes eran solamente en una vida clandestina. La sociedad que los rodeaba estaba diseñada para hacer que esa comunidad sintiera vergüenza de sus vidas, incluso para que sus individuos, en algunos casos, se odiaran a sí mismos. Pero el 28 de junio de 1969, hace exactamente 56 años, la historia cambió para siempre. En Greenwich Village, un barrio del sur de Manhattan, gays, lesbianas, personas trans, bisexuales y drag queens se reunieron en el mismo pub que se congregaban cotidianamente: Stonewall Inn. El lugar había inaugurado apenas unos años antes, regenteado por una familia de la mafia italiana de las que mandaban en Nueva York. Antes de su inauguración, la comunidad LGBT+ sólo se reunía en bares más aislados, de zonas portuarias, eventualmente peligrosas. Allí podían entrar, en el mejor de los casos, varones gay. Pero otros integrantes del colectivo eran rechazados. Las cosas cambiaron cuando abrió sus puertas Stonewall, un lugar que había funcionado como un restorán y que fue pintado de negro antes de la inauguración para disimular los daños de las paredes. Se dejó el espacio suficiente como para que el pub tuviera una buena pista de baile y, aunque lúgubre en su estructura, se convirtió en un punto de encuentro neurálgico para la comunidad que, por su orientación sexual o identidad de género, era rechazada en cualquier otro lugar al que quisiera ir. Las razzias policiales contra la comunidad LGBT+ eran costumbre en los años 60. Pero el 28 de junio de 1969, esa comunidad resistió (AP) Stonewall Inn se volvió un refugio en el que, incluso los custodios que permitían el ingreso, tenían claro que había que dejar entrar a quienes fueran del colectivo y rechazar a quienes parecieran querer entrar sólo para ocasionar disturbios. Era frecuente que se infiltraran policías de civil, porque incluso dentro del pub la comunidad gay y trans era perseguida cotidianamente a través de razzias que organizaban las fuerzas de seguridad. Los operativos policiales eran frecuentes y la reacción entre quienes estaban bailando y tomando algo en Stonewall era siempre la misma: atenerse a que en ese momento la noche terminaba, especialmente para los que fueran arrestados, que era la vía por la que la Policía imponía castigos presuntamente ejemplificadores. Pero la noche del 28 de junio de 1969 esa comunidad dijo basta. La Policía desplegó la misma razzia de siempre, pero los asistentes a Stonewall se resistieron. La primera fue una drag queen que le hizo entender a un oficial que no iba a subir al patrullero a puros carterazos. Una mujer que estaba allí con su pareja, otra mujer, empezó a los gritos: arengaba para que nadie se fuera, que ya no había que tenerles miedo a esos policías, que había que quedarse a resistir. A su alrededor le hicieron caso: nadie se fue, excepto los que fueron a buscar a conocidos que vivían cerca del pub para que se sumaran a la resistencia. No dudaron en tirar botellazos a la Policía, en enfrentarlos a golpes cada vez que intentaban esposar a alguno, en gritarles que no se iban a ningún lado. El enfrentamiento duró largas horas, y uno de los repentinos manifestantes, Mark Segal, que era un adolescente, escribió con tiza en el asfalto: “Tomorrow night Stonewall”. Era una convocatoria para la noche siguiente, para que la resistencia fuera todavía más numerosa en caso de que la Policía volviera a desplegar un operativo. Las protestas se extendieron durante al menos tres noches. Cada vez llegaban más manifestantes El mensaje funcionó, porque la noche del 29 de junio había cientos de personas frente al pub del Greenwich Village. Volvieron a enfrentarse con la Policía, que había ido más preparada para la represión y no dudó en tirar gases lacrimógenos. Del otro lado, volaban botellas, piñas y gritos. La opresión contra la comunidad LGBT+ había encontrado un límite en ese bar mafioso en un rincón de la Gran Manzana. Todo lo que esas personas habían soportado durante sus vidas hizo eclosión en esa cuadra neoyorquina y cobró una fuerza colectiva que no había existido hasta esa resistencia que fue tan espontánea como potente. Los enfrentamientos con las fuerzas de seguridad se alargaron por varias noches y había cada vez más integrantes del colectivo de gays, lesbianas, bisexuales y personas trans. Se autoconvocaban cada noche, se arengaban entre sí y se defendían cada vez que la Policía intentaba un arresto. Para ese entonces, el movimiento por los derechos civiles de la comunidad afroamericana ya había cobrado enorme repercusión, así como el de distintos grupos feministas y el de los grupos pacifistas que exigían el fin de la Guerra de Vietnam. Todo eso, de alguna manera, formó el escenario propicio para que el colectivo que se reunía cada noche en el único lugar en el que podía sentirse (más o menos) seguro reaccionara distinto ante las agresiones que recibían con frecuencia. Era hora de vivir fuera de la vergüenza. Eso entendieron los integrantes de la comunidad LGBT+. No sólo los que participaron de las noches de batalla campal en Stonewall, sino los que se fueron acercando a esos que habían encendido la llama de la resistencia. Por eso decidieron que había que mantener esa llama encendida: ocuparon cada noche su pub y resistieron las razzias, que fueron disminuyendo. En Argentina la Marcha del Orgullo se hace en noviembre para evitar las bajas temperaturas invernales Pero sobre todo, al cumplirse un año de aquel 28 de junio de 1969, tan efervescente como espontáneo, decidieron que había que ir más allá de Stonewall. Convocaron a una marcha y caminaron cinco kilómetros, desde Greenwich Village hasta Central Park. Hubo, según estimaciones que difieren, entre 3.000 y 15.000 personas en esa primera convocatoria, que se repetiría cada 28 de junio hasta nuestros días. Acababa de empezar la Marcha del Orgullo, la primera medida colectiva de una comunidad que sólo había atinado a, en los mejores casos, defenderse individualmente o en pequeños grupos. Pero que sobre todo estaba condenada a esconderse, a vivir con menos libertad que los heterosexuales. A sentir vergüenza por ser quienes eran y amar a quienes amaban y desear a quienes deseaban. Stonewall fue un quiebre histórico: a partir de esa resistencia, la vergüenza había que dejársela a esos que miraban de reojo, con desprecio, con asco, con la seguridad de creerse superiores. Cada 28 de junio la Marcha del Orgullo reivindica los derechos individuales y también colectivos de la comunidad LGBT+. Lo que empezó siendo un hito neoyorquino se propagó por todo Estados Unidos y también a grandes ciudades del mundo. Empezaron a conformarse formalmente organizaciones de gays y lesbianas para militar esos derechos por los que pelearían, así como el fin de la discriminación que permitía que los echaran del trabajo, los arrestaran o les negaran un título universitario. Greenwich Village es hasta hoy un barrio identificado con la comunidad LGBT+ en Manhattan. REUTERS/Mike Segar/File Photo Menos de diez años después, del otro lado del país, Harvey Milk se convertiría en el primer funcionario abiertamente gay elegido por el voto popular. Fue en San Francisco, otra ciudad fundamental para la lucha de la comunidad LGBT+. Stonewall dejó de ser el único refugio de Manhattan. Cerró sus puertas un tiempo después y en 2007, ya reivindicándolo como un lugar icónico de esa lucha, volvió a abrir. En 2016, el presidente Barack Obama lo identificó como un Sitio de Memoria. Greenwich Village es hasta hoy un barrio decididamente identificado con el colectivo LGBT+, por su historia y por su actualidad. Alcanza con recorrerlo para ver las banderas del Orgullo en balcones y espacios públicos. Algunos años después, la Marcha del Orgullo llegó a la Argentina. Pero aunque como cada 28 de junio se produce alguna manifestación, el gran desfile de cada año se hace en noviembre. Fue una medida de las organizaciones de gays, lesbianas y personas trans para evitar que el frío del invierno impactara especialmente en pacientes de VIH que quisieran sumarse a la movilización. En la actualidad, la Marcha de Orgullo neoyorquina es masiva y cuenta con enormes auspicios, algo que ha hecho enojar a algunos de los pioneros en la lucha por los derechos del colectivo. Eso que empezó a los piedrazos y sin que nadie lo planificara hace más de medio siglo es una lucha que sigue vigente. Es que aquella noche cambió las reglas: el colectivo LGBT+ supo como nunca antes y para siempre que avergonzarse era para otros; que de su lado estaba el orgullo por amar y desear a quien quisieran.

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