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  • Góngora y Trassierra

    » Diario Cordoba

    Fecha: 04/05/2025 09:27

    A la par que la ocupación militar, por conquista o por pacto, de los distintos núcleos de población del reino musulmán de Córdoba, se fue realizando la repoblación y con ella el establecimiento de parroquias, y una a las que en 1272 el obispo don Fernando de Mesa delimitó su jurisdicción territorial fue Santa María de Trassierra. Según los Estatutos de la Santa Iglesia Catedral de Fray Bernardo de Fresneda, de 1576, y las Constituciones Synodales del obispo Don Francisco de Alarcón del mes de junio de 1662, la parroquia de Trassierra pertenecía al arcedianato de Pedroche. Por aquellos años aparece en escena el célebre poeta cordobés Luis de Góngora, que solía llamarse vicario de Trassierra. Su vinculación al cabildo le impuso la obligación de ocuparse de aquella histórica iglesia, a la que iría a veces (a caballo o en carruaje) los domingos. Por eso la Real Academia de Córdoba tuvo el buen acierto de colocar en 1927 una lápida conmemorativa del tercer centenario de la muerte del poeta en una pared de la iglesia, que posteriormente fue desplazada a uno de los muros que delimitan el recinto exterior. Unos años más tarde, en 1656, el rey Felipe IV vendió este territorio a Juan Francisco Jiménez de Góngora, I marqués de Almodóvar del Río, creándose el señorío de Trassierra. Este aristócrata y político español era pariente de Luis de Góngora, al que el poeta llegó a dedicar unos versos cuando era niño; circunstancia que refuerza la relación que existió entre la familia Góngora y Trassierra, aunque a decir verdad, las referencias concretas son escasas. Pocas misas diría aquí don Luis, de ser cierto lo que le reprochaba Quevedo, su acérrimo enemigo, cuando escribía refiriéndose a él: «Extraña clerecía; misal, apenas; naipe, cotidiano…» Esto nos lo cuenta Ricardo Molina en su libro Córdoba gongorina, editado por el Ayuntamiento en 1962. El 4 de octubre de 1614, en muchas ciudades de España, se inauguraron ocho días de fiesta en celebración de la beatificación de la reformadora y mística carmelita Santa Teresa de Jesús. Don Luis decidió presentarse a un certamen poético organizado en conmemoración de la efeméride teresiana. En la relación de dicho concurso puede leerse lo siguiente: «Romance presentado, bajo el supuesto nombre del Vicario de Trassierra, en una justa poética celebrada en Córdoba, en honor de la Beatificación de Santa Teresa, hacia mayo de 1614». El resultado fue que don Luis ganó como premio unas medias de seda negra «que calce las Pascuas, porque las calles de su feligresía (Trassierra) no son para traellas de ordinario». El poema comienza así: «De la semilla, caída/ no entre espinas ni entre piedras, /que acudió a ciento por uno /a la agradecida tierra…»; y lo finaliza, indicando fecha y lugar donde lo escribe: «A dos de otubre, en Trassierra». La opulencia forestal y el pastoreo de la comarca familiarizaron a don Luis con la naturaleza Flores, zarzas, abejas, rosas, azucenas, cornejas, viñas, verdolagas o «verdes y lascivas hiedras», entre otros elementos naturales, aparecen a lo largo del mencionado poema. Según Ricardo Molina, no se puede improvisar el conocimiento de la naturaleza ni se puede inventar sin una minuciosa, sutil y delicada experiencia directa. Cuando ésta falta, el resultado de la invención siempre es un «pastiche». Por eso, insiste el poeta del grupo Cántico, Góngora debió «conocer bien estos parajes, así como las fincas de los alrededores, los lagares, que aún mantienen sus viejos nombres aunque no conserven ni una cepa. Más de una vez llegaría en sus andanzas y correrías venatorias a la fuente del Elefante». Precisamente la fuente del Elefante se ubica en una finca, el lagar del Caño Escarabita, que desde antiguo ha estado, y sigue estando, ligada al Cabildo catedralicio. Ramírez y las Casas-Deza o el propio Pascual Madoz refieren en sus escritos este asiento serrano, citando que la explotación y sus caseríos fueron fundación del canónigo y deán de la catedral cordobesa Fernando del Pozo, que según Madoz, era familiar del papa Alejandro VI. No hay que olvidar que en 1585 el tío de don Luis, Francisco de Góngora, racionero de la Catedral de Córdoba, y poseedor de bienes y beneficios eclesiásticos, le cede el cargo a su sobrino, para lo cual Don Luis recibe las órdenes mayores. No es de extrañar, por tanto, que el llamado «vicario de Trassierra» mantuviera algún vínculo con una de las heredades más importantes de su feligresía, que además era propiedad del canónigo y deán de la catedral de la que él era racionero. Otro dato curioso: Este Fernando del Pozo debió ser el tío homónimo o pariente del conocido Sulayman del Pozo, personaje de gran calado histórico fallecido en 1607, que, tras criarse en la Córdoba del siglo XVI en una familia de ilustres canónigos, emprendería uno de los viajes más apasionantes que conoció su siglo. Acabó por renegar de la religión cristiana y convertirse en Sulayman Qurtubi, tuvo en sus manos el destino de tres reinos en la batalla de Alcazarquivir, ocupó los cargos más relevantes en el naciente imperio marroquí y ostentó el cargo de Bajá de Timbuktu en dos ocasiones. Curiosamente, hoy Trassierra honra a esta interesante figura histórica con el nombre de una de sus calles. Avellanares de Trassierra Me acerco por la mañana muy temprano a la casa de El Caño. Entre la niebla se distinguen las redondeadas y blancas siluetas de las ovejas que pastan sobre el verde prado, y me acuerdo que Ricardo Molina decía que en la obra de Góngora abundan las versiones burlescas del convencional tema bucólico: «En vez de estilizar e idealizar lo pastoril, lo que hizo con frecuencia fue caricaturizarlo, desorbitando lo real y acusando exageradamente los perfiles. ¿Dónde se inició el conocimiento directo de ese mundo rudo y a veces grosero de lo pastoril en su plena realidad, sino aquí, en Trassierra?». ¿Y cómo sería el paisaje de Trasierra en tiempos de Góngora? Tendremos que recurrir a un documento algo más tardío, el catastro del marques de la Ensenada, de 1752. En este registro se describen, entre otros aspectos geográficos, los cultivos y arboledas de Trassierra. De estas últimas dice: «Los plantíos de árboles que hay en las tierras declaradas son olivos, encinas, alcornoques, pinos, castaños, álamos, ciruelos, ygueras, manzanos, nogales, membrillos, perales, granados, guindos, naranjos agrios, avellanares, moreras y viñas». Resulta singular la cita en este histórico documento del plantío de avellano, especie que ocupaba 50 fanegas en el contexto agrario del término de Trassierra. Yo he conocido, por ejemplo, el ya desaparecido avellanar de El Caño. Hoy apenas subsisten algunos ejemplares en las inmediaciones del curso de los arroyos del Bejarano y del Molino, pero su influencia debió ser grande cuando Trassierra aún conserva una festividad asociada al recuerdo del cultivo y recolección de la avellana. Un elemento natural, original y único, de un lugar que «por sus calidades y por su pureza geórgica, debió de ser la gran cantera que ofreció al poeta los inagotables tesoros de su materia prima palpitante y múltiple», en palabras de Ricardo Molina. Suscríbete para seguir leyendo

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