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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 01/05/2025 04:47
Al conmemorarse por primera vez el día del trabajador en el país, no existia una legislación laboral que amparase al obrero Era “de acuerdo a la costumbre de la casa” la fijación de la jornada laboral, que se extendía a las diez o quince horas en fábricas y talleres y de sol a sol si se trataba de trabajo en el campo. Y no solo el horario dependía del patrón, también los salarios, muy por debajo del costo de vida. Por eso, cuando en 1890 se conmemoró por primera vez el 1 de mayo en nuestro país, había mucho por reclamar y por luchar. Entre 1880 y 1914 se produjo un marcado crecimiento económico motivado, especialmente, por la expansión de la actividad agropecuaria, la industria frigorífica, el aumento de las exportaciones, y por el progreso que vino de la mano del ferrocarril. Hubo un aumento de puestos de trabajo, muchos ocupados por los inmigrantes, que empezaban a llegar en oleadas. Como la tierra en el interior bonaerense ya tenía dueño, el extranjero que venía con la idea de ser agricultor, debió volcarse a las ciudades, empleándose en talleres y fábricas, viviendo hacinados en conventillos, muchos de ellos viejas mansiones de familias que las habían dejado con el estallido de la epidemia de fiebre amarilla de 1871 y que se habían radicado más al norte de la ciudad. Los trabajadores anarquistas ejecutados en Chicago en 1886. Por ese hecho, se estableció el Día Internacional de los Trabajadores Esa concentración urbana solo podía traer reclamos de todo tipo, que iban desde mejoras en las condiciones de trabajo, pasando por las dificultades en poder afrontar un alquiler y acceder a servicios de salud y educación. La ciudad no estaba preparada para semejante shock demográfico. El obrero estaba totalmente desprotegido: trabajaba todos los días de la semana, aún el descanso dominical no existía, los accidentes de trabajo eran moneda corriente, nadie tomaba las precauciones para evitarlos y menos se tenía en cuenta los efectos nocivos para la salud el trabajar en ámbitos con el aire contaminado. Y si el hombre se quejaba de los bajos salarios y de soportar horarios interminables, el caso de las mujeres y de los niños era aún peor. Ellas empleadas en comercios, fábricas, talleres y muchas en servicio doméstico, ganaban mucho menos, por igual trabajo, que los hombres. Por su parte, los niños eran buscados para emplearlos en fábricas de vidrio, cigarrillos, talleres textiles y de sombreros, entre otros. Aspecto de uno de los tantos conventillos en la ciudad de Buenos Aires La primera huelga En esa época fue cuando nacieron las primeras sociedades gremiales, en parte impulsadas por aquellos inmigrantes portadores de ideas socialistas y anarquistas, y que venían con el know how de cómo armar una agrupación gremial. Esos dos millones de extranjeros que se establecieron en el país entre 1857 y 1914 fueron determinantes en ese sentido. Una de las más importantes fue la Unión Tipográfica, fundada en 1878 que al año siguiente se transformó en la Tipográfica Bonaerense. Por su parte, en 1885 nació la Internacional de carpinteros, ebanistas y anexos; en 1886 apareció el sindicato de panaderos; en 1887 La Fraternidad, que nucleaba a maquinistas y foguistas. Luego vendrían los albañiles, los sombrereros y otros más. En muchos casos, las mujeres realizaban las mismas tareas que el hombre, pero cobraban mucho menos En 1878 fueron los tipógrafos los que inauguraron el método de la huelga –“un recurso vicioso” lo describieron las autoridades- en el que reclamaron que se fijase un horario laboral para los tipógrafos de los diarios, que lo hacían a jornal, y en las imprentas a destajo. Habían llegado a ese punto cuando luego de una reunión en el Teatro de la Alegría, el 31 de agosto, no se había llegado a un acuerdo con los dueños de las imprentas. Durante un mes largo, los diarios más importantes imprimieron ediciones más reducidas porque pusieron a trabajar a personal administrativo y los más chicos directamente no salieron. En esa oportunidad, los tipógrafos ganaron: obtuvieron una jornada de diez horas en invierno y doce en verano. Pero la alegría de la conquista les duraría poco. La patronal encontró la vuelta para contrarrestar lo que había cedido: ofreció un plus por línea armada de texto y así muchos, con la necesidad de ganar unos centavos más, cedieron y el límite horario, al tiempo, desapareció. Lo que no se perdió fue el clima de protesta. La docena de huelgas que se produjeron entre 1881 y 1887 pronto se multiplicaron y entre 1888 y 1890 hubo treinta. El manifiesto que dieron a conocer los organizadores del acto del 1 de mayo de 1890, dirigido a todos los trabajadores del país (Gremialismo proletario argentino, de Jacinto Oddone) El primer día del trabajador Hubo un tiempo en que el barrio de Recoleta carecía de la fisonomía que le son característicos, y no era recomendable recorrer sus calles cuando caía el sol. Peligroso para transitar, con muchos baldíos, lleno de matones y de gente buscada por la justicia, que usaba los rancheríos para ocultarse. En ese ambiente, pululaban cafés y bailongos de medio pelo. Los vecinos además se quejaban por el matadero que estaba en las inmediaciones y por ese cementerio, abierto en 1822, que acentuaba un aspecto deplorable y lúgubre. Sobre la actual Quintana, entonces avenida República, entre Junín y Ayacucho, había un predio para espectáculos al aire libre que se llamaba Prado Español. Era célebre por sus romerías y especialmente por haber sido el primer lugar donde se permitió bailar el tango a parejas compuestas por un hombre y una mujer, porque hasta entonces sólo se bailaba a escondidas o entre hombres. El lugar sería el escenario donde por primera vez se conmemoraría en nuestro país el 1 de mayo. Una vista del Prado Español, según una fotografía de comienzos del siglo pasado (Caras y Caretas) Cuando un grupo de exiliados políticos alemanes, perseguidos por el gobierno de Otto von Bismarck, se radicaron en Argentina, el 1 de enero de 1882 fundaron un club socialista al que bautizaron “Verein Vorwärts“, que significa “unidos adelante”. Establecieron su sede en la entonces calle Comercio 880, hoy Humberto I, desde donde comenzaron una intensa actividad en defensa de los derechos del trabajador, un campo al que no se le prestaba atención. En 1890, gobernaba el país Miguel Juárez Celman, quien venía jaqueado por una crisis económica que había cortado con años de bonanza. Un colapso financiero, producto de la emisión de papel moneda sin respaldo, el haber tomado un empréstito que gravaba las rentas de aduana, la restricción del crédito por parte de los bancos, las sequías en el campo, entre otros problemas, hizo que el dinero escasease, que subieran la tasa de interés y que se desplomaran los valores bursátiles. La Revolución del Parque, que estalló el 26 de julio de ese año, derrotada en las calles pero triunfante en lo político, sellaría la suerte del mandatario cordobés y terminaría renunciando al mes siguiente. Y sus efectos resintió la economía y a los que menos tenían. En 1890 Vorwärts decidió -de acuerdo a las directivas del Congreso Obrero Internacional celebrado en París- conmemorar, en todos los países, la fecha del 1 de mayo a la que llamaron “fiesta internacional de obreros”. La reunión sería el puntapié inicial de la creación de una federación de obreros en el país y de la edición de un periódico. Uno de los resultados del acto del 1 de mayo fue el lanzamiento, en diciembre, del periódico El Obrero Jornada de 8 horas El manifiesto que dieron a conocer revelaba sus objetivos: lograr una jornada laboral de 8 horas para los adultos, la prohibición de trabajar a menores de 14 años, la abolición del trabajo nocturno (salvo en los casos en que la producción no pudiera discontinuarse), la prohibición del trabajo de la mujer, el descanso no interrumpido de 36 horas por semana, la prohibición a aquellas industrias que perjudicasen la salud del trabajador, la supresión del trabajo a destajo y por subasta y la inspección minuciosa de parte del Estado y de los propios obreros de fábricas y talleres. Reclamaba que todas estas disposiciones se implementasen a través de leyes de alcance internacional. El manifiesto finalizaba con un “¡Viva el 1 de mayo de 1890! ¡Viva la Emancipación Social!” Todos a Recoleta La organización del acto estuvo a cargo del suizo alemán José Winiger, periodista y literato, director de Vorwärts; Guillermo Shülze, ebanista; Gustavo Nohke, zapatero; Augusto Kühn, tipógrafo y Marcelo Jackel, relojero, quienes debían contactar a las distintas organizaciones obreras y armar un programa. 1 de mayo pero de 1909. Las manifestaciones ya eran multitudinarias y participaban distintas corrientes del gremialismo (Archivo General de la Nación) En el acto se anunciaría la formación de una federación de obreros local, se lanzaría un periódico para la defensa de la clase obrera y se peticionará ante el Congreso para que sancionase un paquete de leyes protectora de los trabajadores. Se contrató el Prado Español. En Vorwärts eran previsores: en caso de lluvia, el acto se haría en el local de Comercio 880. El orden lo cuidó el comisario García, de la comisaría 15ª, secundado por dos oficiales y quince vigilantes. La sensibilidad de las autoridades estaba a flor de piel: el día anterior, en plena pegatina de carteles convocando al acto, tres militantes fueron detenidos por unas horas. Miguel Juárez Celman era el presidente cuando tuvo lugar el acto del 1 de mayo Desde que se había anunciado el acto, el gobierno había ordenado el acuartelamiento de tropas, que debían estar listas para salir a la calle. Por su cuenta, los organizadores formaron un cuerpo de guardianes, que se distinguían por un distintivo rojo que llevaban en el pecho. La expectativa era grande. El jueves 1 de mayo de 1890, a las tres de la tarde, comenzó el acto, con una asistencia calculada entre 1500 y 2000 personas, una cifra nada desdeñable para la época. En la entrada se vendían boletos, cuya compra no era obligatoria. Los fondos se usarían para cubrir los gastos del acto. Se armó un palco adornado con banderas rojas, en el que había una treintena de dirigentes obreros, encabezado por José Winiger. También participaron algunos militantes anarquistas, que lo hicieron con algunas reservas. Hubo cerca de 18 oradores, muchos de ellos extranjeros, entre ellos alemanes, franceses, italianos y españoles, que tuvieron quince minutos para hablar. Winiger hizo una reseña de lo actuado por el comité y anunció que se buscaría la emancipación social por medio de la acción legislativa y la organización internacional de los obreros. Se propiciaba la formación de una confederación obrera argentina. Los obreros comenzaron a organizarse en sindicatos en la década del ochenta del siglo XIX. Fue clave la influencia de los inmigrantes europeos Jacinto Oddone, dirigente socialista, historiador del movimiento obrero argentino, realizó una reseña de la que tomamos sólo algunos conceptos. El diario La Nación hizo una crónica, destacando que los oradores hicieron hincapié en las bondades del socialismo y apuntó que “…había en la reunión poquísimos argentinos, de lo que nos alegramos mucho…” y La Prensa: “El presidente, señor Winiger, abrió la asamblea pronunciando un oportuno y elocuente discurso que sentimos no publicar por falta de espacio…”, aunque sí citó el último párrafo de su discurso: “La victoria del socialismo solo es cuestión de tiempo. Entusiasmados por este lisonjero porvenir, confiados a nuestras fuerzas invencibles, persuadidos de la victoria de la gran causa del proletariado, declaramos abierto el mitin con un saludo a los millones de hermanos y compañeros de todos los países reunidos en este momento con el entusiasmo de sus corazones y las aspiraciones de su alma con nosotros en solidaridad y fraternidad internacional”. Las crónicas advertían que si se accedía a las pretensiones de la clase trabajadora, las empresas se verían en la obligación de cerrar sus fábricas y radicarse en otros países. Como en los días anteriores la patronal había avisado que se descontaría el día de trabajo a aquellos que faltasen por ir al acto, y en muchos casos se los despediría, se abrió una colecta para auxiliar a todos aquellos que resultasen afectados. Se recaudaron 120 pesos. Muchas de las leyes laborales fueron proyectos del dirigente socialista Alfredo Palacios Cuando a las cinco y media la concurrencia se desconcentró, fueron a festejar en el local de Vorwärts, donde bailaron y cantaron hasta bien avanzada la madrugada. Todas las peticiones descriptas como un plan de justicia social, fueron elevadas a la Cámara de Diputados para su discusión, cosa que el cuerpo nunca trató. En agosto de 1892 el expediente fue archivado. Uno de los resultados del mitin fue la decisión de editar un periódico, que se llamaría “El Obrero”. Saldría por primera vez el 12 de diciembre de 1890 y en sus páginas denunciaría la inconcebible explotación a la que eran sometidos los trabajadores en el interior del país. Entre sus principales colaboradores estaba Germán Avé Lallemant. Por 1870, este ingeniero alemán había llegado a la Argentina y terminaría radicándose en San Luis en la búsqueda de oro y petróleo. Fue el primero en usar dinamita en Argentina. Y posiblemente, como en la vida nada es casual, en 1872 se casaría con Enriqueta Lucero, quien pasaría a la historia como la protagonista de la primera huelga docente que hubo en el país, en noviembre de 1881, quien tuvo la osadía de desafiar, desde San Luis, al funcionario a cargo de Educación: Domingo F. Sarmiento, Superintendente de Escuelas. La clase gobernante se sintió amenazada por esas ideas que traían los inmigrantes. Porque a principio del siglo XX, a los socialistas y anarquistas, que entonces se disputaban la conducción del movimiento sindical, se sumó lo que entonces se llamó el “sindicalismo revolucionario” que precisamente proponían una “revolución social” que a veces incluyeron disturbios, boicots y atentados. El Estado reaccionó con la sanción de la Ley de Residencia, de 1902, que habilitaba a expulsar a extranjeros considerados “indeseables” o “peligrosos”. Esa ley se reforzó con otra, la de Defensa Social, de 1910, y en el medio de ambas se creó el Departamento Nacional de Trabajo, en 1907, que buscó un camino para regular y controlar las relaciones entre trabajadores y empleadores. Paulatinamente, las conquistas sociales fueron llegando. En 1905 se estableció el descanso dominical; dos años después se sancionó la ley que protegía a las mujeres y los niños; en 1915 fue el turno de la ley de accidentes de trabajo; en 1929, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen se determinaron las ocho horas de trabajo; en 1932, la del sábado inglés que establecía que se trabajaba ese día hasta las 13 horas; en 1935 se votó un proyecto de Alfredo Palacios de 1907 que fue la ley de la silla, que imponía a los locales de comercio y servicio tener sillas con respaldo porque hasta entonces, los empleados trabajaban parados. En 1940 apareció el aguinaldo como ley nacional y sería Juan Perón, como Secretario de Trabajo y Previsión, quien aplicó en 1945 las vacaciones pagas, mientras que el año anterior se había sancionado el estatuto del peón rural, lo que conformaba un paquete de medidas tendientes a evitar dejar todo librado “a la costumbre de la casa”.
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