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  • Elecciones legislativas en CABA: ¿cómo distinguir quién marca la diferencia?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 04/05/2025 06:49

    Candidatos a la Legislatura porteña El próximo 18 de mayo, la Ciudad Autónoma de Buenos Aires enfrentará una elección que, aunque pueda percibirse menor con relación a las nacionales o para jefe de Gobierno, tendrá un impacto profundo en la composición legislativa y, por ende, en las leyes que norman nuestra forma y calidad de vida. En un contexto de descreimiento generalizado de la política, una pregunta se vuelve crucial: ¿qué tipo de legisladores queremos para nuestra Ciudad? La respuesta no puede reducirse a un simple alineamiento partidario ni a la simpatía por nombres o personajes conocidos, frecuentemente ajenos al saber o gestión legislativa. Porque lo que está en juego es elegir entre el continuismo de una política autocomplaciente y lejana de las necesidades de la ciudadanía, o la posibilidad de una política para el bienestar común basada en la preparación académica y técnica de los legisladores cuya actuación debe orientarse al orden social, la seguridad, la educación, la salud, el progreso económico y el respeto integral por la diversidad de convicciones, incluida la dimensión religiosa. En este sentido, el reciente debate legislativo televisado por el Canal de la Ciudad arrojó algunas datos reveladores. La mayoría de los 17 candidatos participantes recurrieron sistemáticamente a chicanas, consignas vacías, críticas sin sustancia, gestualidades como sustituto de argumentos, absurdas analogías de la política con disciplinas deportivas y otras demenciales propuestas tan irracionales como los idearios y espacios políticos de sus proponentes. Pero también hubo intervenciones que marcaron una diferencia sustancial: discursos serenos y con capacidad argumentativa, con logros verificables más propuestas concretas con conocimiento técnico legislativo. Esta voz fue la de Yamil Santoro de la Unión Porteña Libertaria, quien logró destacar sin estridencias ni efectismos, con claridad racional, mostrando producción y eficiencia legislativa más un profundo respeto por el pluralismo. Particularmente significativa fue su actitud valiente que, sin eufemismos ni especulaciones políticas, señaló la presencia en el debate del referente de un partido neonazi, lo cual fue tibiamente aludido sólo por algunos otros candidatos, callando paradójicamente quienes se patrocinan como adalides de la ética y los valores republicanos. Este accionar de Yamil Santoro, no sólo demuestra coherencia moral sino también el incondicional compromiso con una democracia sustantiva y no meramente procedimental. Incomprensible también fue la actuación de los candidatos con mayor alcance, tanto oficialistas como opositores, banalizando el propio liberalismo caricaturizándolo respectivamente como sinónimo de anarquía, individualismo extremo o simple disrupción rupturista. Yamil Santoro, en este sentido, mostró con su actuación legislativa que el liberalismo genuino tiene raíces filosóficas y políticas mucho más serias. Como recuerda Friedrich Hayek en Camino de Servidumbre, la libertad política es un orden espontáneo basado en normas generales, y no en la voluntad arbitraria de individuos o mayorías circunstanciales. Y en el plano jurídico, Randy Barnett en La Estructura de la Libertad, se centra en la protección de los derechos negativos basados en la noción de libertad negativa de Isaiah Berlin, es decir, garantizar la libertad individual respecto de la interferencia del estado limitando el poder estatal para maximizar la esfera de acción individual legítima. Con esto en mente, defender la libertad no significa desmantelar el Estado ni arremeter contra los sectores más vulnerables, sino garantizar que el Estado cumpla eficientemente con sus deberes y no supla decisiones personales en materia de libertadas individuales en educación, economía, cultura, temas de conciencia y religión, entre otras. Como subraya Jason Brennan en Libertarianism, el verdadero libertarismo promueve el pluralismo y no el uniformismo hoy planteado como corrección ideológica, muy presente no sólo en los partidos tradicionales de origen fascista como el peronismo, y desde ya las diversas y actuales agrupaciones de izquierda, sino también y paradójicamente en los autoproclamados paladines de la institucionalidad, la libertad, la democracia y aquellos nostálgicos del negocio woke. Básicamente el camino que CABA debe consolidar es una legislatura cuyas leyes respeten la autonomía de los ciudadanos, limiten la burocracia, ordenen el espacio público, brinden seguridad, salud y educación al contribuyente, fomenten el progreso económico, presten andamiaje al vulnerable y garanticen la diversidad de proyectos de vida dentro del marco legal. Pero para ello, el gran desafío es la preparación de quienes legislan. La política argentina ha normalizado la idea de que la simpatía popular o habilidad retórica o gestual habilita para ocupar cargos legislativos, despreciando el conocimiento técnico, la formación académico-profesional, la experiencia y la reflexión crítica. Y esta degradación, como padecemos cotidianamente, no es inocua, ya que la confianza ciudadana en las instituciones se erosiona cuando éstas son percibidas como meras plataformas de improvisación. Legislar es un acto de enorme responsabilidad que exige comprender los marcos jurídicos y constitucionales, la congruencia y eficiencia en el derecho, las realidades sociales y económicas, más las implicancias éticas de cada norma. Porque las sociedades que no reconocen la importancia del saber técnico y el profesionalismo para el bien común se vuelven más vulnerables al resentimiento y al populismo. Una voz que haya atravesado altos estándares educativos, foros internacionales, espacios de transparencia pública y debates éticos complejos tiene más para ofrecer que cualquier estribillo de barricada. Esa experiencia, expresada sin arrogancia y con voluntad de escucha, es clave para la función legislativa. Por eso, la propuesta es sencilla: votar candidatos a legisladores que comprobadamente sean personas formadas, reflexivas, con trayectoria y logros significativos y verificables, y que además sean libres de obediencia ciega a estructuras partidarias. Porque no se trata de “quién” ocupa una banca, sino de “qué proyecto de ciudad” representa no con sus palabras sino con su biografía. Un sistema democrático saludable necesita tanto de gobiernos eficientes como de oposiciones responsables y creativas. Si la Legislatura porteña queda monopolizada por fuerzas políticas grandes y tradicionales, lo que se pierde no es sólo diversidad de opiniones, sino también capacidad real de control, crítica constructiva y generación de alternativas. La experiencia comparada muestra que los parlamentos más eficaces son aquellos donde hay voces distintas, sólidas y bien preparadas que puedan ofrecer proyectos legislativos de calidad y para el bien común, que puedan frenar los dislates, las improvisaciones y en definitiva mejorar las políticas públicas. Como advierte Giovanni Sartori en Teoría de la Democracia, una democracia sin minorías eficaces degenera en simple hegemonía de mayorías circunstanciales. El 18 de mayo tenemos la posibilidad de corregir la política, y como nos recuerda Hannah Arendt en La Condición Humana, es mediante el ejercicio de nuestro juicio libremente, y no aplaudiendo consignas prefabricadas. Para ello, la propuesta que debe guiar el voto es simple pero revolucionaria: devolverle a la Legislatura de la Ciudad el lugar que merece como espacio de debate serio, técnico, transparente y representativo. Depende del votante que la política siga siendo un juego de popularidades efímeras o que contribuya a la construcción de una Ciudad más libre, más justa y respetuosa, votando con conciencia, eligiendo candidatos con idoneidad, trayectoria verificable y valores respaldados con biografía. El 18 de mayo se decide si queremos para la Ciudad una Legislatura regida por la consignas vacías, el marketing político y las chicanas, o por la argumentación racional, la capacidad laboral demostrada y el conocimiento técnico. Y eso empieza, como siempre, por el voto.

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